El 19 de agosto de 1975, después de estar secuestrado 373 días por el ERP, apareció el cuerpo del químico militar; hoy, su hijo Arturo Larrabure revive la historia y reclama justicia
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En la mente de Arturo Larrabure hay recuerdos que, a pesar del paso del tiempo, se mantienen frescos e inalterables. Por ejemplo, la lluvia de balas que precedió al secuestro de su padre por parte del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), en pleno gobierno constitucional de Isabel Perón. “Eran 20 miembros del Ejército contra 100 guerrilleros”, describirá más adelante.
Ese enfrentamiento terminó en el secuestro de dos militares. Su padre, el entonces mayor Argentino del Valle Larrabure, fue uno de ellos, y estuvo más de un año en cautiverio, durante el cual se comunicó con su esposa e hijos a través de cartas escritas a mano; ellos le respondían a través de las solicitadas en el diario LA NACION.
Exactamente 373 días después de su abducción, su familia recibió la peor noticia: el cuerpo de quien tanto esperaban volver a ver había sido hallado al lado de una zanja, envuelto en plástico y con una marca -presuntamente de ahorcamiento- que se destacaba alrededor de su cuello.
Hay datos precisos, irrefutables, imposibles de soslayar a la hora de analizar esta historia. El secuestro y cautiverio de Argentino Larrabure se produjo en democracia. El Vasco, como lo llamaban sus amigos, era básicamente un hombre de paz: estaba dedicado a la química y no había participado, en ninguna instancia, de algún exceso o acto represivo. Su único “delito” fue usar uniforme y estar presente aquella noche en la fábrica de Villa María.
El ERP nunca se hizo responsable de su muerte. Por el contrario, pretendió cargar la responsabilidad sobre el militar alegando que se suicidó. Que se ahorcó. Por lo tanto, insisten, no habría asesinato.
La noche del ataque
Los hechos ocurrieron hace 47 años en Villa María, Córdoba. Era la una de la mañana del 12 de agosto de 1974. Afuera hacía frío, pero en uno de los salones de la fábrica de pólvora y explosivos de Villa María, 5 oficiales del ejército y sus parejas disfrutaban de una reunión de amigos.
-Che, negro, ¿tenés fuego?
Mientras adentro continuaba la juntada, afuera se cocinaba una sangrienta pelea. Mario Pettigiani, un miembro de la organización terrorista le iniciaba charla a Jorge Fernández, el soldado que vigilaba la reja de ingreso. Pettigiani era un miembro del ERP infiltrado en las filas del Ejército Argentino, por lo que nadie se sorprendió al verlo del otro lado. Fernández apenas llegó a sacar el encendedor: recibió dos tiros por la espalda mientras lo buscaba en su bolsillo. Es posible que el ejecutor de esos tiros haya sido Pettigiani, pero Fernández no tiene la certeza absoluta. “[Pettigiani] Era un tipo que se nos había infiltrado, había jurado a la estrella roja y no a nuestra bandera”, dice hoy Fernández, que sobrevivió, a LA NACION. Y añade: “Si está entre los vivos, que Dios lo perdone”.
La fábrica estaba rodeada por un barrio cívico militar en el que residían las familias de los oficiales. Arturo, que tenía 15 años, dormía en su casa, a escasos 80 metros de distancia. “Me despertaron los ruidos de combate. Era tiro va, tiro viene”, rememora. “Fue un combate feroz, las puertas quedaron completamente agujereadas, indudablemente los transgresores no tiraban con calibres menores”, agrega.
El combate duró media hora, tras la que Argentino del Valle Larrabure y el capitán Roberto García (también químico, el siguiente en la escala de jerarquías) fueron ingresados a la fuerza en un auto. García intentó escapar, salió corriendo a toda velocidad. Pero la reacción de los captores fue rápida e inclemente: lo acribillaron con una ráfaga de metralleta. Larrabure fue llevado a una de las denominadas “cárceles del pueblo”, un pozo pequeño donde carceleros encapuchados lo vigilaban las 24 horas del día. En reiteradas ocasiones le ofrecieron canjear su libertad a cambio de fabricar explosivos para ellos, pero el militar siempre se negó. “Se puso en patriota”, describió años más tarde Arnold Kremer [alias Luis Mattini, exdirigente del ERP].
Hoy, 47 años después, la causa está siendo evaluada por la Corte Suprema de Justicia, que debe definir si se trató o no de un “crimen de lesa humanidad”, lo que volvería al delito imprescriptible. “3 de los 4 jueces la leyeron”, afirma su hijo. Por demás, la Santa Sede está analizando pruebas para decidir si el militar podría ser canonizado.
Arturo, después de muchos años de dolor, sigue estos hechos atentamente. Y considera que hay varias digresiones respecto a lo que se conoce, en general, sobre el secuestro y el asesinato de su padre. Por ejemplo, si hubo un combate o no en la fábrica de explosivos, si fue un crimen de lesa humanidad y si la historia sufrió tergiversaciones. “Especialmente durante el gobierno de Néstor Kirchner”, agrega.
El día después del secuestro
-Arturo, ¿por qué secuestraron su padre?
-Él era el segundo de la fábrica, por orden jerárquico. También quisieron llevarse al director, coronel Osvaldo Guardone, que se defendió a los tiros desde su domicilio y mató a uno de los transgresores. Y, por último, intentaron secuestrar al capitán García, que fue atacado cuando intentaba escapar. Lo dieron por muerto, pero terminó sobreviviendo.
-¿Cómo fue el día después? ¿Cuándo ocurrió el primer contacto con los guerrilleros?
-Durante el primer mes no supimos nada, era como si se lo hubiese tragado la tierra. No había contacto. Las noticias en el diario decían que lo estaban buscando, pero todo era infructuoso. Un día llegó, no me acuerdo a dónde, una primera carta que decía “septiembre del ‘74″. Esa fue la primera de ocho; todas venían con el famoso papel del ERP, con la figura del “Che” Guevara.
-¿Qué les contaba en esa carta?
-Él buscaba transmitirnos tranquilidad. No sabíamos a ciencia cierta si lo que decía era verdad o si tenía un dejo de… una mentira piadosa. Decía: “De mi asma estoy bien, dispongo de todos los medicamentos”. Él, de alguna manera, trataba de frenar la locura que se nos podía desatar por tener un familiar secuestrado.
-¿Cómo manejaban la situación su hermana, su madre y usted?
-Estábamos muy intranquilos porque había pasado más de un mes desde que había sido secuestrado, y cuando se produce una abducción de semejante índole vos te preguntás para qué se lo llevan…. Y no encontrábamos una explicación. No era como con los empresarios: no había un precio de rescate de “varios millones de dólares”, como sí ocurrió con los hermanos Born [Juan y Jorge Born, que fueron secuestrados por Montoneros].
-¿Tenía esperanza de que su padre fuera rescatado o de que, de alguna manera, el gobierno intercediera de manera exitosa?
-Todos los días me levantaba con la esperanza de que mi padre fuera a salir vivo. No entendía qué mal había hecho él para estar prisionero. El mal había sido pertenecer al Ejército Argentino, o, como lo llamaba el ERP, el “ejército opresor”.
Las otras cartas que llegaron
-¿Con cuánta frecuencia llegaban las cartas que escribía su padre?
-Fueron 8 cartas en los 373 días de cautiverio. Las fechas elegidas eran normalmente algún acontecimiento que podía ser el Día de la Madre, el cumpleaños de mi hermana o de mi madre, el Año Nuevo o la Navidad… Yo creo que él habrá pedido que nos acercaran más cartas; pienso que las escribió, pero solo recibimos ocho.
-¿Qué pudo averiguar, con el correr de los años, sobre los “carceleros” de su padre?
-Lo único que obtuve es lo que decían los diarios, los nombres de una familia. Porque en este caso los carceleros que estuvieron en ese lugar, que era una casa de familia en la que funcionaba una mercería, eran justamente los miembros de esa familia. Madre e hijos incluidos. Todos fueron muertos en combate.
“La herida había cicatrizado, hasta que empezaron las mentiras”
-Estuvo largos años sin exteriorizar sus sentimientos sobre este tema. ¿Por qué?
-Uno de los pedidos expresos de mi madre en su momento fue que no habláramos, al menos hasta que todos supiéramos manejar el dolor.
-El comentario general entre los militares es que su padre era un hombre de paz.
-A mi papá nunca lo vi tirar con un arma. En casa había una pistola, la reglamentaria. Nunca lo vi disparar: mi papá era ingeniero químico. Luego sí, cuando la guerrilla se fortaleció, él a veces iba armado en el auto. Pero para proteger a nuestra familia. En esa época teníamos que tener mucho cuidado porque los hijos de militares eran fácilmente emboscados por la guerrilla.
-Usted cuenta en su libro, ‘Un canto a la patria’, que no se quería dedicar “al culto del silencio”. ¿Cuándo nació esta necesidad de exigir justicia?
-En el caso mío fue en la llegada del gobierno de Néstor Kirchner en el año 2003. Lo que a mí me pone mal es la mentira, me subleva, no la tolero…
-¿Habla de un suceso en particular?
-Un día, mi hijo volvió llorando del colegio porque un profesor de historia dijo que en su clase tomaban el 24 de marzo como fecha de comienzo de las atrocidades de los ‘70. Todo lo que sucedió antes no se cuenta. Es decir: el terrorismo de Estado sí... ¿y el otro terrorismo? ¿Los que secuestraron y asesinaron a mi padre?
Arturo insiste en que se ha deformado esa visión de la historia. Lo ejemplifica con el caso de Rodolfo Walsh, señalado como uno de los autores de la bomba en el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal. “La figura de Rodolfo Walsh está muy cuestionada. Ahora, si era un asesino, porque de hecho lo era, eso no quita que haya sido un buen escritor. Pero hay gente que deja de lado el asesino y solo toma lo del buen escritor, entonces le hace plazas, monumentos… Esa no es la historia, esa no es la verdad. La historia hay que contarla con sus más y con sus menos”.
Unos meses antes de que comenzara el calvario de la familia Larrabure -más precisamente en enero de 1974-, el ERP había intentado, sin éxito, asaltar la guarnición militar de Azul. La respuesta pública de Juan Domingo Perón fue contundente: “Es un grupo de psicópatas que tiene que ser aniquilado”.
-¿Cómo fue el trato que le dio María Estela Martínez a este secuestro y a todos los que ocurrían en la época? ¿Los recibió en su despacho?
-Bueno, nosotros tuvimos un acercamiento a través de llamadas telefónicas, pero la única entrevista que iba a haber no se realizó. Mi madre estaba preparada, se había vestido para ir a verla, pero la reunión se canceló a último momento. El gobierno de Isabel era muy débil. Ella estaba muy mal, no sabía qué hacer, se tomaba licencias.... Además, el país estaba en un caos, no solo políticamente: también económicamente y socialmente.
-¿Y el Ejército? ¿Cómo los acompañó?
-Menéndez [comandante del Tercer Cuerpo del Ejército entonces] nos dijo que el Ejército no negociaba.
“Sería un cambio de paradigma en la Argentina”
En 2018, la Cámara Federal de Rosario resolvió que lo ocurrido con Argentino del Valle Larrabure (así como tantos otros crímenes del ERP y de Montoneros en los ‘70) no merece la calificación de “crimen de lesa humanidad”. Entiende que el Ejército Argentino no “combatió” porque sostiene que el ERP, esa noche, se enfrentó con la Policía. El argumento es rechazado por la familia de Larrabure porque durante el copamiento “sí hubo miembros del Ejército defendiendo la fábrica”.
-¿Qué opinión le merece este fallo?
-No tengo dudas de que fue un crimen de lesa humanidad. El país estaba en guerra. Por ende, el ERP (como cualquier ejército terrorista) estaba obligado, por la convención de Ginebra, a darle a mi papá un trato de prisionero de guerra. En Malvinas, por ejemplo, esa regla fue respetada: no mataban a los prisioneros. Acá todo lo contrario, era una cosa inhumana. Nosotros presentamos ese argumento ante la Justicia, pero lo ignoraron.
-También hubo un debate a nivel judicial sobre si “hubo” o “no hubo” un combate durante el copamiento de la fábrica la noche en la que su padre fue secuestrado.
-Cuando vos les presentás las pruebas y les mostrás que hubo heridos y muertos, y te dicen que no hubo combate... Indudablemente la Justicia tiene los dos ojos tapados. El soldado Fernández quedó hemipléjico luego de que le martillaran la cabeza con una 45. Si después de eso alguien dice que no hay combate…
-¿Qué reacción le generaría un fallo “favorable” de la Corte Suprema?
-Sería un cambio de paradigma en la Argentina. Porque, hasta ahora, todos los delitos cometidos por el terrorismo no son delitos de lesa humanidad.
-Organismos de Derechos Humanos argumentan que no hubo crimen de lesa humanidad porque “para eso debía haber un ataque sistemático a la población civil por parte del Estado o de una organización con control territorial”. ¿Cómo se para frente a ese argumento?
-Respecto al control de territorio no olvidemos que hubo casi una provincia entera, como Tucumán, que prácticamente fue copada por los grupos terroristas.
-Desde el primer momento, el ERP sostuvo que su padre se suicidó. ¿Qué piensa sobre esa hipótesis?
-No sé por qué la izquierda no asume su responsabilidad. Me quedo con las palabras de Kremer [exdirigente del ERP]: “Larrabure nos derrotó”. Además, sinceramente, hay que ver la autopsia. Cuando alguien se ahorca, como ellos dicen que ocurrió, quedan marcas contrastables, y mi papá no las tenía. Luego, por como estaban las piernas, se podía deducir claramente que no fue un suicidio. Yo creo que ha quedado totalmente demostrado.
-¿Ustedes hicieron su propia investigación?
-Cuando comenzó el proceso judicial, yo le pedí a mi abogado que analizara la autopsia con los peritos. Hubo 4 peritos en total. Uno de ellos es nuestro, de mi abogado y mío, pero los otros 3 son de la Corte Suprema de Justicia. Analizaron nuevamente las circunstancias de su muerte y llegaron a una conclusión que avala nuestra postura.
Los peritos descubrieron que Larrabure tenía una alta graduación de alcohol en sangre en el momento de la muerte. “Estamos hablando de 3.19″, dice Arturo. “El perito dijo que en esas circunstancias una persona está adormecida y no se puede suicidar. Ni si quiera ponerse de pie. Estaba en un coma alcohólico”, complementa.
Leí la autopsia, entre las torturas de picana q tenía el cuerpo de Larrabure, más el índice de alcohol en sangre q impedía q estuviera consciente, JAMÁS pudo haberse suicidado. Pero además evitar la investigación judicial garantizando la impunidad de los terroristas es ABERRANTE
— Victoria Villarruel (@VickyVillarruel) June 8, 2018
Camino a la canonización
Que la Iglesia evalúe diferentes testimonios para determinar si Argentino del Valle Larrabure podría ser canonizado es algo que trae bonanza a su familia. El camino elegido sería el del martirio, lo que no exigiría la existencia de uno o dos milagros. En sus cartas desde su cautiverio, pedía por el perdón de sus captores. “Al decir que no odiáramos a nadie, internamente perdona a sus asesinos, porque sabe su final. Él ofrece -y eso es lo que analiza la Iglesia- su vida en pos de una Argentina mejor”, dice Arturo.
-¿Qué tanto aportaría eso para su proceso de cicatrización, Arturo?
-Yo creo que contribuiría muchísimo, pero en realidad a mí me parece que hoy hay personas que tendrían que mostrar un atisbo de arrepentimiento. Hablo de terroristas, ex comandantes, esas personas tienen que hacer un ‘mea culpa’. Tienen que decir que fueron responsable de llevar a la Argentina a una lucha fratricida. Y que su objetivo era la conquista del poder.
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