Ala, traductora rusa radicada en la Argentina, trabaja exclusivamente con embarazadas rusas que llegan al país para hacer “turismo de maternidad” y conseguir la nacionalidad; “Son cada vez más”, asegura
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Hace dos años que Ala Shaforostova (49) dejó de dormir con el celular en modo silencio. Sus clientas pueden llamar a cualquier hora y ella siempre tiene que estar disponible. “эстой кон контракции Када 5 минут”, le dicen por teléfono, que traducido al español sería: “Ya tengo contracciones cada 5 minutos”. Entonces ella activa el operativo parto. Si es de noche, llama al obstetra desde la cama, le explica. Luego se viste, toma un taxi y busca a la embarazada por su domicilio para llevarla al hospital.
Los sanatorios porteños elegidos por las rusas para dar a luz son casi siempre privados: el Güemes, el Finochietto, el Mater Dei o la Trinidad Palermo. Acostumbrados al “turismo de maternidad” ruso, algunos de los centros médicos ya tienen, incluso, un paquete especial para estas pacientes extranjeras, que incluye todos los gastos médicos: ecografías, análisis, obstetra e internación post parto. Cuando las embarazadas rusas eligen hospitales públicos, los preferidos son el Durand y el Fernández.
Las horas de trabajo de Ala como traductora dependen de cuánto dure el trabajo de parto. A veces, son tan solo dos horas; otras, más de un día. “Ellas no saben español y muchas veces están solas, sin sus maridos, que no logran salir del país por estar combatiendo en la guerra o por estar en la lista de candidatos del ejército ruso. Por eso me necesitan tanto”, dice ella.
Ala nació en Siberia, pero vivió casi toda su vida en Ucrania. Llegó a Buenos Aires en 2015, cuando su ciudad de residencia, Odessa ya empezaba a ser amenazada por los conflictos entre rusos y ucranianos que se desarrollaban en regiones cercanas. Como temía una escalada en la violencia, la entonces supervisora de una cadena de supermercados decidió mudarse junto a sus dos hijas y un nieto a Buenos Aires, donde vivía su primo. Con su ahorros, abrió un taller de arreglos de indumentaria y alquiló un departamento en Once.
Aprendió rápido y de manera autodiacta a hablar español, seguramente por su facilidad con los idiomas. Ella habla, en total, seis: francés, ruso, ucraniano, inglés, español y un poco de alemán. Es por eso que en seguida empezó a trabajar, también, como traductora. Tenía todo tipo de clientes, pero cuando comenzaron a llegar cada vez más embarazadas rusas al país, decidió dedicarse exclusivamente a ellas, al igual que su hija Hanna, que sigue sus pasos. “Hanna tiene para febrero 15 partos. Yo tengo un poco menos porque me tengo que ocupar del taller”, cuenta. “Se estima que van a venir 8.000 embarazadas rusas entre febrero y marzo”, afirma su hija, quien, además de traducción, ayuda a las embarazadas con los trámites de residencia y de nacionalidad, los alquileres y todo lo que necesiten para instalarse en el país. Algunas de sus clientas, después del parto, vuelven a Rusia, pero la mayoría decide quedarse y tramitar la nacionalidad.
“No solo vienen por la guerra”: la otra razón detrás del ‘turismo de maternidad’
La oleada de mujeres rusas que llegan a Buenos Aires para dar a luz no empezó con la Guerra de Ucrania, sino, por lo menos, tres años antes. “La explicación es simple: si una mujer tuvo un hijo en Rusia, ya no quiere tener otro. Los partos allá pueden ser traumáticos”, afirma Ala. La traductora no solo repite lo que escucha de sus clientas sobre sus experiencias previas; también habla desde la vivencia propia.
“Me dijeron muchas cosas feas en los partos. Cuando tuve a mi primera hija, el obstetra me repetía: ‘no grites’, ‘callate’. Cuando nació, ni la pude ver, se la llevaron a neonatología directo porque el nacimiento había sido complicado. Y no me dejaron verla por cinco días. Cuando finalmente me la entregaron, en la cola tenía escaras porque no la habían movido durante días, la habían dejado siempre en la misma posición. Pobre, estaba toda mal, hinchada. Acá es diferente, vi como funcionan las neonatologías”, recuerda.
No solo ella: todas las rusas que llegan a Buenos Aires para dar a luz se asombran por el buen trato del cuerpo médico de los sanatorios. “Una chica que había tenido a su primer hijo en Rusia me dijo el otro día, después de tener al segundo bebé acá, que sentía que había ido a la cosmetóloga en vez de a una sala de partos, por lo fácil que fue y por lo bien que la trataron. Le pusieron música, le hicieron masajes. Los médicos acá te tratan como si fueras una florcita: te dejan que te acomodes como quieras, te siguen el ritmo, te preguntan cómo estás, cómo te sentís. Son todos amables”, asegura Ala.
La ola de “turismo de maternidad”, sin embargo, se intensificó con la Guerra de Ucrania, que empezó el 24 de febrero de 2022. En la aplicación Telegram, las embarazadas rusas que se instalan en la Argentina comparten un grupo, llamado ”родить в аргентине”, en español, “Parir en la Argentina”. Hoy, este grupo tiene más de 3000 miembros. Y según Hanna se espera que siga en aumento en los proximos meses, en los que llegarán más embarazadas rusas que nunca. “Las embarazadas y sus parejas no quieren Rusia para sus hijos, no saben qué va a pasar al día siguiente”, asegura Ala. Y, ¿por qué Argentina? Porque no exige visa y por las facilidades que ofrece para conseguir la ciudadanía para los recién nacidos.
Salir de Rusia o Ucrania no es fácil, especialmente para los hombres. Por eso, actualmente el 50% de las embarazadas viaja sola a la Argentina. “Una de mis hijas estaba en Ucrania cuando empezó la guerra, hace casi un año. Y recién hace seis meses que logré que saliera del país. Vino con mi nieta, pero sin su marido, que no pudo salir. Él estuvo combatiendo y ahora tiene que esperar el aviso para volver a combatir. Es todo muy duro. Cuando la nena llegó acá, con cuatro años, cada vez que escuchaba una sirena de bomberos tenía tanto miedo que se escondía abajo de la mesa, porque suena parecido a una alarma de bombardeo”, cuenta Ala, entre lágrimas.
“Me emociono con cada parto”
Durante los partos, Ala no solo se dedica a traducir: también hace el rol de acompañante. Le da la mano a las embarazadas, las alienta y les dice cómo inhalar y exhalar. En los últimos años, ha hecho varios cursos de doula. “Me encanta estar cuando nace le bebé. Me emociono con cada parto. Un nacimiento es un milagro. Hay partos que son más complicados, pero por ahora me tocaron todos casos exitosos”, cuenta.
Solo tuvo una experiencia que define como horrorosa: el caso de una pareja rusa que quiso tener a su hijo en su casa, en una pileta, junto a una doula y una enfermera. La mujer embarazada estuvo cuatro días en trabajo de parto, días en los que Ala, su traductora, le pedía casi rogando que se trasladara a un hospital. Pero ella se negaba. Ala iba y venía. Cuando no estaba de manera presencial, la ayudaba por videollamada. “Terminó todo en el Hospital Pirovano porque a la madre se le rompió la vejiga y fue terrible. El bebé, pobre, nació con hematomas en la cabeza de tanto que queria salir y no podía. Un crimen. Ya está todo bien, pero fue terrible”, recuerda.
De rusa-argentina -ya logró obtener la nacionalidad- dice que los extranjeros como ella tienen mucho que aprender de los argentinos. “Deberíamos aprender de las relaciones humanas, de respetar el tiempo del otro, de respetar la vida. Acá la gente vive, tiene descanso, visitan a sus familias. Allá, mis hijas crecieron y yo no las vi. Trabajaba todo el tiempo. Tenía un trabajo muy bueno. Tenía todo, menos paz. Mi mayor miedo era un día despertarme y estar en guerra, como terminó sucediendo ahora”, cuenta y concluye: “Mi antigua ciudad es de las más afectadas por la guerra”.
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