- -Eduardo: ¿Cómo salió la cirugía? –le preguntó Pablo Márquez (46) al médico que lo había operado de un tumor cerebral.
- -No pudimos extirpar el tumor porque estaba alojado entre la carótida y el nervio óptico central -le contestó el especialista. Tu caso es el de uno en un millón –agregó.
- -Yo no tengo miedo, voy a luchar pese a que el diagnóstico sea muy malo.
Encima de esta mala noticia a los 20 días de que le retiraran los puntos, Pablo se agarró una infección por lo que su cráneo y el líquido raquídeo estaban pudriéndose. Otra vez debió pasar por el quirófano para que le realizaran una toilette, limpieza y cura de una herida accidental u operatoria.
Tras varios días de internación, y de preocupaciones, a Pablo le dieron el alta y lo mandaron a su casa con un tumor que podía crecer y con un pedazo de cráneo menos.
- -Eduardo: ¿Cómo sigue esto? –le preguntó Pablo a su médico antes de abandonar la clínica.
- -Pablo: Morir nos vamos a morir todos, pero a vos te va a tocar antes y eso empieza con la pérdida de la vista en el transcurso del año –le contestó.
- -Ok –atinó a decir Pablo, que en ese momento solo pudo pensar en el padecimiento que podían llegar a pasar su madre y sus tres hijos.
"Cuando me dijeron que si el tumor seguía creciendo no me iba a quedar más de un año me aparecieron las caras de mi familia en la cabeza con las expresiones que suponía iban a poner al recibir la noticia. Y se los conté descreyendo el diagnóstico para que no se vuelva una catástrofe familiar. Siempre les repetía que no me iba a dejar ganar por la enfermedad, incluso cuando no había más soluciones", recuerda Pablo, a la distancia.
El principio de la enfermedad
En octubre de 2017 Pablo viajaba por la Patagonia Argentina junto a su pareja de aquel momento y a su perro Vito visitando hoteles, complejos de cabañas y restaurantes vendiendo publicidad para una revista que editaba.
Un día, mientras paseaban con el auto por El Bolsón (Chubut) Pablo sintió un mareo y la visión distorsionada. "Todo lo que tenía adelante se veía por duplicado, una estación de servicio eran dos, un auto eran dos y a mi lado estaba mi novia con su gemela. Cerré los ojos, respiré profundo unos minutos y todo volvió a la normalidad. Pensé que sólo era un simple mareo, pero estos episodios comenzaron a repetirse día a día, cada vez más seguido".
Ese viaje de regreso hacia Rada Tilly (Chubut), donde vivía, fue muy largo ya que, como él mismo dice, no se percataba que cerrando un ojo el paisaje se unificaba y de esa forma podía hacer foco. Así manejó 900 kilómetros moviendo la cabeza de un lado hacia el otro intentando mejorar su visión, a 40 kilómetros por hora. Fueron más de 16 horas de nervios y de angustia.
Emparchado como un pirata
Al poco tiempo le diagnosticaron diplopía, una alteración visual que consiste en la percepción de visión doble. Esta alteración de la visión puede ser horizontal, diagonal u oblicua en función de cómo aparecen las imágenes.
"Comencé, entonces, a taparme el ojo izquierdo con una curita, después con un parche casero y con el paso del tiempo visité a un hippie en una feria quien me hizo un parche en cuero digno de un pirata. Ahora sí, emparchado y habiendo pasado unos meses más para adaptarme, mi vida volvía a ser ´normal´. Seguíamos viajando como si nada pasara. Cada tanto sentía un poco de presión ocular o sufría alguna jaqueca, nada que un analgésico no pudiera calmar", recuerda.
Sin embargo, una tarde en la cordillera el dolor de cabeza, la presión ocular y la diplopía se complotaron al mismo tiempo y desataron en Pablo la inminente necesidad de saber de qué se trataba por lo que decidió viajar a Buenos Aires para que le realizaran estudios.
"Me vieron varios profesionales y todos estaban de acuerdo que en mis ojos no había nada malo. Entonces, apareció una jefa del área de Neuro-oftalmología y me pidió que me sentara a su lado. Fue ahí que, con un profesionalismo inmejorable y las palabras justas, me explicó lo que era un meningioma (tumor cerebral) y el lugar en donde estaba ubicado dentro de mi cabeza".
Tras la cirugía, en febrero de 2018, en la que no le pudieron extirpar el tumor, Pablo debió tomar antibióticos durante 60 días más, pero a pesar de todo lo que le estaba sucediendo lo único que deseaba era volver al sur.
"Cuando llegué a Rada Tilly ya era junio. Tenía que esperar para hacer una tomografía después de tres meses de la primera intervención, así que la hice y la envíe vía mail al hospital. Durante varios días intenté comunicarme con los médicos para saber si el tumor crecía o no, pero por un motivo u otro los resultados nunca estaban y la espera se hacía interminable".
"Ahora lo tuyo es más raro que antes"
Hasta que finalmente logró comunicarse por teléfono con uno de los médicos.
- -¿Te acordás que te dijimos que tu caso era raro? –le preguntó uno de los doctores.
- -Sí, claro –le respondió Pablo.
- -Te habíamos dicho que la ubicación de tu tumor era anatómicamente muy difícil de tocar
- - Si doctor, me acuerdo.
- -Ahora lo tuyo es más raro que antes. Sos uno en 10 millones. Tu tumor no está, se desvaneció, estás sano.
"En ese instante me puse a llorar como nunca antes lo había hecho en mi vida. Pensaba que me iba a morir y que no iba a poder ver crecer a mis hijos", se emociona.
Pablo disfruta día a día del amor de sus tres hijos, las luces de sus ojos: Gonzalo (23), Chiara (20) y Rocío (18). Y, sin dudas, que uno de los mejores regalos que recibió post enfermedad fue la llegada de Martina, su nieta de un año.
"Hoy me siento muy bien, pude solucionar conflictos del alma y aprendí más en estos tres años desde el primer síntoma hasta el día del alta que en el resto de mi vida. Me gusta disfrutar de mi familia, riéndonos todos y de todos. Me gusta arrastrarme por el piso con mi nieta. La experiencia vivida me presentó gente y conceptos de vida que no conocía ni hubiera conocido sin haber padecido el cáncer. Aprendí a valorar y a entender otros aspectos de las personas, a pensar con el alma, perdí maldad y conocí a la muerte de cerca. Juro que eso te enseña".
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