Se cumplen cinco siglos de la muerte del maestro renacentista. Su obra cumbre, La Gioconda, atrae millones de visitantes en el Louvre, y será el eje de las celebraciones. El artista más caro de la historia sigue cautivando al mundo
El mejor aperitivo para las celebraciones de los 500 años de la muerte de Leonardo ha sido convertir su obra, una vez más, en noticia de tapa. Fue en noviembre de 2017, cuando Salvator Mundi, una pintura del maestro toscano redescubierta, cambió de manos por 450 millones de dólares en la rematadora Christie’s.
El príncipe saudita Bader ben Abdullah bin Farhan, socio del príncipe heredero Mohammed bin Salman, hizo saltar la banca. Es el precio más alto jamás pagado por una obra de arte y triplicó el valor estimado por la rematadora. El príncipe heredero Mohammed, conocido por las iniciales MBS, no estuvo en la sala, pero fuentes de The Wall Street Journal reconocieron a un representante saudí.
No aparece todos los días un Leonardo en subasta… y las paredes de los museos sauditas necesitan con urgencia obras maestras si quieren cumplir con la meta de hacer de Abu Dhabi un destino cultural como Bilbao... por ejemplo.
Sin ir más lejos, el primer paso en el supermercado lo dio la jequesa de Qatar cuando, años atrás, pagó, en una venta privada, 250 millones de dólares por los jugadores de cartas de Cézanne, una versión de la pintura que se exhibe en el Museo Metropolitano de Nueva York. La desmesura de los precios refleja la guerra sin cuartel establecida entre las familias reales de Medio Oriente por alcanzar el liderazgo en el terreno cultural. Y tienen los petrodólares para dar batalla.
El Salvator de Leonardo deja atrás la marca récord de ventas públicas (las ventas privadas no computan en el ranking del arte), que eran los 179 millones de dólares pagados en 2015 por Mujeres de Argel, de Pablo Picasso. Cinco de los diez cuadros más caros llevan la firma de Picasso.
Hay que decirlo, el artista nacido en Málaga es el elegido de los creadores. El más cotizado y el más prolífico. Picasso tuvo tantas mujeres como estilos, es veinte artistas en uno; pasó de la figuración al cubismo; dejó un legado fabuloso; tiene tres museos con su nombre; fue el primer artista en conquistar la portada de una revista y vivió muchos años. Los suficientes para disfrutar y acrecentar su fama.
Pintor genial y prodigioso, ha sido y es el campeón del marketing, con sus obras colocadas siempre en el ranking de las más caras, desde que Muchacho con pipa, un cuadro del período rosa con el que todos soñamos, rompió la racha recesiva y se remató en mayo de 2004 por 104 millones de dólares.
Nadie contaba con Da Vinci. Ni con la aparición en escena de Salvator Mundi, vendido originalmente por 30 dólares como la obra de un discípulo. Pasó sin pena ni gloria hasta que un marchand ruso lo compró por 130.000 dólares y dobló la apuesta. Restaurado por expertos, aparecieron la cara, el gesto y, en especial, la mano bien pintada con la manera de Leonardo. Estas idas y venidas para definir la autenticidad de una pintura son moneda corriente con los old masters y suelen conspirar a la hora de cotizar una pintura antigua.
Leonardo es un caso aparte. Murió hace cinco siglos, dejó veinte pinturas, unos cuantos manuscritos, el dibujo del Hombre de Vitruvio y el fresco maravilloso de La última cena (1495-1498). Este último es intocable y frágil. Se puede visitar solo con cita previa y en grupos reducidos en el oratorio del convento dominico Santa Maria delle Grazie, en Milán, declarado patrimonio de la humanidad por Unesco. Mención aparte para el Hombre de Vitruvio, extraordinario dibujo realizado en 1490 e incluido en uno de sus libros. De pequeño formato, refleja los conocimientos e investigaciones de Leonardo en anatomía. Es un estudio de las proporciones ideales: una figura masculina en posiciones sobreimpresas de brazos y piernas envueltas en una circunferencia y un cuadrado. La imagen está creada a partir de los textos del arquitecto romano Vitruvio. Mide 34 por 24 centímetros. Técnica: plumín y tinta sobre papel.
Poca obra para un superdotado. Sin embargo, la historia demuestra que, por múltiples razones, una y otra vez Leonardo fue noticia en el último siglo.
- En 1911: un trasnochado italiano llamado Vincenzo Perugino se llevó La Gioconda bajo el brazo sin que nadie se diera cuenta. Era empleado del museo y en un momento de distracción le sacó el marco y se la llevó a su casa. La robó del Louvre para repatriarla a Italia. Cuando fue recuperada, dos años después, la Mona Lisa ya tenía el aura de un capolavoro cargado de enigmas. El robo la catapultó a la fama. Algo que a Leonardo le hubiera encantado, como adicto que era a los mensajes encriptados y al doble sentido.
- 1919: Marcel Duchamp, padre del arte conceptual y famoso por haber enviado a un salón un mingitorio bautizado Fuente, intervino La Gioconda. Le puso bigotes y la imagen se hizo mediática. Es el póster obligado de las academias de arte.
- 1994: Bill Gates, fundador de Microsoft, en la cumbre de su fama y fortuna pagó 30 millones de dólares por el Códice Leicester, nombre de su primer dueño. En 1717, fue vendido por el pintor italiano Giuseppe Ghezzi a Thomas Coke, conde de Leicester. Contiene una recopilación de textos del inventor, escritos entre 1508 y 1510, habla de sus temas preferidos: astrología, hidráulica, meteorología y cosmología. El manuscrito está escrito al revés frente a un espejo. Leonardo era zurdo. Esta obra regresó en noviembre último a Florencia para ser exhibida en la Galeria degli Uffizi con un despliegue tecnológico aplicado al capítulo del agua.
- 2003: Dan Brown escribe El código Da Vinci, que se convierte en un best seller, superéxito de la editorial Random House, con 80 millones de ejemplares vendidos, traducido a 44 idiomas. Un crimen cometido en el Louvre que alude al Hombre de Vitruvio, dibujo de Leonardo, patente universal de la anatomía humana.
- 2017: récord de todos los tiempos para Salvator Mundi: 450 millones de dólares pagados en pública subasta tras una puja de 20 minutos. El comprador fue un príncipe saudí que ambiciona un destino cultural para Abu Dhabi y que tiene su museo con la marca Louvre y 600 obras colgadas en sus paredes.
Queda al margen de esta selección de highlights la faceta Leonardo cocinero, desmentida, entre otros, por el influyente crítico gastronómico José Carlos Capel, en septiembre de 2011, en su blog del diario El País, de Madrid. Capel atribuye la fantasía gourmet asociada con el maestro florentino a dos editores ingleses con sentido del humor y ganas de divertirse. No habría, entonces, un recetario Leonardo, su aporte de la servilleta y el tenedor a las costumbres de la buena mesa serían un mito urbano.
La muestra de los 500 años
Da Vinci fue pintor, escultor, ingeniero, urbanista, inventor del primer automóvil, de helicópteros, submarinos y máquinas de todo tipo. Fue también un fabuloso animador de fiestas, convocado en las cortes por su talento único para los efectos especiales, una suerte de Steven Spielberg del Quattrocento. Para el rey de Francia diseñó un león mecánico que luego de dar unos pasos abrió su pecho para mostrar el dibujo de una flor de lis.
Mientras tanto, la leyenda continúa.
Salvator Mundi, por decisión del príncipe saudí, está camino del Louvre de Abu Dhabi, un edificio espectacular que costó 1300 millones de dólares, con una colección permanente de 600 piezas, incluidas gemas de Giacometti y Van Gogh; 300 de estas piezas procedentes del Louvre, que ha hecho el negocio del siglo con Leonardo da Vinci.
Nunca pudo entender por qué no lo contrataron para pintar la Capilla Sixtina. Tal vez, por su fama de dejar
Primero fue La Gioconda y ahora, en el umbral de las celebraciones, Jean-Luc Martinez, director del Louvre, ha dicho que es "muy probable" que el retrato del Salvador bendiciendo a la humanidad integre la gran muestra de los 500 años que abrirá sus puertas el 24 de octubre de 2019 en el hall Napoleón del museo parisino.
El Louvre tiene cinco obras de Leonardo: La Gioconda, La Virgen de las Rocas, Santa Ana y la Virgen mirando el niño, San Juan Bautista y La Belle Ferronière.
Recibirá otras tantas en préstamo y, según anticipan los curadores, la muestra promete ser el blockbuster de la rentrée parisina. El mayor homenaje a Da Vinci con el eje puesto en la Mona Lisa.
Las celebraciones comenzaron en diciembre en la Galeria degli Uffizi con la exhibición del Códice Leicester (debería llamarse Gates) y seguirá en abril con muestras en el Teyler Museum de Holanda; en el Museo de Amboise, en el Valle del Loira, última morada de Da Vinci; en el Museo Leonardiano de Vinci, Toscana, pueblo donde nació el artista, y en Polonia, en Londres… y la lista sigue.
¿Cómo se explica el suceso y la vigencia de un artista que vivió entre 1452 y 1519 y sigue siendo noticia de primera plana?
¡Cherchez la femme!, dirían los franceses. Ahí esta la clave. Se llama Mona Lisa, la señora del Giocondo, rico comerciante florentino que le encargó el retrato de su mujer a Leonardo. Pintado entre 1500 y 1505, el cuadro de Lisa Gherardini es inmortal.
La belleza sin cejas, el ovalo de la cara perfecto, las manos tocadas por la luz y la técnica del sfumato, que Leonardo inventó para darle una pátina distinta a esa pintura que nunca vendió. Y, obviamente, suma valor a la obra el misterio que la rodea.
¿El modelo del retrato es Lisa o es Salai?
Nacido Gian Giacomo Caprotti da Oreno, treinta años menor que Leonardo, el bello efebo que era su alumno dilecto habría sido su amante. Entró como aprendiz en su taller cuando era un chico y se quedó 25 años. "Leonardo tomó en Milán como alumno a un joven local llamado Salai, al que ama profundamente, a causa de su belleza perfecta, de su gracia y de sus largos cabellos ondulados y con rulos. Le enseñó muchas técnicas de arte y ciertas obras que en Milán son atribuidas a Salai fueron retocadas por Leonardo", escribe Giorgio Vasari en su Vida de artistas (1550). Vasari, primer historiador de arte, atribuye la sonrisa de Lisa a la presencia en el estudio de músicos, bufones y artistas que, según costumbre de la época, "entretenían a la modelo mientras posaba para evitar el aburrimiento y la melancolía".
Cinco siglos después y muchas especulaciones en el medio, La Gioconda es el cuadro más visitado del mundo. Todos los años, seis millones de personas atraviesan la pirámide vidriada del arquitecto chino I. M. Pei para acceder al Louvre, y es escala obligada en la visita pararse delante de la pintura, protegida por un cristal antibalas.
Más que mirarla, la fotografían. Miles, ciento de miles de celulares enfocan la media sonrisa y esos ojos que miran al que mira la tela de 53 por 77 centímetros. Guardan la imagen en su móvil como si fuera un familiar. Y lo es. Un ícono del arte.
La adoración de Francisco I
El historiador francés Patrick Boucheron, participante hace pocos días de "La noche de la ideas", en el Viejo Hotel Ostende, me hablaba del magnetismo único de la pintura. "Está en la misma sala que Santa Ana y la Virgen mirando el niño, cuadro celestial que nadie mira. Los visitantes van a ver a la Mona Lisa". Verdad absoluta. Boucheron acaba de presentar el libro Maquiavelo y Leonardo, hecho que confirma la vigencia de las ideas del artista, que coincidió con Nicola Maquiavelo en el proyecto de canalizar el río Arno, entre Florencia y Siena. Ingeniero hidráulico, también. Maquiavelo y Leonardo se cruzaron en 1502 en la corte de los Borgia y poco después proyectaron canalizar el Arno y modificar su cauce. Un plan ambicioso que respondía a la antigua disputa entre Florencia y Pisa por el curso de las aguas.
¿Hay, acaso, un tema más actual que el agua?
Leonardo nació y creció entre Florencia y Pisa. Ese paisaje rocoso es el escenario de la infancia y el fondo de La Virgen de las Rocas (National Gallery, Louvre). También, el motivo de su primer cuadro, pintado cuando tenía 21 años.
La historia a veces se escribe por accidentes. Por decisiones azarosas, como la que tomó Da Vinci cuando aceptó la invitación de Francisco I de Francia.
Es el otoño de 1516. Leonardo cruza los Alpes rumbo a Francia con dirección a Amboise, donde lo espera el rey Francisco I, que lo ha nombrado "primer pintor, arquitecto e ingeniero de la Corte". Tiene 64 años y es considerado de manera unánime el más versátil y mejor dotado artista del Renacimiento. "Recibió de Dios todos los dones juntos; nada le fue negado", escribirá el gran Giorgio Vasari en su Vida de artistas.
Además, se mueve en la Toscana como un seductor de palabra y obra. Al atractivo personal sumaba una cualidad extraña. "Sus cuadros ¡hablaban!", exclama Vasari.
Da Vinci vivió en el tiempo de Perugino y de Signorelli; aprendió dibujo en el taller de Verrocchio, fue compañero de Botticelli y un poco mayor que Rafael. Su eterno competidor será siempre Miguel Ángel. Nunca pudo entender por qué no lo contrataron a él para pintar la Capilla Sixtina. Tal vez porque tenía fama de dejar las obras sin terminar.
Para compensar, triunfó en Milán. Ludovico Sforza, alias el Moro, un déspota maléfico, lo contrata y lo consagra de manera definitiva. El brillo es mutuo: Leonardo alcanza la cima y Milán conquista un lugar en el arte.
"Ludovico veía el prestigio que adquirían los Médicis en Florencia con la protección de las artes. Nada disimula mejor al despotismo que la gloria, piensa. Entonces llama a su corte a todos los hombre célebres y a los mejores artistas de la región. El primero, Leonardo".
La cita es de Historia de la pintura italiana, de Stendhal (Rojo y Negro, La Cartuja de Parma), y describe con todas las letras cuál fue la relación entre arte y poder en la Italia del Quattrocento. La caída de Ludovico precipita un nuevo destino para Leonardo.
Cruza los Alpes rumbo a Francia en compañía de sus discípulos amados. En el primer tramo del viaje lo acompaña Salai, el bello modelo que inspira el San Juan Bautista con el brazo en alto. La intimidad entre ambos avivó desde el comienzo los rumores de homosexualidad, que ya había sido motivo de debate público cuando vivía en la casa del Verrocchio, su primer maestro.
Leonardo tuvo muchos discípulos, pero Salai fue su amado. Sin embargo, no lo acompañó hasta el final de su viaje a Francia. Regresó a Italia, se casó y murió en un duelo en 1524.
En el viaje a la corte de Francisco I lo acompaña el conde Francesco Melzi, hijo de un aristócrata milanés, que fue aprendiz en su taller desde muy joven. Melzi, de una fidelidad a toda prueba, será también su heredero y albacea, cuando la muerte sorprende a Da Vinci en Amboise.
Hasta allí ha llevado en sus alforjas el retrato de la Mona Lisa, que guarda consigo desde 1505. Argumenta el artista que el retrato no está acabado, que el sfumato necesita retoques. Pero sus colaboradores más cercanos, sus amigos, saben que Leonardo considera a La Gioconda su obra maestra. La mirada, la media sonrisa contenida y el misterio.
¿Es Lisa o Salai? ¿O ambos? La respuesta es un secreto que se llevará a la tumba, pero que ha despertado, desde entonces, todas las hipótesis, intrigas y especulaciones.
Una vez en Francia, Da Vinci se instala en el castillo de Amboise y tres años después, a los 67 años, da el último suspiro y muere en brazos de Francisco I. El rey lo quiere como a un padre. Ama su arte… y su obra. La Mona Lisa quedará en Francia para siempre.
La historia dice que el rey compró la pintura en el siglo XVI y que estuvo colgada en el Castillo de Fontainebleu hasta que las colecciones reales se mudaron al Palacio del Louvre, hoy el museo más visitado del mundo. El efecto Gioconda. ¡Cherchez la femme!
El hombre que nació para dibujar
Leonardo da Vinci nació el 2 de abril de 1452 en un pequeño pueblo entre Florencia y Pisa. Hijo ilegítimo de un notario y de una campesina de 16 años, vivió los primeros años con su abuela artesana, que le dio papel y lápiz para dibujar. Lo demás llegó solo. Era un dibujante dotado. Su padre lo envió al taller de Andrea Verrocchio, el mejor de la época, y rápidamente superó al maestro. Y a sus compañeros Botticelli y Ghirlandaio.
Comenzó limpiando los pinceles de Verrocchio y terminó pintando los cuadros de su maestro. Su vida se divide en tres etapas: Florencia, Milán y Francia. Coinciden los biógrafos en que el artista fue ajeno a los mandatos de su tiempo. Tal vez fue esa la razón que lo alejó de las grandes obras de Roma, especialmente de la decoración de la Capilla Sixtina, cuyas pinturas fueron confiadas a su archicompetidor Miguel Ángel Buonarroti. Hoy los museos del mundo se disputan el honor de la mejor muestra para conmemorar los 500 años de su muerte. Y será en el Louvre, porque las autoridades decidieron no prestar la Mona Lisa, retrato que será el eje de la muestra que se estrenará el 24 de octubre. Otoño en París. Da Vinci en el Louvre.
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