Alfonsín todavía era el presidente que había juzgado a los militares y la selección de Maradona triunfaba en el Mundial de México. Recuerdos de un año soñado.
Por Nicolás Cassese.
1986 fue un gran año para ser argentino. Seguro, el mejor de la historia reciente. Y hay una imagen que resume la encantadora potencia de una nación que resurgía de su noche más oscura. Ahí están Diego Maradona abrazando la copa que acababa de conquistar en el Mundial, y Raúl Alfonsín, todavía el presidente de la restauración democrática y el Juicio a las Juntas, estrechando las manos del resto de los héroes de México. Si toda vida tiene un espacio de gozo, un tiempo de plenitud, seguro que la de Alfonsín, que acaba de expirar luego de 82 años, ronda ese momento precioso, cuando la historia de la Argentina había pasado de la mueca del horror a la sonrisa de la esperanza.
Para los que rondamos los 30 años, Alfonsín siempre será el presidente de la primavera democrática. Abandonar la niñez y despertar a la vida cívica en el preciso instante en que la Argentina toda se llenaba del aire restaurador de los votos y las urnas es un privilegio único. La realidad pronto mostraría los límites de la esperanza republicana y el propio Alfonsín sucumbiría a las tranzas de la política, impulsando las medidas que a partir de entonces serían su lado oscuro: las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y el Pacto de Olivos. Vendrían tiempos menos épicos. Pero eso sería luego. Entonces, en 1986, todo era posible. La famosa omnipotencia de la primera juventud.
Los eventos de ese año mítico son de esos que recordaremos toda la vida. Sabemos donde vimos el gol de Diego a los ingleses y con quién festejamos el triunfo agónico sobre Alemania. También recordamos la noche, tres años antes, en que Alfonsín y su recitado del preámbulo vencieron a un peronismo atascado en los ataúdes en llamas de Herminio Iglesias y hasta podríamos dibujar las calcomanías que explicaban cuántos miles de pesos valía cada Austral. En 1986, la Argentina era el país donde los militares habían sido juzgados en lugar de negociar su impunidad, como en tantos otros, el plan Austral todavía soportaba los embates de la inflación, pronto estrenaríamos la ley de divorcio ¡y encima éramos campeones del Mundo capitaneados por el mejor jugador de todos los tiempos!
Los de la generación del 70 somos privilegiados: el Maradona de México y el Alfonsín del Juicio a las Juntas son los modelos de futbolista y presidente con los que nos criamos. Claro que aquello fijó un estándar demasiado alto y, si bien es cierto que todo es un poco menos heroico cuando crecemos, a partir de entonces las comparaciones se hicieron de verdad odiosas.
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