El 30 de diciembre de 2004, Paula Gorgazzi fue a ver el recital de Callejeros con su novio, Juan Ignacio Lanatta Dieguez. En primera persona, cuenta cómo la tragedia, que dejó 194 muertos y más de 1400 heridos, partió su vida en mil pedazos
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“¡Gorda, aguantá! ¡Aguantá!”, son últimas palabras que Paula Gorgazzi (37) recuerda de Juan Ignacio “Nacho” Lanatta Dieguez, su novio de la adolescencia, que perdió abruptamente la noche de la tragedia de Cromañón. Reconoce, con la voz entrecortada, que aunque pasaron 17 años, un extenso juicio y que narró su historia decenas de veces, aún duele. Aquella noche, la vida de Paula se rompió en mil pedazos. “Nosotros teníamos una relación de complicidad y de hacer todo juntos. Éramos muy compañeros, al punto tal que él tenía un turno en el médico y yo lo acompañaba. Él fue mi primer gran amor”, dice mientras toca su muñeca izquierda donde lleva su nombre tatuado a modo de homenaje.
El incendio del boliche de Once, República de Cromañón, ocurrido el 30 de diciembre de 2004, durante un recital de Callejeros, la banda liderada por Patricio Fontanet, marcó un antes y un después en la historia del rock nacional y en las vidas de las 194 víctimas fatales y de las más de 1400 personas que resultaron heridas. También expuso, de la forma más cruel, las falencias del sistema de seguridad y llevó a la destitución del entonces jefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra, junto con la condena judicial de músicos, productores y funcionarios.
“Nacho tenía carisma, era muy simpático”
“Cuando nos conocimos, Nacho iba al colegio Calasanz y yo al Marianista. Éramos los dos de Caballito. Lo conocí en un Mac Donald´s al que iba con mis amigas los fines de semana, después de la matinée. Él tenía mucho carisma, era muy simpático, un personaje. Me acuerdo que iba por todas las mesas pidiendo papas fritas y como a mí me gustaba comer solo la hamburguesa, un día se las regalé y nos quedamos hablando. Desde ese momento nos hicimos amigos y usábamos el ICQ para hablar”, recuerda Paula, sobre el inicio de su relación, a finales de los 90.
“Primero fuimos muy amigos y después nos pusimos de novios. Estuvimos juntos casi tres años, hasta que pasó lo peor”, dice. Cuando terminó el secundario, Paula eligió seguir la carrera de Diseño de Indumentaria en la Universidad de Palermo, mientras que Nacho estudió Periodismo Deportivo en el Instituto Superior ISPED, en Caseros. “Le encantaba el deporte y trabajaba en la campaña de All Boys. Me acuerdo que iba con un grabador a los partidos de la B y los relataba, de esa forma practicaba. Me los hacía escuchar y me preguntaba si me gustaba”.
-¿A los dos les gustaba el rock?
-Éramos del palo del rock, en esa época teníamos el flequillo “rollinga” y las zapatillas. Seguíamos mucho ese tipo de bandas: Viejas Locas, Intoxicados, Los Piojos... A Callejeros los conocimos en el Museo Rock, que estaba en Caballito. Ahí fue donde empezó a sonar la banda y nos enganchamos. No eran tan conocidos y habíamos ido a varios recitales de ellos. Lo paradójico es que una vez fuimos a un recital al aire libre y me desmayé porque me bajó la presión, no podía respirar de la cantidad de humo que había, pero enseguida me sentí bien. Pero nunca se nos ocurrió que podía pasar lo que sucedió.
-¿Cualquier persona del público llevaba bengalas a los recitales de Callejeros?
-Nosotros no, no nos metíamos en eso, pero hemos visto que cualquier persona llevaba bengalas... Pero el día de Cromañón fue distinto.
“Vimos como bajaban las bengalas del VIP”
“Son las cosas del destino”, dice Paula con pena. Callejeros había programado una trilogía de shows para finales de diciembre de 2004 y ella insistía con ir otro día. Sin embargo, acató la decisión de la mayoría y compró su ticket para el concierto que se presentaba como “Rocanroles sin destino”, el del 30 de diciembre.
“Nos encontramos temprano. Serían las cuatro de la tarde. Yo había pasado a buscar a mis amigas, que eran todas del barrio. De ahí nos fuimos caminando hasta la casa de Nacho y nos tomamos el colectivo para ir a Cromañón. Llegamos y como aún no estaba habilitada la entrada, paramos en la esquina y nos comimos unas papas fritas mientras esperábamos. A las 19 decidimos entrar. Hacía mucho calor, pero como conocíamos el ambiente dijimos ‘aprovechemos que no llegó nadie aún y vayamos arriba, que es más tranquilo’, por el tema del humo de las bengalas”, dice.
-¿Notaron algo inusual?
-Lo único distinto y que nos llamó la atención es que nunca nos habían revisado tanto como esa vez. En todos los lugares te cachean, pero esa vez nos hicieron sacar hasta las zapatillas y no te dejaban entrar con nada, al menos a nosotros que éramos ‘el hijo del vecino’, al resto no sé. Siempre nos preguntamos: ‘¿Cómo entraron las bengalas, si a nosotros nos revisaron hasta las plantillas?’
Paula recuerda que ella, Nacho y cinco amigos -iban a ser ocho, pero uno se quedó en su casa porque se había lesionado jugando al fútbol- se ubicaron en el primer piso, frente al VIP, donde estaban los familiares de los músicos de la banda. “Estábamos parados ahí. Nacho estaba detrás mío y a su lado estaban Cacu, Chaca, Flor, Mariano y su novia. De ahí sí vimos que bajaron bengalas. No puedo decir que todas, pero sí que eran muchas”, añade.
El inicio del recital estaba demorado y el público comenzó a impacientarse. “Primero tocó la banda Ojos Locos y después pusieron algunas canciones de La Renga. La gente se descontroló. Tiraban bengalas y ‘tres tiros’ [bombas de estruendo que se disparan desde un tubo de cartón]. Salió [Omar] Chabán a insultar. ‘Déjense de joder que nos vamos a morir todos como en el shopping de Paraguay’, decía. Y logró lo opuesto, porque la gente en lugar de calmarse se descontroló aún más. Entonces, para apaciguar, salió el cantante, Patricio Fontanet, y arrancó a cantar Rocanroles sin destino. No me acuerdo la letra de la canción porque la borré de mi mente. No la quise volver a escuchar nunca más”, cuenta Paula.
“Lo único que veíamos era el fuego”
-¿Qué pasó cuando Fontanet comenzó a cantar?
-Él cantó tres líneas de la canción y alguien del público tiró una candela. El techo se iluminó y se hizo un fogón. Me acuerdo que yo grité “¡No!” y vi las caras de los que tenía al lado. Al instante, se cortó la música y se apagaron todas las luces. Quedamos a oscuras, lo único que veíamos era el fuego. Los pocos que tenían celulares los prendieron para iluminar. Ahí me acordé de mi mamá que antes de salir me había dicho que lleve su teléfono y yo le dije que no, que después la llamaba de uno público.
-Una situación desesperante.
-Sí. Ahí empezó el caos. La gente gritaba y corría. Había muchos niños. Yo tengo grabada la imagen de una nena muy chiquitita que estaba con la mamá cerca del baño. En ese momento nos separamos todos, menos Nacho y yo que estuvimos siempre juntos. Quisimos correr para el lado de los baños, pero estaba colapsado. Mi mejor amiga terminó en el baño, ella quiso mojarse la cara con agua y no había. Después, me contó que en un momento del calor que hacía pensó en mojarse la cara con el inodoro. Nosotros quisimos ir para el baño, pero estaba todo colapsado y retrocedimos. Fuimos a la escalera y justo se cae la media sombra que estaba ardiendo en el techo y no podíamos bajar. Retrocedimos y volvimos al mismo lugar. Nacho siempre iba detrás de mío, me agarraba de atrás. En un momento, le dije que me estaba ahogando, que ya no podía respirar y me acordé de eso que te enseñan en el colegio, que el aire caliente sube, entonces me acosté en el piso con las manos en la cara, boca arriba mirándolo a él que estaba parado y me decía “¡Gorda, aguantá! ¡Aguantá!” Todo el tiempo me pedía que aguante y yo le decía “perdón, no aguanto más”... y esa fue la última imagen que tengo de él, parado en mis pies, agarrándome las piernas, diciéndome que ‘aguante’. Ahí me desmayé y después me desperté en el hospital. Estaba mi papá.
-¿Cómo se enteraron tus padres de lo que había pasado?
-Por una pareja de nuestro grupo, con los que estábamos arriba, que pudo escapar. A diferencia de nosotros, ellos les pasó al revés, el chico le dijo a la novia: “Despidámonos porque hasta acá llegamos” y la chica lo cacheteó y le dijo: “¡No! Tenemos que salir de acá”. Bajaron y lograron salir. Cuando lo hicieron, estaban en shock, todos negros del humo, pararon un taxi y fueron a la casa de la chica y contaron lo que había pasado. Gracias a ellos nuestros padres se enteraron lo que estaba pasando, que estábamos en el primer piso. Mi papá y el de Nacho, lo primero que hicieron fue ir a Cromañón. El papá de Nacho entró hasta donde pudo. Al mío directamente no lo dejaron entrar y le dijeron: “Sacamos a los de abajo y muchos ya están muertos, imagínese que los de arriba ya están todos muertos”. Fue terrible para ellos. Mis viejos empezaron a ir a todos los hospitales. Mi mamá iba con una estampita de la Medalla Milagrosa, ellos son muy creyentes. En los hospitales, lo único que les ofrecían era la lista de fallecidos y mi mamá se enojaba y decía: ‘¡Yo no voy a buscar a los vivos entre los muertos!’. Recorrieron todos los hospitales sin encontrarnos. Ya no sabían qué hacer hasta que escucharon por radio que el último hospital que se había abierto para recibir a la gente era el Argerich... Y ahí estaba yo. Llegaron alrededor de las tres de la madrugada. Luego, me trasladaron a la Clínica del Sol. Tenía quemadas las vías respiratorias.
-¿Qué le sucedió a Nacho?
-Nos encontraron juntos, pero él murió ahí. Lo único que hizo fue tratar de que yo aguante. No se despegó de mí ni un segundo. Los padres de Nacho tuvieron una suerte distinta a los míos, ellos tuvieron que ir a reconocer un cuerpo porque él falleció en el boliche, lo sacaron con un paro cardiorrespiratorio.
Luego de la tragedia, Paula estuvo casi mes internada y le dieron el alta en el momento que le contaron lo que había sucedido con su novio. “Una psicóloga del hospital les prohibió a mis papás contarme lo que había pasado porque me iba a dejar morir. ‘Si se llega a enterar, no sale’, les decía. Yo preguntaba por él, lo hacía con gestos porque tenía un tubo puesto en la boca. Me acuerdo que una vez vino una amiga y yo le pregunté y ella no decía nada. Ahí me puse loca. En el hospital, entre que no entendés bien qué pasa, sumado a que te sedan, había momentos en los que pensaba ‘Nacho se olvidó de mi’”.
-¿Qué sentiste cuándo te contaron una noticia tan dolorosa?
-Cuando me recuperé un poco, me pasaron a una sala común. Estaba sentada en un sillón y habían ido mis amigas a visitarme. Me acuerdo que mi papá con la psicóloga entraron a la habitación y él se sentó a mi lado y la psicóloga se quedó parada y me dijo: ‘Bueno Paula vos querías saber. Te traigo noticias, pero no son muy alentadoras’. Nunca me imaginé lo que me iba a decir. Creo que es lo último que uno se imagina. Y ahí me habló mi papá. ‘Paula vos saliste y aguantaste porque él te lo pidió, pero él no pudo hacerlo’. Y ahí se me vino el mundo abajo... Fue terrible. Perdón, pero 17 años después aún duele [se entrecorta la voz e intenta contener las lágrimas].
En ese momento me agarró mucha bronca. Mis amigas me trataron de contener, pero yo no quería ver a nadie. Tenía una sensación de que me habían engañado, mentido y que a él lo habían matado. Obviamente que después entendés que lo habían hecho porque yo estaba muy grave y me estaban protegiendo. A la única que quise ver es a la hermana de Nacho, Florencia. Era lo más cercano que yo tenía a él. Hasta hoy mantengo relación con su familia. La mamá de Nacho, Rosa, es para mí como una segunda mamá. Nos acompañamos mucho y ella siempre dice que la vida le sacó a un hijo, pero ese hijo le regaló una hija. Somos muy unidas.
-Algunos sobrevivientes de Cromañón no pudieron sobreponerse a lo que sucedió esa noche y se quitaron la vida. ¿En algún momento se te cruzó esa idea?
-Obviamente que se te cruza. No tenés ganas de salir, no tenés ganas de hacer un montón de cosas, de volver a empezar y encima no podía estar con mucha gente, tenía que salir acompañada porque me podía ahogar en la esquina, siempre con un “puff” en la cartera. Pero siempre pensé mucho en mis papás, en mi gente. El dolor de Rosa, lo padecí a su lado. Me puse en el lugar de ella y pensé en mis padres y no les podía hacer pasar por ese dolor.
“Con el juicio solo cerré una etapa”
Paula siente que desde aquella noche no volvió a ser la misma. “Te queda eso de cuando entras a un shopping o un cine, mirar dónde está la salida de emergencia. No lo podés evitar, lo hacés automáticamente. También me pasó que una vez se armó alboroto en el subte porque a una chica la había agarrado la puerta y me desmayé porque me vino el recuerdo de Cromañón. Otro día, en la oficina, antes de que suene la alarma, bajé 17 pisos por las escaleras para avisarle al de seguridad que unos cables habían hecho cortocircuito y había humo. Es claro que me quedó esa secuela, de disparar cuando hay peligro. También ahora busco disfrutar el presente. Con Nacho planificábamos hasta los nombres de nuestros hijos pero después de Cromañón vivo el día a día porque no sabes que puede suceder”, dice.
-¿Aún pensás en él?
-Siempre, es la historia que llevás con vos y es parte de tu vida. Tengo un tatuaje con su nombre, me lo hice en el 2005, cuando me recuperé. También llevo el anillo que él me dio y en mi billetera tengo su foto que me acompaña a todos lados junto con la estampita con la que mi mamá me salió a buscar esa noche. Con el tiempo tratás de rescatar lo positivo y te quedás con las anécdotas graciosas. También le agradezco por poder disfrutar de su familia.
-¿El resultado del juicio te trajo algo de paz?
-No. El juicio fue una vergüenza. Al día de hoy, 17 años después, algunos no tienen el juicio cerrado, entre ellos los papás de Nacho y mi mejor amiga. A mí se me cerró el juicio a principio de este año. No hay que imaginar que uno se vuelve millonario porque te pagan dos mangos. Con lo que me dieron pagué deudas y nada más. La sensación que tuve después de tanto tiempo es que fue un manoseo constante porque recién después de 12 años me llamaron para hacer una pericia psicológica y física. Una de las pericias que nos mandaron a hacer era en un subsuelo, como un sótano. Muchos no podían hacerla porque quedaron con problemas psicológicos graves. De Chabán tuvimos que desistir semanas antes de que se muera… el que pagó y se hizo cargo fue el Gobierno. El juicio no me dio alegría ni satisfacción, solo cerré una etapa. Me quedó esa sensación de ‘¿Y qué hago con esto?’ Yo no sé qué hubiese pasado con mi relación con Nacho, si hubiese seguido o no, pero sí sé que hubiese preferido que él este con vida antes que cobrar un juicio. Nada te lo devuelve.
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