Cuando él llegó a San Juan se enamoraron a primera vista y vivieron un amor intenso; la vida los separó, pero la pandemia le dio una segunda oportunidad.
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Allí, donde vivía Mariana, se conocían todos. A veces, pensaba ella, las cosas se ponían bastante monótonas y el único camino era soñar. Lo que más le gustaba era fantasear con ir a la gran ciudad, donde había escuchado que acontecían eventos extraordinarios, entre risas, luces y vestidos a la moda. Ella, a sus once años, incluso se entretenía imaginando que alguna vez sería rescatada por algún muchacho de corazón noble.
Era de San Juan, una tierra que también había aprendido a amar, como los tantos visitantes que llegaban durante las vacaciones. El verano era la estación de la gloria, el aburrimiento era reemplazado por los paseos, las caras nuevas y los chismes cargados de novedades entre las amigas del barrio. Aparte, era el tiempo en que llegaba a su ciudad un poco de la Buenos Aires con la que fantaseaba, tal como sucedió con Fernando, el chico capitalino que le robó el corazón.
Fernando llegó cuando ya había cumplido los once y, a partir de entonces, cada año regresó junto a su familia a San Juan de vacaciones.
Un amor de todos los veranos: “Vivimos la época de las cartas por correo, de llamadas telefónicas por cabina”
Apenas los caminos de Mariana y Fernando se cruzaron, sus corazones se encendieron: “Me enamoré a primera vista”, asegura ella, al recordar aquellos tiempos.
Aún eran chicos, pero su complicidad era tan grande que aquellos meses de verano en los que se veían, eran suficientes para profundizar un lazo que se estrechó a medida que pasaban los años.
“Nos veíamos en diciembre y enero y, para cuando fuimos más grandes ya éramos novios”, cuenta ella, emocionada. “Vivimos la época de las cartas por correo, de llamadas telefónicas por cabina, un casete de Phil Collins... Pasaba un año sin vernos, pero, al volver el año siguiente, todo estaba intacto, seguíamos como si el tiempo no hubiera pasado”.
Así transcurrió su adolescencia, extrañándose a distancia, con los “te amo” más sinceros y reencuentros intensos, mágicos, a veces con alguna pelea, pero siempre colmados de un amor que Mariana creyó eterno.
“Crecimos”
Nada es para siempre, escuchó Mariana decir alguna vez, aunque jamás imaginó que su complicidad y aquellos veranos fugaces y eternos tuvieran fecha de caducidad. Pero, con la llegada de la primera juventud, descubrió que todas las costumbres que parecían ser inamovibles, los espacios tan habituales y las personas que con tanta naturalidad formaban parte de su vida, un día, “no sé cómo”, al levantarse ya no estaban.
“Crecimos”, explica escuetamente ella, con un dejo de dolor en sus palabras. “Siempre nos saludábamos para eventos importantes, pero cada uno hizo su vida. Aunque yo sabía que mi sentimiento seguía intacto. Jamás dejé de sentir ese amor”.
Mariana se casó con otro hombre, tuvo un hijo. Tal vez la vida sea así, pensaba ella cada tanto, en momentos de ensoñación y de recuerdos de aquellos días de amor de verano. Pero no alcanzaba con soñar. Un día supo que era tiempo de ponerle fin a lo que nunca había sido y decidió separarse: “Él, mientras tanto, también había formado pareja y tenía un hijo”.
Alejados por la distancia y vidas disímiles, el silencio se instaló entre ellos y dejaron sus sentimientos ocultos en lo que a veces parecía otra vida.
La pandemia y el amor que brilló
Tal vez fue la soledad de la pandemia o la fuerza de lo inevitable, pero, después de cuatro décadas de conversaciones esporádicas a la distancia, un día él, tal como en su adolescencia, volvió a San Juan.
Tantos años alejado no impidieron que su alma desbordara al reencontrarse con esa dimensión del pasado. Allí, mientras recorría el callejón de los recuerdos, halló lo que temía, pero también lo que añoraba: a Mariana.
“Volvimos a vernos y brilló el amor que nunca se había apagado”, se conmueve Mariana. “Confesamos lo que ambos sabíamos: nunca dejamos de amarnos. Descubrí que durante cuarenta años él también me había amado en silencio”.
Hoy, nada cambió y todo cambió entre Mariana y Fernando: “Así estamos, seguimos igual. Él allá y yo acá. Silencios, con una distancia que nos separa, pero un sentimiento intacto a pesar del tiempo. Tuvimos vidas diferentes, pero un único amor y ahora lo sé, todo pasa, todo cambia, pero eso nunca cambiará y siempre nos seguiremos amando”, concluye Mariana, con la esperanza de que pronto las distancias entre San Juan y Buenos Aires de diluyan.
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