Ronnie Scott es un apasionado del deporte: jugó en la primera de rugby y también al criquet, bochas, hockey y fútbol. Tras combatir en la Segunda Guerra Mundial, regresó al país y trabajó en Aeroposta Argentina, la línea aérea que dio origen a Aerolíneas Argentinas
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Desde niño, por un encuentro accidental con miembro de la realeza, Ronald David Scott supo que su vocación era ser piloto de aviación. Su pasión por el deporte fue la llave para alcanzarlo. Nació hace más de un siglo en Villa Devoto y en su extensa vida fue protagonista de acontecimientos memorables de la historia. Viajó desde la Argentina para luchar contra Hitler en la Segunda Guerra Mundial y fue testigo del horror de la invasión nazi. En el país, fue piloto de Aeroposta Argentina S.A., una de la líneas aéreas que se fusionó para formar la actual Aerolíneas Argentinas, en donde Ronnie se convirtió en un activo defensor de los derechos de los aviadores y fundó la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas.
Con sus 104 años recién cumplidos, vive solo y todas las semanas juega a las bochas inglesas en el Club Atlético de San Isidro y pasea diariamente en su bicicleta. “El día de mi cumpleaños fue inolvidable. Nos juntamos en Zárate y comimos un asado pilotos de distintas partes, del ejército, la marina y la fuerza aérea y los que yo llamo ‘campo adentro’, que son los que hacen fumigaciones y ese tipo de cosas. Había un joven que tocó la gaita y una niña que bailaba con su equipo escoses. La pasamos muy bien”, cuenta.
Más allá de su pasado memorable y una vida sana, él valora que el secreto de su vitalidad está en su temperamento. “Una sonrisa es muy importante. Me siento bien y trato de ser buena onda”, asegura.
“El príncipe Eduardo me invitó a conocer su portaaviones”
Hijo menor de una enfermera inglesa y un médico escoses, que estudió en el Belgrano Day School, cuenta que su pasión por los aviones surgió en un encuentro casual con el príncipe Eduardo, entonces heredero a la corona británica (quien años más tarde, ya consagrado como Eduardo VIII, abdicó al trono para casarse con la socialité norteamericana Wallis Simpson).
En su infancia, durante las vacaciones escolares, Ronnie acostumbraba a visitar a su tía que vivía en Hurlinghan. “Estaba mirando un partido de polo contra el alambrado cuando un jinete al galope se me viene encima. Miré hacia arriba y era el príncipe Eduardo de Winsord, futuro rey de Inglaterra, todo sudado que me pidió un agua tónica. Me fui corriendo a buscársela. Cuando él me estaba agradeciendo, llegó su secretario y me invitaron a ver un portaaviones. Me acuerdo que me preguntaron: ‘¿Te gustaría ir a verlo?’ Yo enseguida dije que sí y me llevaron“, cuenta.
El príncipe visitaba el país a raíz de una exhibición argentino-británica de campo que se hacía en La Rural. “Ellos habían venido en el portaaviones y habían traído una banda de música escocesa formidable. Nunca escuché tocar el himno nacional así, todos lloraban de la emoción”, recuerda.
Aunque pasaron los años, Ronnie nunca pudo olvidar aquel día. “Esa imagen me la guardé adentro”, dice sobre lo que fue el disparador de su vocación como piloto que estaba decidido a cumplirla, aunque para ello tuviese que pasar por la guerra.
“Por la experiencia con el príncipe, en mayo de 1942 me ofrecí como voluntario en la embajada y puse como condición que quería ser piloto de avión de la Marina. Lo primero que me hicieron fue un examen físico en el Hospital Británico. Me dieron el alta y entonces solo me quedaba llegar a Inglaterra y que ellos me autoricen para hacer el curso de piloto”, explica. De alguna manera, Ronnie llevaba la experiencia de la guerra en su ADN: su padre había estado en la guerra de los bóers en Sudáfrica, a finales del siglo XIX y su tío materno combatió en la Primera Guerra Mundial, en el norte de Italia.
De esta manera, Ronnie se convirtió en uno de los 5000 voluntarios argentinos que participaron en la Segunda Guerra Mundial. “En ese barco íbamos 400 voluntarios, de los cuales 300 eran argentinos, 70 chilenos, una decena de uruguayos... y en Rio de Janeiro subieron unos cuantos que eran de San Pablo y unos marineros hindúes. Un viaje normal desde acá hasta Inglaterra se hacía en 18 días, pero el nuestro duró bastante más porque en la mitad del trayecto nos cambiaron el rumbo y nos mandaron a Bermudas para encontrarnos con un destructor americano. De ahí nos fuimos a Nueva York”, cuenta y detalla que durante el viaje se ofreció como voluntario para armar y desarmar los cañones Oerlikon de 20 milímetros.
“Me di cuenta que por decir rugby y criquet ya estaba adentro”
Luego de viajar un mes y medio, finalmente Ronnie llegó a Londres. Pero no pudo ocultar su sorpresa y desilusión cuando se enteró que lo habían destinado al cuerpo de infantería. “Me opuse, les insistí que quería entrar en la marina. Me amenazaron y me dijeron que me iban a nombrar desertor. ¡Era insólito, había viajado desde la Argentina para que me nombren desertor a las 48 horas! Así que me fui a la plaza de Trafalgar, porque todo lo relacionado con la marina estaba en esa zona, y me encontré con la oficina de la Aviación Naval. Ahí me atendieron unas wrens (como llamaban a las Women’s Royal Naval Service), que es la rama femenina del Servicio Naval de Reino Unido. A propósito, les hablé en castellano y no entendían nada, así que llamaron al teniente que estaba a cargo. Dio la casualidad que el teniente había estado en Buenos Aires y la había pasado muy bien. Enseguida, tuvo buena onda conmigo. Él me dijo que vuelva en dos semanas para ver si me aceptaban o no para hacer el curso de piloto”, cuenta.
A las dos semanas, Ronnie se presentó a la evaluación de ingreso. Aún hoy asegura, convencido, que fue su pasión por el deporte la que le aseguró el éxito. Según Ronnie, si un joven había estudiado en Eton o Harrow “u otra escuela pituca”, y jugado al criquet o al rugby, automáticamente se le abría la posibilidad de hacer el curso de piloto, independientemente de su condición física. “Cuando me evaluaron, les dije que había jugado al criquet, rugby, hockey y fútbol, y que también hacía remo; pero me di cuenta que por decir rugby y criquet ya estaba adentro”, cuenta entre risas.
Luego de ser admitido, Ronnie viajó en el Queen Mary a Canadá para convertirse finalmente en piloto. Al primer avión en el que hizo sus primeras 60 horas de vuelo lo bautizó “palo y bolita” porque no tenía instrumental. La preparación duró seis meses y al finalizar, lo enviaron nuevamente a Gran Bretaña para luchar contra los nazis.
“Me tiraban a mí para mejorar la puntería de los cazas”
“Me convencí de que Hitler era la porquería máxima cuando llegué de noche a Liverpool. Había una luna increíble y en el camino me doy cuenta que las iglesias habían sido bombardeadas y los alemanes lo habían hecho despiadadamente para matar a todos”, sostiene.
“Yo estuve en una sección que tenía como misión proteger a los bombarderos B1. Pero como tenía más años que la mayoría, me mandaron a un escuadrón de instrucción. Lo que hice fue básicamente ayudar a que los pilotos tuvieran mejor puntería. ¿Cómo? Volábamos juntos, me perseguían y me tiraban a mí para probar sus armas y mejorar la puntería. Una vez, en una práctica, volaba sobre el mar ayudando a mis compañeros, se me plantó el motor del avión y me fui al mar”, cuenta Ronnie, que sobrevivió al impacto y fue rescatado por un guardacostas que vio su caída desde un faro cercano.
-¿Cómo fue el día en que se enteraron que los alemanes se rindieron?
-Era mayo, yo tenía que llevar a mi escuadrón al norte de Irlanda. Estábamos descargando mercadería en Belfast cuando sonaron las sirenas. Todos empezaron a abrazarse... ¡y si había una chica linda mejor!... porque ¡se había terminado la guerra en Europa! Fue increíble, muy emocionante.
El 8 de mayo de 1945, tras la rendición incondicional de Alemania, terminó la Segunda Guerra Mundial en Europa. Pero como Japón aún no se había rendido, Ronnie decidió quedarse en Inglaterra unos meses más. Indeciso sobre su futuro, el joven piloto argentino ingresó en una empresa textil, ubicada en Manchester, y se dedicó a aprender todo sobre esa industria.
El piloto más antiguo de Aeroposta Argentina
En navidad de 1946, Ronnie volvió a la Argentina como gerente de una empresa textil británica y con la misión de abrir una planta de producción en el país. Lo hizo, su vida parecía encaminada, se había convertido en un ejecutivo exitoso, pero su pasión por los aviones pudo más: en enero de 1948 renunció a su trabajo e se calzó el uniforme de la Aeroposta Argentina. “Hice un curso de dos semanas de adaptación y fui copiloto de DC3″, recuerda.
En aquel tiempo conoció en una fiesta al amor de su vida, Marian. “Era muy buena, simpática y le gustaba jugar al tenis, y yo ya para esa época era grande, tenía más de treinta años. Nos llevábamos 7 años de diferencia y nos casamos el 5 de mayo de 1950″, dice. Fruto de esa relación nacieron Rogelio y Davis, que actualmente viven en el exterior.
“Las amigas de mi mujer le decían ‘¿por qué te casaste? No vas a durar un año’ Posiblemente era porque debido a la guerra era un poco cerrado, pero ahora trato de ser abierto. No enojarme y respetar. No hacer macanas”, cuenta.
Ronnie es el último piloto vivo de Aeroposta Argentina SA, la línea aérea creada en 1927 que prestó los primeros servicios aéreos nacionales en las rutas a Paraguay, Chile y la región patagónica. En los comienzos de la misma compañía, también volaron Antoine de Saint-Exupéry y Jean Mermoz. Durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón, Aeroposta, Fama, Alfa y Zonda fueron unificadas y dieron origen a Aerolíneas Argentinas.
A Ronnie le molestó enterarse de que al crearse la nueva empresa hubo atropellos y desigualdades en distribución de los sueldos y en la asignación de las vacantes en la nueva empresa. Por eso él junto a Miguel Seligmann crearon APLA (Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas), un sindicato propio que defendió los derechos de los trabajadores contra los arbitrariedades del gobierno y autoridades de aquel entonces. Como un ejemplo Ronnie, cuenta que los pilotos que hacían internacional tenían un “arreglo” de mejor sueldo con los directivos de la empresa. y él se opuso. “Después a mí me jorobaron. Llegué a comandante de DC4 y me frenaron la carrera porque no les permití salirse con la suya”, dice.
Ronnie voló en Aerolíneas Argentinas hasta 1978. Al cumplir los 60 años se retiró y volcó su energía a construir una casa con jardín para su esposa. A la par, siguió practicando deportes e iba a la iglesia Metodista de Acasusso. Marian falleció hace cinco años de Alzheimer. “La pasé muy bien con ella y ahora la tengo en cenizas acá conmigo. No me es difícil verla y creo que es eso lo que me mantiene cuerdo. Es triste estar solo”.
Ronnie fue reconocido por la aviación naval británica como el piloto más longevo que participó en la Segunda Guerra Mundial. Mientras que la Armada Argentina también reconoció los rangos y pasó a formar parte de la aviación naval como reserva, en su caso fue nombrado Teniente de Corbeta Aviador Naval y por su edad es decano de los aviadores argentinos.
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