Fue protagonista de un caso policial que fascinó a los argentinos e hizo picos de rating en televisión. Hoy, 25 años después, sueña con “empezar de cero” en España
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Fue “la chica del momento”: disparaba el rating cuando aparecía en televisión. La de la sonrisa con paletas grandes y pelo largo, lacio y negro. Hace un cuarto de siglo, Samanta Farjat tenía 19 años y estudiaba Publicidad en la Universidad de Belgrano. Conocía la noche porteña, en la que Diego Maradona y Guillermo Coppola destellaban.
El 9 de octubre de 1996 la policía activó la “Operación Cielorraso”: allanó el departamento del manager de El Diez (piso 10° del edificio de avenida del Libertador 3540) y encontró 40 gramos de cocaína dentro de un jarrón. El tema -que cambió de nombre en los medios, donde fue presentado como “El Caso Coppola”-hipnotizó a los argentinos. Una de las testigos de la causa, quizá la que tuvo mayor repercusión, fue Samanta Farjat. Su vida cambió para siempre.
Guillermo Coppola fue acusado de liderar una asociación ilícita que se dedicaba al narcotráfico y pasó 97 días en prisión, repartidos entre una comisaría de Dolores y el penal de Caseros. Con el tiempo, la causa quedó nula y los policías que investigaron terminaron detenidos. Pero Samanta vive tratando de tomar distancia de aquel caso que la convirtió en una celebridad. Y eso que pasaron 25 años, ya es mamá de Macarena (20) y vive cómodamente en un barrio privado de la zona norte. Hoy, sueña con irse a vivir a España.
“Mi error y mi pecado”, dice, y cambia de idea y arranca para otro lado: “Yo estudiaba, pero eso no vendía. Ellos [por los medios] decían ‘la chica que sale de noche’… Mi error fue ser caprichosa y salir. Me rodeé de esa gente que me parecía divertida. Tenía las mismas libertades que tiene mi hija hoy. Pero bueno…vivimos en una sociedad muy hipócrita. Por ahí hoy tendría más apoyo de las mujeres, qué se yo”.
-Samanta, ¿qué clase de madre resultaste?
-Soy muy permisiva. Me pasa por arriba. Tengo el sí fácil. De chiquita sentía que tenía que darle todo. Trato de ser compañera. Me hice el colegio otra vez… por suerte ya terminó y esté en la universidad.
-¿Usa en tu contra tus diecinueve años?
-Me ha contestado alguna vez: ”Bueno, má ¿vos qué me decís?”.
-Imaginate lo que hubieran sido esos tiempos con la exposición que hoy dan las redes sociales.
-Olvidate. ¡Pero tendría auspicios pagos, 20 millones de seguidores! Por aquel entonces no había ni Facebook.
-Pero tenías tu canción
-¡Sí! Y nos pagaban por las notas... Ahora la gente paga por estar en la tele. Llegué a tener alguna calle con mi nombre. También un 0-600 donde contaba las novedades del caso Coppola. ¡Nada hot eh!
Cuando el escándalo del jarrón se desvaneció, Samanta tomó distancia. Después de tres años de exposición, a pura adrenalina, decidió frenar. Se puso de novia, viajó y fue mamá. Eligió guardarse, vivir lejos de las cámaras para cuidar a su hija. Se convirtió en una mami del colegio.
-No debe haber sido fácil dar vuelta la página.
-Elegí alejarme. Estaba muy expuesta. Eran programas diarios, eran revistas. Y hablaba y hablaba. Cualquier cosa que hacía era nota. Fueron casi tres años… Me puse en pareja con el papá de mi hija y eso me ayudó. Nos fuimos, viajamos. Después vino Maca y seguimos juntos otros tres años más. Pero ya tenia a la nena, era mi muñequita. Me dedicaba íntegramente a ella. Es que después de todo lo que había pasado sentía que necesitaba no equivocarme en nada. Y menos hacer algo que pudiera repercutir mal en ella o en sus amistades. Era muy chica cuando pasó todo. Tenia 19 años y no son los mismos 19 de ahora, ni siquiera los 20 de mi hija. Era otra cabeza, otra sociedad.
-¿Te ves con gente de esa época?
-Tengo un amigo budista que vive en Ibiza. “Voy a cantar por vos”, me dice cuando ando con algún problemita. También hay un abogado que es muy amigo.
-Vi unas fotos tuyas con Gustavo Sofovich en las redes…
-Pensé que éramos amigos. No sé bien que pasó. Le molestó que posteé una foto nuestra para el día del amigo, me pidió que la sacara. Se generó un lío bárbaro. Hoy lo ven exitoso pero no fue siempre así. Con todo lo que hice por él… Igual lo que hizo habla más de él que de mi.
Se escucha de fondo el ladrido de un perro. “¡Una rescatadita!”, dice. Y continúa: “Evidentemente lo mío es seguir equivocándome con las amistades. Pensar que son amigos gente que no lo son. O tratar de ayudar a la gente y que después sean mal agradecidos. Tal vez tendría que ser más selectiva. Más desconfiada. Lo que pasa es que no soy malpensada, y eso que viví muchísimo”.
-¿Y hoy que hacés? Tu hija ya está grande.
-Trabajo de periodista. Estuve en radio, escribo en una revista digital, ahora también estoy trabajando en un documental sobre fútbol para Netflix de EE.UU. Pero lo que más me gusta es ser proteccionista. Cuido ñandúes, burros, caballos, ni hablar de perros y gatos. He llegado a tener 12 gatos y una perra con sus cachorritos, todos juntos, haciéndoles el aguante hasta que se pudieran dar en adopción. Les dedico mucho amor, mucha plata. Mi idea es crear una fundación para animales y un hospital municipal para mascotas. No todo el mundo puede pagar un veterinario. También trabajo con niños especiales, colaboro en un comedor de Merlo. Se me acerca mucha gente para pedirme una mano. Pero ayudo en silencio. Capaz es un error. Como no se sabe, por ahí la gente se queda con una vieja imagen mía.
Quiere cambiar su imagen, dejar el pasado atrás, al igual que una amiga de aquellos jóvenes años, que vive en Estados Unidos con quién aún se habla. Si bien Samanta no da vueltas para referirse a ella, su nombre no puede aparecer en los medios en notas relacionadas al Caso Coppola porque, tras una difícil batalla contra Google, logró el “derecho al olvido”. No quiere que el pasado la persiga a través del buscador durante el resto de la vida.
-¿Por qué no fuiste a fondo por el “derecho al olvido”, como ella?
-Ella trabajó muchísimo y trabaja aún para que se publiquen las cosas que hace, todo lo bueno, y se quite el resto. Yo siempre pensé que en vez de gastar toda esa plata en eso, prefería gastármela en un viaje, disfrutarla con mi hija. Igual ahora que ella ya tiene ganado el juicio a Google (aún no tiene sentencia firme), lo voy a empezar a preparar. Porque sino el tema siempre vuelve y vuelve. Se muere Diego, me llaman. Se muere Mauro (Viale), me llaman. Siempre lo hablamos con Nati: ella tuvo la suerte de irse rápido de este país.
-¿Y vos nunca pensaste en irte?
-Sí, pero estoy con mi mamá, que me necesita ahora más que nunca. Siempre fue incondicional conmigo, ha perdido trabajos por estar a mi lado. Hoy me toca acompañarla, está con unos problemitas de salud. Si me voy, se muere. Mi hermana ya vive afuera... Pero sí, sueño con irme a España. Acá ya está. Allá podría empezar de cero y eso me ilusiona. Ya llegará el momento, por ahora me toca estar. Ir y venir.
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