30 años sin Borges
El 14 de junio de 1986 el mundo comenzaba a vivir sin su figura, pero con su obra omnipresente. Referentes de la cultura opinan respecto de su influencia y su legado, de sus sucesores o cómo imaginarlos. Según Kovadloff, él nos ve envejecer a los demás; según Manguel, la literatura se divide en a.B. y d.B.
El teléfono sonó a las nueve de la mañana del lunes 12 de mayo de 1986. Atendió Silvina Ocampo, que reconoció del otro lado la voz de María Kodama. Luego, el teléfono pasó a manos de Adolfo y de Borges, en Buenos Aires y en Ginebra, respectivamente. Conversaron poco. Adolfo apenas pudo decirle que tenía ganas de verlo y Borges respondió: "No voy a volver nunca más". Después, así lo registra Bioy en sus memorias, Borges pareció echarse a llorar y cortó el teléfono. Un mes y dos días después, la mañana del 14 de junio de 1986, el mundo comenzaría a vivir sus primeros pasos sin Borges. Sin embargo, quizá como parte de su propia trama de existencias, su muerte sucedió al revés: nunca más hubo un mundo sin Borges.
¿Vivimos, sin embargo, en un mundo sin Borges? ¿Cuáles son todos esos espacios en los que falta? Más allá de preguntarnos, no sin escepticismo, si habrá algún heredero, ¿nos dejó mucho más huérfanos de lo que pensamos? Si bien se dice y se repite que fue un hombre al que sólo le interesaron los libros, ¿no fueron los campos de su influencia, sus dominios, mucho más vastos que la mera literatura? Si ni él pudo decir de quién nos hemos despedido, ¿quién nos dirá lo demás? ¿A quién admiraría? ¿Qué pensamientos nos perdimos que podrían, quizás, iluminarnos el siglo? El legado de un hombre cuya comprensión de las cosas pareció siempre mayor que la de sus pares no puede sino ser un enorme vacío. Un silente vacío lleno de repeticiones.
"Para saber que murió hace 30 años tenemos que sumar, porque si nos guiamos por la intensidad que tiene su presencia se diría que sigue estando vivo", dice Santiago Kovadloff, que recuerda haber sentido "una emoción desconcertante" el día de su muerte. "Todos sabíamos que estaba enfermo, pero la significación de su desaparición tenía una potencia simbólica incomparable. Habíamos sido coetáneos de nuestro Homero, de nuestro Sófocles, de nuestro Shakespeare. Y su desaparición era de algún modo la nuestra también. Sentí que de algún modo él había sido por todos nosotros, en la medida en que su palabra alcanzó un relieve que proyectó al mundo nuestro modo de hablar el español, le infundió a la lengua una originalidad léxica que nunca fue amanerada, y siempre poderosamente original. Su presencia entre nosotros no pierde actualidad", dice.
Vamos camino a tener su edad y, aunque más nuevos, nos volvemos mucho más viejos.
Ésa es mi convicción de lo que es un clásico: alguien que con el correr de los años no pierde lozanía y nos ve envejecer a nosotros. Es que con los años fue ganando una sencillez notable, entonces creo que rejuveneció. Comprendió que la posibilidad de conmover o inducir a alguien a la reflexión depende primordialmente de la transparencia con que uno se pronuncia. Y confió enormemente en la sencillez, sin perder la idea de la musicalidad ni de la precisión ni del rigor.
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Si él abominaba los espejos por multiplicar la cantidad de personas, más hubiera odiado la muerte por replicarlo a él. Escribe en Pierre Menard, autor del Quijote que "la gloria es una incomprensión, y quizás la peor". En ese sentido, tal vez haya que olvidarlo para comprenderlo, o comprenderlo para un día finalmente olvidarlo. María Esther Vázquez, una de sus mejores amigas, presidenta de la Fundación Victoria Ocampo y autora de Borges, esplendor y derrota, una de las mejores biografías del autor, dice que la única manera de homenajearlo es leerlo. "Una vez mi marido, Horacio Armani, lo acompañó hasta su casa porque iban para el mismo lado. Iban caminando juntos y cuando se estaban por separar mi marido, rememorando el poema Límites, le dice: «Bueno, espacio, tiempo y Borges ya me dejan». Y Borges se rió y le dijo: «Pero qué lindo homenaje que me ha hecho». Es decir, le gustó. Por eso creo que honrar a Borges es leerlo. La mitad de la gente que te habla de Borges no lo ha leído. Una vez en la calle un señor lo paró y le dijo: «¡Ay Borges!, quiero que le den el premio Nobel». Y él le dijo: «Ah, ¿a usted le gusta lo que yo hago?». «No, yo no le he leído. Quiero que gane el premio Nobel porque la Argentina tiene que tener un Nobel más». Y él se reía. Creo que al final lo tomaba como un chiste", cuenta.
Alberto Manguel también conoció a Borges. Fue uno de los cientos de chicos que le leyeron cuando Borges ya no podía leer. En esa época, Manguel tenía 15 años y Borges 63. Hoy tiene 68 años y está a punto de asumir –en julio– como director de la Biblioteca Nacional, mismo cargo que llevó Borges con felicidad durante 18 años. Sobre ese 14 de junio de 1986, recuerda: "Yo estaba en Toronto, donde vivía con mi familia. Cuando le conté a Borges, durante un breve encuentro en París, que me mudaba a Canadá, me dijo: «Canadá está tan lejos que apenas existe». De eso me acordé cuando me enteré de su muerte. Me llamaron de la radio local para que dijese algo: no quise. Me sentí muy triste como si se hubiese acabado un capítulo de mi pasado. Poco después hablé con Héctor Bianciotti, quien había estado en el hospital de Ginebra con María Kodama durante los últimos momentos. Héctor le había tomado la mano a Borges mientras éste agonizaba, murió con su mano en la de Héctor".
¿Ha sido diferente la vida sin Borges?
Por supuesto, en un sentido literario. Borges ha iluminado la literatura universal de una manera prodigiosa, incontrovertible. Ahora la literatura se divide en a.B. y d.B. [antes de Borges y después de Borges] y aún los autores que lo preceden llevan su sello. Como dijo en un ensayo célebre: "Todo escritor crea sus precursores". Ahora toda la literatura está bajo su influencia. En cuanto a la muerte misma, Borges decía ansiar el olvido que la muerte le brindaría: "ser para siempre pero no haber sido". Espero que, para él, haya sido así.
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Hay dos maneras de escribir esta nota. Atendiendo a su universo o atendiendo al nuestro. Una de las dos opciones es ilusoria. O tal vez, las dos. ¿No es acaso, nuestro universo, un conjunto de influencias construido antes por él que por nosotros? Hijos de su tradición, somos vástagos de su obra. Hay un peligro en eso. El cineasta Mariano Llinás, profundo admirador de Borges, distingue dos tipos de herencias: una dañina y otra prometedora. "Hay toda una zona como de viudas de Borges que no considero muy productiva. Algo que podríamos identificar con cierta burguesía literaria, un lugar un poco cómodo y engolado que se dedica a recordar al maestro, quedando ajenos a cualquier tipo de pasado, cualquier tipo de presente y sobre todo cualquier tipo de futuro. Por otro lado, está la buena tradición borgeana. Hablo de aquella que inaugura cierto tipo de pensamiento porteño (y digo porteño porque Borges era un escritor de Buenos Aires, sobre todo). Diría que es una tradición que tiene dos aspectos centrales: la primera es la tradición de desobediencia, que no lo involucra en términos de estética sino en términos políticos, de política cultural podríamos decir. Tiene que ver con su rechazo a cada una de las imposiciones del medio literario mundial. Borges fue una persona que sistemáticamente se opuso a todas las supersticiones, sean buenas o malas. Y la otra pata productiva de su tradición es lo que él vuelca en ese ensayo famoso, El escritor argentino y la tradición, que es la Constitución Nacional de todo escritor argentino. Es decir, la idea completamente revulsiva de que el escritor argentino no tiene una tradición argentina particular, sino que, al ser un país nuevo, puede hacer propias todas las tradiciones, puede pensar su propia obra sin tener que responder a nadie", dice.
La idea equívoca de que existe un argentino esencial, arquetípico, es tal vez lo que nos dificulte entender la argentinidad de Borges, o encontrar en pie herederos capaces de continuarlo. Borges era argentino a su manera, lo cual, por otro lado, es lo que somos todos. Un ejemplo simple: en Evaristo Carriego ensaya una explicación de los mecanismos del truco. Para hablar de la picardía que se requiere, sin embargo, no recurre a una anécdota del juego, no explica lo que es el envido o un falta envido, ejemplos que por otro lado se agotarían en el propio universo del juego y que lo harían argentino en el sentido endogámico, pour la galerie. Al contrario, se va a Rusia, a dos personajes que en su vida jugaron al truco, y dice:
Los baratijeros Mosche y Daniel se encuentran en la gran llanura de Rusia y se saludan.
–¿A dónde vas, Daniel? –dijo el uno.
–A Sebastopol –respondió el otro.
Entonces, Mosche lo miró fijamente y dictaminó:
–Mientes, Daniel. Me respondes que vas a Sebastopol para que yo piense que vas a Nijni-Novgórod, pero lo cierto es que vas a Sebastopol. ¡Mientes, Daniel!
Así, Borges universalizaba el campo poético argentino y extranjero en un solo movimiento. Era uno de sus trucos, la capacidad de hacer parecer que todos los símbolos posibles de la civilización pueden ser propios del barrio de cualquiera de nosotros. Pero, como bien dice Llinás, es un truco. Repetirlo no sería más que reversionar temas de Sabina o de Arjona en una cena show de Costanera.
¿Se puede continuar su tradición en la literatura o es puramente moral su lección?
De lo que se trata es de que nadie tiene razón, esta idea de que la literatura es una búsqueda incesante, ampliar el campo de lo que se puede hacer y no simplemente repetir trucos borgeanos. El principal camino para el equívoco es creer que él tiene razón. Ese es uno de los grandes errores que algunos proto-borgeanos han tenido. Si uno quiere seguir el camino de Borges, lo peor que puede hacer es ponerse a leer a Kipling.
Si hubiera que buscar herederos, ¿se te ocurre algún nombre?
No hay heredero más claro que Roberto Bolaño. No sé si es el mejor heredero, pero que pensó en ser su heredero es muy nítido. Alguien que pensó la ficción como género, que tiene a la ficción misma como tema. En ese sentido también Rafael Spregelburd es otro claro heredero, por la mezcla de género y el derroche de ficción en sus obras. Él es, a mi gusto, el personaje más importante de la cultura argentina hoy.
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El escritor y editor Luis Chitarroni no está de acuerdo con la tesis de los herederos. Para él, ni los hay ni los hubo. "Discípulos o epígonos defectuosos, imitadores rapaces, sicofantes sin adjetivación. Después de escalar hasta sus hombros con designios trabajosos y ruines, sigo tratando de asomarme a él", dice al respecto, y agrega que en la actualidad no hay ninguna línea de escritores borgianos. Luego, llamado al juego de imaginar dónde publicaría Borges hoy, qué lugar tendría en el mundo editorial, ensaya: "Sería un ejercicio de exagerado aprecio por el mercado (no, el mundo) editorial, creer en la adecuación de Borges a una gran casa o a una tentativa inmobiliaria independiente (poblada sólo de intenciones, apuros y estrecheces). Las razones por las que unas y otras se sacan ventajas intelectuales o comerciales son azarosas o alevosamente marketineras, nada más (en una genuflexión típica ante las palabras importantes a las que Borges no era afecto, casi escribí aleatorias, tan dignos la palabra y yo de su –de Borges, claro– desdén). Con alguien del nivel de Borges (otra palabra horrible nivel, de argentino exquisito) debemos limitarnos a la literalidad, no a la conjetura. Las primeras ediciones de Borges, de libros de poemas, las pagó, creo, su papá. Después, Evaristo Carriego y alguna otra las publicó Gleizer, cuyo estatuto en esos lejanos tiempos ignoro sin remordimientos".
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"Calvino decía que los hombres nacen destinados a ejercer su vida con dignidad o con indignidad, con coraje moral o sin coraje moral, y que eso no decide el destino ulterior tras su muerte. Un hombre perverso puede salvarse, y un hombre digno perderse. Y que eso estaba escrito de antemano. Creo que a Borges eso le agradaba mucho, esa idea de que la dignidad es inherente a la libertad del individuo: tal vez él no sea libre en lo que hace a su destino tras la muerte, pero sí lo es para elegir una conducta más o menos digna. Y esto se ve mucho en sus cuentos, en los personajes trágicos que él tiene, que están siempre frente a una definición moral", explica Kovadloff. Ese mismo Calvino del que habla, Juan Calvino, reformador de la ciudad de Ginebra, está enterrado en el mismo cementerio que Jorge Luis Borges. Los separan pocos metros. Ambas tumbas son discretas. La de Borges, con flores y un prolijo trabajo de jardinería, tiene unas inscripciones en lengua nórdica que hablan del coraje. La de Calvino solo dice JC.
En la apertura de la Feria de este año, Manguel se preguntó: "¿Quién era el Quijote? Ante todo un lector". ¿Y Borges? ¿No era, en ese sentido, exactamente lo mismo que el Quijote? "Borges fue, como Alonso Quijano, ante todo un lector, pero un lector muy distinto. Para Alonso Quijano, los libros que lee le ofrecen una ética que debe poner en acción en el mundo. Como Alonso Quijano, Borges también fue un hombre por sobre todo ético, pero el mundo en el que actuó fue el de la palabras, no el de la acción física", dice ahora.
El escritor Gonzalo Garcés también ve a Borges como un lector, pero antes como un constructor de lecturas. "Para mí, antes que nada Borges fue el goce. Bolaño decía que la literatura argentina era una casa, y asociaba a los distintos escritores a la cocina, el living, el comedor, etcétera. Para mí ahí hay un error: Borges es una casa. Borges es la literatura convertida en un lugar abrigado donde se puede vivir. Lo primero que hice cuando tenía 16 años y leí Tlön, Uqbar, Orbis Tertius fue ir a buscar una enciclopedia, y mientras la abría tuve la sensación de que ahí había una vida posible, de que uno podía básicamente ordenar su vida en torno a una enciclopedia, una biblioteca. No hay ningún otro escritor argentino que trasmita la sensación casi física de que leer es un disfrute. Recuerdo algunas de las primeas líneas del prólogo de Borges a la primera edición que él hizo de Thomas De Quincey, en su colección Biblioteca Personal. Él empezaba diciendo: . Creo que toda la actitud de Borges está en esa frase".
Carlos Gamerro, que acaba de publicar por Eterna Cadencia una serie de clases sobre Borges y los clásicos, comparte la visión de Manguel y Garcés. "Para plantear que Borges es el mejor escritor del siglo veinte hay que argumentarlo, porque compite con Joyce, con Proust, con Kafka… Pero sin dudas tiene pocos competidores a la hora de elegir el mejor lector del siglo veinte", dice.
¿Pierre Menard no es un poco la puesta en escena de esa capacidad de relatar sus lecturas y contagiarlo en forma de ganas de escribir?
Sí. Yo creo que Pierre Menard retoma lo que toma el Quijote, es decir, la figura del lector apasionado. Es más, hablaría del lector heroico. Aquel que lee un texto y queda tan deslumbrado por las palabras y la realidad que pinta ese texto, que quiere desplazar a la realidad que le ha tocado e instaurar el mundo de la literatura en la vida cotidiana. Y una variante moderada de eso que finalmente es locura en Don Quijote es el deseo de querer escribir esa obra maravillosa que estás leyendo. Y según Harold Bloom en La angustia de las influencias es lo que motiva a todos los escritores: quieren escribir la gran obra que leyeron. Y en ese sentido, Pierre Menard no sé si es el Santo Patrono o el Mártir de todos ellos, porque es el que dice: yo lo voy a escribir igual, no importa si está escrito. Está ahí la idea de la lectura como acto creativo no muy distinto de la escritura.
¿Cree que en 200 años seguirá su obra en un lugar central de la literatura?
Sí, sin dudas. Creo que Borges y algunos autores latinoamericanos, sobre todo del siglo XX, son el nuevo Siglo de Oro de la literatura en lengua española. Creo que esa literatura tiene dos grandes momentos: el Siglo de Oro en España, y el siglo XX en América latina, que es el segundo Siglo de Oro, y Borges es el centro.
Hay un libro de ensayos que se llama Matar a Borges. ¿Cree que es necesario matarlo para salir vivo?
No creo que matar. Pero hay que encontrar estrategias para escribir después de él. Yo en algún momento me plantee el destino de la primera generación inmediatamente después de Borges. Y plantee a Saer, Walsh y Puig. Todos de alguna forma buscan la manera de escribir en los espacios que Borges dejó libres. Por un lado, Puig y Saer se vuelvan fundamentalmente a la novela. Saer busca por el lado de la literatura francesa y del objetivismo, que es lo contrario del método de Borges, y Puig dice que viene del cine, no de la literatura, y busca lo sentimental, que para Borges es una anatema. Walsh por otro lado es quien la tiene más difícil, porque escribe cuentos cortos y tiene como modelo a la literatura y la lengua inglesas. Pero se hace peronista y se hace montonero. O sea, por algún lado hay que zafar de Borges. Yo vivo abrumado por la presencia de Borges como ensayista, pero descubrí un método práctico que me ha resultado: escribo libremente y después, cuando corrijo, tacho las citas de Borges.
¿No es de algún modo un alivio para todos los novelistas el hecho de que Borges no haya escrito novelas?
Absolutamente. Nos salvó la vida. Yo de hecho escribí un primer libro de cuentos y no volví a hacerlo. No digo que sea específicamente por culpa de Borges, pero sentís cierto alivio cuando estás en zonas libres de la "sombra terrible de Borges", como la llamó Tomás Eloy Martínez.
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Jorge Luis Borges tiene 586.666 seguidores en Twitter. Es argentino, vive en Barcelona y escribe desde 2011. Sus textos –hasta el momento 36.729 tuits– son del otro, de Borges. Quien lleva la cuenta es Esteban Pinotti, que desde España dice: "Su obra llega e impacta en cada vez más personas. Ya lo decía Jung, ‘aquello que se resiste, persiste’. El temía tanto la inmortalidad que terminó siendo eterno".
No vemos el mundo como es sino como somos, escribió Borges. Nos anula así de todo intento de recordarlo, aunque siguiendo lo que dice Kovadloff, pareciera más bien él estar recordándonos a nosotros, ahí, a treinta años de su muerte, cada vez más cerca de ese atroz destino de eternidad. Kovadloff, que dice que un hombre está hecho a los ochenta años, es optimista respecto del destino del autor de El Aleph.
Decía Eugenio Montale que Borges era capaz de poner el universo en una caja de fósforos.
Es verdad. Uno tenía la impresión al escucharlo de que venía de un trato íntimo, del tuteo con lo más hondamente imponderable de la vida. Se tuteaba con lo imponderable. Tenía un sentido, un sentimiento de lo indecible que era extraordinario.
¿Sintió el cariño que le prodigaba la Argentina?
Él sintió la admiración que despertaba, pero era muy irónico con eso. La admiración no es el amor. La admiración pone distancia, y expresa distancia. Me acuerdo un episodio fantástico que es el de aquel hombre que lo esperaba al final de una clase, que se le acercó y le dijo: "Usted es Jorge Luis Borges". Y él le respondió: "Momentáneamente". ¿Por qué? Porque con esa inteligencia que tenía advirtió que ese hombre más que quererlo, lo admiraba.
¿La Argentina será capaz de querer a Borges, o sólo lo podemos admirar?
Yo diría que tenemos que darle tiempo al país. No sé si el mismo tiempo que necesitó Sócrates para ser reconocido. Difícilmente uno es descubierto en su tiempo. Pero sabemos que hubo una vez alguien que se llamó Jorge Luis Borges.
Aunque se nos haga cuento.
Aunque se nos haga cuento.
1899
Borges decía que le gustaba haber nacido en 1899 (el 24 de agosto) porque era el último año de su siglo favorito
1908
A los 9 años traduce del inglés El príncipe feliz, de Oscar Wilde
1942
Publica, en colaboración con Adolfo Bioy Casares, Seis problemas para Isidro Parodi
1961
Comparte con Samuel Beckett el Premio Formentor. El Nobel nunca le llegará. "Siempre seré el futuro premio Nobel", solía bromear
1975
Muere su madre, una de las mujeres que más lo influyeron en su obra y su vida personal. El mismo año viaja por primera vez con María Kodama
1977
Realiza en el Teatro Coliseo siete de sus más recordadas conferencias, las que se recopilarán tres años después en el libro Siete Noches
1983
Publica su último libro de cuentos, La memoria de Shakespeare. En el cuento 25 de Agosto de 1983 imagina un encuentro con él mismo, una de las temáticas de toda su obra
1986
En abril se casa en Ginebra con María Kodama. Dos meses después, muere en esa ciudad a causa de un cáncer
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