3 ideas desconectadas de una mamá primeriza que sale poco y piensa mucho
Estamos empezando a generar una rutina familiar porque estamos empezando a ser, de a poco, una familia. Durante la noche ya no sé lo que hago pero a la mañana me despierto, doy la teta y duermo un rato más. Papá se encarga de entretener y cuidar a bebé durante unos sesenta minutos promedio, cada uno de ellos más sagrado que el anterior. Esa hora extra y un café recién preparado son mi regalo diario para arrancar los días, cada vez más largos y calurosos. Tristemente, no pasan muchos minutos hasta que agarro el celular: el grupo de Puerperio 2018 tiene una actividad incesante, y solo llego a leer rápidamente los temas del día: granos de calor, niñeras, vacunas y protectores solares. Mi red de mujeres es cada vez más grande y sólida y aunque no conocemos las caras de las otras mamás sí sabemos edad y nombre de cada uno de nuestros hijos e hijas. Cuando alguno o alguna cumple mes, cambiamos la foto de perfil y respondemos a las imágenes con comentarios hermosos. Solo decimos cosas lindas y, en ese sentido, es el mejor grupo de Whatsapp que jamás tuve. Nadie obliga a nadie a responder, no hablamos de política (por ahora), todas estamos igualmente cansadas y confundidas, todas las conversaciones quedan inconclusas nadie tiene la última palabra sobre ningún tema. Un lujo.
Desde que soy mamá le exijo menos al mundo en general para que el mundo me exija menos a mí en particular. Es una buena técnica que, ayudada quizás por el cansancio, me hace juzgar menos a los demás, sobre todo a las madres. Sin embargo, con otros seres humanos me volví implacable: los conductores que estacionan en las esquinas y no me dejan bajar con el cochecito y los peatones que se aprovechan de su liviandad y me adelantan en entradas de bancos, subte y negocios varios son mis nuevos enemigos urbanos. En tres meses, envejecí veinte años en hábitos y costumbres: voy a comprar con carrito para las compras apenas abre el supermercado y despotrico contra el gobierno de la ciudad cada vez que tengo que circular por la calle porque las obras ocupan toda la vereda.
Cada vez que respondo "voy sola" a algún evento, me preguntan donde dejo a mi bebé. "Voy sola con la bebé", quiero decir. La configuración de este nuevo sistema personal me es todavía muy extraña; vaya donde vaya tengo pegada a mi a otra persona y estar verdaderamente sola no es nunca una opción. Esta semana decidí regalarme tres momentos sin bebé, cada uno de ellos planificado con antelación, cuidado y ayuda de terceros. La paso bien, está bueno estar sola sin mover con el pie algún cochecito o mostrar un juguete de colores a nadie. Pero algo me falta a cada momento y estos debates internos entre recuperar la soledad y estar todo el día acunando a alguien me dejan confundida. "Sola" no significa lo mismo que hace algunos meses. Con cada salida al mundo, algo se desvanece. Cuando vuelvo corroboro que todo está en su lugar: los juguetes tirados por el suelo y un bebé ocupando mi lugar en la cama. Nadie parece haber notado mi ausencia y eso me hace feliz.
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