En su primer año, la venta de sinedafil como tratamiento para la disfunción eréctil recaudó mil millones de dólares, un récord absoluto para la industria farmacéutica
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1998 debería pasar a la historia como “el año del sexo”. Empezó con el affaire entre Bill Clinton y Mónica Lewinsky, noticia que se imprimió con letra de escándalo en todo el mundo. A la par que se conocían con lujo de detalles los encuentros sexuales entre el presidente de los Estados Unidos y la becaria de la Casa Blanca, casi como un prólogo hecho a medida, apareció en el mercado un fármaco que solucionaba un problema tabú: la impotencia sexual masculina.
Cuando el Viagra salió al mercado, no se hablaba de otra cosa. Causó furor. Lo llamaron “la píldora azul”. Rápidamente sus ventas se dispararon y, en tan solo un año, recaudó mil millones de dólares, un récord que desconcertó hasta a sus creadores.
“La píldora contra la impotencia ya llega al país”, anunciaron lo medios de comunicación argentinos durante los primeros días de junio. Algunos llegaron a decir que, después de la penicilina, el sildenafil (nombre genérico del Viagra) era uno de los descubrimientos accidentales más relevantes en la historia de la medicina. La campaña de marketing y publicidad estuvo a la altura: personalidades del deporte y de la música, como Pelé y José Luis “el Puma” Rodríguez, grabaron avisos de televisión hablando sobre las bondades del medicamento. Prometían “una vida sexual plena al alcance de todos” y anunciaban, sin vueltas, “el fin de la frustración”.
Pero antes de convertirse en la droga más vendida, el Viagra debió romper, desde su origen, varias barreras y prejuicios. La historia del fracaso que se convirtió en éxito.
Su origen: Un efecto secundario
Al igual que el marcapasos y la penicilina, el sildenafil -el primer fármaco que logró ayudar a los hombres a conseguir una erección- surgió de casualidad.
Todo comenzó en 1991, en el laboratorio Pfizer de Inglaterra. Peter Dunn y Albert Wood investigaban los efectos del citrato de sildenafil, una droga para tratar la hipertensión arterial, la angina de pecho y el infarto agudo de miocardio. Los investigadores buscaban una droga que permitiera relajar los vasos sanguíneos que llevan la sangre al corazón, pero los ensayos no arrojaron resultados esperados.
Sin embargo, los voluntarios que tomaban la droga informaron un efecto inusual: además de dolores musculares y de cabeza, muchos dijeron que les producía erecciones.
Hasta ese entonces, no existía un tratamiento oral para los problemas de erección. Habían desarrollado algunas soluciones, en su mayoría invasivas, como la colocación de una prótesis.
Además de ser un tema tabú, era socialmente aceptado que la dificultad de un hombre para conseguir o mantener una erección, estaba relacionada a la psicología y no a una cuestión clínica.
Fue por eso que cuando terminaron de leer los informes de aquel ensayo, concluyeron que valía la pena detenerse un poco más en el efecto secundario y evaluarlo. Comenzaron con un estudio piloto de “baja prioridad”.
Con los nuevos ensayos, se corroboró lo que se sospechaba: la toma del fármaco producía erecciones. Los investigadores se emocionaron. Ya no estaban frente a una anomalía o un efecto secundario. De casualidad, habían descubierto un remedio que cambiaría la vida sexual de muchos hombres... y también la de sus parejas.
Pero antes de que Pfizer se decidiera por lanzar el fármaco al mercado, hubo algunas dudas. En una entrevista, David Brinkley, director de planificación de los productos, contó que para muchos laboratoristas era fácil hablar sobre sexo (y mucho menos aún sobre la función sexual). Además, explicó, también estaban quienes pensaban que una droga para resolver los problemas de erección no podía considerarse una “medicina digna”.
Según el director, el razonamiento era entendible. Internamente se preguntaban cómo iba a reaccionar la sociedad ante el anuncio de una píldora destinada a mejorar el rendimiento sexual. Hasta ese entonces, Pfizer, además de la calidad de sus productos, era reconocido en el mundo por ser pionero en la producción de penicilina a escala industrial para los heridos de la Segunda Guerra Mundial, algo que era muy lejano a los problemas de alcoba.
Pero las evidencias fueron cada vez más contundentes y la realidad se terminó imponiendo a las dudas y prejuicios. En 1996, el laboratorio decidió lanzar el fármaco al mercado bajo el nombre de “Viagra”, pero recién fue aprobado por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos), dos años después. Los que participaron en la denominación del producto dijeron que su nombre fue elegido “porque expresa el vigor y la vitalidad que el hombre quiere experimentar al superar su problema de erección”.
Los médicos, engranaje fundamental en la cadena de distribución, recibieron la novedad con escepticismo. Luego de escuchar la presentación, muchos profesionales de la salud no pudieron contener la risa. Preguntaron si se trataba de una broma. Incluso hubo quienes sospecharon que se trataba de una cámara oculta, que estaban en auge. Luego de varias charlas y congresos, la barrera fue superada.
Pero los encargados de marketing advirtieron otro posible obstáculo. ¿Cómo iban a lograr su aceptación cuando en aquel entonces (como aún hoy) a los hombres les resulta incómodo hablar de “impotencia”? Fue entonces cuando crearon un nuevo término, despojado de cualquier carga negativa: comenzaron a referirse a “el problema” como “disfunción eréctil”.
“Un hombre bien viagramado vale por dos”
Tras la aprobación de la FDA, el medicamento salió a la venta y el éxito fue rotundo. En nuestro país, la pastilla debía comprarse bajo receta archivada. Según el prospecto, tenía tomarse entre 4 horas y 30 minutos antes de tener relaciones sexuales. También alertaban sobre sus posibles efectos secundarios: puede afectar la presión sanguínea, la tensión cardíaca, la visión y la audición.
Así, en 1998, de la mano del Viagra, se empezó a hablar de la impotencia (ó “disfunción eréctil”). Dejó de ser un tema tabú. “Los problemas de erección son comunes. Habla con tu médico”, decía Pelé en televisión. Pero, por las dudas, cerraba el comercial con un remate que lo excluía del problema: “yo lo haría”, decía. Así, en potencial, dejando en claro que los problemas de erección eran muy comunes... pero que él no los tenía.
José Luis “El Puma” Rodríguez fue bastante más allá. Primero, en su comercial, no dejó dudas: “Yo tomo Viagra. ¿Estás listo para tomar Viagra”, decía sin complejos. Pero luego, durante una visita a un programa de televisión chileno, contó su experiencia: “Sí, lo uso... y me va bien. Es para que no se adormezca. Mira, un hombre bien viagramado vale por dos. Este medicamento es cheverísimo”.
Bod Dole, el excandidato a presidente de los Estados Unidos en 1996, fue uno de los primeros portavoces del Viagra. El político, que tuvo cáncer de próstata, formó parte de los ensayos originales de la píldora. “Hay muchos hombres por ahí, millones de hombres, que sufren de impotencia y esto puede ser el primero paso”, dijo a Larry King durante una entrevista en 1998.
Con el tiempo, personalidades del mundo del espectáculo dijeron que consumían la pastilla. El actor Michael Douglas, casado con la actriz Catherine Zeta-Jones, uno de los matrimonios más longevos de Hollywood, durante una entrevista con el Daily Telegraph, en el año 210, dijo: “Algunas mejoras maravillosas han sucedido en los últimos años, el Viagra por ejemplo, que puede hacer sentirnos más jóvenes”.
Pero no todas las experiencias resultaron buenas. Tampoco en Hollywood. En 1999, en una entrevista para Playboy, el actor Ben Affleck contó que su primer contacto con Viagra fue traumático: “Casi sufrí un ataque al corazón. Tuve que sentarme y lo único que hizo fue hacerme sudar y sentirme mareado y realmente nervioso”.
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