Warwick Davis, el héroe optimista que actuó con David Bowie, le enseñó magia a Harry Potter y vuelve a su mayor éxito
En Willow, la serie que ya está completa en Disney+, el actor inglés retoma el personaje que lo hizo más famoso a fines de los 80
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La sonrisa de Warwick Davis es lo mejor del día. No, de la semana. Si hubiera un concurso internacional de sonrisas, él lo ganaría siempre gracias a ese gesto contagioso y espléndido que articula con sus labios, y que de inmediato lo transfigura, sí, en eso que ya es hace décadas para millones de personas que nacieron y crecieron a fines de los 80: un amigo.
Porque la imagen de Davis, aunque hayan pasado más de 30 años y él sea hoy un actor maduro, es para muchos el calco de un mundo preciado y feliz que ya no existe sino en el recuerdo: el de las meriendas con amigos después de clase, las mañanas de sábado haciendo fiaca en la cama con la tele encendida, los cumpleaños de disfraces entre Princesas Leias, Martys McFlys, cazafantasmas, bicivoladores y chicos y chicas en kimonos blancos con vinchas de Karate Kid agitando alternativamente los bracitos al compás de encerar/pulir (o wax on/wax off).
Eran tiempos prestreaming, años dorados de devoción ochentosa a la videocasetera, oh tú, maravilloso aparato negro, que al fin aparecías en las vidas de tantos para hacer realidad –incursión mediante a ese lujurioso olimpo del entretenimiento hogareño llamado videoclub– el anhelado sueño de volver a ver una y otra vez la misma película en el transcurso de las 24 horas contempladas por el precio de su alquiler. Y ahí, en esa era de éxtasis infantil, estaba Warwick Davis. Bueno, estaba Willow, porque así se llamaba –spoiler alert: se sigue llamando– su personaje, el aspirante a hechicero protagonista de esa fantasía homónima dirigida por Ron Howard y concebida por George Lucas. Una gran aventura entre nelwyns y daikinis que buscan salvar a una inocente beba de las garras de una reina en declive que ordena la ejecución de toda niña recién nacida con tal de preservar su poderío (cualquier similitud con la leyenda de Herodes es pura coincidencia).
Antes de eso había sido el Soldado Goblin en Laberinto (1986), con David Bowie, y Wicket en Star Wars: Episodio VI - El regreso del Jedi (1983). Y después –bastante después– actuó en la saga Harry Potter como el Profesor Flitwick; en Ray (2004), inspirada en la vida de Ray Charles; en los múltiples –a menudo endebles– spin-offs de la franquicia Star Wars y en la delirante serie británica Life is Too Short (La vida es muy corta), de 2012, que Ricky Gervais, autor y coprotagonista, definió con esa acidez innata que le brota de la lengua como “la vida de un enano del mundo del espectáculo” [Davis tiene displasia espondiloepifisaria congénita y mide poco más de un metro].
Pero ahora lo que importa es que Willow vuelve. Porque todo lo de aquellos tiempos vuelve, y entre Top Gun: Maverick, Cobra Kai –continuación de Karate Kid–, la nueva versión del clásico de ciencia ficción Duna con Timothée Chalamet y hasta las figuritas del Mundial [y con remakes de Highlander, Flashdance y Dirty Dancing anunciadas para los próximos años], él no puede ser menos.
El retorno es en formato serie, que se llama –igual que el film original y el personaje– Willow, que ya está completa en la plataforma Disney+. Davis, que habla con LA NACION Revista desde su casa en Londres, está expectante y feliz con la secuela. Es un rol entrañable que, de alguna manera, vuelve a la vida pero en un tiempo diferente. Al igual que él, que lo interpretó por primera vez en 1988, a sus 18 años, y lo retoma ahora, a los 52, con la veteranía de una trayectoria nutrida, hijos, una ONG de apoyo a las personas con enanismo y hasta un libro, Size Matters Not (El tamaño no importa), editado originalmente en 2010.
¿Cómo está Willow, después de tantos años?
En la ficción, Willow Ufgood tiene 20 años más desde la última vez que lo vimos. Pero yo tengo 30 años más. Así que, como actor, me siento muchísimo más experimentado hoy que cuando lo interpreté por primera vez, y usé mi madurez respecto de la vida y sus implicancias para dar forma al personaje. Willow, y el mundo de Willow, han cambiado mucho. No son eso que recordamos. Y lo mismo ocurrió con nuestro mundo; es el mismo lugar, por supuesto, pero luce y se siente muy distinto a 1988. Willow ha pasado de todo en esos 20 años ficcionales, ha descubierto verdades. No sabemos si logró perfeccionar el arte de la hechicería, pero ahora es bastante famoso en su tierra. Y mucho más experimentado.
Y esa madurez, ¿cómo te afectó al momento de interpretarlo? Willow no solo era un personaje muy amoroso, sino también bastante naíf…
Sí, era muy naíf, ¿cierto…? [Pausa]. Creo que fue muy positiva. Al comienzo de la serie, de inmediato entendemos que ha pasado por mucho. No sabemos bien qué, pero sabemos que ha tenido sus buenos desafíos, sus trances difíciles. Ahora, aunque en esencia es esa misma persona cariñosa, dispuesta a ayudar a los demás, su ingenuidad ha decaído. Lo cual es muy comprensible; la ingenuidad de todos ha decaído. No son tiempos sencillos. Pero su optimismo sigue ahí y él lo hará valer; Willow sigue siendo ese ser con el que se puede contar y sigue siendo un héroe, a su modo.
Pasó tanto tiempo desde la película original, que tu hija [Annabelle Davis, de 25 años] está ahora en el elenco. ¿Qué implica actuar con ella?
Annabelle es una gran actriz. Es genial. Pero para mí, como padre, sigue siendo difícil actuar con ella y no pensar demasiado, no estar pendiente de todos los detalles. Tengo que hacer un gran esfuerzo para dejar de tomar nota de todo en mi cabeza y fluir con la escena; para no decirle: “Anna, la próxima vez deberíamos tratar de hacer tal cosa”, o “deberíamos probar algo distinto”.
Ah, es difícil dejar de ser un papá. ¿No?
¡Exacto! Es imposible [risas]. Incluso cuando tus hijos son adultos, son profesionales y saben resolver todo muy bien. No se puede dejar de ser padre.
Gracias a este personaje, fuiste parte de la infancia de millones de personas en todo el mundo. ¿Con quiénes creciste vos? ¿A quién admirabas? ¿Quiénes eran tus héroes?
Harrison Ford como Indiana Jones y Han Solo; Mark Hamill como Luke Skywalker; Carrie Fisher como Leia, y muchos más. La lista es larga. Muchas veces pienso que soy tan afortunado, que tuve la dicha de conocer a mis héroes. Y, a veces, hasta de trabajar con ellos.
Además, comenzaste tu carrera cuando eras un chico. ¿Fue a los 11?
Así es. Ya pasaron 40 años. ¡¿Cómo es posible?! Debe haber un error [se ríe].
¿Fueron esos héroes los que te inspiraron para ser actor?
Honestamente, no. Lo que puedo decir es que, entendí que quería actuar cuando empecé a hacerlo. Apenas te parás frente a una cámara y actuás, y después recibís aprecio o cariño por tu trabajo, se vuelve un poco adictivo. Porque, fundamentalmente, para mí actuar es entretener. Regalarle un buen momento a la gente; eso es lo importante. A veces están también el dinero y la fama, obvio. Pero hay que hacerlo por la pasión de actuar. En mi caso, durante la filmación de Star Wars [se refiere a El regreso del Jedi], tenía 11 años. Podía vestirme como un personaje de esos que tanto me gustaban, me maquillaban de una manera increíble… Era como un juego, ¡y encima me pagaban! Para un chico, era un montón de dinero. Y, además, trabajaba con mis ídolos. No había nada mejor.
También actuaste con David Bowie, en Laberinto, cuando tenías 16. Era un momento efervescente en la carrera de Bowie, con su pico de éxito comercial durante los 80, pos Let’s Dance. ¿Te impactó especialmente trabajar una estrella de rock en tu adolescencia?
Sí. Esa fue otra experiencia increíble. David era fabuloso. Un tipo tan sensato… Era alguien con los pies totalmente en la tierra, contrariamente a lo que se podría pensar de una figura tan importante. Era una estrella absoluta en ese momento, muy famoso, aunque creo que yo no lo veía tanto con admiración de adolescente, sino con ojos de chico. Para mí era “el tipo con peluca que canta” [risas]. Ahora, a veces pienso en esa película y me digo: “¡Qué increíble! Haber actuado juntos”. Había algo tan natural en él cuando estábamos en el set; para todos nosotros era simplemente Dave. Siempre llegaba solo, no tenía ese séquito de amigos o colaboradores que muchas superestrellas tienen. No había ninguna espectacularidad, era un hombre común. Y eso es hermoso; conocer a gente así, que no interpone el ego. Además, conmigo era muy amistoso. Siempre recordaba mi nombre y lo usaba en todo momento para dirigirse a mí.
Además del cine y las series, escribiste un libro acerca de tu vida…
Sí. Fue hace tanto tiempo que ya podría escribir otro. Pasó mucho en mi vida desde ese momento. Fue muy placentero hacerlo. En ese entonces, muchas personas me sugerían que lo hiciese. Yo pensaba: “Sí, puedo escribir porque me gusta. Pero, ¿de qué?”. “Escribí acerca de tu vida”, me repetían. Y qué gran experiencia es… Tomarse ese tiempo, sentarse a recordar momentos, anécdotas. Cuando escribo, escucho música de los 80, porque de inmediato me trae recuerdos de cosas que ocurrieron en mis comienzos. También miro programas de TV y películas que veía en ese entonces. Se desata algo muy interesante cuando uno vuelve hacia atrás en su historia: hablás con tus familiares o con amigos; gente que te ayuda a recordar. A partir de esa experiencia incorporé la costumbre de llevar un diario, algo que recomiendo mucho. Es muy lindo y también importante volver a esas páginas y releer qué estaba ocurriendo en tu vida, no hace años, sino quizá dos semanas atrás. Cómo estabas, cómo te sentías con algo que estaba ocurriendo en ese preciso instante.
El actor se excusa para servirse un vaso de agua. “Voy a la cocina”, dice, y su imagen desaparece frente a la cámara. Por un momento, solo queda su voz más lejana: “Pero ya regreso; es aquí nomás”. Segundos después vuelve al sillón gris de un ambiente hogareño que se adivina como su living. Se acomoda la remera azul sencilla, una de esas que cualquiera tendría puesta una mañana normal en su propia casa. “Es muy terapéutico escribir –retoma–. Te permite apreciar tu vida de otra manera. Es un testimonio de todo lo que lograste. Vivimos a una velocidad tan extrema, en un mundo tan acelerado, que pasamos de una cosa a otra sin valorar lo conseguido. Siempre es ‘mañana tengo que hacer esto’, ‘¿qué planes hay para la semana próxima?’. Nunca es el presente, y pocas veces volvemos al pasado para ver todo lo bueno que hemos hecho”. Toma un trago. “Escribir es apreciar el aquí y ahora. Definitivamente, tengo que volver a hacerlo”, cierra. Y por enésima vez, antes de despedirse, sonríe.