Aldo Pedro Poy hoy es concejal. Pero su gol de palomita se convirtió en “un vuelo eterno” que se repite cada 19 de diciembre en todo el mundo
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Un rito es un acto religioso repetido invariablemente con arreglo a normas prescriptas, dice la aragonesa María Moliner en su Diccionario del Uso del Español. Y para el filósofo coreano Byung-Chul Han, se trata de acciones simbólicas que transmiten y representan aquellos valores y órdenes que mantienen cohesionada una comunidad. Aunque el nacido en Seúl también alerta: Ojo, están desapareciendo.
Todas las sociedades tienen los suyos y muchos de ellos resultan extraños cuando se los observa desde “afuera”: comer doce uvas en Año Nuevo, quemar muñecos en fogatas, tirar monedas a una fuente, romper platos o una copa de vidrio en las bodas, brindar mirándose a los ojos, comer usando solo la mano derecha… En la Argentina, más precisamente en Rosario, existe uno que se repite cada 19 de diciembre. Y tal vez no se logre entender bien en otros lares.
Es más o menos así: para esa fecha, cada año se junta un grupo de personas (pueden ser cincuenta o cinco mil según el caso) vestidos con camisetas de los mismos colores (azul y amarillo, los del club que los emparenta, Rosario Central) y aparece la figura estelar, un señor que este año ya cuenta 76 primaveras. Hay un arco o lo improvisan, y hay una pelota que alguien tira desde un costado (el derecho), generalmente con la mano. La figura se tira “en palomita” y la cabecea al arco, y es gol, y todos lo gritan y se abrazan. Fin.
Casi siempre se ha hecho en Rosario, aunque también supo celebrarse en Mar del Plata y en Ushuaia y Mendoza, y en Barcelona, Miami, Montevideo, Santiago de Chile y otros tantos destinos. En La Habana quien tiró la pelota fue el hijo del Che Guevara, un comandante reconocidamente canalla. Y en el 2020, en plena pandemia, el autor del centro fue Eber Ludueña. Lo hizo desde Tapiales y el goleador lo cabeceó en Rosario. Milagros de un ritual.
El origen
“19 de diciembre de 1971″ se llama un cuento del enorme escritor y dibujante Roberto Fontanarrosa incluido en el libro Nada de otro mundo (De la Flor, 1988). Es ficción, claro. Pero recrea una fecha que fue real, y en la que se disputó un partido de fútbol del que ahora se cumplen cincuenta años. Una semifinal del Campeonato Nacional de ese año que enfrentó a los tradicionales rivales rosarinos: Newell’s Old Boys y Rosario Central, quizás el clásico más pasional del fútbol argentino. Con un plus. Ninguno había salido nunca campeón y jamás se habían enfrentado en una instancia semifinal. Las especulaciones de los entendidos apuntaban a que quien triunfara muy posiblemente fuera campeón. Por el envión de ganar semejante partido y porque la final, ya estaba decidido, se jugaría en Rosario.
El partido se hizo en el Monumental porque los dirigentes de ambos equipos no se pusieron de acuerdo. Central tenía un equipo sólido, con jugadores duros, implacables en ocasiones, como Pascuttini, Fanesi, el Negro González, el Colorado Killer o un joven Cai Aimar, que dejaban que del buen fútbol se encargaran otros, el Pato Colman o Aldo Pedro Poy. Newell’s en cambio era pura magia: Marito Zanabria, el Albañil Silva, Montes, Mendoza, el Mono Obberti, Cucurucho Santamaría, un equipo que daba gusto y a la vez metía miedo.
Apenas arrancado el segundo tiempo, y a punto de patearse un corner para Central, Poy le grita al fotógrafo de la revista El Gráfico “Prepará la cámara que viene el gol” como para que lo escuche Carlos Fenoy, el arquero rival. Llega el tiro de esquina y la pelota queda en las manos del 1. Lo que se dice, un pronóstico fallido. Salida del arco, la pelota la recupera Central, viaja a la derecha para la proyección del Negro González, centro, se pasan los centrales, no llega el lateral De Rienzo, y Poy se tira de palomita y convierte el gol que es considerado el más importante de la historia canalla. Apenas un minuto después del aviso, profecía cumplida.
Apenas unos días después, y tal cual anticipaban los entendidos, el envión anímico fue suficiente para ganarle 2 a 1 la final a San Lorenzo en Rosario, en el mismísimo estadio del clásico rival y consagrarse por primera vez campeón del fútbol argentino. Y Aldo Pedro Poy, el autor de la memorable palomita, se convertía en la deidad de la religiosidad canalla. De allí en más, simplemente El Aldo.
El héroe
¿Aquella jugada se habría transformado en ceremonia ritual con otro protagonista? Tal vez, aunque es difícil imaginar un héroe tan perfecto como Poy.
Nacido en 1945 en la misma casa en la que vivió añares, a tres cuadras del Gigante de Arroyito, empezó a ir a la cancha a los 5 años, siempre agarrado al alambrado detrás del arco que da a la avenida Génova. Después de jugar en un equipo de barrio de curioso nombre (Leña y Leña), llegó a Central a los 16 y debutó en primera a los 19 años. Solo defendió la camiseta de sus amores: jugó 313 partidos, hizo 67 goles y ganó dos títulos argentinos, en 1971 y 1973. También disputó algunos partidos en la Selección Nacional y fue al Mundial de Alemania 74, aunque no tuvo minutos de juego. A los 29 años, jovencísimo, se retiró del fútbol profesional por una lesión en su rodilla izquierda y una operación mal resuelta.
Al ser un número 9 no demasiado goleador, que se tiraba atrás e intentaba llegar jugando, no lograba al principio convencer del todo a los hinchas, que le reclamaban más efectividad. Incluso en 1969 lo vinieron a buscar del club Los Andes y los directivos centralistas no vieron con malos ojos una transferencia. De hecho fueron a visitarlo a su casa el presidente de Central y el técnico del club de Lomas de Zamora, que luego sería otra leyenda canalla, Ángel Tulio Zof. Pero no lo encontraron. El Aldo había huído, avisado de las intenciones de los visitantes. Se había llegado a la costa y le había pedido a un pescador amigo de su padre que lo llevara en su canoa a una de las islas que están sobre el Paraná, en ese tiempo habitada por tres vecinos. Y allí se quedó hasta que aquellas malas intenciones se desvanecieran. Luego de la palomita, los campeonatos y la selección, lo volvieron a buscar del PSG francés y del Celta de Vigo. Pero nadie lo iba a obligar a vestir otra camiseta.
Lalo de los Santos, un gran músico y poeta de la Trova Rosarina, le escribió una canción (“Vuela, Aldo, vuela”) dedicada a “quien se atrevió a demostrar que el amor a la camiseta no es un mero enunciado teórico, sino el motor esencial que moviliza a ese universo solo descifrable con los códigos del alma”. En ese tema registra aquella insólita fuga:
Él levantó sus ojitos pequeños,
era el tiempo de decir adiós.
Y se esfumó como solo lo hacen los duendes.
Y se metió en el túnel de la eternidad.
Y cruzó el río hacia la isla donde
refugió su amor para que se haga leyenda
su gesto valiente.
La idolatría pospalomita tuvo una nueva demostración cuando el Aldo decidió casarse con María Isabel Gómez, por supuesto una canalla fanática, hermana de un compañero de equipo, el Hijitus Gómez. La ceremonia religiosa fue el 2 de enero de 1974, apenas cuatro días después del segundo título de la historia de Central. Quizá la elección de la fecha no fue la mejor. Se realizó en la Iglesia del Perpetuo Socorro. Y socorro fue lo que gritó el párroco cuando miles y miles de hinchas ocuparon el templo y varias cuadras a la redonda. Descontrolados, saltando sobre los bancos, un par de bombistas sobre el confesionario y varios desaforados cortando los dedos de los santos para llevarse un souvenir del casamiento. “Aldo, te caso rápido porque me van a romper toda la iglesia, y salís por la puerta de atrás”, le dijo el cura. “Padre, si salgo por atrás, le van a prender fuego la iglesia”, le contestó Poy. Así que se casaron rápido y, como pudieron, escaparon en medio de la multitud.
Después del retiro el Aldo intentó seguir relacionado al mundo del fútbol como entrenador, ayudante e incluso directivo. No se sintió cómodo y abandonó. Se dedicó a la política, y desde 2011 es concejal por el Partido Demócrata Progresista, que integra el Frente Progresista y Social. Fue reelecto en un par de ocasiones y actualmente tiene mandato hasta 2023, cuando ya avisó que no se presentará nuevamente. En todos estos años nunca faltó a una sola sesión.
Los fieles más canallas
Este ritual no quiere ser menos que otros, y por eso tiene una deidad a la que adorar (El Aldo, quién si no), fe, liturgia, templos, celebraciones, jerarquías, encíclicas (dos hasta ahora), y por sobre todo, fieles. Y una iglesia que los reúne bajo el nombre de la OCAL, Organización Canalla Anti Lepra (luego cambiada a la más pacífica Organización Canalla para América Latina).
El ocalismo fue parido el 13 de setiembre de 1966 por un grupo de dos médicos y un visitador médico (¿la Santa Trinidad?) en el Sanatorio Americano, en pleno centro de Rosario, a unas cuadras del bar El Cairo, donde todavía no existía la Mesa de los Galanes pero ya lo frecuentaba Roberto Fontanarrosa, autor del cuento citado antes: “19 de diciembre de 1971″.
Esa fecha, por supuesto, es una de las más importantes del calendario litúrgico de la OCAL. Otra es la fecha de su fundación. Y otra, que se celebra al día siguiente, el 14 de setiembre, es la Navidad ocalista: el día del cumpleaños de Aldo Pedro Poy. Hay varias más, pero una muy sentida es el Día Nacional del Abandono, que recuerda al 23 de noviembre de 1997 cuando Central ganaba un clásico por 4 a 0, y un jugador leproso se tiró al piso y fingió una lesión para dar por finalizado el partido (a Newell’s ya le habían expulsado cuatro jugadores) y evitar una goleada aún mayor: todos los años la fecha se recuerda con un particular concurso de lanzamiento de toalla.
Otras celebraciones menores son el día que Diego Maradona dejó de ser jugador de Newell’s (el Día de la Espantada, le llaman), luego de jugar apenas cinco partidos y sin goles (oficiales, hizo uno en un amistoso); el día que se confirmó que el padre de Marcelo Bielsa era canalla; o el día que Fito Páez hizo delirar a una multitud en el estadio de la Lepra tocando con la camiseta de Central.
La primera encíclica ocalista es del 19 de diciembre de 1974 y se llamó “Odium Inutilis” (El odio es inútil), y señala que “el buen camino es aquel que nos muestra que el odio y el amor son privilegio de los grandes, y que quienes están a ras del suelo solo tienen derecho a sentir envidia, que es como la mueca grotesca de los sentimientos sublimes”. Ese día la OCAL cambió el “Anti Lepra” de su sigla por el “América Latina”. La segunda encíclica es de 1996 y se llamó “Destinum Magnum” (Destino de grandeza).
No hay un templo donde se pueda asistir, pero son muchos los testigos de la existencia de un museo semi-secreto (algunos sostienen que son varios, por razones de seguridad), con reliquias fundamentales. Como un mechón de pelo cortado del parietal izquierdo del Aldo, el poste del estadio Morumbí de San Pablo que le impidió a Ñuls coronarse campeón de la Libertadores en 1992 y un loro embalsamado que, dicen, cantaba el himno centralista en tres tonos diferentes. Pero quizás el recuerdo más valioso sea el que se guarda en un frasco. Una etiqueta lo identifica: “Apéndice de De Rienzo, por donde a 20 centímetros pasó la pelota impulsada por Aldo Pedro Poy”. De Rienzo fue el marcador que aquel 19 de diciembre no llegó a cubrir el centro que cabeceó Poy. Su apéndice es recordado por ser el órgano que más cerca estuvo de la milagrosa palomita. Las Escrituras cuentan que un médico canalla fue el encargado de operarlo de apendicitis una semana después del clásico. Y que se quedó con el recuerdo.
Presagios
El coreano Byung-Chul Han asegura que los ritos están desapareciendo. En Rosario dudan del pronóstico. Por lo menos ya hay unos ochocientos Misioneros Ocalistas nacidos con el siglo que tienen un diploma que garantiza su compromiso de estar presentes en el Primer Centenario del Vuelo Histórico, en 2071. Uno de esos misioneros será el encargado de hacer la palomita en los 100 años.
Siempre y cuando no se encuentre alguna alternativa. Porque a Poy se le hacen chequeos médicos permanentes y se asegura que ya llegaron a Rosario dos prótesis suizas de primer nivel para cuando su rodilla izquierda diga basta. Y hay quienes piensan en la clonación. El doctor José Cibelli, un veterinario canalla que trabaja en Estados Unidos, dirige el Departamento de Clonaciones y sueña con la posibilidad de que El Aldo pueda ser clonado y que la palomita no muera nunca. Amén.