María Teresa Corradini de Barbera era adolescente cuando se embarcó en Porto Di Génova con su madre y hermanos. En la Argentina se dedicó de lleno a la cocina impulsando a una decena de restaurantes italianos, algunos de los cuales hoy prolongan sus descendientes.
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-¡Nonna, no llores! ¡Nos vamos a América! ¡Por fin…!
María Teresa (87) se asomaba por la ventanilla del vagón mientras la locomotora apuraba la marcha. La estación del ferrocarril de Citanova Marche, sobre el Mar Adriático, en Italia, estaba repleta de gente. La “nonna” Adelina era un mar de lágrimas: su hija Fernanda y sus nietos Giuseppe, Angelo, María Teresa y Gabriella, partían a Porto Di Génova para emprender, desde allí, la travesía hacia la Tierra Prometida.
Recién había cumplido 14 y sabía muy bien lo que era la guerra, por eso aquel día la invadía una felicidad que todavía recuerda con nitidez. Inteligente y sagaz como su madre, recorrió el Vapor Santa Cruz de punta a punta.
“Recuerdo el ruido del barco y todos los pañuelos blancos que se mecían. En lo alto del buque nos quedamos quietos hasta que desaparecieron de la costa. Recién allí, en medio del océano, tomamos conciencia de cuán lejos estaba América. La primera parada fue en Río de Janeiro, donde quedamos impresionados con sus luces y sus calles inmensas. En medio de un paseo rápido, Angelo, mi hermano menor, un amante de la trompeta que deleitaba a los pasajeros con su música, empezó a sufrir un fuerte dolor que le impedía caminar. Yo le reprochaba: ‘¿Justo ahora que estamos por llegar a América estás llorando? ¿Qué te pasa?´”, relata hoy, casi 74 años después, la empresaria que supo sintetizar la gastronomía italiana en Mendoza creando, a partir del legado de Fernanda Torresi, más de una decena de restaurantes.
Desembarcaron en Buenos Aires el 2 de noviembre de 1948 bajo un sol radiante. “Angelo bajó en un ataúd. Murió de peritonitis en el barco. Todavía puedo ver a mi madre desahuciada, sola con su dolor, porque mi padre, Lucio Corradini, un músico y militar antifascista que había peleado en la guerra, se había quedado en Italia hasta finalizar los trámites de la jubilación. Hoy miro hacia atrás y esa es la fuerza de la vida, te la entregan los que se van. Yo también perdí dos hijos y el dolor es indescriptible pero fortalece. Depende de nosotros”, reflexiona.
En la ciudad de San Juan los esperaba su tío Renato, que había tenido que emigrar a la Argentina porque carecía de documento fascio y en ese período, sin ese papel no se conseguía trabajo en Italia. “Cuando ví su ´casucha’ me decepcioné. Empecé a buscar a mi hermano por todas partes, en el fondo creía que estaba escondido, que todo se trataba de una broma. Negaba la realidad. El choque cultural fue muy fuerte y con el agravante de haber perdido a Angelo”, relata.
Pero su madre resurgió entre las cenizas y empezó a cocinar para una pensión donde solían acudir empleados de un banco. Teresa fue incursionando por obligación, porque la cocina no era lo suyo.
“En Italia había hecho un curso de peluquería y mi madre estaba ilusionada con que trabajara, pero mi primera y única clienta fue un fracaso, le hice un desastre, le quemé todo el pelo. La mujer nunca me dijo nada porque estaba enamorada de Giuseppe, mi hermano mayor”, recuerda.
Mendoza se presentaba como una provincia con más oportunidades que San Juan y con gran cantidad de inmigrantes italianos. Hacia allí se dirigieron cuando desembarcó su padre.
“El obispo nos prestó dinero porque estábamos recomendados y compramos una pensión donde vivíamos. Además, ofrecíamos a los visitantes comida italiana. Inmediatamente comenzaron a hacerse famosas las recetas caseras de mi madre, algunas propias de los puertos de Italia, como la cazuela de mariscos y todo tipo de pescados. Cada vez había más clientela y me puse a trabajar codo a codo con ella. El público solía decir: ‘Si querés comer bien andá a lo de la marchigiana’, ya que proveníamos de Le Marche”, rememora.
Aquel primer salón, “La Marchigiana”, donde aún hoy se emplaza en calle Patricias Mendocinas 1550, fue la base de una serie de locales que continúa en pie con la tradición gastronómica de hijos y nietos. Ya son cuatro generaciones dedicadas a la cocina.
Teresa supo conocer allí los secretos de la cocina y vio a su madre luchar y salir adelante. “Era una mujer increíble que estaba atenta a todo, una visionaria que se enojaba cuando el plato regresaba sin terminar a la cocina. También tuvo buen ojo cuando observó a un cliente que luego fue mi marido, Francesco Barbera. Me dijo: ´Atendelo vos que es un italiano’. Yo creía que era criollo, por el color de la tez, pero al final tenía razón, era un siciliano que trabajaba revistiendo de mármol el Correo Central”, continúa.
Se casaron en 1954 en la iglesia San Nicolás de la ciudad de Mendoza. Seis de sus siete hijos (Santina, Beatriz, María Luisa, Fernando, Joaquín y Angelo) nacieron en “La Marchigiana”, que seguía siendo el hogar familiar. La lista se completó con Bernardina, la menor. Los dos últimos hijos varones fallecieron en 1989 y 1994, respectivamente, y esos episodios marcaron un antes y un después en la vida de Teresa.
Después de aquel primer restaurante abrieron Vía Veneto; Vecchia Roma; La Strada del Sole; La Nonna Fernanda; Las Pastas; La Marchigiana Palmares; Italia Inn (en Reñaca, Chile); Francesco Ristorante, Gío Bar y La Rotonda, en el Parque San Martín. Hoy, además, sus nietos administran Il Bosco y Nipote.
“Con más de 70 años de experiencia en la cocina aprendí que la comida significa mucho más que saciar el apetito de los clientes. Un plato a la mesa implica satisfacción, familia, unidad y, sobre todo, alimento; alimento genuino como lo es la cocina mediterránea, con su mezcla de sabores de verduras, pastas, mariscos, pescados y el infaltable aceite de oliva que ha caracterizado durante más de medio siglo a nuestros restaurantes”, cuenta.
“A esto se le suma la difícil tarea de profesionalizar a tantos equipos responsables de cada uno de ellos, desde empleados principiantes a los más avezados. Cuando ingresan para lavar platos les aconsejo que aprendas, que salgan pronto de allí. Respeto todos los empleos, pero cuando pasan varios meses lavando les digo: ´Vení para acá, aprendé otra cosa, avanzá, tenés capacidad´. Es que el mundo de la cocina es infinito…”.
Las campanadas de su pueblo y el recuerdo de la guerra
-Después de tantos años en esta tierra, ¿se siente una mendocina más?
-Esta provincia me abrió las puertas y me dio las bases para fundar a mi familia mendocina con raíces italianas. Pero con Franco, así llamo a mi esposo, que hoy tiene 94 años y está muy débil, jamás quisimos perder el acento italiano. Hablamos y cantamos en nuestro idioma, las campanadas de mi pueblo siguen intactas en mi corazón aunque hace más de 20 años que no vuelvo a Italia. Mis tías tejiendo a la tarde, mi casa natal, la guerra tan dolorosa, mi padre gritando contra el fascismo… eso nunca se olvida.
-En varias ocasiones escribió numerosas cartas contra este gobierno y muchas de ellas se han viralizado. Incluso en 2001 no dejaba ingresar a los políticos a su restaurante. ¿Por qué se expuso de ese modo?
-No es una cuestión política solamente, sino que me apena el hambre que sufren los niños en un país tan rico y también los jóvenes que solo piensan en emigrar. Nueve de mis 19 nietos están fuera de la Argentina y me parte el corazón, porque a mí este país me dio todo, me abrió las puertas de par en par. Sé lo que es vivir momentos desgarradores y estoy convencida de que se siembra sobre el amor, no sobre las divisiones ¡Unámonos con criterio y salgamos adelante! Es todo lo que deseo. Mérito, estudio, sacrificio y trabajo, sin eso no saldremos a flote.
-¿Cómo ve a la Argentina?
-En medio de una guerra que me recuerda a la que yo misma viví entre los 6 y los 11 años en Italia. Una guerra interna que es consecuencia del odio, la hipocresía y la falta de civilización. Lamento profundamente la poca humildad del gobierno, que no acepta la derrota. Los países que se han enriquecido siempre se han mostrado unidos, hay que imitarlos.
-¿Qué escribe y por qué?
-Porque me desahogo. Mi hijo Fernando suele decirme que estoy loca, pero siento que somos la vergüenza del mundo y tengo que expresarlo. No se saben aprovechar las cabezas que piensan. Una de mis nietas, Julieta, este año me ayudó a escribir algo en la computadora luego de que el presidente de la Nación subestimara el mérito. Me dijo: “Nonna, es demasiado. Y yo le decía ‘Ma, no, vos ponelo así como yo te digo’”. Nunca pensé que aquellas palabras iban a tener tanta repercusión en los medios. Me angustia saber que mis nietos tienen en sus locales gastronómicos un total de 175 empleados en blanco, paguen los sueldos religiosamente los 5 de cada mes y se los castigue invariablemente. Solo sobreviven, yo misma los veo resistir.
-¿Está en paz?
-Claro que sí. He vivido una vida plena y mi conciencia está en paz. No me hago la heroica, pero el último Día de la Madre estuve solamente con mi esposo, una nieta y dos bisnietos. El resto estaba trabajando o celebrando junto a sus hijos. Dije: “Señor mío, gracias. Gracias por esta paz, por esta familia. Lo tengo todo”.