La vida de Óscar Naranjo, jefe de policía y exvicepresidente de Colombia, inspiró varios libros y una serie de televisión; fue uno de los líderes de la “cacería” que terminó con la vida del jefe del Cartel de Medellín
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El 22 de octubre de 1985, el capitán Óscar Naranjo de la policía colombiana tomó un vuelo desde Bogotá hacia Atlanta. Su misión era trasladar a Eduardo Martínez Romero, un narcotraficante, a una cárcel de máxima seguridad en los Estados Unidos. Eran épocas difíciles en Colombia. Pablo Escobar, en nombre del Cartel de Medellín, había manifestado su preocupación por la idea de que criminales colombianos terminaran en prisiones extranjeras. Había jurado que si el gobierno colombiano extraditaba “un nacional más”, iniciaría una guerra narcoterrorista bajo su característico lema: “Preferimos una tumba en Colombia a una celda en los Estados Unidos”.
Aquel mes, las extradiciones estaban suspendidas por razones jurídicas. Sin embargo, como excepción a la regla, el presidente Virgilio Barco había autorizado el traslado de Martínez Romero, a quien se acusaba de haber lavado activos al servicio del Cartel de Medellín desde Panamá. Óscar Naranjo recuerda que el viaje se hizo en dos etapas. Primero volaron hacia la base estadounidense en Guantánamo, Cuba, en una aeronave de la Administración de Control de Drogas de los Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés). En ese trayecto, Martínez Romero intentó convencer al Capitán Naranjo de que era inocente.
“De manera muy sentida me dio muchas explicaciones y me estaba haciendo pensar que su extradición era una injusticia. Me decía que, si bien tenia unos negocios en Panamá, no era parte de la organización de Escobar. Yo, ante esas afirmaciones, llegué a considerar su inocencia. Llegué a darle validez a lo que me decía. Me estaba convenciendo. Hasta que llegamos a Guantánamo...”, recuerda Naranjo.
-¿Qué pasó en Guantánamo?
-Su discurso se le derrumbó en la cara... Descendiendo del avión para hacer un cambio de aeronave, se le acerca un hombre y lo saluda muy efusivamente. Le da un gran abrazo y le dice ‘hola mi hermano, que gusto verte, sé que estás en dificultades’. Yo no entendía nada. Pero lo vi a Martínez Romero; su cara se transfiguró…. y le pregunté entonces al oficial de la DEA con quien había salido de Bogotá qué pasaba, y me dijo ‘el que acaba de saludar a Martínez es un compañero mío que lleva infiltrado en la organización varios años. Ha sido su socio en Panamá y entre los dos han comprado millones de dólares al Cartel de Medellín para lavarlos y llevarlos de regreso a Colombia, convertidos en dinero colombiano’. Fue ahí que a Martínez se le cayó la mentira. Inmediatamente me confesó todo.
Al llegar a los Estados Unidos, los esperaban dos helicópteros Blackhawk en el aeropuerto. En el primero embarcaron a Martínez Romero, quien fue directo a la prisión. El otro llevó a Naranjo al hotel Omni. Era de madrugada, pero aún así, pudo dormir unas horas.
La mañana siguiente, a las 9 horas, Naranjo debía ir hacia los tribunales para presentar al delincuente frente a la Corte. Pero al salir del cuarto del hotel, se encontró con un policía del Departamento Policial de Atlanta que lo paró en seco: “Tengo orden de no dejarlo salir de la habitación”.
Naranjo llegó a disgustarse un poco y le aclaró a su colega que él era el policía colombiano a cargo de escoltar al narcotraficante. Pero el otro insistió: “Ya sé, pero hay otras razones”. Al cabo de 5 minutos, llegó el oficial de la DEA y le explicó a Naranjo: “Tenemos un problema serio. Pablo Escobar dio la orden de que te asesinaran acá, en Atlanta”.
Entre medidas de seguridad extremas, fueron a la Corte. Luego, Naranjo regresó a Bogotá. Al llegar, lo esperaba un vehículo policial y una mala noticia (otra): habían tenido que mudar a su familia de emergencia porque, el día anterior, había llegado a su domicilio un paquete firmado por Pablo Escobar. El contenido era una corona mortuoria, con flores y una lámina que amenazaba: “Que en paz descanse, Capitán Naranjo”. Fue el día en el que le cayó la ficha de la crueldad y la vanidad con la que el capo narcotraficante se animaba a imbuir el miedo.
Hoy, a sus 66 años, Óscar Naranjo relata a LA NACIÓN la lucha contra el Cartel de Medellín y la “caza y muerte” de Pablo Escobar, de la cual se cumplen 30 años.
-¿Cuándo fue la primera vez que oyó hablar de Pablo Escobar?
-A comienzos de los años 80. A raíz de una serie de secuestros y asesinatos que se dieron en Medellín, yo fui designado para liderar un equipo pequeño de investigadores y resolver algunos de esos crímenes. A partir de la administración de fuentes humanas, logramos identificar una banda criminal que se autodenominaba “Los magníficos”. Una banda con gran capacidad de armamento, movilidad en la ciudad y comunicaciones. Una especie de comando especial delincuencial que hacía operaciones relámpago de homicidio y secuestro. Fuimos comprobando, luego de capturar a varios de sus miembros, que obedecían a las órdenes de Pablo Escobar y el Cartel de Medellín. Al mismo tiempo notamos que el Cartel había desarrollado una capacidad muy desafiante ante las instituciones. De hecho, habían logrado infiltrar, penetrar, algunos pequeños sectores de la policía.
-La cuestión de las extradiciones fue determinante en la escalada de la violencia.
-El presidente Belisario Betancur llega al poder en el año 1982. Él siempre tuvo un espíritu pacifista, entonces declaró, iniciando su mandato, que no extraditaría más nacionales colombianos al exterior y que pondría en marcha unos procesos de paz con las guerrillas, especialmente con las FARC. Eso avanzó, pero con muchos traumatismos, y finalmente, mientras avanzaba su gobierno, en 1984, el Cartel de Medellín decide asesinar a su Ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla.
El presidente, frente al clamor nacional y la indignación que sintieron los colombianos con ese asesinato, declaró la reapertura del proceso de extradición. A partir de ese momento el Cartel de Medellín, pero en general todos los narcotraficantes, iniciaron una especie de cruzada, de intimidación hacia el Estado. Estaban dispuestos a morir antes que a ser extraditados. Una de sus estrategias iniciales fue mandar mensajes intimidatorios a la Corte Suprema de Justicia. Acompañaron esas cartas con grabaciones privadas de los magistrados que consiguieron con interceptaciones ilegales en sus teléfonos.
Era 1985. Yo estaba asignado en un equipo cuyo objetivo era saber cómo habían logrado las escuchas ilegales. Finalmente encontramos el centro de operación, allanamos el sitio y obtuvimos evidencia que afirmaba que Cartel de Medellín estaba detrás de eso.
-Sin embargo, no dejarían en paz a los Magistrados de la Corte.
-Luego, a finales de ese año, vino el episodio conocido como “el holocausto del Palacio de Justicia”, cuando el Movimiento 19 de abril, un grupo guerrillero de izquierda, tomó el Palacio de Justicia, pretendiendo emular lo que habían hecho los sandinistas en Nicaragua cuando tomaron el Congreso en Managua. Acá lo hicieron con la Corte, con la pretensión de llevar a un juicio revolucionario al presidente Betancur, y de destruir las evidencias que existieran contra los extraditables. El Ejército y la Policía iniciaron una operación de retoma que terminó en uno de los episodios más tristes de Colombia, con decenas de muertos y desaparecidos, y con la muerte de muchos de los Magistrados.
-Desde hacía dos años, Escobar era miembro de la Cámara de Representantes. Sin embargo, todos conocían sus actos criminales.
-La trayectoria de Pablo Escobar comenzó años antes, siendo él un ladrón de autos. Luego ingresó al mundo del narcotráfico y acumuló un poder económico importante. Y, con el ánimo de legitimarse ante la sociedad, resolvió incursionar en política. Así termina inscrito en una lista de candidatos a la Cámara de Representantes, como suplente por Antioquia. Eso le permitió hacer apariciones esporádicas en el Congreso de la República y tomar una visibilidad con la cual él pensó que se pondría a salvo.
Sin embargo, el diario El Espectador, uno de los más importantes de Colombia, bajo la dirección de Don Guillermo Cano, publicó una fotografía donde ponía de manifiesto que Escobar había sido capturado como un delincuente en años anteriores y sobre él pesaba mucha información de sus vínculos con el narcotráfico. Eso lo llevó nuevamente a la clandestinidad y a iniciar una campaña terrorista que, tiempo más adelante, se cobró la vida de Don Guillermo Cano. Luego, en una acción terrorista, instaló un coche bomba que destruyó casi la totalidad de las instalaciones donde funcionaba el periódico.
Escobar entendía bien que una de las armas básicas para mantenerse en la clandestinidad era crear una red de informantes. Y eso los llevó a constituir redes, por ejemplo, con los taxistas de la ciudad, a los que les pagaban por información. Pero también a otras personas, como los recepcionistas de hoteles, los botones de los hoteles... gente que pudiera identificar la llegada de personas extrañas a la ciudad. Uno ponía un pie en el aeropuerto de Medellín, y ellos ya sabían que usted estaba allí.
Como contra respuesta, el gobierno inició una campaña publicitaria muy grande sobre la base de una política de recompensas, ofreciéndole a los ciudadanos dinero por información que fuera útil para encontrar a Escobar. Pero eso tuvo un efecto adverso. Él, para afectar y desnaturalizar ese proceso, puso a su propia gente a enviar información falsa, creando rumores en la ciudad, tratando de desorientar a las autoridades. En un solo día nos decían que estaba en 10 o 15 lugares distintos, y no solo de Antioquia, sino del mundo.
-Entiendo que Escobar fue violentísimo con la policía.
-Hubo una época, sobre finales de los 80, en la que le pagaba a sus sicarios entre 500 y 2000 dólares por el asesinato de un policía. Eso nos llevó a la tragedia de ver cómo, en un solo año, asesinaron cerca de 500 policías en la ciudad, dejando, tristemente, un saldo de centenares de huérfanos.
-En el libro El General de las mil batallas, usted narra un episodio insólito: el de la foto del narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha repartiendo dinero desde un móvil de la policía. ¿Se le ocurren otros ejemplos de la impunidad con la que vivían los miembros del Cartel?
-Me impresionó mucho el nivel de influencia que llegaron a tener en los concursos de belleza y en la elección de la Señorita Colombia. Ellos quisieron poner candidatas; financiaban a algunas y hacían apuestas alrededor de ellas. Una vez, un narcotraficante alquiló un piso completo en un hotel de Cartagena para organizar una fiesta con muchas amigas suyas.
“La Catedral”
-En 1991, Pablo Escobar se entregó a la justicia, pero luego escaparía. ¿En qué contexto se dio eso?
-En 1990 asume el presidente César Gaviria. Su llegada se dio después de haber soportado una campaña en la que varios candidatos fueron asesinados, incluyendo al más querido por la gente, Carlos Galán. Eso llevó a Gaviria a continuar con la lucha militar y policial contra el narco. Pero también creó una política de sometimiento voluntario a la Justicia. La política empezó a rendir frutos, hubo miembros de la familia Ochoa Vázquez, reconocidos socios de Escobar, que se entregaron. Un año más tarde, la Asamblea Nacional Constituyente decidió eliminar la extradición de la Constitución. Entonces Escobar ofreció entregarse, aunque con algunas condiciones...
Primero, quería ir a una cárcel que no fuera una común. Tenía que ser elegida por él y tenía que estar en un sitio privilegiado, a las afueras del área metropolitana de Medellín. Segundo, que por ninguna razón su custodia estaría compuesta por la policía.
Y así fue que se construyó La Catedral. Lo cierto es que Escobar la convirtió en un centro de comando mafioso, al punto de llevar a sus enemigos y ajusticiarlos allí mismo.
La situación excedió un límite. A partir de ese hecho macabro se inició una operación para ingresar a la cárcel con el objetivo de trasladar a Escobar a otro sitio. Pero, antes de que lo agarráramos, se produce su fuga.
-¿Tuvo la oportunidad de ingresar a “La Catedral”?
-Sí. Y me sorprendí con muchas cosas. Había montado ahí no solamente ese cuartel general, sino un sitio de diversión con un espacio para fiestas, actividades lujuriosas y actividades deportivas. También estuve en su dormitorio, que era una especie de suite. Tenía una pequeña biblioteca con varios ejemplares del autor Tom Clancy, en los que subrayó varios pasajes en lo relativo a las capacidades norteamericanas en el tema de señales. Me impresionó también ver que tenía una colección bastante amplia de música de un artista al que yo admiro, que es Phil Collins, y la verdad me pareció feo que yo tuviera que compartir mi gusto por Phil Collins con semejante mafioso.
-¿Cómo se fugó?
-Había partes construidas en yeso. Salieron por allí después de haber corrompido a un soldado. Recuerdo que en su momento se habló de que había escapado vestido de mujer. Y dada la vanidad y ese carácter alfa y machista que él tenía, lo primero que hizo, apenas pudo, fue contactarse con un periodista para “aclarar” que no había escapado disfrazado de mujer.
A partir de ahí, empezó la caza final de Pablo Escobar. Se creó el Bloque de Búsqueda, que tenía un componente de gente uniformada, y otro de investigadores de la policía judicial e inteligencia. A finales del año 1992, Escobar sintió que el asedio era muy grande e inició otra campaña terrorista, una muy fuerte. Hacia septiembre de 1993, empezó a ser consciente de que estaba siendo traicionado por gente que había estado con él en el pasado y por las autoridades. Y lo mortificaba mucho la campaña de persecución de “Los Pepes” (Perseguidos por Pablo Escobar) , un grupo de enemigos suyos que se habían unido para capturarlo, que utilizaba métodos muy violentos para debilitar su entorno. Por eso, en noviembre de 1993, Escobar decidió resguardar a su familia e intentó enviarla a Alemania. Aunque fracasó: su esposa e hijos viajaron, pero los deportaron allí mismo. Lo que resultaba evidente para nosotros es que él se jugaría sus cartas finales, incluso su propia vida, en la batalla final....
Cuando su familia regresó a Colombia, decidimos ubicarlos en un hotel, con custodia. Allí, comenzaron las horas finales de Escobar.
“Sensación de alivio”
Pablo Escobar murió un 2 de diciembre de 1993 en un profundo barrio del Alto Medellín. Fue abatido mientras escapaba desesperado de una decena de policías que lo perseguían a toda marcha. Lo habían ubicado gracias a un sistema de triangulación de llamadas, luego de que insistiera en llamar a su hijo, a sabiendas de que los teléfonos estaban interceptados. Estaba acorralado.
Fue alcanzado por una bala y se desplomó estómago arriba sobre las tejas de las casas vecinas a su escondite. Luego le dieron dos tiros más: uno en la pierna, para que no pudiese levantarse, y otro en la cabeza, de gracia. Del operativo participaron distintas autoridades, tanto colombianas como internacionales. También paramilitares y narcotraficantes de los bandos enemigos de Escobar.
-¿Qué sintió cuando se enteró del abatimiento?
-Mira, el momento del final de Pablo era un momento muy esperado por todos los colombianos. El sentimiento general fue de alivio. Un alivio que en algunos casos se manifestó con marchas en las calles celebrando. En mi caso personal, yo sentí ese alivio, pero ya pesaba sobre mí lo que iría a suceder después. Y es que evidentemente estaba neutralizado el jefe del Cartel de Medellín, pero entre tanto, en esos años, había crecido y se había fortalecido mucho el Cartel de Cali. La verdad, lo primero que yo pensé fue que la tarea estaba a medio hacer, y ya sentía la presión que íbamos a recibir para enfrentar y desmantelar al Cartel de Cali. Dicho y hecho, a las pocas horas de haber muerto Escobar, el embajador estadounidense en Colombia marcó que estaba pendiente la otra tarea.
-Algunos miembros del Cartel de Cali habían colaborado en la búsqueda de Escobar, ¿es cierto que, por eso, esperaban una actitud “flexible” de la Justicia?
-Es verdad que ellos dieron información. Y han hecho alarde a lo largo de la historia diciendo que ellos fueron determinantes en la caída de Escobar. Y lo que ellos pensaban es que el Estado sería laxo y flexible y no los perseguiría. Sin embargo, durante la campaña de Ernesto Samper, que terminó ganando en 1994, se detectó que parte de su campaña había sido financiada con dinero del Cartel de Cali. El propio Samper se vio en la obligación de decretar con máxima prioridad la búsqueda y captura de los integrantes del Cartel. Ellos sintieron que eso era una especie de traición, siguieron esperando beneficios judiciales, pero nada de eso ocurrió.
¿Quién mató a Pablo Escobar?
Hasta el día de hoy existen tres teorías sobre la muerte de Escobar. Juan Pablo Escobar, su hijo, insiste en que su padre “se dejó rastrear por las autoridades a propósito”, a modo de ser capturado, y que luego se efectuó un auto disparo en el oído. Los peritajes realizados posteriormente le quitaron fundamento a esta versión.
Por otro lado, el hecho quiso ser adjudicado por “Los Pepes”. Su líder, Diego Murillo -alias Don Berna-, afirma en su libro Así matamos al Patrón que el tiro fue efectuado por su organización; más precisamente por su hermano Rodolfo, alias Semilla. “Pablo corría por el techo cuando mi hermano llegó a la ventana, le apuntó y le disparó en la cabeza con su fusil M16 calibre 5.56″, dijo Don Berna.
Por último, la versión oficial sostiene que el disparo fue realizado por Hugo Aguilar Naranjo, el efectivo de la Policía Nacional de Colombia que lideraba el “Bloque de Búsqueda”. Aguilar se adjudica la hazaña hasta el día de hoy.
-¿Qué opina sobre las tres versiones?
-Por la información que yo tengo, lo mató un policía al que apodaban “sangre de yuca”, por su piel blanca. Lo cual no significa que la versión de Aguilar no se corresponda. Yo creo más en su versión que en la del suicidio -que no me parece válida-, ni en la de alias Don Berna. Llego a la conclusión de que fue gente del Bloque de Búsqueda la que lo dio de baja. Ya si Hugo Aguilar disparó él mismo, no lo sé...
-¿Qué reflexión hace sobre Escobar, a 30 años de su muerte?
-Nunca tuvimos un cara a cara, nunca me tocó interrogarlo. Pero sí pude escucharlo, muchas veces, en las grabaciones que obteníamos de sus llamados. Mi conclusión es que transmitía el carácter de una persona muy calculadora, una persona que, en momentos de crisis, se exaltaba pero mantenía el control. Una parte de su trayectoria criminal estuvo marcada por ese control. Tomaba decisiones muy radicales y de manera rápida. Y en ese sentido, buena parte de su campaña terrorista estuvo basada en la determinación de emplear una fórmula de mano dura extrema. Era una persona que creía mucho en él, y muy vanidosa. Para mí, lo más grave de su personalidad es que, a 30 años de su muerte, jóvenes que no sufrieron el dolor causado por sus acciones hoy se acerquen a Medellín y se tatúen el rostro de Pablo. Y yo me pregunto por qué, si se trata de una persona que dejó más de 5000 muertos. Mitifican a una persona cuya única ideología era acumular capital económico. Además, Pablo Escobar logró introducir la idea en algunos sectores de la sociedad, en especial entre los narcotraficantes, de que la muerte es parte de la solución. Él determinaba la vida o la muerte de la gente para solucionar sus problemas. Hay una degradación del valor de la vida por eso.
-¿Qué queda hoy de aquellas viejas estructuras del narcotráfico?
-La tragedia colombiana sobre ese tema sigue rondando. El Estado todavía no ha logrado recuperar los activos acumulados por los carteles de Medellín y Cali y ponerlos al servicio de la economía formal y de los ciudadanos. Para mí es increíble que después de 30 años todavía se esté discutiendo que algunos bienes del Cartel de Medellín estén en litigio con herederos de sus integrantes, que no renuncian a que el Estado extinga el dominio y recupere esos bienes. Buena parte se ha recobrado, pero es una tarea inconclusa.
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