Se hizo famosa por la mafia, pero hoy la gran isla del Mediterráneo convoca por el atractivo de su historia, su arquitectura, sus vinos, sus playas y la leyenda del Etna, el gran volcán.
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“Sicilia y Cerdeña” era el último capítulo de la guía. Una escuálida docena de páginas de las 400 totales dedicadas a Italia. Si bien la historia las ha reunido en trueques mano a mano entre distintas sucesiones reales, ambas tienen tanto en común como las Malvinas y Martín García. Pero en la bibliografía turística, como en la vida, todo es cuestión de prioridades. La postergada posición de Sicilia en las guías resulta muy reveladora sobre su posicionamiento en el imaginario turístico. Será la isla más grande del Mediterráneo, pero a la hora de elegirla, antes que Palermo están Roma y Firenze, antes que el Etna está el Vesubio, antes que el arte bizantino de Monreale suele estar el de Ravenna, y antes de cruzar los puentes que llevan a Ortigia (el centro histórico de Siracusa), casi todos cruzan primero los canales venecianos.
No obstante, Sicilia tiene sus orgullos. La síntesis de la historia universal que presenta en un giro de apenas mil kilómetros (los que demanda la vuelta completa), no se da todo los días. De los templos griegos de Agrigento a los soberbios ejemplos del barroco siciliano que ofrece el extremo sudeste de la isla, pasando por el arte bizantino-normando de Palermo y alrededores, pocos sitios pueden competir con ese compendio de más de veinte siglos en un territorio tan acotado y rico… Porque además están las playas, y Luigi Pirandello y Leonardo Sciascia y el vino Marsala y el encanto de conocer Corleone, la cuna de la gran saga mafiosa de El Padrino. No es que la Cosa Nostra sea una leyenda, ni mucho menos, pero el siglo XXI ha controlado y acotado el desempeño de la mafia siciliana –la calabresa atraviesa un mejor momento– y los turistas que quieran, pueden tomar el tema como una pincelada de color. En definitiva, vale aplicar una pequeña dosis de negación en vacaciones. Olvidarse de ella junto con el dólar blue, la inflación, la inseguridad. Si los locales se ríen de frases como "Baciamo le mani" (título de libro y película de los años 70 que pasó a consagrarse como miniserie televisiva en 2013), ¿por qué no va a poder aplicar un humilde turista una mínima dosis de menefreguismo?
El culto a la buena vida probablemente sea el motivo que mejor explique otro fenómeno actual. El comisario Montalbano, el personaje de Andrea Camilleri que se varea entre Ragusa y Scicli y disfruta, cada noche, de una especialidad culinaria diferente, tiene más rating que la mafia. Hay tours para conocer los sets de filmación de la serie televisiva. Y casi todos aseguran que su militancia gourmet, manifestada en pequeñas porciones de pasta 'ncasciata, trillas fritas, involtini de pez espada, caponata (esa deliciosa mezcla de berenjenas, apio, tomates y zanahorias), y, de postre, los cannoli rellenos de sutílisima ricota, son la clave del éxito.
La apuesta de Sicilia no culmina con los endemismos culinarios. Guarda un as en la manga que no se emparda fácilmente. Los mosaicos de la Villa Romana del Casale en Piazza Armerina –en el centro de la isla– les hacen sombra a las villas romanas de España, Chipre, Túnez y demás. Con esa jugada Sicilia canta retruco y vale 4. El triunfo se celebra con un Nero d’Avola, el tinto más renombrado. ¡Salud!
El barroco siciliano
El terremoto de 1693 fue para el Val di Noto el equivalente de un gigantesco incendio en el bosque. Cuando sus ciudades volvieron a ponerse en pie, brotaron con toda la fuerza y se convirtieron en un ejemplo único del barroco tardío. Fue una primavera simultánea en Caltagirone, Militello Val di Catania, Catania, Modica, Noto, Palazzolo, Ragusa y Scicli, y por eso la Unesco decidió proteger el conjunto entero en 2002.
Son muy distintas entre sí. Catania es la segunda ciudad de Sicilia, y la décima de toda Italia. Además de contar con el importante Duomo de Santa Águeda en estilo barroco, se enorgullece de su Fuente del Elefante. Ambos son obra del arquitecto Vaccarini, pero el Liotru –como llaman al simpático paquidermo de piedra volcánica– que lleva una columna egipcia sobre el lomo es el símbolo de la ciudad. Catania también es cuna de Vincenzo Bellini. El gran teatro lírico que lleva su nombre celebró, en 1951, el 150 aniversario del natalicio del autor de Norma con la recordada función de esta ópera cantada por Maria Callas. Sus restos descansan en la catedral.
Siracusa reúne un pasado griego –fue fundada en 733 a.C.–, del que da cuenta en su impactante Parque Arqueológico, con un presente barroco del elegante casco histórico de Ortigia, y la vitalidad del mercado del puerto, donde el pescado fresco se vende a los gritos y en el más puro dialecto siciliano. El edificio más importante, y más revelador de este entrevero cultural, es el Duomo. Su fachada barroca alberga en su interior las columnas intactas del templo de Atena, del siglo V a.C.
Scicli, en cambio, es pequeña y enclavada entre altos desfiladeros de piedra. Hay que recorrer las pocas cuadras del centro, deslumbrarse con los palacios Beneventano y Spadaro, y subir para comprender mejor su emplazamiento en el valle. La municipalidad de Scicli es parte del Montalbano tour, porque en su interior funciona, en la ficción, la comisaría. El inexistente barrio de Montelusa es, en realidad, Ragusa Ibla, la parte antigua de la ciudad que trepa por las áridas colinas en las que destacan las cúpulas de las iglesias, como la azul de Santa María dell’ Itria. En Scicli, Modica y Ragusa Ibla, montadas entre colinas, las cavidades naturales de las montañas fueron siempre habitadas. Hoy, la tradición troglodita devino última moda y alojarse en una de estas grutas suele ser parte de la hot list de imperdibles de la región. Hay de todo tipo, desde las más lujosas al estilo del hotel y restaurante dos estrellas Michelin Locanda Don Serafino en Ragusa Ibla, hasta los más modestos albergos que resultan atractivos en verano, cuando se aprecia su frescura.
Para recorrer las dos partes de Modica –la alta y la baja– sin tener que estar buscando estacionamiento en cada alto (dan ganas de parar cada dos cuadras), una buena idea es tomarse el trenino barroco, que trepa y pasa justo frente a la gran maravilla de la ciudad: la catedral de San Jorge. Ocurre que Noto es la joyita de este valle, la de la traza más caminable, pero Modica se jacta de tener los edificios más soberbios.
El helenismo de Agrigento
Según Píndaro, la ciudad de Akragas era una de las más bellas en la que el hombre podía vivir. A orillas del mar, esta predecesora de la actual Agrigento fue, entre el 510 a.C. y el 430 a.C., una de las urbes más pujantes del Mediterráneo. Llegó a tener 200.000 habitantes. De sus ocho templos de estilo dórico, el conocido como Templo de la Concordia es uno de los mejor conservados del mundo helénico, junto con el de Hefestos en Atenas, y el de Poseidón en Paestum. Fue el único que respetaron los saqueos de cartagineses y cristianos. Hacia el siglo VI, el obispo Gregorio lo consagró como iglesia dedicada a San Pedro y San Pablo, y ordenó numerosas modificaciones.
En verano, cuando el sol aprieta, resulta una buena idea reservar la visita guiada del atardecer, para ver cómo los rayos del sol van dorando las columnas ocres y capiteles milenarios mientras se escucha la historia y se camina por la Via Sacra.
Durante el día, la escapada más cool es la que propone la Scala dei Turchi, un acantilado arcilloso muy blanco que cae sobre el mar turquesa de Puerto Empedocle, a unos 15 km de Agrigento. Explota en temporada alta, y conseguir lugar en unos de los "sillones" naturales que forman los pliegues de la cotizada colina, puede ser tarea ardua, pero quien lo hace se garantiza la mejor vista para toda la tarde.
Piazza Armerina
Son 3.500 m2 de mosaicos maravillosamente conservados: el mejor conjunto in situ del mundo. Se mantuvieron felizmente protegidos por una capa de tierra y barro durante siglos, hasta que su existencia comenzó a divulgarse a finales del siglo XIX. En los años 50 Biagio Pace y Paolo Orsi realizaron las primeras excavaciones, continuadas por el arqueólogo Gino Vinicio Gentili (1914-2006), a quien suele atribuirse el descubrimiento oficial. Protegido por la Unesco desde 1996, el estatus de Patrimonio de la Humanidad, le llegó justo a tiempo: faltó poco para que el vandalismo hiciera estragos.
No se sabe quién fue el dueño de la villa, pero se estima, por su opulencia, que perteneció a un gobernador romano (Praefectus Urbi); otros aseguran que fue construida y ampliada por expresa comisión del mismísimo emperador. Estaba organizada alrededor de un peristilo cuadrangular con patio y fuente, y contaba, entre otras comodidades, con tepidarium y frigidarium en el sector de termas, basílica, y más de 40 habitaciones.
Podría haber sido una residencia de caza y casa de campo de Maximiano Hercúleo, que reinó como tetrarca junto Diocleciano entre 286 y 305 d.C. Hay varios murales con escenas cinegéticas. El más importante, de 59 m de longitud, ofrece vívidas representaciones de leones, avestruces y elefantes, entre otras especies exóticas.
Su estilo es muy similar a los de los encontrados en el Norte de África, por lo que se cree que los artistas pueden haber sido cartagineses.
Por su originalidad, sin embargo, el más célebre de todos los murales es el de las mujeres gimnastas (stanza dalle palestrite) también conocido como "chicas en bikini", que muestra a diez jóvenes practicando distintos deportes. Muchos han querido hacer lecturas feministas de él, pero las conclusiones están a la vista, y no van más allá de los hechos: las chicas entrenaban y competían en las más variadas disciplinas.
Por las calles de Erice
Trapani es un buen alto, tanto para visitar Marsala, como para escaparse a Erice, la ciudad amurallada a la que le cantó Virgilio en La Eneida. Es ideal para caminar ¬–el auto no entra ni aunque quisiera– y perderse en sus callecitas de piedra, comprar colorida cerámica y probar los dulces de Maria Grammatico, pasticceria tradicional desde 1963.
La catedral es una gloria construida en estilo neo gótico. Tras los derrumbes de 1853 y 1857, reabrió, muy modificada, el 20 de agosto de 1865. Conserva las tres naves originales, pero la central es la más impresionante: las tallas de sus arcos son lo más parecido a un perfecto trabajo de repostería en azúcar glaceada o una filigrana de mazapán.
En Erice hay que visitar también el Castello di Venere, construido en el siglo XII y con la mejor vista del valle. Muy cerca está la Torre Pepoli, de estilo morisco, que el mecenas Agostino Pepoli mandó construir en 1870. Allí recibió a varios intelectuales amigos de la época. Tras su restauración en 2014, fue declarada Faro de la Paz del Mediterráneo y ofrece visitas guiadas que cuentan la historia de Erice en la voz del conde Pepoli.
La capital, Palermo
La Sicilia que uno más atesora en el imaginario, la de los mercados, la que está descascarada con encanto, las calles estrechas surcadas por vespas, la gente tomando Spritz en las veredas… La síntesis de la síntesis está en Palermo. Fenicia, árabe, normanda, española, barroca. Hay que dedicarle por lo menos tres días completos –si son cuatro, mejor– para poder disfrutar de los hitos del conjunto normando-bizantino (los imprescindibles de la ciudad), escaparse a Monreale (más imprescindible) y combinar con los mercados de la Vucciria, el Capo y Ballarò, el más antiguo y grande de todos. La Vucciria, en cambio, es el más famoso, pero ya no conserva la vitalidad de hace unos años. Tiene su encanto aún entrar en la Taverna Azzurra y probar, como los locales, un sangue siciliano o un zibibbo (un tipo de vino blanco). Si la estadía coincide con un fin de semana, no hay que perderse un espectáculo de marionetas (pupi) de Mimmo Cuticchio muy cerca de la Piazza San Domenico.
El arte en mosaicos dorados de Palermo es majestuoso. Puede comenzarse con la Stanza de Ruggero en el Palacio de los Normandos, continuar en la Capella Palatina (1132-1140) del mismo edificio, para dopo morire en la catedral de Monreale. Fue fundada en 1172 por el rey normando Guillermo II y su interior en oro reluciente sorprende con casi 6.000 m2 de mosaicos. Alta y estrecha la figura del Pantocrátor –Cristo con la mano diestra levantada para impartir la bendición y teniendo en la izquierda los Evangelios o las Sagradas Escrituras– tiene un magnetismo y belleza conmovedores. La trilogía dorada se completa con la catedral de Cefalù, en el camino de regreso, y antes de pasar por Taormina.
Final en Taormina
Hay muchas maneras de vivir la ciudad de Taormina que es snob, cara, escénica, histórica y, en temporada alta, también un poquito histérica. La passegiata por su calle principal resulta divertida. Uno cree que va a cruzarse con Anna Wintour en cualquier momento. Y quizás suceda. Pero una vez cumplido el rito fashion, y visitado el espléndido anfiteatro griego, vale escaparse a la playa en Giardini Naxos, Villagonia o Mazzaro, o sellar el viaje con algunos planes menos evidentes, pero muy sicilianos.
El primero, muy a tono con el estado de bienestar general que implica la isla, es visitar una bodega y enterarse de la cantidad de varietales que se perdieron con los siglos y cómo se trabaja para recuperarlos, o cómo el terroir del Etna afecta a las vides, y de paso, familiarizarse con los nombres de alguna de las 33 DOC de la isla.
Menos evidente resulta animarse a Le Gole dell’ Alcantara. Hay que juntar coraje para lanzarse a caminar por el lecho helado del río Alcántara, una garganta gris acerada con bloques de piedra que forman dibujos asombrosos, similares a las paredes basálticas de las tierras altas de Islandia. Y, con un poco de suerte, con aguas más templadas. Aunque no mucho.
Por último, cumplir con el rito de acercarse a la base del Etna y agradecer por los días pasados. Cuesta imaginarse esa aridez negra y ese viento todopoderoso en una isla tan ocre, verde y azul, pletórica de olivos, de viñedos, de playas, de ruinas, de duomos y palacios. Y, sin embargo, es el volcán madre, el más alto de Europa, el que, según el mito, tiene a Tifón encerrado en sus entrañas. Las erupciones y terremotos no serían más que manifestaciones de su ira. No se enoja seguido, por suerte. Grazie, caro.
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