Volvió con todo. Genios de todas las edades y récords increíbles en el renovado furor por el “cubo mágico”
Cómo es la competencia de Rubik en la que se gana en segundos
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Sábado de Semana Santa, media tarde, ciudad de Santa Fe. En el feriado largo casi no hay gente en las calles de la capital provincial: algunos aprovechan para descansar y dormir la siesta, otros se relajan con un paseo por la costanera, frente al puente colgante. En la sede de la Asociación Vecinal Mariano Comas, en la calle Urquiza al 3600, el aire que se respira es bien distinto. Hay un silencio absoluto y tensión en la sala porque se están disputando las finales de Santa Fe Open de cubo Rubik, en la categoría más competitiva y conocida, la de 3x3x3.
En la mesa de adelante, frente a unos 100 espectadores, Bautista Bonazzola, de 18 años, respira profundo, analiza el cubo (tiene un máximo de 15 segundos para hacerlo) e intenta acercarse al récord sudamericano que posee en esta modalidad (6,6 segundo en promedio de tres intentos, 5,5 segundos en su mejor marca). En la mesa de atrás, Gael Lepeyre, de 14 años y tercero actualmente en el ranking sudamericano que computa todas las categorías, cierra los ojos y dice que “no” con la cabeza”, desilusionado con el tiempo de su último intento. Tardó 7,8 segundos en ejecutar la solución eligiendo entre las más de 43 trillones de combinaciones posibles para cada posición, un número que equivale a 100 veces todos los segundos trascurridos desde el inicio del universo con el Big Bang.
Bonazzola y Lapeyre compartieron, junto a Theo Goluboff (16, segundo en el continente), varios de los podios en el Santa Fe Open. Pero no son los únicos cuberos fuera de serie que participaron: entre los 45 inscriptos hay varios de los mejores del mundo en categorías como Megaminx (de doce caras) o el armado a ciegas. Al finalizar el día se habrán batido media docena de récords continentales que posicionan a la Argentina en el primer puesto del ranking Kinch, por encima de Brasil y Perú, las otras dos potencias regionales.
Con muy pocos recursos, sin apoyo estatal ni privado, los competidores recurren a ayuda de las familias para juntar la plata del viaje en micro y, en la mitad de los casos, paran en las casas de los organizadores. No hay dinero para medallas y al final los cuberos tienen que limpiar y ordenar la sala. En la cuarentena el fervor por esta disciplina se disparó: muchos chicos y adolescentes descubrieron este nuevo mundo y las vacantes de los torneos donde se validan récords se agotan 15 minutos después de que se postea el link on line.
“Visto desde afuera, para el que nunca lo hizo, parece una tarea casi imposible”, cuenta ahora a LA NACION revista Javier Rossi, un comerciante de libros antiguos que vive en Quilmes y que, a los 55 años, es el participante más “senior” del torneo. De hecho, solo un 6% de las personas que agarran alguna vez un “cubo mágico” (también se lo conoce con este nombre) tienen la paciencia para aprender a resolverlo. “Pero hay un método, es como aprender a leer y escribir, inclusive para las modalidades que parecen más complicadas, como ‘blind’ (a ciegas) o con una mano”, sigue Rossi. “Eso sí: hacer lo que hacen estos chicos (y señala a algunos en la previa del Open, frente al cartel gigante de Santa Fe en la Costanera), con esos tiempos…eso implica un talento sobre-humano. Estos pibes son extraterrestres”.
Gloria de madrugada
Rossi recibió su primer cubo a los 15 años, en 1981, y fue amor a primera vista. Estuvo un año para poder hacerlo: en ese momento no había tutoriales en Youtube y de hecho muchos pensaban que juntar las seis caras de los mismos colores era un desafío imposible.
Entre ellos, el propio arquitecto y escultor húngaro Erno Rubik, quien tardó un mes en encontrar la solución luego de que se le ocurriera, por casualidad, crear en 1974 este rompecabezas tridimensional, con el primer objetivo de enseñarles algunas nociones de geometría a sus alumnos universitarios. Luego de que varios fabricantes de juguetes le dijeran que era un invento demasiado complicado para tener éxito, Rubik patentó el cubo en 1976 y recién en 1979, cuando se presentó en la feria de juguetes de Nuremberg, llegó el furor.
En los tres años siguientes se vendieron más de 100 millones de unidades en todo el mundo y se estima que el acumulado a la actualidad es de 400 millones (ese es el número “oficial”, que se multiplica cuando se tienen en cuenta las copias piratas), lo cual lo convierte en el juego más vendido de la historia. Hasta su lanzamiento, sólo los aros de hula-hula, tres décadas antes, habían provocado una fiebre similar, pero esto fue más explosivo aún.
“Luego del impacto inicial, el entusiasmo cedió y hubo una brecha de dos décadas hasta la nueva era Rubik”, continúa Rossi. Con nuevos materiales y artefactos más rápidos y ágiles (los más avanzados en la actualidad son magnéticos), a principios de este siglo se cimentó la World Cube Association (WCA) y se establecieron las reglas que dieron pie a un nuevo boom y a los tiempos “de otro planeta” que se registran actualmente: menos de 4 segundos para el 3x3 (en manos de China) o medio segundo para el de 2x2.
En la Argentina las primeras competencias se hicieron hace diez años y en 2016, en San Lorenzo (Santa Fe) se realizó el primer torneo fuera de la CABA.
“Hoy lo banquineo a Zemdegs”, bromea uno de los 45 cuberos antes de que empiece el torneo de Semana Santa en Santa Fe. Feliks Zemdegs es una leyenda australiana que en su momento batió 117 récords mundiales y actualmente tiene 26 años y trabaja en finanzas. El documental Los Speedcubers de Netflix se centra en su rivalidad con la otra gran estrella histórica, el estadounidense Max Park, hoy de 20 años y con autismo. El climax de esta rivalidad, comparable a la de Karpov y Kasparov en ajedrez o Nadal-Federer en Tenis, llegó en 2019, cuando se disputó el torneo mundial en Melbourne, Australia, y ambos se sacaron chispas.
En Los Speedcubers se puede ver, por fracciones de segundos, a paneos de una reducida delegación argentina, que anotó a cinco competidores en aquella ocasión, con suerte dispar.
El 14 de julio de ese año, a las 4 de la mañana de Buenos Aires, la comunidad cubera local miraba en directo por streaming la competencia en la categoría a ciegas y no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Manuel Gutman, un chico de Vicente López de por entonces 15 años, completó un intento en 18.44 segundos. En siete segundos analizó la combinación, lo resolvió mentalmente y utilizó el resto del tiempo para ejecutarlo sin mirar. Sus adversarios iban pasando y nadie lo pudo superar la marca, con lo cual Gutman se convirtió en campeón mundial de 3x3 a ciegas. En la madrugada de Buenos Aires, la comunidad cubera caminaba por las paredes de la emoción.
En ese mismo torneo de Melbourne Gutman batió el récord continental de “Multi-Blind”: la mayor cantidad de cubos de 3x3 armados a ciegas en una hora, en este caso 16.
“Yo usé un método más intuitivo, los movimientos equivalen a letras, que luego forman palabras y frases y esa es la forma de memorizarlo”, cuenta Gutman, ahora de 18 años, en un recreo del Santa Fe Open a LA NACION. “Los realmente buenos en esto usan herramientas como el palacio de la memoria, por la que se asocian algoritmos a ciertas imágenes”. Va de nuevo: Gutman memorizó las posiciones iniciales de 16 cubos, los resolvió mentalmente, recordó los movimientos (más de 100 por cubo) y los ejecutó con los ojos vendados sin un solo error. Y no se considera “realmente bueno en esto”.
No entrena todos los días y se anotó para la carrera de Ciencia de Datos, de Exactas de la UBA. Explica que la habilidad con los dedos va disminuyendo con los años, pero no tanto la memoria: “Hay gente bastante mayor que sigue batiendo récords en multi-blind”, dice.
-¿A qué edad te referís con “bastante mayor”? ,preguntó LA NACION.
-Y..como de 30 años.
Caja de pandora
Cuando Rossi, el cubero de 55 años, señala a “extraterrestres” apunta primero a Gutman y a Guido Di Pietro, estudiante de ingeniería del ITBA, de 23 años, quien también ostenta varios récords en la modalidad a ciegas.
Otro fuera de serie es Leandro López, el segundo mejor cubero del mundo en megaminx, un dispositivo de doce caras. En el Open Santa Fe estuvo a sólo 21 centésimas de segundo se quedarse con el récord mundial que hoy tiene un jugador peruano.
Di Pietro tiene una remera amarillos fluo con canguros que se compró en el mundial de Melbourne. También se entusiasma con otra categoría super compleja, que sólo se juega en pocos torneos: la del “Desafío de la menor cantidad de movimientos” (“FMC” en su sigla en inglés).
“Es lo más parecido a un examen sobre cubo Rubik que hay”, explica Di Pietro. A cada concursante se le da una posición inicial, generada por un algoritmo que envía la WCA y es igual para todos, como sucede en todas las categorías para eliminar el factor “suerte” de que a alguien le toque una combinación más fácil que a otro.
Se pueden llevar tres cubos, una hoja y una lapicera en la cual al terminar la hora se entrega anotada la secuencia más corta encontrada para llegar a la solución. El récord actual lo tiene un italiano, con 16 movimientos, en lo que se considera una hazaña mental. Hay dos argentinos que en sus casas lograron la misma marca: Di Pietro y la cubera Romina Peretti.
Peretti vive también en Santa Fe, tiene 23 años, es traductora de inglés y co-organizó el Santa Fe Open junto a Bonazzola. Forma parte del aún pequeño pero creciente grupo de cuberas mujeres, que tiene mejores tiempos promedio que los varones. En Santa Fe se anotaron cinco, y varias de ellas se sumaron en la cuarentena. Fue el caso de María Julieta Díaz , hermana del medio de una familia que vive en Tolosa, La Plata, que en el anterior torneo de La Matanza, en su primera participación, logró un récord femenino y baja de los 9 segundos en el 3x3. O de Candela Castillo, de Tigre, que con 17 años también va por su segundo torneo.
“Estaba aburrida con las modalidades tradicionales: ya había hecho hasta el 7x7x7, a ciegas, con una mano…hasta que encontré esta alternativa de la menor cantidad de movidas que me encantó”, cuenta Peretti antes de la entrega de premios.
Para hacerse una idea de la dificultad de este desafío: las computadoras estuvieron años para encontrar lo que en la “matemática de Rubik” se denomina “el número de Dios”: la cantidad mínima de movimientos con los cuales se puede resolver el cubo dada cualquier posición inicial. En 1981 se pensaba que eran 51 movimientos, 42 en 1990, 29 en 2000, 22 en 2008 y finalmente 20 en 2010, obtenido gracias a que Google cedió el equivalente a 36 años de CPU para resolver el cubo desde todas las posibles configuraciones iniciales en menos de 21 movidas. Hay configuraciones que requieren un número menor, y de ahí el logro del récord italiano, y de Peretti y Di Pietro en sus casas.
“El cubo mágico es una excelente excusa para hablar de matemática, no solo por la obvia invitación a pensar y entrenar habilidades cognitivas sino también porque muchas áreas de la matemática se manifiestan naturalmente en él”, explica Pablo Groisman, matemático y director de la carrera Ciencia de Datos de la UBA (la que va a seguir Gutman). En este espejo se incluyen algoritmos (utilizados para resolver el cubo), simetrías (el cubo está lleno de ellas y su estudio es fundamental en varias áreas de Física, Química y matemática), Teoría de grupos, paseos al azar, cadenas de Markov y procesos estocásticos; mecánica estadística, técnica de conteo, teoría de grafos y complejidad, entre otros campos, enumera Groisman, que da clases en China y difunde su disciplina en libros y en sus hilos de twitter agrupados en #teregalounteorema.
En sus memorias publicadas en 2020 (“Cubed: The Puzzle of us all”), Erno Rubik escribe que “El carácter del cubo es contradictorio, una mezcla de simpleza y complejidad. El eslogan del producto en japonés es ‘Un minuto para aprenderlo, una vida para perfeccionarlo’. Nunca lo terminás, siempre habrá nuevos desafíos y descubrimientos”.
Esto no quiere decir que para resolver el cubo haya que tener conocimientos profundos sobre matemática, aclara ahora Gael Lapeyre, una de las mayores promesas de la escena cubera argentina. “Hay mucho de memoria muscular: vemos nuevas estrategias y atajos en Internet y los practicamos, y así vamos mejorando los tiempos”.
Gael lleva un buzo negro con una marca importadores que hace unos años le dio en canje unos cubos para que los usara en torneos: es el único signo de esponsoreo que se ve en todo el Santa Fe Open. La marca en cuestión dejó la actividad porque perdió plata con la última devaluación.
Y también con los costos en abogados que tuvo que afrontar por el nombre que se les ocurrió a sus fundadores del empredimiento: “Poroto Cubero”. El verdadero Fabián “Poroto” Cubero, ex jugador de fútbol y referente del Club Velez Sarfield, les hizo un juicio y se los ganó. Se evaluó cambiar el nombre de la marca a “Lenteja Cubera” o “Garbanzo Cubero”, en un giro argumental que hubiera sido propio de los mejores episodios de la serie Better Call Saul, pero finalmente desistieron. Un conexión insospechada que une a la comunidad cubera con Nicole Neumann, quien también perdió un juicio con su ex pareja y ex medicampista.
Gael viaja a muchos de los torneos acompañado por su mamá, Silvana D’Agostino, que tiene un comercio, y con su hermana Chloe, que lo alientan y felicitan desde la primera fila. Silvana armó un grupo de Whatsapp con otras familias para pasarse datos de pasajes y alojamientos baratos en Brasilia, donde es el próximo torneo sudamericano. Varios cuentan que se anotaron “y después vemos cómo hacemos para llegar”. “Siempre terminamos subestimando lo que estamos dispuestos a hacer para que nuestros hijos sean felices”, dice la madre de Gael.
Lo mejor de toda esta experiencia, coinciden todos los entrevistados, es el espíritu de comunidad y las amistades que se forman para toda la vida. “Eso es lo más valioso, sin dudas”, dice Sebastián Benato, que se vino desde Montevideo para participar y tiene el récord continental de Pyraminx, un juego de cuatro caras, con forma de pirámide. Para los padres, la primera ventaja resaltada de la afición a los cubos es reducir el tiempo de sus hijos e hijas frente a las pantallas (de la PC o del celular), además de aumentar la capacidad de atención y foco, apegarse a una disciplina de entrenamiento y socializar con personas de otros lugares.
Cuando le preguntan qué va a estudiar en el futuro, Lapeyre dice que cree que “seguramente una profesión todavía no existe”. Bonazzola empezó Economía y López, el As del Megaminx, está entre estudiar veterinaria o ser chef. La mayoría, como es el caso de Goluboff, son muy buenos en matemática y rumbean para el lado de tecnología o alguna ingeniería.
A pesar de la pasión y el entusiasmo, es difícil mantener la intensidad del entrenamiento a medida que pasan los años y aparecen otras obligaciones. “Me da una bronca cuando me entero de que alguno de estos chicos super-talentosos deja de cubear…lo entiendo pero igual me da bronca”, confiesa Rossi. Los cuberos van a la universidad, trabajan, se casan, tienen hijos. Les ocurre la vida: eso que pasa entre armar un cubo Rubik y otro.