Alberto creció en Villa Urquiza. Tiene 37 años. Es diseñador gráfico, trabaja en una agencia de publicidad y está casado con Daniela. De chico dibujaba autos (es fanáticos de los japoneses) y desde su adolescencia juega al Gran Turismo con sus amigos. Es reservado, pero habla con entusiasmo: con la actitud sostenida de quien recibe una sorpresa todos los días. Intenta mantener un perfil bajo, pero su compañero de ruta se lo impide: es piloto de un Toyota Sprinter Trueno AE86, auto de culto de los años 80.
Gran Turismo: la posición de largada
Si existe una fina línea entre la pasión y el vicio, estos chicos la cruzaron varias veces. El cuarteto se llamaba "bma3" y estaba integrado por Maxi, Gonzalo, Martín y Alberto. Al salir del colegio, pasaban horas en el taller mecánico del papá de Maxi o en alguno de los livings familiares, en donde se instalaban en campamento para girar por las pistas del Gran Turismo. "En ese momento no había Internet. No se podía jugar en red, pero llevábamos las teles cubo de 29 pulgadas para armar carreras", recuerda Beto. Desfilaban deportivos Plymouth, Ferrari, Aston Martin, Mazda, Nissan. Eran pilotos que se sentían astronautas: volaban. Él, en cambio, elegía el que nadie quería: un Toyota Sprinter Trueno blanco y negro. En esos primeros circuitos de pantalla chica nació su amor (y obsesión) por el auto.
Además de haber sido el modelo de cabecera del piloto japonés Keiichi Tsuchiya, el manga y la serie de animé Initial D lo acercaron a un público masivo de la mano del protagonista y su amigo: el introvertido Takumi Fujiwara (repartidor de tofu a bordo de un AE86 que derrapa por las curvas del monte Akina) y el eufórico Itsuki Takeuchi, torpe conductor de un AE85. Los amantes del drifting y los autos japoneses lo saben: es una leyenda del automovilismo. Fue lanzado en 1983 como uno de los dos modelos deportivos del Toyota Corolla: AE85 y AE86, o Hachi-Go y Hachi-Roku, respectivamente. El segundo se fabricó en dos versiones: Levin, con faros tradicionales, y Sprinter, con luces retráctiles. En Japón y los mercados con volante a la derecha, se bautizó Sprinter Trueno, mientras que en el resto del mundo fue conocido simplemente como Corolla. Su llegada causó efervescencia entre aspirantes y pilotos jóvenes: era un coche liviano (970 kilos), económico y atractivo. Fue de los últimos de su especie con tracción trasera y venía con motor A4-GE de 16 válvulas. Llegaba a 100 en 8.9 segundos y podía escalar los 190 kilómetros por hora con un motor de 1.6 litros y una potencia de 130 hp.
El sueño del pibe, sobre tres ruedas y media
"En 1996, la mamá de Maxi se compró un Suzuki Swift negro polarizado. Era un misil. Nos lo robábamos de noche para ir hasta la estación de servicio. Estábamos en el ambiente, queríamos correr", cuenta Beto. Algunos años más tarde empezó a manejar un Gol, pero soñaba con tener un Hachi-Roku. "En ese momento me parecía una utopía, pero Maxi me convenció. ‘Si acá hay un DeLorean y un 205 T16, tiene que haber un AE86’, me dijo". Se lo tomaron en serio: la pandilla entera emprendió la búsqueda, que tuvo su piedra fundamental en el foro del Honda Club. Beto preguntó entre los usuarios si alguien sabía de un Trueno, pero hubo risas del otro lado. Algún tiempo después, en la sección de fotos de autos de la calle, Maxi encontró una de Palermo. "Nos hizo dudar porque el auto estaba todo podrido, con otros paragolpes: no parecía un Trueno. Empezamos a recorrer el barrio en distintos horarios, pero no lo veíamos. Eso duró un año, hasta que nos enteramos de que estaba guardado en un garaje. Buscaba todos los días en Mercado Libre, pero no aparecía".
Al regreso de sus vacaciones, Beto lo encontró publicado y arregló una cita para verlo. "Maxi me dijo que pusiera cara de póker, pero no pude disimular: se me dibujó la sonrisa en la cara. Era un Trueno. Estaba hecho pelota y tapado de tierra, pero era un Trueno. Los dueños, una pareja mayor, pedían una fortuna en dólares. Oferté la mitad y dijeron que no". Decepcionado, Beto fue a ver un Mitsubishi Colt GTI. No estaba convencido, pero dos días más tarde llamó para comprarlo: el dueño ya lo había vendido. Una señal más para seguir insistiendo con el Trueno. Su mamá le dio el empujón final: "Si te gusta ese, intentalo". Durante tres meses fue subiendo la oferta, pero nunca era suficiente. Quizás por cansancio, durante el último llamado se escuchó del otro lado del tubo: "Esperá que le pregunto a mi marido". Corría el 2008, empezaba la aventura.
Único en su especie
"No pudimos reconstruir la historia del auto. Solo supimos que esta pareja lo tuvo durante unos años. El estado era triste: los paneles, apoyabrazos y paragolpes estaban destruidos, a los asientos les faltaban pedazos, no tenía baguetas, la pintura estaba cuarteada y las luces rotas. Un auto, pobre, al que le pasó de todo. Parecía roto a propósito. Nos dijeron que no arrancaba, pero le pusimos nafta, cambiamos una bujía y la bovina, y encendió. Pero nos pasó de todo. El primer día que lo saqué, un camión me enganchó y me arrastró por Callao y Corrientes. Una noche, esperando a mi novia en Barracas, casi me lo roban. Y después le soplé la junta. Ahí arrancó el quilombo".
El desconocimiento mecánico del auto, los tipos de cambio con el dólar, los requisitos de aduana y los tiempos de espera fueron (y siguen siendo) los enemigos del proyecto de restauración. "Todo el tiempo tenés que investigar, preguntar, leer manuales en inglés, ver muchos tutoriales. Buscar y, en especial, tener paciencia. Por ejemplo, cuando hicimos la tapa de cilindro me dijeron que la tirara porque había tenido agua de la canilla toda la vida. Encontré una en un foro de Perú, en donde hay muchos Toyotas Trueno y Supra. Me consiguieron la tapa con la que yo soñaba, la de 16 válvulas. Todavía no había Facebook: giré la plata por Western Union a un desconocido, que se la pidió a un amigo que vivía en Chile. La tapa estuvo dos meses viajando por Latinoamérica. Finalmente, me la mandaron a través de un camionero amigo que la dejó en Tucumán y desde allá me llegó por correo. Y así con todo".
Los talleres, un capítulo aparte. Mecánicos, de chapa, de pintura, de reparación, de interiores. "Siempre pasan cosas raras, o malas. Por ejemplo, empezamos los tapizados con una persona que, a mitad del trabajo, se quebró un brazo y no lo pudo terminar bien. Primero lo desarmamos completo para hacerle chapa y pintura, y quedó increíble. Después armamos el motor. Cada vez que pensábamos que estaba listo, surgía otra cosa. Durante tres años, iba de taller en taller y no avanzaba. Era desesperante". La lista de arreglos, reemplazos y optimizaciones es larga. Entre los que pasaron la aprobación, Beto destaca exteriores, faros y vidrios; el cambio de itbs e inyección programable; los frenos y el tren delantero; la instalación de embarague de competición; la puesta a punto y mapeo; la suspensión regulable; el cambio de tren trasero e instalación de lsd; la instalación de frenos a disco traseros, bomba y línea de freno. El tiempo (a veces en forma de espera, otras en forma de búsqueda), finalmente, es el termómetro de la experiencia: "Lo lindo que tiene esto es que siempre podés hacerle mejoras. No tiene fin".
El Trueno le dio a Beto mucho más que kilómetros andados: grupos de apasionados por los autos, juntadas en autódromos, muchos asados y tardes de taller. "Siempre me tiran buena onda: a veces no saben qué auto es, pero les llama la atención y les cae simpático. En general, me paran en estaciones de servicio. Si bien ocupa una gran parte de mi vida, no lo uso tanto porque pasa mucho tiempo en los talleres (risas). Pero hay cosas más importantes que el auto en sí, como la gente". Su lista de agradecimientos es extensa: primero, a su esposa y su familia; a Campa, su compañero y mecánico ("Dice que el auto es una porquería vieja, pero siempre le pone onda"); a los chicos del taller TEC, a Pablo Minardi por la puesta a punto y a Cristian por las últimas mejoras que le hizo al Trueno. Entre los amigos están los de Chile, los de Perú, los de Uruguay y los locales de Sport Driving Argentina, con quienes organiza los Track Days. Desde hace cinco años, el evento ofrece una experiencia profesional para corredores amateurs. "La idea fue alquilar un autódromo entre muchos y armar un evento accesible. Tenemos seis clases que se dividen por potencia y los autos salen cada 15 segundos para que no se crucen ni haya accidentes. No es una carrera, es una calificación para buscar el mejor tiempo: el objetivo es poder disfrutar de tu auto en un lugar seguro". La próxima edición es el 26 de octubre en el Autódromo Roberto Mouras de La Plata, una oportunidad para conocer al Trueno en persona.
Juntos a la par
"De chico uno siempre sueña con una Ferrari. El Trueno no es un súper auto, pero siempre me gustó de verdad. Yo quería correr en la vida real con el modelo que usaba en el Gran Turismo. Tal como está ahora, es el auto de mis sueños: ¡el que miraba en Internet!". Diez años después de empezar con el proyecto, Beto llega a un balance que suena a mensaje de superación, pero que, asegura, puede aplicarse a todo tipo de situaciones: "Es un ejemplo para la vida: si vos querés algo, por más loco o imposible que parezca, se puede conseguir. Haber encontrado el auto me sirvió para otras cosas. Si tenés una meta, todos los días tenés que hacer algo para llegar. Parece autoayuda, pero es real".
A menudo el automovilismo se asocia a la performance, a los puntos, a los premios. A los apellidos detrás del volante y las insignias sobre la parrilla. Pero hay todo un mundo alternativo de corredores con doble vida: la de calle (con horarios fijos, rutinas y familia) y la de pista (la formación autodidacta, el esfuerzo, la inversión personal). Beto es uno de ellos, además del único dueño de un Toyota Sprinter Trueno AE86 en Argentina. Él no se siente especial: solo afortunado. "Si estás mal por algo, lo manejás un rato y te hace sonreír. Un amigo dice que es como felicidad gratis. Gratis no, porque te gastás una fortuna, pero es felicidad instantánea". Su Trueno tiene 35 años y muchas mañas: no le gusta andar en ciudad ni a bajas velocidades; tiene el embrague duro, hace mucho ruido, es caluroso y deja olor en la ropa. También pasa algo con las proporciones: el habitáculo, pensado para el físico promedio de conductores japoneses de hace casi cuatro décadas, parece pequeño para la altura y contextura de su piloto. Sin embargo, los dos encajan bien. Son amigos. Se ven cómplices. Y se nota que se entienden. Beto lo volvió a la vida y el Trueno lo eligió para siempre.
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