Son apenas 560 km de la Pacific Coast Highway, la escénica autopista que conecta San Francisco con Los Ángeles. Un trayecto glorioso entre el mar azul y las montañas boscosas que, si bien puede hacerse en un día, merece varios altos.
Por momentos, la ruta pasa pegada a la montaña, rodéandola, con el mar ahí nomás. En otros pasajes, tajea bosques altivos. Vamos de norte a sur, de San Francisco a Los Ángeles. Bajamos la ventanilla para sentir la brisa oceánica, salada, en la cara.
La 1 es una ruta estatal, sin peajes, que alcanza el pico máximo de belleza en las 90 millas (144 km) que unen la zona de Big Sur con la región de San Luis Obispo. Más al norte de este tramo pasa por Carmel by the Sea, Monterrey y Santa Cruz; y hacia el sur, por Santa Bárbara y Ventura.
Santa Cruz
La primera perlita está a 100 km de San Francisco. Es una ciudad de pinceladas vintage. Nos sumergimos en el Beach Boardwalk, el parque de diversiones más antiguo de los Estados Unidos. Desde 1907 se ubica en Santa Cruz Pier, al borde de la anchísima playa principal.
Nos sentimos protagonistas de una película de los años 50, entre puestos de comida rápida que venden frituras de todo tipo –alcauciles, hongos, zapallitos, papas–, unas 30 atracciones centenarias y filas de puestos retro de kermese, flanquedados por enormes osos de peluche que se irán como premios para los más habilidosos o los más suertudos. Hay música de carrusel, parejas que comparten enormes copos de azúcar, olor a pochoclo y gritos estridentes que provienen de la Giant Dipper, una montaña rusa de madera que divierte a chicos y grandes desde 1924. Niños de distintas razas dan vueltas en una calesita de 1911, con caballos con pelo de verdad. Y las canastitas del funicular Sky Glider –que vuelan y avanzan con lentitud, paralelas al mar– se ven como coloridos farolitos chinos.
Aparte del Beach Bordwalk, Santa Cruz se enrogullece de su Surf Museumy de un sitio de lo más curioso llamado Mistery Spot: en la ladera de una colina, en 1940 se construyó una cabaña en la que la ley de gravedad está inexplicablemente desafiada. Los objetos ruedan cuesta arriba, las personas paradas aparecen inclinadas y hasta pueden caminar por las paredes.
Avanzamos por la ruta bordeando la Bahía de Monterrey y nos adentramos para visitar Castrovile, pueblito rural que fue testigo de los comienzos de Marilyn Monroe: en 1948 la rubia fue elegida aquí Reina del Alcaucil. Marilyn se fue, pero los cultivos del vegetal cuidados por agricultores de overol, aún se ven. Nos sacamos una selfie junto al monumento local: el gigantesco alcaucil de fibra de vidrio del restaurante The Giant Artichoke.
Monterrey
Está en el extremo sur de la bahía, muy visitada por su atracción principal: el Acuario de la Bahía de Monterey, que ocupa instalaciones de una antigua empacadora de sardinas en Cannery Road, la calle favorita del escritor John Steinbeck. La estructura de madera fue alguna vez el Pacific Biological Laboratory, lugar de trabajo del biólogo marino y ecologista Ed Ricketts, quien inspiró a Steinbeck a crear unos de sus personajes más conocidos: Doc Ricketts. Volviendo al acuario, éste tiene más de 35.000 animales y, a pesar de la imponencia de las mantarrayas, los tiburones y las medusas, la nutria californiana es la especie más carismática, la preferida de los niños.
A continuación ingresamos a la famosa 17 Mile Drive, un tramo privado de la carretera de unos 27 km, que se adentra en la península de Monterey y en el verdísimo Del Monte Forest, un bosque con arándanos y cirpreses nativos. Vale la pena el pago para recorrerla: es un camino boscoso que sube y baja, con extraordinarias vistas del océano y que además atraviesa Pebble Beach, uno de los barrios más caros del país, con mansiones y exclusivos clubes de golf donde se jugaron cinco Campeonatos U.S. Open.
Carmel
A la salida de la 17 Mile Drive ya estamos en esta preciosa y tranquila localidad que podría definirse como pueblo boutique, un Cariló del Primer Mundo que tuvo como alcalde al vecino Clint Eastwood, actual propietario del Hotel Mission Ranch.
Ciudad dog friendly (la actriz Doris Day fue la primera propietaria de hotel que implementó la política del alojamiento con mascotas), es común ver carameleras con golosinas para perros en los lobbys y, en actitud más evidente, elegantes señoras que pasean en coquetos cochecitos de bebé a sus cachorros de bulldog francés.
Carmel se jacta de no tener direcciones, apenas nombres de calles: hay un correo central que recibe las cartas de todos. Tampoco hay parquímetros ni luces de neón. En Ocean Avenue, la calle principal, se suceden las galerías de arte, primorosos negocios de artesanía chic, como All About The Chocolate –una tienda museo con chocolatines y productos de cacao de todo el mundo–, o Lush, de jabones hechos a mano que lucen como obras de arte contemporáneo. El reloj de la calle es Rolex. Nos alojamos en una de sus acogedoras posadas, Coachman’s Inn, pero antes nos prendemos en la Wine Walk, una recorrida autoguiada para catar vinos californianos en algunos de los 15 tasting rooms de los restaurantes de Carmel.
Visitamos la cercana Reserva Estatal de Point Lobos, una especie de 17 Mile Drive, pero en lugar de mansiones y canchas de golf junto al Pacífico, aquí hay 300 especies de plantas y más de 250 especies de aves y animales. Tiene varias sendas peatonales que atraviesan bosques de cipreses de Monterrey y conducen al avistaje de lobos marinos californianos, nutrias marinas y ballenas grises. Las vistas panorámicas del océano son bellísimas.
Big Sur
Región poco habitada que se extiende desde el río Carmel hasta San Luis Obispo, son 144 km de acantilados, océano y cielo, la geografía californiana que cautivó a escritores, músicos, actores y bohemios que expresaron su fascinación a los cuatro vientos. El escritor neoyorquino Henry Miller, quien vivió aquí 18 años, dijo que fue en Big Sur fue donde aprendió a decir Amén por primeva vez.
Big Sur no se olvida de su ilustre residente: el Henry Miller Memorial Library, sobre la Highway 1, es un lugar imperdible para entrar en la sintonía bigsureña. Es una cabaña con parque que funciona como biblioteca, librería, café y centro de arte. Con buenas fotos y memorabilia de Henry Miller, pantalla al aire libre y mesa de ping pong. Jack Kerouac –el gurú de la generación beat- Hunter S.Thompson y Joan Baez son otros grandes nombres que enmarcaron su arte con este paisaje de película.
Bixby Bridge
En el camino se ven tres puentes históricos (de los años 30) que se elevan sobre profundos cañones. Bixby Bridge, el segundo que aparece, es un ícono, una especie de Golden Gate de Big Sur, la imagen más instagrameada de la Highway One. Fue finalizado en 1932 y tiene 79 metros de altura: es uno de los puentes más altos del mundo en su tipo.
Cada tanto detenemos el auto: hay miradores, playas a las que se puede bajar, entradas a varias reservas estatales con nombres de los primeros pobladores -como Pfeiffer- que están cerradas a veces, como ahora, por peligros de incendios. Por una escalera de madera bajamos a la hermosa y anchísima playa Garrapata, con arena clara, rocas y mar gélido de olas para surfers. Algunas otras paradas obligatorias: los miradores Vista Point, Hurricane Point; Point Sur y su faro de 1889, la reserva de elefantes marinos Piedras Blancas, los pueblos de San Simeon y Cambria y el mítico Nepenthe Café, ubicado en uno de mejores puntos panorámicos de Big Sur. El restaurante funciona desde 1946 y ocupa una gran casa de madera frente al Pacífico que compraron Orson Welles y Rita Hayworth a principios de los años 40.
San Luis Obispo
Es jueves, el día en el que se cierran nueve cuadras de la calle Higuera para montar el Farmers Market, feria de alimentos orgánicos que suma un escenario musical y puestos de comida de aquí y de allá (thai, mexicana, india, etc). Una fiesta callejera de aromas y sonidos que se extiende hasta la noche.
Nos alojamos en el Madonna Inn, hotel que desde 1958 ofrece una estética kitsch digna de ver. Son 138 habitaciones temáticas, todas distintas: uno puede pedir dormir en una caverna, toda de piedra o en una suite romántica, absolutamente rosa, entre decenas de propuestas insólitas. El hotel no es propiedad de la reina del pop, sino de Alex Madonna, un excéntrico millonario que fue socio de John Wayne.
La ciudad universitaria SLO –como abrevian el nombre los locales- parece un buen lugar para vivir: está en la mitad exacta del camino costero que une San Francisco con Los Ángeles, tiene un clima mediterráneo con 315 días de sol, está rodeada de hermosos paisajes naturales (con Morro Bay, el Gibraltar del Pacífico, a la cabeza) y produce muy buen vino que puede degustarse en encantadores barcitos.
A sus habitantes se los ve relajados y amables. Dos clásicos, muy distintos, del centro: la preservada Misión San Luis Obispo de Tolosa y el Bubblegum Alley, un asqueroso callejón lleno de chicles pegados. La ciudad es también la base para visitar el imperdible Castillo Hearst y las bodegas de vino del valle de Edna.
Santa Bárbara
La llamada Riviera Americana, a primera vista, parece de mayor legado arquitectónico del colonial español. A ambos costados de la animada avenida principal, State, se ven muchas antiguas construcciones blancas con techos de tejas, incuyendo un presidio que ahora aloja restaurantes y tiendas. Salimos a recorrer el Waterfront en bicicleta: un plácido paseo por una ciclovía que bordea la playa coronada por palmeras, pasa por el puerto y alcanza playas más lejanas y ventosas, donde los niños practican optimist.
Imposible no sumarse a la cata de buenos vinos que propone esta ciudad en el barrio de moda: Funkzone. Una buena idea es ir por la calle Anacapa: los bares están uno al lado del otro. Entramos a Babcock, wine bar de productores focalizados en el terruño de Santa Bárbara, y degustamos excelentes Pinot Noir y Chardonnay. Un food truck cercano vende langostinos prepradados de maneras creativas. Al atardecer, los bares de Funkzone se llenan de gente alegre y bronceada, con copa en mano. Cenamos tapas en un barcito de luz tenue sobre la calle State, que no puede más de cool: The Good Lion.
Ventura
Ciudad balnearia mucho más relajada que la distinguida Santa Bárbara, el 94% de sus 150 mil habitantes son locales. Además de lindas playas y vida tranquila, se enorgullece de ser el punto de partida para visitar el Parque Nacional Channel Islands, archipiélago de cinco islas concocido como la Galápagos norteamericana: es el hogar de 150 especies, entre ellas ballenas azules y jorobadas, delfines, focas, lobos y elefantes marinos. Tomamos un barco de Island Packers para navegar hasta la isla Santa Cruz, donde hacemos trekking y navegamos en kayaks atravesando rocas ahuecadas.
Otro atractivo es la Misión de San Buenaventura, que mantiene en un 90% la construcción original. Tiene un museo interesante en el que se exhiben campanas totalmente hechas en madera, únicas en el mundo, y artesanías de increíble factura hechas por la cultura chumash, que poblaron esta región durante 10.000 años.
El broche ideal es una panzada de fish and chips en el restaurante Andria´s, frente al Pacífico coronado de gaviotas y agitado por el viento.