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En la mañana del lunes 21 de mayo, los integrantes del Cabildo trataron la solicitud de asamblea general planteada por los jefes militares y algunos vecinos. En medio de la exposición del capitular Leiva comenzó a escucharse un griterío en la plaza. Era un grupo de manifestantes reclamando el Cabildo Abierto.
Frente a la presión del pueblo, los cabildantes Manuel José de Ocampo y Andrés Domínguez llevaron una nota al virrey. Cisneros la leyó y, luego de unos minutos, aprobó la reunión vecinal. Los emisarios regresaron y se lo comunicaron a sus pares.
Afuera los ánimos seguían caldeados. Algunos entraron al Cabildo. Subían por las escaleras cuando fueron interceptados por el síndico procurador, quien les pidió calma. Belgrano dijo: “El pueblo quiere saber si se va a realizar el Cabildo Abierto”.
Aclarado el asunto, las autoridades pidieron dos cosas: que se dispersaran los manifestantes y que Belgrano se quedara con ellos ayudándolos. Esta era una buena noticia para los que reclamaban, ya que podían verificar los pasos que se daban en la propia sala donde se estaba organizando la reunión.
El patriota se sumó, pero pronto entendió el motivo: pensaron que podrían contar con él para que las invitaciones fueran dirigidas nada más que a los vecinos distinguidos, frase que escondía el deseo de que solo los que estuvieran a favor del virrey participaran de la reunión.
Belgrano les advirtió que si no hacían una convocatoria amplia, habría una nueva manifestación. Los capitulares terminaron aceptando y así fue como se entregaron cuatrocientas cincuenta invitaciones para la Asamblea General o Cabildo Abierto del martes 22 de mayo a las nueve de la mañana.
Ocuparon la tarde del 21 en la organización: llevar bancas de las iglesias, acondicionar el balcón (el único espacio amplio disponible para tanta gente) y entregar las invitaciones, mientras los patriotas continuaron con las reuniones buscando definir las posturas para la importantísima reunión del día siguiente.
El resto es bastante conocido. Asistieron 251 vecinos. La reunión comenzó con el anuncio del tema a tratar, algunos discursos y la propuesta de que cada vecino manifestara su voto en voz alta.
Belgrano fue inscripto en la lista de los asistentes como el participante número ciento treinta. Luego de él se insertaron los nombres del capitán Gerardo Estevez y Llac y de Juan José Castelli. De la familia Belgrano, además de Manuel, concurrieron sus hermanos Joaquín, Domingo y José Gregorio. Todos ellos, incluso Castelli, pidieron que cesara el virrey, que el Cabildo asumiera la autoridad hasta nombrar un nuevo gobierno y que, en caso de que hubiera diferencias entre los integrantes del Cabildo, la palabra final debía ser la del síndico procurador Leiva.
Algunos vecinos se retiraron antes de expresar su parecer. Luego de que Manuel Belgrano manifestara su opción (fue el voto 117 de la jornada), fue el turno del inseparable Castelli.
La víspera de la Revolución
Como la votación duró hasta casi la medianoche, los cabildantes resolvieron llevar adelante el escrutinio al día siguiente. Tengamos en cuenta que los votos eran nominales, es decir que cada uno expresaba lo que opinaba. Por eso, gran parte del miércoles 23 se ocupó en hacer el análisis y conteo de los mismos.
Lo heterogéneo de las posiciones permitió a los oficialistas miembros del Cabildo realizar una lectura particular de los resultados. Aceptaron la formación de una junta de gobierno (como la de Sevilla, como la de Cádiz), pero se arrogaron el derecho de decidir quiénes la integrarían.
El jueves 24 crearon un junta conformada por cinco vocales: el español José Santos Incháurregui (representante del comercio) y los criollos Juan Nepomuceno Sola (de la Iglesia), Castelli (de la Leyes) y Saavedra (poder militar). La clave fue el quinto integrante, Cisneros, con funciones de vocal presidente.
Convocados al edificio del Cabildo ese mismo jueves, los cinco integrantes de la Junta de Gobierno se postraron ante el crucifijo y juraron que desempeñarían con honor su mandato. Eran las tres de la tarde.
Luego se dirigieron a la fortaleza, donde fueron recibidos con gran algarabía y regocijo. La jornada terminó temprano y los vocales regresaron a sus casas. Saavedra y Castelli recibieron esquelas para que concurrieran de inmediato a la casa de Rodríguez Peña. Allí, los patriotas los recriminaron por haberse sumado a un gobierno en el cual el virrey mantuviera una porción de poder.
Esa misma noche, los dos vocales firmaron notas informando que renunciaban. Con ánimos exaltados, algunos jóvenes fueron a la casa del procurador Leiva y le golpearon la ventana de su cuarto para ponerlo al tanto y proferir amenazas.
Mientras tanto, un debate se generó en el comedor de la casa de Rodríguez Peña. Las posiciones eran encontradas. Belgrano, quien se encontraba reclinado en un sillón en otro ambiente, casi postrado por la fatiga –vestía el uniforme de Patricios–, se levantó molesto. Dando pasos apresurados, se acercó a la sala de los debates. Tenía el rostro encendido. Desplazó su mirada por cada uno de los presentes, colocó el brazo derecho en la empuñadura de la espada y dijo: “¡Juro a la Patria, y a mis compañeros que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese sido derrocado, a fe de caballero, yo le derribaré con mis armas!”. La energía de sus palabras conmovió a los presentes que irrumpieron en aplausos. Ya no había vuelta atrás.
La Primera Junta
Esa noche, la ciudad giraba en torno a la casa de Rodríguez Peña. Matheu y Alberti se concentraron en redactar una serie de principios para la conformación de la Junta de Gobierno. Escribieron seis puntos. El primero establecía que el Gobierno se conformaría con siete integrantes y dos secretarios. Todos los cargos se renovarían cada cinco años.
El segundo punto prohibía los títulos nobiliarios entre los integrantes de la junta. En el próximo se planteaba que los elegidos debían ser ciudadanos honrados nacidos en el distrito donde gobernarían o, en caso de ser extranjeros, con una residencia de treinta años en la ciudad “sin que jamás hayan salido fuera del territorio o jurisdicción”.
También se determinó que ninguno de los integrantes podría tener mando de tropa. En ese específico caso, renunciaría al mando militar. Y el sexto punto se refería al manejo del dinero público. Decía que la malversación de los intereses sería castigado con ocho años de presidio a las obras públicas. Una vez cumplida la pena, sería echado de los dominios. Es decir, al corrupto, ocho años trabajando en obras públicas y luego expulsión del territorio.
Las listas de posibles integrantes no terminaban de convencer a todos. Entonces, Beruti tomó papel y un tintero. Escribió los nombres de los siete integrantes (Saavedra, Alberti, Azcuénaga, Belgrano, Castelli, Larrea y Matheu) más los dos secretarios (Paso y Moreno). Continuaba respetando la idea que se había plasmado en la junta del 24, con representantes de todos los poderes políticos, ya que había militares, abogados, comerciantes y representante de la iglesia. También contenía nativos de España.
Más allá de que el catalán Matheu (coautor del reglamento) llevaba solo veinte años de residencia en Buenos Aires, no hubo desacuerdos. En todo caso, el reglamento quedó archivado para mejor ocasión. Porque Saavedra tampoco renunció a los Patricios.
A primera hora de la mañana del desapacible viernes 25 de Mayo, le entregaron la lista a los integrantes del Cabildo. Mientras tanto, continuaron con una actividad que habían iniciado a medianoche: la recolección de firmas entre los habitantes de Buenos Aires exigiendo la conformación de la Junta propuesta por Beruti.
De esta manera, los capitulares se vieron presionados y sin otra salida. Se lo comunicaron al virrey, quien aceptó la derrota. La Revolución había vencido.
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