El tiempo transcurrió acelerado a partir de la primera convocatoria y la ansiedad comenzó a crecer indomable. Habían pasado tantos años... Entre reuniones y preparativos, los meses se diluyeron hasta transformarse tan solo en días y horas hasta el arribo del encuentro tan anhelado. La gloriosa escuela por fin cumplía años.
Y en la mañana de semejante fecha memorable, justo cuando Alberto se disponía a partir hacia la institución para trabajar en los últimos detalles, notó que la ansiedad había cedido el paso para dejarle el protagonismo a una exquisita adrenalina. Colaborador desde la primera hora, trató de calmarse para poder disfrutar de la experiencia.
Al llegar observó a su alrededor. Lo sorprendió que, pese a la amplia difusión, fueron pocos los que se hicieron presentes para ayudar. Entró al recinto principal acompañado de una de sus más entrañables excompañeras con el objetivo de poner manos a la obra. Pero lo que lo rodeaba lo dejó absorto. Delante de sus ojos desfilaron los recuerdos desplegados en un museo escolar, y entonces su adrenalina se fusionó con una nostalgia que lo desprendió de aquel tiempo y espacio. Tan lejos había viajado, que no advirtió su presencia.
Un deja vu
Cuando levantó la vista se sorprendió al verla en la mitad del patio. Prisionero de su estupor, no lograba salir de su asombro, habían pasado cincuenta años desde la última vez que, anhelante, había buscado aunque sea una efímera atención de su mirada en algún recreo.
Entonces, en un súbito deja vu, revivió aquellos momentos lejanos de su niñez. Pudo verse parado allí, cuando sonaba la campana; observar cómo, presuroso, bajaba las escaleras para verla salir del aula que ocupaba aquel histórico quinto grado. Fascinado por su andar, estremecido por su sonrisa, ansiaba que sus ojos, al menos por un instante fugaz, se detuvieran en los suyos.
"Hola, ¿venís a ayudar?"
Su voz logró sacarlo de sus cavilaciones. En un balbuceo casi incomprensible logró contestarle a duras penas. Sin embargo, cuando ella le preguntó quién era, de sus labios se desprendió lo imprevisto para su propia racionalidad.
"Soy el Presidente de tu Club de Admiradores".
Al gesto de sorpresa, juntó una mirada pícara y encantadora, ella le agregó su incomparable sonrisa. Y Alberto, por supuesto, no pudo quitarle sus ojos de encima nunca más. Ni durante el tiempo que trabajaron juntos, colgando adornos y preparando mesas, ni cuando se detuvieron brevemente para recuperar el aliento. Sus manos se rozaron más de una vez generando miradas furtivas y un espontaneo rubor de mejillas encendidas.
El cielo con las manos
Con la llegada de la noche, siempre mágica y generadora de nuevas atmósferas, Alberto la esperó impaciente para decirle que siempre había sido, es y seguiría siendo la más bella. Ella, cálida y tierna, le dedicó sus atenciones cada vez que pudo escapar a los requerimientos de sus excompañeros de promoción.
De pronto, en un rapto de audacia, ella decidió invitarlo a bailar para obsequiarle aquello con lo que había soñado durante años: tocar el cielo con las manos. No se dijeron mucho, quizás sobraban las palabras. Parecía alcanzarles con lo que sentían en aquella comunión de silencios.
Inmerso en un torbellino de emociones intensas, Alberto entendió que estaba viviendo "El" momento. Su diosa de ensueño, aquella que entronizó en su niñez, había bajado del pedestal para que él pudiera apreciar su excelsa calidad humana.
Y no pudo menos que adorarla.
Vuelta a la tierra
Finalmente, cuando todo terminó se despidieron en la esquina de la escuela, junto a la vieja cabina de teléfono. Lo hicieron robándose un beso. Uno cargado con la desesperación de aquellos que saben que deben volver a las historias de sus mundos ordinarios.
Pero lo hicieron con la certeza de que vivieron algo único, sublime e inolvidable. Un conmovedor mazazo al corazón que les regaló la vida en esa noche mágica en que volvieron al cole, a festejar su aniversario.
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