50 años de Bitches Brew, el disco de jazz que cambió al rock
Eran las 10 de la mañana, hora indecorosa para exorcizar los demonios. Con puntualidad, el 19 de agosto de 1969 una docena de músicos que se convertirían en héroes se reunió con Miles Davisy el productor Teo Macero en el estudio B de la discográfica Columbia. No tenían gran información de lo que ocurriría. Solamente algunos de ellos habían tomado parte de unos pocos ensayos y además Miles no era adepto a trazar hojas de ruta.
Sería la primera de tres sesiones que quedarían en la historia bajo el formato de un disco doble provocador ya desde el título [algo así como el brebaje de las perras] y el arte de tapa. Bitches Brew fue un vendaval que no solo cambió una vez más la dirección del jazz, sino que influyó decisivamente en la escena del rock.
Un año antes, los Estados Unidos se agitaban por la guerra de Vietnam y el asesinato de Martin Luther King. Se vivían momentos de rebeldía a nivel global. El Mayo Francés cautivaba a los jóvenes de buena parte del planeta. La cultura había entrado en ebullición.
Miles Davis era una estrella, pero su sagacidad le indicaba un destino de reinvención. Tenía claro que perdía audiencia, mientras que el rock y el soul movilizaban crecientes multitudes y además desplegaban promesas millonarias. Atrás había quedado el suceso de Kind of Blue y su exploración del jazz modal, así como la sociedad con Coltrane , muerto un año antes. Su segundo quinteto estaba en proceso de descomposición luego de la grabación de Filles of Kilimanjaro. Ron Carter se retiró tras las sesiones de ese disco, reticente a calzarse el bajo eléctrico; el baterista Tony Williams comenzaba a darle forma a su propio grupo, Lifetime, y Herbie Hancock sería desplazado luego de una luna de miel prolongada por enfermedad. Era el momento de cambiar. Y de capturar nuevos seguidores.
La vida personal de Miles también daría un vuelco aquel año. Se separó de Frances Taylor y casi sin pausa entabló relación con Betty Mabry, cantante de soul y rock que asomó ante el mundo en la portada de Filles of Kilimanjaro. Por su intermedio, Miles conoció a Jimi Hendrix, sin cuya influencia acaso Bitches Brew no se hubiera convertido en ese explosivo disco con destino de leyenda.
Columbia lo editó en 1970 y marcó el segundo gran éxito de Miles, si se asume que Kind of Blue fue el primero. Su público engrosó con jóvenes que nunca habían escuchado jazz mientras el álbum se encaminaba a vender más de medio millón de copias.
Se cumple este año el 50° aniversario de ese registro emblemático, al que muchos asignan la paternidad del jazz rock. La consolidación de instrumentos eléctricos y la exploración radical de sus amplias posibilidades, la convocatoria al guitarrista John McLaughlin por su impronta de rhythm and blues, el despliegue de dos bajos, tres baterías y hasta la inclusión del clarinete bajo, instrumento que pocos habían explorado hasta entonces, con excepción de Eric Dolphy y John Gilmore, conformaron un registro que para muchos resultó fundacional.
Para otros, sobre todo antiguos seguidores de Davis, supuso una decepción, asociada a la sospecha de que el trompetista se había entregado a los cantos de sirena que ofrecía el rock. Miles se cargaba de rencor frente a esas imputaciones. "No me he vendido a los chicos. Yo no me vendo a nadie".
Para los músicos que llegaron después, ese disco doble (también una novedad) con su duración de 93 minutos, se cristalizó como una referencia insoslayable. "Bitches Brew es un álbum esencial por su carga emocional e histórica", dice a LA NACION revista el trompetista Dave Douglas, uno de los mayores exponentes actuales del instrumento, a quien los porteños pudieron apreciar en un reciente show en la Usina del Arte. "La primera vez que me crucé con Bitches Brew quedé literalmente conmocionado y debí escucharlo varias veces para poder asimilarlo", recuerda Paolo Fresu, el consagrado trompetista italiano, conocedor exhaustivo de la obra de Miles. "Al igual que con Kind of Blue, Miles fue más allá del tiempo y de sí mismo, con un estilo nuevo y verdaderamente valiente", completa Fresu.
Jimi Hendrix había editado en septiembre de 1968 el disco Electric Ladyland, su único trabajo en trepar al podio de ventas. Gran parte de los críticos coinciden en que este álbum de Hendrix influyó en el proceso creativo que llevó a Miles a imaginar Bitches Brew.
Pero en verdad, la influencia fue recíproca. Hendrix admiraba a Miles, más de 15 años mayor, y conectaron de inmediato. No quedó registro de las jam que compartieron en el departamento neoyorquino de Miles, pero sí existe la certeza de que ambos estuvieron a punto de grabar un disco que podría haber incluido a Paul McCartney en bajo y a Tony Williams en batería. Ese supergrupo se frustró porque el ex Beatle no se interesó en la propuesta o porque nunca se enteró. Queda como testimonio del proyecto un telegrama que Miles y Hendrix remitieron a un productor vinculado con McCartney con la invitación a sumarse. Esa pieza postal hoy forma parte de la memorabilia del Hard Rock Café y está exhibida en el local que esa cadena tiene en Praga.
Sin McCartney, la idea del disco quedó en latencia y no llegó a concretarse por diferencias económicas, primero, y por la muerte de Hendrix, en septiembre de 1970, año en que Bitches Brew saltó al mercado. El vínculo musical no impidió que Miles tuviera sentimientos encontrados hacia el endiablado guitarrista. En parte por el dinero, porque no se explicaba cómo Jimi lograba embolsar 50.000 dólares en un día mientras él, en su mejor marca, solo arañaba los 10.000, pero también porque la relación con Betty, su mujer de entonces, se truncó a causa de Hendrix.
Fue una etapa en la que Miles miró mucho al rock y experimentó sensaciones dispares hacia una música que le atraía, aunque aborrecía sus clichés. Prefería dirigir su atención a James Brown y a Sly and the Family Stone, mientras aseguraba que las bandas de rock que hechizaban a los jóvenes podían pergeñar buenos riffs, pero a la hora de los solos no tenían algo interesante para ofrecer. Como ironías que acaso nunca superó, Miles se avino a girar como telonero de grupos que tomaban prestadas sus ideas y luego las tamizaban convocando a miles de seguidores. Blood, Sweet & Tears, Grateful Dead o The Band tenían asegurada mejor marquesina que Miles.
En esa carrera por ganar nuevas audiencias, Miles aceptó tocar en reductos considerados patrimonio del rock, como los Fillmore East y West. También, por sugerencia de su mujer Betty, alteró aquel look conservador con que se identificaba a los músicos de jazz y comenzó a vestirse con ropas informales, camisas de colores, cadenas, pantalones de botamanga ancha y botas de cuero.
En ese entorno vio la luz Bitches Brew. Paradójicamente, esta vez el grupo con el que Miles se presentaba en vivo terminó marcando el camino del registro en estudio, al revés de lo que había sido habitual. Por entonces el trompetista congregó para sus shows a Wayne Shorter, Chick Corea, Joe Zawinul, Dave Holland y Lenny White, un baterista de apenas 19 años al que el líder intimidaba. De inmediato, Miles advirtió que había pasta para algo diferente. Y no iba a fallar. "No estaba preparado para convertirme en un recuerdo", dejó asentado Quincy Troupe en su autobiografía.
El beat del rock
Bitches Brew es un disco con un definido concepto de abstracción, que sintetiza de algún modo todo aquello que Miles creó a lo largo de los años y a la vez deja indicios de que el movimiento evolutivo tendría nuevas cumbres. Decidió en ese álbum ensamblar todas las complejidades del nuevo jazz que venía generando con beats provenientes del rock. Se entrelazan así sofisticadas capas de ostinatos rítmicos, el uso de escalas modales, innovadoras interacciones grupales y solos hipnóticos de su trompeta, amplificada por el productor Teo Macero para destacarla por sobre el colchón sonoro y el groove recurrente. La irrupción de Bennie Maupin con el clarinete bajo le aportó otro matiz original y hasta enigmático al conjunto, incorporando una herramienta de escaso recorrido hasta entonces. Años después, el saxofonista David Murray le daría una renovada vigencia a este instrumento de voz poderosa. "Por un lado, jazz modal, improvisación free y armonías estáticas; por otro, la intensidad rítmica del rock, instrumentos eléctricos, la influencia hindú y árabe y, por sobre todo, el sonido de su trompeta, capaz de adecuarse a cualquier situación", resume a LA NACION revista el talentoso trompetista argentino Mariano Loiácono.
In a Silent Way, otra pieza fundamental en el corpus creativo de Miles, se terminó de grabar solo unos meses antes que Bitches Brew. Para aquel álbum, que alisó el terreno, el trompetista reconfiguró la propuesta que acercó Joe Zawinul y sorprendió con la utilización de tres teclados eléctricos en los que sentó al propio Zawinul, a Chick Corea y a Herbie Hancock. Miles había descartado por entonces el piano acústico como si fuera una pieza de museo. Si en las giras Chick Corea encontraba uno disponible en algún club, se arrojaba sobre él con entusiasmo, pero Miles lo desalojaba de inmediato. No había lugar para esa nostalgia.
Bitches Brew es un disco más complejo y abstracto que In a Silent Way, pero más vibrante y rupturista. La segunda parte de este álbum doble ya reconoce claramente un pulso de rock activo y movilizador, que habilitó a muchos a hablar de fusión o jazz rock, subgénero que explotaría en los años siguientes con bandas lideradas por los músicos que tomaron parte en las sesiones de Bitches Brew.
Los alumnos se Davis se encolumnaron en esa dirección. Hacia allí marcharon Chick Corea y Lenny White con Return to Forever; John McLaughlin con la Mahavishnu Orchestra; Zawinul y Wayne Shorter con Weather Report y Hancock con Headhunters. Después de Bitches Brew, el diluvio, como ilustra el crítico Nate Chinen en su libro Playing Changes, que acaba de editarse en castellano.
John McLaughin, el contundente guitarrista británico que Miles reclutó para varios álbumes, incluido Bitches..., recuerda hoy, mientras lanza su nuevo disco Is that So, que el trompetista apreciaba en él la sonoridad de R&B que no lograba encontrar en otro instrumentista. Y le declara gratitud eterna por estimularlo a liderar su propia banda. De aquellos consejos nació la Mahavishnu.
Pero el proceso colectivo que dirigía Miles era cuanto menos extraño. Hombre de pocas palabras, sus indicaciones resultaban casi inexistentes y hasta confusas, como cuando le ordenó a McLaughin que tocara "como si no supiera tocar". Era su forma de presionar a los músicos para desentrañar algo que ellos acaso no sabían que tenían. Por eso siempre se ponía en guardia en el último set nocturno de los clubes de jazz. "En el primero y en el segundo, los músicos tocan lo que saben. Recién en el último set se animan a tocar lo que no saben". La clave era buscar el momento epifánico, ese accidente que solo ocurre cuando la improvisación es la norma.
Y algo más. Miles confiaba en la percepción extrasensorial para ordenar el trabajo colectivo. De hecho, así se titula un disco editado por Columbia en 1965 con su segundo quinteto. Con ese don le asignaba coherencia y rumbo a la música. Cómo se manifestaba esa percepción es difícil de explicar: para sus músicos bastaba con la expresión de una mirada.
Aunque claro, por detrás de la mirada de Miles estaba la habilidad del extraordinario productor Teo Macero. "Creo que en el suceso de Bitches Brew hay una intervención fundamental de Teo Macero, sin la cual el disco nunca hubiera sido lo que fue", enfatiza Guillermo Hernández, fundador de la mítica disquería Minton's y una de las personas que más sabe de jazz y discos en la Argentina. "Teo fue un guía para Miles en todo el proceso y su participación tiene que leerse en el mismo plano que la de un músico más", agrega.
Las sesiones de Bitches Brew estuvieron regadas de furibundas peleas entre Miles y Teo. Algunas, por razones absurdas, como la presunta incompetencia de una secretaria. Teo sabía llevar los conflictos al límite, porque tenía la certeza de que por ese camino lograría sacar el demonio más impredecible de Miles. "Enciendan los equipos", ordenaba cuando la iracundia de Davis amenazaba con resbalar hacia una explosión de violencia. Macero trabajó casi dos meses en la posproducción del disco, con un sofisticado cut and paste que hasta logró que Zawinul, quien salió poco convencido de las sesiones de grabación, no reconociera al grupo cuando tiempo después lo escuchó por azar en una oficina de Columbia. Quedó estupefacto por lo bien que sonaba.
Los 50 años de Bitches Brew coinciden con el reciente estreno de un documental sobre la vida de Davis dirigido por Stanley Nelson. El film se titula Miles Davis: Birth of the Cool, y su banda sonora, ya disponible en todos los formatos, incluye una versión del tema "Miles Runs the Vodoo Down", acaso el más cautivante de Bitches... y donde más nítidamente se percibe la estela de Hendrix (con guiño en el título), que Columbia también lanzó como single en 1970.
En las últimas décadas, Bitches Brew tuvo varias reediciones con material añadido, entre ellas las llamadas sesiones completas en 1998 –que en verdad toman registros de otras etapas– y luego un box set al celebrarse 40 años del lanzamiento, que sumó un DVD con un concierto en Copenhague de noviembre de 1969.
Miles seguiría grabando en vivo y en estudio en los años siguientes a Bitches Brew y también entrada la década del 80, luego de un extenso período de oscuridad. Pero nada sería igual a aquel punto de inflexión en la historia de la música contemporánea.
Lo sintetiza Paolo Fresu ante LA NACION revista: "Si Miles y Bitches Brew no hubieran estado allí, sin duda el mundo del jazz sería hoy mucho más pobre".
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