Los juntistas y carlotistas mantenían por entonces un enfrentamiento cada vez más tenso en el Río de la Plata
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Cuando en 1808 Fernando VII fue encarcelado en Francia y Napoleón coronó a su hermano José en el trono de España, Juan VI Regente de Portugal y su consorte, la princesa Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII, huyeron a Brasil.
La reacción de las ciudades españolas, ante la ausencia de su rey, fue formar juntas que gobernaran. Por otra parte, en el Río de la Plata surgieron dos partidos: los juntistas y los carlotistas. Los primeros, apoyados por las autoridades, sostenían que debía acatarse la autoridad de las juntas. La oposición (los carlotistas) perseguía el proyecto de coronar a Carlota, quien era la única representante de los Borbones. Entre los que adherían a la postura opositora figuraban Nicolás Rodríguez Peña, Belgrano, Castelli, Pueyrredon y otros. El enfrentamiento era cada vez más tenso, hasta que una novedad sacudió a todos.
La inquietante noticia
Esta llegó el 14 de mayo de 1810 a Montevideo en una fragata inglesa que comerciaba vino y aguardiente. Se trataba de una nota fechada en Cádiz el 5 de febrero. Informaba que Sevilla había caído en poder de los franceses, se había disuelto la junta y había tomado la posta Cádiz, nombrando en el gobierno a cinco integrantes, con el fin de sostener el poder de Fernando y evitar la anarquía.
Según explicaban en la nota del 5 de febrero, “es cierto que el enemigo se acerca y en considerable número”. Era entendible, entonces, que la novedad hubiera generado angustia en los vasallos que habitaban en las posesiones del reino en América. Tal vez, a esa altura, Cádiz ya había caído.
Los papeles con la lamentable novedad, que iniciaron un largo recorrido desde Cádiz y Gibraltar hasta Montevideo, pasaron a Buenos Aires recién cuatro días después en una embarcación menor. La demora se debió a las pésimas condiciones del tiempo. Junto con otros baúles, pasaron al Resguardo del Puerto, una oficina complementaria de la Aduana encargada de combatir el contrabando. Una versión sostiene que en esa oficina se enteraron los patriotas.
Nuestra reconstrucción de los hechos nos ha llevado por otro camino.
El viernes 18 de mayo, los integrantes del Cabildo de Buenos Aires se reunieron para tratar los temas cotidianos. Hasta ese momento, no se advierte que hubieran tenido conocimiento de la funesta noticia. Pero, por la noche, uno de los capitulares, el alcalde Lezica, concurrió a entrevistarse con el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros para comunicarle el contenido de la nota del 5 de febrero, fechada en Cádiz.
Insistimos: esta reunión tuvo lugar el 18 de mayo por la noche.
Cisneros redactó un bando, informando la situación y llamando a la unión del vecindario. Había que imprimir el bando, fechado el 18, para ser pegado en varias esquinas. Llegó a la Imprenta de los Niños Expósitos, no esa noche, ya que funcionaba de día, sino el sábado 19.
Una persona muy vinculada a Belgrano fue la encargada de imprimirlo. Nos referimos a Agustín Donado, alumno de la Academia de Dibujo impulsada por el secretario del Consulado, integrante del Partido Carlotista y encargado de la concesión de la Imprenta de los Niños Expósitos, donde se editaba el Correo de Comercio, otra idea de Belgrano.
La muy buena relación que existía entre ambos nos lleva a especular que el imprentero debe haber querido tomar contacto con él antes que con nadie más. Sin embargo, Belgrano estaba afuera de la ciudad.
La próxima opción tuvo que haber sido uno de los siguientes patriotas: Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes o Francisco Paso (hermano de Juan José y de Ildefonso). De la casa de alguno de ellos deben haber pasado a la de otro y luego a la del restante. El grupo iba incrementándose y los cuatro se presentaron en la casa del comandante de Húsares, Martín Rodríguez.
Coincidieron en que debía convocarse al jefe de los Patricios. Luego de buscarlo, seguramente en el cuartel y en su casa, se enteraron de que estaba en una quinta ubicada al norte de la ciudad, en la actual localidad de Vicente López. Intentaron con Castelli, pero también había salido de Buenos Aires. Mientras tanto, el bando con el anuncio del virrey ya se había impreso, el tiempo transcurría y no se avanzaba.
Resolvieron que el hombre indicado era Juan José Viamonte quien, recordemos, había reemplazado a Belgrano en el Regimiento de Patricios. Viamonte acudió a lo de Rodríguez y se excusó de poner a sus hombres al servicio de la revolución que se gestaba porque solo respondía a su jefe Saavedra. A cambio, ofreció enviar un joven a la quinta para comunicarle la situación y convocarlo, y otro para avisarle a Castelli.
Más vecinos fueron sumándose a la reunión en lo de Martín Rodríguez. A las ocho de la noche llegó Castelli. Pero el más esperado no se hacía presente. Aguardaron a Saavedra hasta la medianoche. Acordaron regresar temprano a la mañana siguiente, domingo 20, para continuar deliberando.
Todos estaban listos para actuar. Solo faltaba la aprobación del jefe militar.
Domingo 20
Saavedra arribó a la ciudad en la mañana del domingo o muy tarde en la noche del sábado. Se presentó en la casa de Viamonte (ubicada en la calle Ocampo, hoy Viamonte), quien se hallaba reunido con otros oficiales y vecinos.
Lo recibieron con un escueto: “¿Aún dirá usted que no es tiempo?”, y él les contestó: “Si ustedes no me imponen de alguna nueva ocurrencia que yo ignore, no podré satisfacer a la pregunta”. Pero luego de leer el bando del virrey, dijo: “Señores, ahora digo que no solo es tiempo, sino que no se debe perder una sola hora”.
El bando ya estaba pegado en las paredes de la ciudad. Mientras tanto, en lo de Rodríguez se mostraban impacientes. A las once de la mañana resolvieron enviar un criado a lo de Saavedra para saber si había vuelto de la quinta. Cuando el joven se disponía a partir, llegaban Viamonte, Saavedra y otros.
Conferenciaron y establecieron los próximos pasos. El primero era plantearles a las principales autoridades del Cabildo, el alcalde de primer voto Juan José Lezica, y el síndico procurador, el lujanense Julián de Leiva, que había caducado el poder virreinal y que debía nombrarse un gobierno interino.
Se dispuso que Castelli hablara con el síndico, al tiempo que Saavedra y Belgrano lo harían con el alcalde. La casa de Martín Rodríguez estaba ubicada enfrente del Café de los Catalanes y del hogar de la familia Escalada (actuales San Martín y Perón), a dos cuadras de la Catedral y a pocos metros del Consulado. Saavedra, que también vivía cerca, propuso que se reunieran en un lugar menos transitado. Se decidieron por la residencia de Nicolás Rodríguez Peña, vecino de la iglesia de San Miguel, hoy Suipacha y Mitre (¡a seis cuadras de la Catedral!).
Como dato de color, aportamos que las señoras Casilda Igarzábal de Rodríguez Peña, Bernardina Chavarría de Viamonte y Saturnina Otálora de Saavedra, casadas con tres protagonistas, se encontraban en feliz estado de embarazo durante la Semana de Mayo.
Antes del mediodía, Belgrano y Saavedra por un lado, y Castelli por el otro, se entrevistaron con Lezica y Leiva, respectivamente. El alcalde, de acuerdo con el relato posterior de Saavedra, “manifestó repugnancia” frente al planteo de los patriotas. Sin demorarse, el repugnado cabildante llevó las novedades a Cisneros. El virrey reclamó la presencia del síndico. Cuando Leiva acudió al Fuerte, Cisneros estaba acompañado por el fiscal Manuel Genaro Villota y el capitán de fragata Juan de Vargas.
El funcionario expuso que la única solución viable era el Cabildo Abierto. Cisneros le pidió reunirse con los jefes militares a las siete de la tarde: no iba a resolver nada sin haber hablado con ellos.
Una noche más compleja
Hasta allí, la reconstrucción de los hechos de la Semana de Mayo no ha generado inconvenientes. Se puede comprobar cotejando los distintos testimonios de los protagonistas con las actas oficiales. Pero el análisis de la reunión de la noche es más compleja.
Hay quienes dicen que se presentaron todos los jefes. Otra versión sostiene que acudieron Castelli con Martín Rodríguez y Juan Florencio Terrada, el jefe de los Granaderos de Fernando VII. En algunas de las evocaciones, Saavedra tuvo un papel importante, mientras que en otras la personalidad destacada fue Castelli. También Martín Rodríguez figura como uno de los participantes fundamentales de la reunión que se dio en la fortaleza. Frente a tantas interpretaciones, nos limitaremos a decir que se apostaron soldados en la Plaza Mayor y que se tomaron recaudos porque algunos temían que la escolta del virrey, los Granaderos de Fernando VII, detuvieran a todos. Pero la presencia de Terrada, el jefe de estos hombres, minimizaba el riesgo. Algún relato ubicó a Belgrano como parte de la comitiva. Aparentemente, el virrey estaba jugando a las cartas. Algunos dicen que con su mujer, otros que estaba con amigos. Pero casi todos coinciden en que se levantó enojado ante el reclamo, aunque luego terminó respondiendo: “Hagan lo que quieran”.
La resignación fue interpretada como una victoria del grupo patriota. Salieron del Fuerte y se dirigieron de inmediato a la casa de Rodríguez Peña. Allí le informaron al resto lo que había acontecido. Entraron a la casa diciendo: “Señores: la cosa es hecha. Cisneros ha cedido de plano y dice que hagamos lo que queramos”. Cuenta Martín Rodríguez que se abrazaban dando vivas y lanzando los sombreros por el aire.
Antonio Beruti, Rodríguez Peña y Donado partieron con criados munidos de canastas. Recorrieron negocios en busca de dulces y licores. Con todo lo recolectado armaron una mesa para todo aquel “que quisiese refrescarse”. La Revolución estaba en marcha.
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