2021: odisea del espacio
Nuevas sondas en Marte, el turismo hecho realidad, un despegue por semana y un renovado furor por el tema. Por qué este año es el más importante para la agenda espacial desde que el hombre pisó la Luna
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Luego de pasar casi un año encerrados por la pandemia, y con la posibilidad de que siga el aislamiento si el rebrote de Covid empeora, crecen las ganas de hacer una escapada a un lugar distinto. En este péndulo, unos días en la costa o en la sierra ya no alcanzan; ni siquiera un viaje a otro país o continente. ¿Qué tal una estadía en la Luna, en Marte, en una estación espacial o en un exoplaneta de alguna galaxia cercana?
2021 será, para muchos especialistas, el año más importante para la agenda espacial desde 1969, cuando por primera vez una misión tripulada llegó a la Luna. No solo por la cantidad de misiones programadas, nuevos telescopios, laboratorios y tecnologías, sino también por la efervescencia terrestre por el tema, con récord de series, películas y hasta visitas a museos temáticos de viajes interplanetarios. “En estos doce meses vamos a presenciar unos 56 despegues, es una cifra récord, prácticamente todas las semanas vamos a ver uno”, dice a LA NACION revista Jessica Parsons, líder de misiones del programa comercial de la NASA.
“Pasamos del encierro en el living a querer explorar el infinito; de lo microscópico del Covid-19 a la vastedad de un universo del que a veces no tenemos dimensión de su verdadera escala. Dejar un poco el microscopio y desempolvar el telescopio”, opina el filósofo Christián Carman, el argentino que descubrió años atrás el misterio del funcionamiento del Mecanismo de Anticítera, un aparato de la Grecia antigua, atribuido a Arquímedes, que predecía los eclipses y otros fenómenos cósmicos. Carman, un experto en astronomía antigua que da clases e investiga en Conicet, la Unqui y el Instituto Baikal, ve muchos puntos de contacto entre la realidad pandémica y la aceleración de la carrera espacial. El término Sputnik está hoy en los diarios como una vacuna rusa, pero fue el primer artefacto lanzado al espacio, el 4 de octubre de 1957 en la vieja Unión Soviética. Una esfera de apenas 58 centímetros de diámetro que dio el puntapié a una carrera inimaginada.
“En los años 60 ir al espacio era una aspiración, una muestra de poder y hasta un juego de curiosidad. La diferencia con la actualidad, lo que lo vuelve un tema tan importante y urgente, es que ahora se trata de una necesidad y un deber. Sabemos que a mediano y largo plazo no vamos a sobrevivir como especie monoplanetaria”, cuenta ahora Carlos Bayala, uno de los principales creativos de la Argentina, que desde su agencia New está trabajando con el relanzamiento (en mayo) del Launch Control Center (LCC), el corazón del Kennedy Space Center de la NASA, en Cabo Cañaveral (Florida).
Allí se darán este año pasos claves del programa Artemis, que busca volver con una misión tripulada a la Luna (y con la primera mujer en pisar suelo lunar) en el año 2024, 52 años después del último alunizaje humano del programa Apollo.”Pensemos que hay toda una generación, los nacidos luego de 1972, que no vieron nunca a humanos en suelo lunar”, dice Parsons, una ingeniera radicada en La Florida, “esto va a ser muy inspirador; en 2021 tendremos varias instancias claves del programa Artemis”.
¿Cuáles son los platos fuertes del año del espacio?, le preguntó LA NACION revista a Diego Bagú, divulgador de esta agenda y director del Planetario de La Plata. Bagú no sabe ni por dónde empezar del entusiasmo. “Arrancamos en estos días de febrero con la llegada a Marte de tres misiones, casi al unísono, que intentan aprovechar el alineamiento de la Tierra con el planeta rojo que se da cada 26 meses: la Perseverance de la NASA, la Hope de Emiratos Árabes (que orbitará como parte de los festejos por los 50 años del país) y la Tianwen-1 de China, que va por todo con un orbitador, un lander y un rover”, dice Bagú.
Además de las misiones a Marte y de la preparación de Artemis para la Luna, habrá durante el año lanzamientos todos los meses organizados y fondeados por una docena de países y de otras tantas empresas privadas hacia la estación espacial, hacia el sol (aquí Japón tiene un rol protagónico), a Venus y a diversos meteoritos, para estudiarlos y para –por primera vez– intentar desviarlos con el choque de una sonda terrestre: el 22 de julio despegará un cohete como parte del programa de redireccionamiento de asteroides (para protección planetaria) que se espera que colisione contra una piedra en el espacio a fines de 2022.
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— NASA's Perseverance Mars Rover (@NASAPersevere) February 19, 2021
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Para los astrónomos, 2021 será un año inolvidable. Desde el Mar Antártico Argentino, cuanta Bagú, se podrá ver el 4 de diciembre por tercer año consecutivo un eclipse total solar (algo que no ocurrió en otros países). En Chile, el observatorio Vera Rubin (nombrado así en homenaje a la astrónoma estadounidense pionera en la medición de rotación de estrellas dentro de una galaxia) tomará sus primeras imágenes (aunque recién se inaugurará por completo en 2023) con la cámara digital más potente del mundo. Y el 31 de octubre se lanzará el telescopio James Webb, el sucesor del Hubble, que costó 10 mil millones de dólares, operará a una distancia que es el cuádruple de la que nos separa de la Luna y con el cual se aspira a develar muchos de los misterios más intrigantes del universo, incluido el de su formación.
Tom Cruise a bordo
Pocos saben que el Museo Smithsoniano del Aire y del Espacio es, en sus dos locaciones en Washington, el más visitado del mundo, con 24 mil personas que pagan su ticket cada día (más que al Louvre, para tener una idea).
A tono con la densidad de misiones y eventos del calendario de los próximos doce meses, los grandes estudios y plataformas de entretenimientos prevén un récord de producciones con temática espacial (desde la tercera temporada de Mandalorian en Disney+ a la nueva versión de la película clásica Dune, pasando por Eternals, Chaos Walking y Space Sweepers, entre muchas otras). Los podcasts y cuentas de redes sociales dedicadas a esta temática explotan: solo la cuenta de Curiosity, el rover de la NASA que tuitea desde el cráter de Gale en Marte, tiene más de cuatro millones de seguidores. ¿Quién fue “el” personaje pop de los últimos meses? Sin duda Yoda bebé, un extraterrestre.
Bots before boots.
— Curiosity Rover (@MarsCuriosity) February 19, 2021
So proud of you, @NASAPersevere, and the work you will do paving the way for future astronauts, and searching Mars for signs of ancient life. https://t.co/S8qalncBY3 #CountdownToMars https://t.co/whojIgktnt
“Hay un avance exponencial de las tecnologías espaciales que redujeron mucho los costos y sumaron a nuevos países y a decenas de nuevas empresas a la actividad espacial; esto deriva en una democratización de la carrera que nunca habíamos visto”, remarca Luis Pascual, un productor y director de cine y series argentino que pasó días con Elon Musk (como parte de un proyecto de una biopic del dueño de SpaceX) e intermedió meses atrás para que Tom Cruise aceptara filmar, desde octubre, la primera película de la historia en el espacio exterior. “El director será Doug Liman y se rodará en la estación espacial internacional (ISS), con una trama de acción, suspenso y aventuras”, cuenta Pascual, que años atrás fundó su propia empresa del rubro espacial, Global Space Tecnhnologies.
Musk es el más emblemático de los hombres de negocios que incursionaron en la economía del espacio, con una promesa de rentabilidad que se viabiliza por avenidas que van desde el turismo espacial (por ahora solo para millonarios), el trasporte de satélites, la provisión de internet y hasta el minado de asteroides (los defensores del bitcoin dicen que la moneda digital es mejor reserva de valor que el oro, por la posibilidad de que en un futuro cercano el metal precioso se obtenga de meteoritos).
“Este año, la muchachada de Musk está ultimando pruebas de sus prototipos de la Starship, la nave con la cual planean viajar a la Luna y al propio Marte. En los próximos meses veremos más misiones tripuladas de la propia SpaceX. No quiero pensar si en este mismo año pueden llegar a probar por vez primera su gran cohete Starship Super-Heavy, que será el más grande de la historia”, describe Bagú. Días atrás, SpaceX anunció para fin de año la primera misión espacial con “tripulantes civiles”, Inspiration 4.
Para las personas más ricas del mundo, la conquista del espacio se convirtió en un aspiracional y un símbolo de poder, status y propósito. Jeff Bezos, el dueño de Amazon, tenía cinco años cuando vio caminar por la Luna de Neil Armstrong y a Buzz Aldrin y vivió un “momento inspiracional”. Siempre sostiene que Blue Origin, su empresa espacial, es su “trabajo más importante” (y tendrá más tiempo para dedicarle cuando, a fines de este año, deje de ser el CEO de su megacompañía de e-commerce, tal como anunció hace unos días). Fundada hace 20 años, Blue Origin atravesará en 2021 un año bisagra, con el lanzamiento tripulado de su nave New Shepard. Lo mismo sucederá con el Virgin Galactic SpaceShipTwo, del magnate Richard Branson, para el cual se pueden reservar tickets que valen más de 300 mil dólares. El otro gran jugador privado es Boeing, la fábrica de aviones, que planea testear dos veces en 2021 su nave Starliner: en mayo sin tripulación y en junio, con astronautas.
La huella argentina
Debido a la pandemia, los chicos que viven en la isla de Galápagos, en Ecuador, salieron poco de sus casas en los últimos meses y casi no interactuaron con el increíble entorno natural que los rodea. A Emiliano Rodríguez Nuesch, un argentino que estudió Letras en la UBA, programó videogames en Tokio y en los últimos años se convirtió en un experto en catástrofes naturales, se le ocurrió llevarlos en un tour virtual un poco más alejado: como parte de un programa que incluyó al BID y a la NASA, contactó a los alumnos de una escuela primaria de Galápagos con el astronauta Victor Glover, que respondió sus preguntas desde la estación espacial.
Rodríguez Nuesch cuenta que una clave del “reenamoramiento” que se planteó la actividad espacial pasa por la fascinación de los chicos. Un factor que estuvo muy presente en los 60 y 70, pero que luego, cuando la Guerra Fría se atenuó y las prioridades presupuestarias de EE.UU. y las URSS se enfocaron en otros temas, fue perdiendo atractivo.
“Aunque los sectores de alta tecnología tienen una presencia débil en la estructura productiva argentina (apenas un 8% de las exportaciones, y dos tercios de eso son de farmacéuticas), el sector de espacial –y en particular el satelital– es uno de los pocos en donde el país ha podido generar capacidades de innovación propias”, marca Andrés López, director de la carrera de Economía de la UBA y referente de la economía del espacio.
“La Argentina participa en la mayoría de las dimensiones principales de todo este proceso”, explica el economista Fernando Peirano, presidente de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación. Desde los satélites diseñados por CONAE, ARSAT e Invap hasta startups como Lia Aerospace, pasando por un simulador en La Rioja de vida humana en Marte (Solar54) anunciado en enero por un consorcio público-privado, menciona Peirano, además de la iniciativa empresarial más exitosa en este campo, Satellogic, uno de los principales candidatos a ser el próximo unicornio local.
Dentro de la NASA, los argentinos más conocidos son Pablo de León, un ingeniero nacido en Cañuelas que diseña trajes espaciales; y Miguel San Martín, un ingeniero electrónico de Río Negro que trabaja en el área de aterrizajes. La astrónoma platense Yamila Miguel colabora con la agencia en la misión Juno, que recaba información sobre Jupiter. Por supuesto, entre el talento local, imposible no mencionar al físico Juan Martín Maldacena.
En noviembre, Jonatan Loidi (también de La Plata) y Julián González, de SET Consultores, viajaron al Kennedy Center a firmar un acuerdo para llevar este año varios grupos de empresarios a una Experiencia NASA al centro de despegue de cohetes que incluye entrenamiento de astronautas y simulacro de misión a Marte, entre otras actividades, a partir de mayo. “Para el mundo de los negocios, la NASA es un referente único en materia de innovación y también de liderazgo y trabajo en equipo”, dice Loidi. En los años más intensos de la misión Apollo llegaron a trabajar en pos del objetivo de ir a la Luna más de 400 mil personas altamente calificadas, en lo que se considera la iniciativa humana más grande y ambiciosa de la historia. Apollo requirió diez veces la escala de coordinación y esfuerzo que la que fue necesaria para construir el canal de Panamá y tres veces la del proyecto Manhattan. En las minuciosas planillas que lleva la NASA para todos sus proyectos, su legendario programa implicó unos 2800 millones de horas de trabajo en la Tierra.
Ovnis y Sherlock Holmes
Andrei Vazhnov nació en la ciudad siberiana de Omsk, trabajó varios años en Buenos Aires y actualmente es jefe de tecnología de una gran corporación en París. Habla con fluidez cinco idiomas y aprendió castellano en seis meses, con un algoritmo que él inventó, viendo la serie Dr. House. Escribimos juntos Modo Esponja (Sudamericana) en 2017, sobre futuro, creatividad y cambio acelerado.
Días atrás le pregunté a Andrei qué era lo que más le entusiasmaba sobre el actual debate espacial, pensando que me iba a hablar de Marte o de Artemis. Pero Vazhnov, que estudió física y fue un quant (genio matemático) en Wall Street hoy está fascinado con proyectos para la década 2030-2040. “Lo que más me inspira a mediano plazo es la Laser Interferometer Space Antena (LISA), la nueva generación de observatorio gravitacional que se lanzará en los años 30 y que es el sucesor de LIGO, que tuvo su primera detección de ondas de este tipo en 2015”, cuenta Vazhnov.
Hasta hace cinco años, las ondas gravitacionales eran ciencia ficción: fueron una de las predicciones de la teoría de la relatividad que llevó comprobar más de 100 años. Hasta ahora, dependíamos de la luz de las estrellas y de otros objetos estelares para detectarlos: LISA permitirá atravesar objetos para ver otros: “por primera vez en astronomía además de ojos tendremos oídos”, grafica el físico ruso. Esto abrirá un campo de entendimiento sobre el universo, su funcionamiento y sus orígenes completamente nuevo, con un desafío ingenieril sin precedentes: LISA estará compuesto por tres satélites que orbitarán al Sol en forma de triángulo a 2,5 millones de kilómetros uno del otro (para tener una idea de la dimensión: la Luna está a 380 mil kilómetros de la Tierra).
Vazhnov también menciona tecnologías emergentes que permitirán en un futuro, posiblemente, hacer viajes interestelares. Una de las más promisorias en Breakthrough Starshot: la idea de enviar naves muy pequeñas con velas solares a Alpha Centauri (la galaxia más cercana), acelerándolos con lasers hasta un 15-20% de la velocidad de la luz. Este proyecto fue anunciado en 2016 por el físico Stephen Hawking y por el millonario ruso Yuri Milner.
“Luego hay otras vías más discutidas, como EmDrive, que se postula como una tecnología capaz de mover objetos super rápido sin combustible, pero que en el mundo de la física es muy polémica; para muchos es puro humo”, continúa Vazhnov, lo más parecido a una inteligencia extraterrestre que hay en la Tierra.
Y hablando de ovnis y seres del espacio exterior, esta agenda también apunta a explotar en 2021. A mediados de enero la CIA finalmente hizo la esperada desclasificación de todos los documentos secretos relacionados con avistajes de objetos voladores no identificados (prepárense para decenas de documentales sobre esto en los próximos meses). Tal vez la historia reciente más intrigante al respecto sea la de Oumuamua, un extrañísimo objeto chato y alargado, del tamaño de una cuadra de ciudad, que fue visto por primera vez el 19 de octubre de 2017 por el astrónomo canadiense Robert Weryk en el observatorio situado en la cima de una montaña volcánica de la isla de Maui, en Hawái. Oumuamua (que significa “explorador” en idioma hawaniano) viajaba a una velocidad cuatro veces mayor que la de otros objetos interestelares, sin indicios de que tuviera una propulsión de cola de cometa.
Ante la falta de explicaciones fuertes y consistentes para el fenómeno, el astrofísico de Harvard Avi Loeb salió rápidamente a afirmar que se trataba de un objeto construido por una civilización alienígena. Loeb le dijo por entonces a Scientific American una famosa frase de Sherlock Holmes: “Cuando se excluyó lo imposible, lo que queda, aunque sea improbable, debe ser la verdad”. Años atrás, Ellen Stofan, por entonces jefa científica de la NASA, sostuvo en una charla pública que creía que “evidencia definitiva de vida más allá de la Tierra” será encontrada en el transcurso de las próximas dos décadas.
Sin fronteras políticas
Una nota al pie en medio de todo este entusiasmo y récord de misiones: aún con tecnologías exponenciales y multiplicación de nuevos jugadores, los desafíos de la escala espacial siguen siendo tremendamente difíciles de enfrentar. “Una misión a Marte lleva más de dos años, considerando el viaje de ida y vuelta y una estadía de seis meses allá”, explicó el diseñador de trajes espaciales De León meses atrás en una visita al Planetario de Buenos Aires. Eso implica una demanda enorme en términos de combustible, comida, etcétera. Aún con tecnologías de ciencia ficción como BreakThrough Starshot, llegar a la galaxia más cercana nos tomaría 20 años como mínimo.
Y luego está el tema de los costos. Una de los primeros pedidos de Joe Biden, el electo presidente de los EE.UU., fue que le trajeran a la oficina Oval de la Casa Blanca una piedra lunar, en un gesto de compromiso hacia el programa espacial. Pero aún no está decidido si el Gobierno y el Congreso dará el visto bueno al aumento de presupuesto que plantea la NASA para llegar con el programa Artemis a la Luna en 2024 (de cinco veces lo asignado). Al contrario que lo que sucede con una megaobra de infraestructura terrestre, donde una demora en la aprobación de partidas tiene un retraso equivalente en la obra, en la carrera espacial hay “ventanas de oportunidad” (cuando un planeta está más cerca, como sucede en estos días con Marte) que hacen que las demoras de aprobación política deriven en postergaciones de varios años (o décadas) para determinadas misiones.
Con la recesión y la estrechez fiscal de la pospandemia, resurgen las críticas de quienes argumentan que ese dinero debería gastarse en problemas más urgentes, como salud, pobreza y educación. Esta discusión fue un clásico con el programa Apollo, que entre 1961 y 1972 insumió casi 20 mil millones de dólares en costos. ¿Fue demasiado? Como todo en economía: depende de con qué se compare. Un solo año de la peor parte de la Guerra de Vietman demandó ese monto. Y en ese período los estadounidenses gastaron 40 mil millones de dólares en cigarrillos, el doble que en la carrera lunar.
Por el lado de los beneficios, está bien estudiado y demostrado que las tecnologías que surgen de estas exploraciones tienen “externalidades” positivas muy poderosas sobre la vida y cotidiana en la tierra. Desde el GPS o las cámaras del celular hasta los filtros de agua tuvieron su origen en los laboratorios que trabajaron en las misiones espaciales (no así el velcro, como se suele sostener falsamente ya que fue inventado años antes).
En su libro One Giant Leap, uno de los muy buenos textos que aparecieron para homenajear los 50 años de la conquista de la Luna, el periodista de Fast Company Charles Fishman argumenta que el programa Apollo facilitó la era digital y se masificó décadas más tarde. La naciente industria de microchips tuvo, en sus primeros diez años, como único cliente a la NASA. Esto les permitió madurar y bajar el costo y tamaño de manera exponencial, permitiendo que llegaran más rápido las computadoras personales y los celulares.
Y más allá de las tecnologías, estuvo el beneficio inspiracional y de capital humano: la llegada a la Luna volvió cool ser nerd: la matrícula en ingenierías y ciencias duras se triplicó en las siguientes dos décadas. Los principales magnates de Silicon Valley crecieron con posters de astronautas en sus dormitorios. Si la década 2020-2030 será, como muchos anticipan, la de mayor transformación en la historia de la humanidad, ¿qué impacto terrestre tendrán esta vez las tecnologías espaciales?
Aunque muchos desafíos parezcan de ciencia ficción, la carrera espacial ataca problemas muy reales, como conseguir un hábitat si la crisis climática empeora, desviar un meteorito amenazante o entender mejor las llamaradas solares. Cuando meses atrás Carlos Bayala almorzó con un astronauta en el Centro Kennedy, este le dijo que lo que más le llamaba la atención cuando miraba la Tierra desde el espacio era que no se veían las habituales (y artificiales) divisiones políticas de los mapas. “Estamos todos en la misma, con el mismo problema. Aquí no existe una solución de sálvese quien pueda”, cuenta el creativo argentino.
Y así esta nota podría seguir hasta el infinito, como el espacio. “El problema con este artículo no va a ser qué escribir, sino qué dejar afuera”, comentó a mediados de enero el economista Edmundo Szteremlicht, autodefinido en su cuenta de Twitter como “curioso compulsivo y compilador serial”, quien colaboró con más de 100 referencias para este texto.
“Hay un poema, el único que se conserva de Ptolomeo, el gran astrónomo de la antigüedad”, vuelve ahora Carman, el filósofo y estudioso de la astronomía clásica, “que dice: ‘yo sé que mis días están marcados por la muerte, pero cuando contemplo los astros que giran sin cesar, mis pies ya no pisan más la Tierra y, al lado del mismísimo Zeus, reclamo la parte que me corresponde de la inmortalidad”. “De alguna manera, el volver la mirada a la morada de los dioses, donde reina la inmortalidad, es también algo necesario cuando nos pasamos los días contando decesos por la pandemia –continúa Carman–. Frente a tanta finitud, el hombre necesita recordarse que hay algo eterno en él, hay una chispa de divinidad, y eso se logra mirando para arriba”.
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