El 12 de agosto de 1922, hace un siglo, el viejo teatro Scala volvió a abrir sus puertas con su nombre definitivo: Maipo; y se convirtió en “la catedral de la revista”
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“Venía haciendo Escenas de la vida conyugal con la Aleandro (Norma) y Alcón (Alfredo) en el teatro Astral. Además, daba vueltas por el mundo con Julito (Bocca). También estaba con las Gambas al Ajillo, acabábamos de terminar Gambas Gauchas en La Trastienda y, como habían andado bien, les digo que están para llevar la obra al centro. Se entusiasman. Voy a ver a Luis Alberto Amadori al Maipo y, como estaba sin programación, me dice: ‘¿Por qué no te quedás con el teatro?’. Lo saco corriendo, sentí que no me daba la vida para eso. Y me fui. Pero justo había dejado el auto estacionado en lo que había sido el viejo Teatro Odeón. Y me agarró una angustia... Pensé que el Maipo iba a terminar igual. Me puso mal la posibilidad. Entonces lo llamé a Julito, le conté, y me dijo ‘Metete que te acompaño’. Y ahí empezamos”.
Así arrancó, en 1994, la historia del reconocido productor teatral Lino Patalano, el Señor Maipo, como dueño y alma mater del teatro ubicado en la hoy peatonal calle Esmeralda, la magnífica sala a la que generaciones recuerdan como La catedral de la revista porteña, por haber visto desfilar a las principales vedettes y capocómicos de la Argentina. Pero por cuyo escenario (de 12 metros de largo) también pasaron artistas, músicos y bailarines que poco saben de plumas, concheros y humor. Si hasta la reconocida actriz Lola Membrives estrenó “Bodas de Sangre” en su escenario en 1934. Y un joven Carlos Gardel comenzó allí su romance público con el tango.
“Cuando agarré al Maipo le cambiamos mármoles, baños, mucho, muchísimo. Si hasta le hicimos una parrilla en la terraza para homenajear con buenos asados a los artistas. Y como no se podía fumar en el teatro, nos compramos un departamento en el edifico de al lado para hacer el sector fumadores. La última cena a la que salió Mercedes Sosa fue ahí, comimos juntos”, recuerda Patalano.
“Si bien el teatro como Maipo está cumpliendo 100 años con ese nombre, el otro centenario, el del origen del teatro, también fue una gran fiesta. Sandro cantó El día que me quieras. Bailaron Bocca y (Eleonora) Cassano. Y Mirtha Legrand fue nombrada madrina del Maipo”, recuerda Patalano, hoy convertido en director artístico, ya que desde el 2019 el teatro pertenece, con distintas participaciones accionarias en los últimos años, a Enrique Piñeyro, empresario, aviador, director de cine, y a su mujer, la actriz, directora y productora Carla Calabrese. Juntos llevan adelante una etapa marcada por los grandes musicales Come from away y Shrek, con los que el Maipo celebra este centenario.
“La sorpresa de hacernos cargo del Maipo con mi marido fue un tema más que nada de él, que quiso apoyar a Lino, que es lo mismo que decir el Maipo, en un momento en que se hacía cada vez más difícil sostener el teatro. Y bueno, eso nos da más libertad y comodidad a la hora de hacer nuestros proyectos. Pero la verdad es que es algo que nunca me imaginé. Siento que el Maipo y yo nos encontramos sin buscarnos y que suelen ser una de las cosas más precisadas de la vida estas sorpresas, estos encuentros inesperados que hace que cada uno se potencie al infinito. El Maipo me hace bien a mí, y nosotros le hacemos bien al Maipo. El Maipo tiene una energía especial, cada proyecto está bendecido en este teatro con tanto prestigio y tanta historia”, explica Calabrese.
En todos estos años, muchos otros teatros tuvieron que apagar sus luces afectados por las distintas crisis que sacudieron al país. El Maipo, sin embargo, acaba de celebrar su centenario, al que llegó de manera casi ininterrumpida. Con este nombre, nació el 15 de agosto de 1922. Pero sus cimientos ya tenían historia y festejaron el centenario en el 2008.
El primer nombre: “SCALA”
El empresario suizo (que vino al país desde Francia) Charles Seguin adquirió, en 1905, el predio de la calle Esmeralda 261, 263, 264 (antigua numeración) y los terrenos linderos. Tres años después, el 7 de mayo de 1908, abría sus puertas el Teatro Scala, que se promovió como “El teatro aristocrático”. El ticket más caro, “palco bajo avant-scene”, costaba 15 pesos.
El edificio fue construido con materiales provistos por Recht & Lehmann, agentes exclusivos en Argentina de varias empresas francesas. El teatro aún conserva detalles decorativos de estilo Art Déco originales, el cartel con su nombre en la marquesina es un claro ejemplo. En el interior hay detalles, como las dos estatuas de bronce con farolas, que siguen las líneas más bien Art Nouveau. La sala esta organizada según el denominado estilo italiano: el escenario como centro focal hacia el fondo de la sala y los sectores para los espectadores rodeándolo, a manera de semicírculo y en varios niveles.
En el Scala, el teatro aristocrático, las obras se representaban en francés y su concurrencia era exclusivamente masculina por el “fuerte” contendido de sus presentaciones, características del music hall, a las que calificaban de “revistas alegres”. Por entonces, la cartelera se renovaba a diario. Y la Argentina estaba en medio de los preparativos por los festejos del Centenario, atravesada por una etapa fecunda en obras literarias y artísticas, y con otros grandes teatros en plena apertura, como el Colón.
En un trabajo sobre el estado de los teatros porteños, el investigador José María Calaza recuerda al Scala como “un café concierto” aunque lo asemeja a un teatro por “su distribución interna y platea”. El informe consigna que no tenía calefacción, que los tapizados eran de “felpa color celeste” (hoy son color borravino). Que tenía en total 450 butacas. Y que gobernaba el país Figueroa Alcorta, quién había decidido por esos años el cierre del Congreso.
Al poco tiempo de su apertura, el Scala fue clausurado y tuvo sus puertas cerradas durante tres años. Según consta en una investigación realizada por Carlos Szwarcer, se cerró “para proceder a su ampliación”. También precisa que con la reapertura se intentó que el teatro tuviese un carácter más familiar y lo primero que desapareció fue el “coro de piernas a la vista”. Lo rebautizaron como Teatro Esmeralda (1915) y su nuevo dueño, José Costa, cambió el género de las representaciones, alternando el cine (muchas veces a techo descubierto) con el teatro de variedades. Eran tiempos en los que el mundo se convulsionaba con la Primera Guerra Mundial.
En esta sala remozada, el 16 de setiembre de 1916 fue el debut formal del dúo Gardel-Razzano, acompañados por el guitarrista José Ricardo. Aquí estrenaron el tango “Mi noche triste”, de Pascual Contursi y Samuel Castriota.
Fue Scala, Esmeralda, y recién se llamó Maipo en 1922, cuando el productor chileno Humberto Cairo (guionista y productor del film Nobleza Gaucha) lo compró y lo bautizó así por el valle del Maipo, una localidad chilena cercana a Santiago de Chile. Cairo fue su administrador muchos años, durante la primera gran época de oro del teatro. En 1922 fue muy celebrado el show de Madame Rasimí, quien conmocionó el ánimo de la ciudad con su famoso Ba-Ta-Clán parisino. La remodelación del teatro estuvo entonces en manos del arquitecto Valentín Brodsky, quién ya había dejado su huella en el diseño del Hotel Alvear y del teatro Tabarís.
La amenaza de los incendios
El 21 de noviembre de 1928 se produjo el primero de los dos grandes incendios del Teatro Maipo. Ardieron escenario y camarines, pero se salvó la sala gracias al telón mecánico. No hubo víctimas fatales. Cuenta la crónica periodística de la época que cuando desde la avenida Corrientes empezó a verse el fuego, varios curiosos se acercaron al teatro y llegaron a ver muchas bailarinas escapando del lugar prácticamente sin ropa, así como algunas figuras populares que se ocultaban debajo de sus abrigos. También cuentan que en la huida, las mujeres dejaban sus pieles olvidadas en los butacones. Cinco meses después, la compañía retornó a su escenario natural y la historia continuó.
El 6 de setiembre de 1943, sin embargo, un nuevo siniestro castigó las instalaciones del Maipo. Ardió otra vez el escenario, esta vez con tres muertos: dos maquinistas y el actor Ambrosio Radrizzani, que cumplía papeles secundarios y regresó al camarín por sus pertenencias en medio de las llamas.
Entre 1940 y 1970 el teatro vivió el esplendor de la revista porteña. Un hombre clave a partir de 1944 fue Luis César Amadori, escritor de teatro, letrista, cineasta, periodista, y marido de la estrella de cine Zully Moreno. Amadori condujo el teatro hasta su muerte en junio de 1977. En el último lapso lo hizo acompañado de su cuñado Alberto González, quién se quedó al frente hasta 1994, cuando llegó Lino Patalano.
Tiempos de censura
El Maipo sufrió la censura, por lo menos, en dos oportunidades: julio de 1946, cuando la inspección municipal argumentó que se había hallado que un resorte de la puerta de ingreso al foso de la orquesta, cerraba mal. Pero en realidad, dijo la prensa, se buscó “morigerar” un monólogo de contendido político de Sofia Bozán imitando a la cantante francesa Lucienne Boyer, en el que aparecía luciendo un vestido copiado de otro que había llevado Evita. “Se han suprimido todos los cuadros de este aspecto, de modo que no quede ya la menos ironía política en ningún teatro de Buenos Aires”, cita La Nación del 5 de julio de 1946.
La segunda censura fue bajo otro signo político, el 7 de octubre de 1955: un grupo de militantes subieron al escenario a manifestarse durante una presentación de Juan Carlos Mareco, y fueron desalojados por la policía. Es que el general Juan Domingo Perón lo admiraba: “¿Quién será ese uruguayo que no hace groserías trabajando en radio y en el Maipo?, había dicho a principios de los ´50.
Una lista desordenada de todos los nombres que pisaron sus tablas en su larga vida es interminable. Todos, desde Nélida Roca a Tita Merello. También la bailarina Josephine Baker, considerada la primera vedette y estrella internacional, que alteraba el show con el trabajo de espía francesa contra la Alemania nazi. Si hasta el periodista Jorge Lanata hizo su debut sobre un escenario en el Maipo.
Los fantasmas entre bambalinas
Si estos nombres se alternaron en la marquesina del teatro, hubo uno que trascendió y permaneció inmutable todos estos años: el de Horacio El Negro Cortés, histórico acomodador del Maipo desde hace 28 años. Norma Aleandro lo bautizó “rata de teatro”, ya que ningún espacio le está vedado. Entra y sale de camarines y conoce todos los pasadizos secretos, amén de no temerle a los fantasmas que cuenta la leyenda, existen entre bambalinas.
Como el de Luis Efraín Cáceres, maquinista chileno que en 1985 se ahorcó en el techo del teatro preso de una fuerte depresión. La otra alma en pena sería la del actor y bailarín Ambrosio Radrizzani, que falleció en el segundo incendio del Maipo atrapado en la zona de camarines.
Hace unos años, en la mesa de Mirtha Legrand, Norma Aleandro reveló que efectivamente hay espíritus en el Maipo. “Este teatro tiene muy buenos fantasmas. Tiene dos en realidad. Uno, pobre, se ahorcó, y el otro murió quedado en un camarín. Cáceres es el que pensamos que visita más el escenario, nosotros lo hemos podido comprobar. Hay funciones a las que viene. Yo te digo que son las que mejor salen”.
Distintos artistas dan fe de haberlos visto, escuchado, generalmente después de que se termina la función y el público ha abandonado las instalaciones. Algunos, yendo camino al foso de la orquesta a bailar un rato. Otros rumbo a un palco donde pasar la noche. Siempre esperanzados con tener la mejor vista del hermoso friso pintado por Renata Schussheim que corona el escenario de manera soberbia.
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