Vivir en Madrid. “La más parecida a Buenos Aires si nuestro país hubiera evolucionado en lugar de caer en picada”
La capital española es una ciudad “normal” que aún disfruta de la siesta
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Llevo casi cuatro años viviendo en la bella Madrid. Llegué para montar la sucursal de mi agencia de publicidad, que está presente en seis países de América Latina, y el destino me hizo dar un giro de 180º a lo que había hecho durante décadas y hoy lidero una organización de eSports, que creamos con mi hijo Jerónimo (más conocido como HYDR4 en las redes sociales). A pesar de que estos cuatro años vienen siendo muy intensos, reconozco que Madrid me ayudó a internacionalizar el discurso que venía teniendo, pero con mucho más sustento. Igualmente, noto una fantasía generalizada del argentino con respecto a lo que significa vivir en España. Seguramente, esa fantasía esté relacionada con la situación económica y social que vive la Argentina, algo que es lógico. E inevitablemente tenga que ver con los lazos que nos unen: familiares, culturales, el idioma (que no es menor cuando uno desembarca en Europa), la gastronomía, lo latino, entre otras cosas.
Pero en realidad existen varias Españas en una misma España. Madrid es lo más parecido a la ciudad Buenos Aires si el país hubiera evolucionado en lugar de caer en picada como lo viene haciendo hace varias décadas. Es una especie de extensión de nuestra capital federal, igual de cosmopolita, que tampoco duerme, y está en su momento de mayor crecimiento y brillo de los últimos tiempos. El año pasado se posicionó en el Top 10 de las mejores ciudades del mundo y en el número uno en calidad de vida.
El segundo dato lo vivo todos los días: es una ciudad segura, donde uno vuelve en Metro a las dos de la mañana sin temor a nada, camina por la calle a las cuatro sin mirar a los costados, puede comer en un restaurante en la vereda sin que nadie se acerque a vender algo y sacar fotos con el celular sin temor a que te lo quiten de las manos. Pero digamos todo: Madrid es la ciudad número uno en calidad de vida porque sigue siendo un pueblo. Para algunos puede sonar peyorativo, pero a mí particularmente me resulta pintoresco que una ciudad tan global cierre sus tiendas al mediodía, que se siga durmiendo la siesta y que aún existan ferreterías, tintorerías o lugares donde arreglan electrodomésticos en pleno Salamanca, que vendría a ser nuestra Recoleta. Será por eso el secreto a voces que molesta y mucho: “Madrid es España. Barcelona es Europa”.
La gente es amable, el español de por sí es amable; mantiene el rito del saludo cuando pasa caminando. Tiene los grandes museos, el Bernabéu, la Gran Vía, una gastronomía que no tiene nada que envidiarle a París o a Lima, un transporte público austero pero muy eficiente, una salud pública que funciona, uno de los aeropuertos más modernos que existen en el planeta, que contrasta con una arquitectura palaciega... Madrid tiene una maravilla llamada parque del Retiro: 118 hectáreas en pleno centro de la ciudad. Mis primeros tres años los viví en el piso 16° de la Torre de Valencia, frente a la puerta de O’Donnell, con vistas a la inmensidad del parque y la ciudad, que nunca me cansé de admirar.
Desde ahí aprendí a quererla y a entender sus tiempos. Los argentinos que aterrizamos en Madrid continuamos a 300 kilómetros por hora como en Buenos Aires, pero la realidad te marca de manera tajante que nadie está dispuesto a seguir el ritmo esquizofrénico que tanto nos caracteriza. La altura del edificio con vistas al parque del Retiro me permitió ver claramente que nosotros vamos muy rápido a ninguna parte y tal vez esa sea nuestra principal falla. España, con sus problemas, que los tiene, es un país normal. Argentina, lamentablemente no. Recordemos esta palabra: normal.
Lo que necesita la Argentina no es transformarse en el mejor país del mundo, sino en uno normal. Un lugar donde funcionen las instituciones, la gente no insista en los atajos, el dólar no sea un tema de Estado, la leche y el pan cuesten lo mismo hoy, mañana y dentro de un año. Un lugar donde una presidenta saliente le pueda entregar el mando a uno entrante, aunque piensen de manera diametralmente opuesta. Lo increíble es que lo normal parezca extraordinario. Y eso es lo que uno vive diariamente en España y en toda Europa, aun con la inflación que crece y los precios que aumentan. Siempre hay alguien pensando en cómo solucionar lo evidente. Aquí se piensa en la gente, aunque sea por conveniencia. En nuestro país y en el resto de Latinoamérica, los políticos piensan en ellos.
La pandemia dejó en evidencia años de saqueo de un continente rico en recursos y miserable en el resto de los aspectos. Salvo muy contadas excepciones, los presidentes latinoamericanos son unos inútiles que no saben gestionar un maxiquiosco. Impiden que gire la economía a toda velocidad y hacen un culto de la pobreza. Esa que solo les sirve para que los sigan votando. Europa tiene un pasado riquísimo, pero piensa todo el tiempo en el presente de cara al futuro. El populista latinoamericano añora a Fidel Castro, pero se vacuna contra la Covid antes que la gente de a pie y sube la foto desde su iPhone 13.
Lo único que va a salvar a la Argentina es el espíritu emprendedor. Ese gen que nos mantiene con hambre más allá de la comida. Se llama hambre de gloria, de comerse al mundo. Y hablando de esto, desde que el mundo es mundo, la prosperidad vino de la mano de quienes hicieron que las cosas sucedieran. Más allá de ideologías o clases sociales. Y esto es porque el éxito está directamente ligado al esfuerzo de cada persona. Madrid, Barcelona, París, Berlín y el resto del mundo, no solo lo entienden, sino que lo fomentan.
Así como abundan las familias ricas con herederos inútiles, existe muchísima gente humilde que terminó siendo el motor de proyectos que cambiaron la historia. Como nuestros bisabuelos que bajaron de un barco sin un centavo y educaron a varias generaciones que les sucedieron. Por eso, la palabra meritocracia es odiada por cínicos y mediocres. Si a eso le añadiéramos un acuerdo para tener seis o siete políticas de largo plazo, asuma el gobierno que asuma, habrá menos gente con ganas de venir a vivir en un lugar donde las cosas funcionan. Madrid es maravillosa. Madrid es normal.