Hasta el año pasado, sin ir más lejos, la vida de Victoria (46) transcurría como la de muchas mujeres casadas: un matrimonio de veinte años, dos hijos adolescentes. Tenía, sencillamente, lo que cualquiera llamaría una vida estable: tranquilidad económica, casa con jardín, perro, ahorros, viajes con frecuencia y trabajaba en lo que le gustaba.
Siempre inquietos y con proyectos en común, con su marido había comprado un terreno para construir otra casa con necesidades específicas para hijos grandes. La idea era quedarse allí en un futuro no muy lejano y ellos solos, hasta habían pensado dónde iban a dormir los nietos. "Hicimos los planos, nos peleamos por cada metro cuadrado, tomamos las medidas de los muebles para que todo encajase perfecto. Nada en mi vida se apartaba del proyecto de familia, inclusive cuando miraba para atrás me sentía una privilegiada por haber logrado todo lo que teníamos".
Hasta que el día de su cumpleaños, pudo ver las cosas desde otra perspectiva. Entre todos los mensajes que recibió en su teléfono, le llamó la atención un contacto desconocido que la saludaba. "Hola Victoria, soy Mariano (48), ¿qué es de tu vida, tantos años?". Tuvo que hacer memoria. La última vez que había visto a Mariano había sido cuando era una adolescente, hacía ya 30 años. "No era de mi grupo de amigos, tenía dos años más que yo y había sido mi líder de campamentos en el sur. Lo recordaba con cariño y a través de imágenes hermosas: montañas, lagos, fogones, noches estrelladas".
Victoria no usa redes sociales y por ese motivo tampoco sabía nada de la vida de Mariano. "Hola Mariano", fue su respuesta y le hizo un resumen bastante sintético de su vida: estaba casada y tenía dos hijos, vivía fuera de Capital, trabajaba y no mucho más.
Mariano contestó con un mensaje de voz. Estaba en México y tenía planeado volar hasta Buenos Aires en un avión ultraliviano. Era un gran sueño que estaba a punto de cumplir. Además, tenía dos hijos y se estaba separando de su mujer después de dieciocho años de matrimonio. "Escuchar su voz después de tanto tiempo, me transportó directo a mi adolescencia. Me sentí yo, pero a los quince años, perdiendo consciencia por unos segundos de quién era en ese instante, fue muy fuerte. Su aparición repentina y el viaje aventurero que estaba por emprender me dieron mucha curiosidad y sin pensarlo le pedí que me mandara fotos para seguir su travesía".
A partir de ese momento y durante dos meses, cada diez días Victoria recibía fotos del viaje de Mariano. Fueron dos meses en los que, en paralelo, ella seguía con su vida, sus proyectos, la construcción de casa nueva, el trabajo y demás actividades que formaban parte de su rutina. Sin embargo, no terminaba de entender el motivo de su constante comunicación, le inquietaba saber cuáles eran sus intenciones, le daba temor y le parecía desubicado preguntárselo.
Y llegó diciembre, un mes complicado para Victoria. Su padre estaba enfermo hacía ya un tiempo y pasaba de internación en internación. Ella lo acompañaba en todo momento y no quería estar lejos del hospital. "Mi cabeza pedía a gritos desconexión y, en ese contexto, comenzamos a chatear cada vez con más frecuencia con Mariano". Ese chat se transformó en una llamada y esa llamada terminó en el primer encuentro. "Yo tomaba la decisión sabiendo que la intención de él era clara: en uno de los chats me había dicho que yo le había gustado cuando éramos chicos y si bien yo nunca lo había visto con esos ojos (era más grande y mi líder de campamento), me llamaba la atención lo entusiasmada que estaba con cada foto, cada mensaje, cada poca pequeña cosa que me alejaba del dolor".
Subir la apuesta
Mientras iba a su encuentro se cuestionaba: ¿para qué? Y se respondía a sí misma que ya estaba grande, que dentro de poco iba a tener 50 y que seguramente se habían convertido en personas diferentes después de tanto tiempo. En su cabeza se mezclaban y pulseaban el miedo y la curiosidad. "Llegué a nuestro encuentro, que a pedido mío fue en mi lugar de trabajo, argumentando que ahí podíamos hablar tranquilos. En realidad estaba muy nerviosa y sentía que ahí estaba protegida, tenía claro que sería o debía ser una charla entre amigos. Cuando lo vi (me gustó en ese instante), lo primero que pensé fue ¿qué estoy haciendo? Hablamos de todo durante cuatro horas, cuatro cortas horas. No recordaba la última vez que había conversado con alguien tanto tiempo y que ese alguien me escuchara mirándome. Nos despedimos con un beso en la mejilla y con una interminable catarata de mensajes que nos daban la sensación de seguir viéndonos".
Cuatro días después acordaron en verse nuevamente. Esta vez la apuesta fue mayor, el encuentro iba a ser en la casa de Mariano. "Recuerdo el pasillo oscuro al entrar, la charla en el sillón tratando de descomprimir el momento y finalmente la cocina donde nos dimos nuestro primer beso. Y no porque el beso fuese importante, sino porque fue en ese momento donde sucedió lo que nunca voy a olvidar, me abrazó. Fue ese abrazo que derrumbó todo, mi matrimonio, mi proyecto. Ese derrumbe me hizo ver entre escombros lo que no quise ver durante todos mis años de terapia yo no era feliz. Me descubrí con el sentimiento de estar con alguien con quien quería estar y la acogedora sensación de que esa persona quería estar conmigo, esa conexión fue reveladora".
Victoria quedó suspendida en una suerte de limbo, con su interior exaltado, y entre realidades incompatibles. Fue en ese momento que con una capacidad aeróbica descomunal, tomó fuerzas para hablar con su marido, de ellos, de su vínculo. "No sé cómo explicarlo, pero en ese instante el universo se reacomodó y me encontró de receptora de su confesión: él ya no me quería, mi marido se quería separar. Si, así de simple y complejo, sin más, los acontecimientos ocurrieron a una velocidad que hoy me asustan. Se fue de la casa, alquiló un departamento y quedé de la noche a la mañana viviendo sola con mis hijos".
Mientras, la relación con Mariano continuaba en paralelo. No podían dejar de verse, de estar juntos, no importaba el lugar. Hoteles, viajes inventados al interior del país, todo sucedió de forma muy vertiginosa y real. "Supongo que estábamos inmersos en los primeros tiempos del enamoramiento como lo suelen llamar, esa urgencia de ver al otro, de tenerlo en cuerpo y mente. Así me encontré descubriéndome a mí misma desde otro lugar, pensándome y cuestionándome cuáles eran mis deseos, que quería para mi vida futura. Necesidad de introspección y al mismo tiempo de unión con el otro. No es un dato menor que Mariano fue la persona que más me acompañó en el proceso de la muerte de mi papá. Nunca lo voy a olvidar. Pero si hay algo que logró con su mensaje de feliz cumpleaños fue permitirme reencontrarme conmigo misma".
Pero el jueves 19 de marzo, cuando decretaron la cuarentena obligatoria en la Argentina todo cambió. Ese día estuvieron juntos y se dieron su último abrazo. Desde entonces se comunican por mensajes. Mariano todavía no se había mudado y actualmente está viviendo con su ex mujer e hijos. "Quedamos pausados físicamente, cada día parece una eternidad, solo quedan fotos mentales, con olores y sonidos, mensajes escritos y leídos más de una vez. Pero, ante todo, el creciente deseo de volver a vernos, aunque sea una vez más..."
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