Un reducto que guarda historias de Juan Manuel de Rosas incluye una estancia donde aró campos y caminó su arboleda
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Una de las coincidencias en la historia nacional es la de haber perdido mucho del patrimonio de aquellas figuras que escribieron las páginas de los sucesos hasta hoy. De hecho, de Juan Manuel de Rosas, ex gobernador de Buenos Aires por décadas, quien se caracterizó por tener diferentes propiedades en el país, se conservan pocos rastros. Aunque alguna pieza única puede buscarse cerca de la Capital, apenas a unos 120 km. De Capital.
Tal como ocurrió con San Antonio de Areco y con Chascomús, San Miguel del Monte también fue parte de una de las primeras líneas de frontera establecidas sobre fines del siglo XVIII entre Buenos Aires y los malones. Esa es una de las razones por las cuales se ha convertido en una de las ciudades más antiguas de la provincia.
El pueblo preserva algunas fachadas antiguas, casas de la época colonial y un mangrullo que permitía tomar altura para otear el horizonte y anticipar la llegada de malones. En aquellos orígenes, Rosas a cargo de las huestes de la Confederación Argentina entre 1835 y 1861, impulsó el armado de una milicia de gauchos y peones de campo llamada “los colorados de Monte”, cuyo objetivo principal era combatir a los indígenas y cuatreros en la zona pampeana, pero también tuvieron un papel crucial en las batallas más importantes de la historia argentina hasta 1852, cuando es derrocada junto con su creador en la batalla de Caseros.
Las propiedades de Rosas
En San Miguel del Monte se encontraban una serie de propiedades pertenecientes a Rosas. Una de las historias que llega a nuestros días es la de su rancho rosa que se cobijaba en la estancia “Los Cerrillos”. Allí, además de tener su estancia, trabajó las tierras. Por años desde esa casa administró un centro ganadero y agrícola que llegó a tener 60 arados. Años más tarde de su muerte en 1877 la familia Bemberg adquirió la totalidad de la estancia, hasta que en 1987 decidieron donar el rancho original del caudillo a la ciudad. Para el traslado montaron el Rancho de Rosas de 140 toneladas en un carretón especialmente preparado con 120 ruedas hidráulicas. Hoy puede visitarse en el centro de San Miguel del Monte.
Pero otro reducto guarece las pisadas del federal. La Bandada formó parte antiguamente de la “Estancia Rosario” que fuera de la familia Dorna y por años estuvo en manos de Juan Manuel de Rosas. Con los años, como muchas de las grandes estancias, las propiedades se fueron sub dividiendo, pero allí se guarece aún el parque con árboles centenarios que fueron testigos de la historia de ese tiempo.
La casa de La bandada fue construida en el siglo XIX con estilo colonial, de sencilla elegancia. En 2017 fue renovada manteniendo el estilo antiguo tradicional y su atmósfera intacta. Tiene espacios agradables y amplios, que invitan a descansar y a la lectura. Anchas galerías mantienen la casa fresca, y son un lugar perfecto para ver pasar la tarde, dedicarse a la lectura o desafiarse con el tradicional juego del sapo.
La casa principal está enmarcada por una magnífica arboleda, donde se destacan inmensos plátanos, álamos, pinos y ginkgo-bilobas, cuyo intenso color amarillo se destaca en otoño. Allí se guarecen las historias de ese tiempo. Caminando por ese espacio se recuperan las miradas que las figuras históricas de la época colonial tuvieron de la pampa nacional.
“Desde las ventanas de La Bandada -relata Grace Lopez, a cargo de la estancia- se disfruta del ambiente del campo. Desde el olor de los jazmines que trepan por las columnas de las galerías, hasta el trino de las aves, un caballo relincha a lo lejos, y la vista se pierde”.
Una escapada al pasado y al presente
San Miguel del Monte cumple la regla del entramado de la mayoría de las ciudades argentinas con una plaza principal, donde se encuentra la iglesia colonial de 1892. Los domingos, desde las diferentes estancias, se acercan los feligreses a misa. El pueblo se recuesta sobre una gran laguna, hábitat de gran diversidad de aves. Y dispersos en las pocas cuadras que conforman el pueblo, se pueden encontrar buenos artículos de campo como alpargatas y bombachas de campo.
Monte, como le dicen los locales, es una de las zonas de Argentina donde más se practica el polo. Gran parte de los campos tienen cancha y se localizan haras, dedicados a la cría de caballos de polo, otros dedicados a la enseñanza del juego escuelas, los mismos sitios donde han entrenado y jugado grandes figuras del deporte nacional argentino.
La Bandada fue casa de una familia construida a mediado de los 70, con la habitación del patrón, la de huéspedes y dos departamentos para sus hijos. Desprendida de la estancia original, como en todas las estancias al subdividirse se les pone un nombre, en esta caso fue la Candelaria del Monte. Luego en 2018 cada vez más cercanos a la naturaleza, se cambió el nombre a La Bandada haciendo mención a las bandadas de patos que van surcando el cielo en forma de V. Mantiene su estilo de casa familiar, pero ahora cada habitación lleva el nombre de un ave y se sumó una suite.
La casa recibe sobre todo a extranjeros, amantes de la naturaleza, “al estar a solo 80 km de Ezeiza -relata Grace-, muchos comienzan su viaje llegando a Ezeiza y partiendo directo al campo y ya desde el avión disfrutan del campo argentino. Al principio o al final del viaje es ideal una escala en La Bandada. Desde la pandemia también recibimos mucho público argentino buscando aire libre, puro, verde que desde entonces se sostiene. La demanda se basa en la búsqueda de la calidez de una casa de campo, con buena comida y aire rural. La gente se va con ganas de volver.
Los paisajes en cada época ofrecen una paleta de colores diferente. En otoño plátanos añejos, dejan caer sus hojas. Colchones de hojas van corriendo con el viento por el césped. EL ginkgo biloba, se destaca por su fuerte color amarillo. Se disfruta el afuera para luego, cuando comienza a caer el rocío, acurrucarse en la chimenea que espera en el living.
Los días cortos del invierno permiten disfrutar más de los interiores de la casa “leer, mirar libros de fotografía, contemplar el fuego. Estar afuera también es atractivo en esta época de cielos azules límpidos y temperaturas bajas que permiten actividades sobre la hora del mediodía y las primeras de la tarde bajo el sol tibio de la temporada. La huerta sorprende porque siempre hay algo en producción, aún en invierno”, relata Grace.
El despertar de la primavera es una explosión de verdes y el verano apacible, ideal para una siesta escuchando de lejos la torcaza, tan típica del campo argentino. Días largos para aprovechar mucho del afuera, y dedicarle tiempo a la pileta que es bien amplia y tiene linda vista al parque en las horas de más calor, copiando la mirada en el horizonte, con el mate en la mano. Como debe haber hecho Rosas.
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