A 40 años de la primera visita de Juan Pablo II a la Argentina: secretos y recorridos del primer Papamóvil
Una camioneta Ford 350 modelo 1981 del Automóvil Club Argentino se transformó en el icónico vehículo que transportó al Sumo Pontífice en su viaje al país a traer un mensaje de paz en los últimos días del conflicto por las islas Malvinas
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Apenas 31 horas estuvo el Papa Juan Pablo II en la Argentina cuando la visitó en el mes de junio de 1982, hace exactamente 40 años. El sumo Pontífice llegaba a Ezeiza el 11 de junio, en un viaje prácticamente improvisado, para traer un mensaje de paz al país, que se encontraba en las postrimerías del conflicto bélico disputado contra el Reino Unido por las Islas Malvinas.
La fugaz visita de Juan Pablo, que en ese entonces tenía 63 años, tuvo que ver con que el Pontífice había estado en Gran Bretaña a fines de mayo de ese año, en una visita programada con antelación. Pero por la guerra del Atlántico Sur, y para equilibrar la posición del Vaticano en el conflicto, el líder máximo de la grey católica decidió arribar también con su misión pacificadora a este país del sur, donde miles y miles de fieles lo recibieron con un entusiasmo desbordado.
En su breve pero trajinado paso por estas tierras, que incluyó una visita a la Catedral Metropolitana, a la Casa Rosada y dos misas, una en Luján y otra en el barrio de Palermo, el Santo Padre contó con un vehículo especialmente diseñado para sus recorridos por estas tierras.
Se trató de “el Papamóvil”, una camioneta adaptada mediante la cual el Sumo Pontífice, a la vez que viajaba de un lugar a otro para cumplir los hitos de su visita, podía saludar y ser saludado por las fervorosas multitudes que se agolpaban en las calles para ver pasar al primer Papa en la historia que pisaba el suelo argentino.
Es cierto que el Papamóvil no puede ser añadido en el orgulloso listado de los inventos argentinos, ya que el titular de la Santa Sede tenía un vehículo similar en cada destino del mundo que visitase -como ocurre hoy en día con Francisco-, pero sí se pueden destacar algunas características con las que este vehículo contaba, así como también hacer un registro del único y particular recorrido que esta camioneta munida de una cabina transparente realizó en el traslado del ilustre visitante.
De grúa del ACA a Papamóvil
En principio hay que decir que el vehículo que trasladaría al Papa Juan Pablo II era una camioneta Ford 350 modelo 1981, perteneciente al Automóvil Club Argentino (ACA) y que originalmente estaba destinada a ser una grúa. Por pedido del Arzobispado de Buenos Aires, los propios operarios de esa entidad, en talleres del barrio de Núñez fueron los que trabajaron a destajo, con premura -y ad honorem- durante cuatro días enteros para convertir ese coche de auxilio en el transporte de su Santidad.
Ellos retiraron la grúa de la parte trasera de la camioneta y colocaron la cabina donde viajaría el Papa. El piso del habitáculo tenía una plancha de hierro y una placa de madera de quebracho de 8 centímetros de espesor, sobre la cuál pusieron una alfombra roja. Además, la cabina contaba con un asiento giratorio blanco para su santidad y cuatro bancos para quienes serían sus acompañantes, las autoridades eclesiásticas de la Argentina.
El lugar donde viajaría Juan Pablo II sobre la camioneta estaba rodeado de cristales antibala, y seguía todas las normas de seguridad establecidas por el Vaticano, sobre todo teniendo en cuenta que un año antes, en mayo de 1981, el Sumo Pontífice había sido atacado a balazos en la Plaza de San Pedro, en un intento de acabar con su vida.
Por si el mal tiempo arreciaba sobre Buenos Aires en esos días de junio, la cabina del Papamóvil contaba con un techo de lona, con los colores vaticanos, blanco y amarillo. La página del Museo del ACA señala que colaboraron con los materiales para el armado del vehículo papal la empresa metalúrgica Bottegazzore Hnos. S.A. y la compañía Santa Lucia Cristales. Como última característica a describir de esta particular camioneta basta decir que era completamente blanca, llevaba en sus dos puertas el escudo Vaticano y adelante, en ambos extremos del paragolpes, una bandera argentina y otra del Vaticano.
El Papa Juan Pablo II llegó a Ezeiza poco antes de las 9 de la mañana del viernes 11 de junio de 1982, en un vuelo de Alitalia. Allí lo esperaba, además de las autoridades de la iglesia local, el presidente de facto, general Leopoldo Fortunato Galtieri, el responsable de haber embarcado al país en el conflicto del Atlántico Sur. “Permitidme que desde este momento invoque la paz de Cristo sobre todas las víctimas, de ambos bandos, del conflicto bélico entre la Argentina y Gran Bretaña”, dijo entonces el Papa, bajo una lluvia intensa, en el inicio de un discurso en el que nombraría una decena de veces la palabra “paz”.
De Ezeiza a la Plaza de Mayo
Inmediatamente después, el polaco Karol Wojtyla -el nombre de nacimiento de Juan Pablo II- se montó al Papamóvil, que comenzó su recorrido de una treintena de kilómetros entre el aeropuerto internacional y la ciudad de Buenos Aires. El vehículo papal viajó por la autopista Richieri, y luego por la recientemente inaugurada -en 1980- 25 de mayo.
En ese trayecto, el Sumo Pontífice prácticamente no utilizó el asiento del vehículo especialmente diseñado para él. Antes bien, se mantuvo la mayor parte del tiempo de pie para saludar a las personas que se acercaban a la vera de su ruta para darle la bienvenida al país.
El entusiasmo y la algarabía por la visita papal en tiempos en que el país vivía la tragedia de la guerra se manifestaba con el agitar constante de miles de banderas argentinas junto con las del Vaticano. Y alguna de Polonia. Mucha más gente se sumó a la recepción de Juan Pablo II cuando el Papamóvil por fin bajó por la Avenida 9 de Julio. Por todos lados se juntaban personas para verlo pasar. Y las multitudes también abarrotaron las veredas, balcones y terrazas de la Avenida de Mayo cuando pasó por ahí la camioneta devenida en transporte Papal.
Cuando el Papamóvil arribó a la Plaza de Mayo, su trascendente pasajero volvió a encontrarse con centenares de devotos que sacudían banderas y entonaban a su paso la canción que se repetiría en la segunda visita de Wojtyla del año 1987: “Juan Pablo/Segungo/te quiere todo el mundo”.
Luego de una breve ceremonia religiosa en la Catedral Metropolitana, y aunque pareciera innecesario, el “Vicario de Cristo” -como lo llamaban los periodistas que cubrían la visita- volvió a treparse a su vehículo tan solo para hacer el centenar de metros -o menos- que separan ese templo de la casa de Gobierno. Y otra vez, tras reunirse con Galtieri en la Casa Rosada, el Sumo Pontífice subió al Papamóvil para terminar su recorrido inicial y desembocar en el Palacio del Arzobispado de Buenos Aires, al lado de la Catedral.
Esos dos trayectos más que cortos, en virtud de la cantidad de gente que copaba la Plaza de Mayo, tardaron mucho más de lo común en ser realizados. Pero aún así, para volver a tomar contacto con sus feligreses argentinos, Juan Pablo II salió a saludar desde uno de los balcones de la Curia, para que los presentes en la plaza estallaran de felicidad.
Esa misma tarde del 11 de junio, el Papa viajó a dar una misa a Luján. Pero esta vez, el Papamóvil descansó. Las crónicas de la época señalan que viajó a las tierras de la patrona de la Argentina en un tren especialmente adaptado para este viaje. Pero el dato curioso en el tema de los transportes papales se dio cuando el Santo Padre terminó de dar la misa en la Basílica de Luján ante miles de fieles.
Entonces, desde la Iglesia de la Virgen de Luján hasta la estación de trenes, el representante de Cristo en la tierra y un grupo de prelados argentinos, viajaron juntos en el interno 1 del colectivo 501, un coche Mercedes Benz 1114/48 que desde ese día, y para siempre, pasaría a la historia como “el colectivo del Papa”.
De Plaza de Mayo a los bosques de Palermo
El sábado 12 de octubre, alrededor de las 11 de la mañana, la multitud había vuelto a ganar la plaza de Mayo para ver a Juan Pablo II otra vez subido al Papamóvil para salir de la Curia metropolitana y dirigirse a Palermo, a dar su segunda misa en suelo argentino. Esta vez, no se trataba de un templo donde se realizaría la ceremonia, sino de un gigantesco escenario-altar erigido en el Monumento de los Españoles, en el corazón de los bosques de Palermo.
Es así que, sobre la calle Rivadavia al 400, frente al Arzobispado, se encontraba la comitiva de vehículos de seguridad que un rato más tarde acompañaría al Papa hasta Palermo. Finalmente, Juan Pablo salió del edificio y se metió a su vehículo. A su lado iba, en la pequeña cabina, el Cardenal Primado de la Argentina, Juan Carlos Aramburu. Detrás del habitáculo, en todo momento viajaba personal de seguridad.
Entonces, el vehículo tomó por Rivadavia, en sentido contrario al habitual, empalmó la Avenida Alem y continuó por del Libertador. Todas estas arterias presentaban sus contornos repletos de personas, devotos del Papa o sencillamente curiosos que no pudieron abstraerse de la visita religiosa de la que hablaba todo el mundo.
Por la Avenida del Libertador, la caravana papal tomó una velocidad más intensa de la esperada, ya que habían pasado muchos minutos desde las 11, que era la hora en la que debería comenzar la última misa de su Santidad en la Argentina. Finalmente, y sin que baje nunca la locura popular en torno a la figura de Wojtyla, el Papamóvil llegó a la intersección de las avenidas del Libertador y Sarmiento, donde se levantaba un imponente altar delante de una enorme cruz.
Un rato largo tardó su Santidad en bajar de su vehículo, que se detuvo cerca de la rampa de 20 metros que permitía el acceso del Papa al altar, donde lo esperaban otras autoridades eclesiásticas y, el mandatario de facto, General Galtieri, que esta vez se encontraba sin su uniforme militar.
“Estoy a punto de concluir la visita a vuestro querido país, que he emprendido en nombre de la paz en momentos dolorosos de vuestra historia”, dijo entonces Juan Pablo II, al comenzar su homilía, que abogó otra vez por la paz entre Argentina y Gran Bretaña frente a unas dos millones de personas, según lo que calcularon los medios de la época.
“Dios bendiga a Argentina, Dios bendiga a América Latina, Dios bendiga al mundo. ¡Hasta la vista!”, se despidió de la multitud de Palermo quien entonces fue llamado “mensajero de la paz”.
Dos días después de la partida del Papa, el 14 de junio de 1982, se terminaba la guerra de las Malvinas. Pero los motivos no tuvieron que ver con los pedidos de paz de Juan Pablo II, que hubieran sido menos tristes, sino con la derrota de las tropas argentinas.
Como sea, cinco años después, en abril de 1987, el Papa Juan Pablo II -que murió en 2005 y fue canonizado en 2014- volvió a visitar el país. Con Raúl Alfonsín de presidente, plena democracia y sin conflictos bélicos, esta era otra Argentina. Y había, también, otro Papamóvil. Siguiendo el eterno camino de las dicotomías argentinas, si el vehículo papal del año ‘82 fue un Ford, el del 87 no podía ser otra cosa que un Chevrolet.
El Papamóvil de 1982, en tanto, continúa en poder del Museo de Automóvil Club Argentino. Pero, según informó por mail Fabio Retondaro, del citado museo, “por cuestiones de volumen (no pasa por ninguna puerta o portón de acceso), no lo tenemos expuesto”. “Pero el mismo se encuentra en las mismas condiciones del año 1982″, aseguró.
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