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Aunque no lo percibieron, ese día, una flecha invisible unió sus corazones para siempre. Él, a cargo de un grupo de coordinadores y profesores de educación física que acompañaban a los estudiantes en sus viajes de egresados, la seleccionó a ella para uno de los puestos. Ella era de San Justo, él de Villa Ballester. Ambos eran profesionales, jóvenes y respetuosos de los espacios de trabajo.
Corría la primavera de 1997. “Tuvimos una reunión con todo el equipo de profesores. Eran unas 30 personas sentadas en ronda en una terraza. Ella quedó circunstancialmente frente a mí y no dejó de mirarme mientras coordiné toda la reunión”, recuerda Mario (55).
Plantar bandera y navegar en aguas turbulentas
Por ese entonces, Gabriela estaba atravesando una historia de amor que arañó durante 22 años hasta que finalmente, harta, plantó bandera. Mientras, Mario navegaba contra la corriente en un matrimonio que ya no lo hacía feliz. Esas historias individuales les dejaron, bastante tiempo después, dos hijas a ella y dos hijos a él. Al año siguiente, Mario la volvió a convocar pero no coincidieron los calendarios y ya no se cruzaron más. Aunque él nunca pudo sacarse de sus pensamientos sus tremendos ojos celestes.
Algo más de 20 años después, Mario escribió una impensada reseña en redes sociales sobre un viaje mágico que había hecho en moto bastante tiempo atrás. Entre los comentarios, con solo un par de palabras, Gaby manifestó su admiración por esa moto cada vez que la veía en la vereda de la empresa de viajes. Siempre había fantaseado con dar una vuelta en esa nave. “Hoy cuenta, con brillo en sus tremendos ojos, que cuando le devolví la gentileza y le sonó la notificación en su celular en plena calle, se le sobresaltó el corazón. Quizá era el hilo rojo que se tensaba sin saber”.
Chatearon, se contaron sus miserias y se encontraron a tomar unas cervezas con la excusa de saldar una apuesta perdida adrede. “No paramos de hablar toda la noche, como si el vínculo fuese de toda la vida. Nos desbordaron las miradas y las sonrisas. En algún momento me dio un abrazo inocente. Al pie de su auto le robé el ‘piquito’ que ella esperaba. Ella era una lady y yo, un caballero”.
Mario estaba abrumado por el vínculo tóxico que tenía con la madre de sus hijos. Gaby, por su parte, corría su loca y desenfrenada carrera tras la quimera de la libertad. Sucumbían a vidas agrias en las que sobrevivían anestesiados. “Veníamos curados de espanto y con anticuerpos contra cualquier tipo de enamoramiento, nos encantaba estar juntos y hacíamos lo que podíamos, aunque tal vez nuestros corazones no se animaban a admitir lo que nuestras mentes ya sabían. Nos sentíamos un poco los parias del amor”.
Chateaban todos los días, horas, cientos de mensajes, sin tutearse, era parte del juego. Se daban aliento en sus circunstancias cotidianas hasta que todo prosperó. “Los dos estábamos cascoteados y no queríamos asumir compromisos que no estuviéramos dispuestos a cumplir. Parecía un lindo juego y, como todo juego, lo factible es que tuviera una fecha de vencimiento. Queríamos proteger a nuestros hijos y no lastimar a nadie. Sin embargo nos gustaba estar juntos, ella dice que le encanta leerme y charlamos siempre muchísimo encontrando infinidad de coincidencias. Nuestros corazones sangrantes finalmente se fueron acomodando”.
“Vení a casa el tiempo que necesites”
Mario asegura que el encuentro entre ellos podría no haber sucedido nunca. Ya que no se trata de buscar. Uno simplemente encuentra. Cuando uno está buscando generalmente no encuentra nada. “A nosotros nos pasó y nos encontramos. Ella apareció en mi vida y desde ese instante mi vida fue más feliz. Sin proponerlo y sin pretenderlo, ambos tuvimos nuestra propia ‘serendipia’ del amor”.
La vida continuaba con altibajos, lo cotidiano se llevaba puesto a lo que cada uno sentía. Hasta que en lo más duro de la cuarentena pandémica, mediante un ardid traicionero, Mario se quedó en la calle sin techo y solo con lo puesto. Hacía unos tres años que había descubierto a la madre de sus hijos en una situación desleal para con él. No pudieron recomponer la situación y convivían separados bajo el mismo techo buscando una difícil solución definitiva imposible de acordar, mientras cada uno hacía su vida como podía. Ahí fue cuando, sencillamente y sin dudar, Gaby le ofreció su propio llavero y le dijo:
— Venite a casa el tiempo que necesites. Tu lucha, es mi lucha…
“En esos momentos te das cuenta que el otro mejora tu vida cuando sencillamente te da paz. Y por alguna extraña razón sus ojos iluminaron las ruinas de mi alma… Yo me enamoré de su sonrisa y de la felicidad diaria de su mirada”. La convivencia con Gaby fue maravillosa, ella cuidó de Mario todo lo que su corazón y su cabeza necesitaban. Fue una gran contención. Ella siempre le pregunta con añoranza y brillo en sus tremendos ojos celestes, qué hubiera sucedido si hace 25 años se hubieran animado a más. Pero ella era una lady y él un caballero.
Hoy viven en casas separadas cuando están con sus hijos, pero comparten vacaciones y encuentros de familia ensamblada. Están juntos todo lo que pueden, sueñan y tienen proyectos maravillosos Se complementan remando juntos y sin discutir, con tolerancia, con cariño, con ayuda, con alegría, con mucho amor.
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