Vivir en Israel. Contrastes del país del momento
Venció la pandemia, pero sufre por un eterno conflicto armado. Cómo es la vida en la nación que atrae cada vez a más argentinos
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“Siempre, y a pesar de todo, la vida sigue”. Esa es la definición actual de Israel, y así comienza esta nota, interrumpida ocho veces por sirenas y misiles, en un contexto de una gravísima escalada entre el grupo terrorista Hamas −en la Franja de Gaza− e Israel. Al cierre de esta nota, van cuatro días de enfrentamientos, con cientos de muertos y heridos. Las calles de Tel Aviv están menos concurridas, pero aun así, la gente intenta ensayar una rutina lo más normal posible, acaso como defensa ante esta situación extrema.
Israel es un gran rompecabezas con piezas diferentes y contrastantes, y los conflictos, las escaladas −e incluso las guerras− son parte del mismo. Aquí confluyen la ciencia, el start up nation y la tecnología más avanzada, que permitió grandes inventos de defensa como la Cúpula de Hierro −el dispositivo que intercepta cohetes y misiles− y la técnica de riego por goteo −que ahorra grandes cantidades de agua y permite una irrigación fertilizante−. A la vez, en el mismo territorio donde viven 9 millones de personas −y que tiene una extensión similar a la provincia de Tucumán− conviven judíos y árabes, que representan el 20% de la población.
Tierra del falafel, del hummus y del regateo, Israel volvió el último tiempo a ser noticia cuando logró la campaña de vacunación más rápida del mundo, que le permitió eliminar la petición de usar barbijo al aire libre. Pocas semanas después, y marcando este contraste, el país volvió al centro de la opinión pública por motivos extremos: la escalada que enfrenta con Hamas y, a la vez, los enfrentamientos internos entre civiles árabes y judíos, que dejaron lugares como Lod en estado de emergencia.
Las ciudades más importantes del país son Jerusalén, Tel Aviv, Haifa y Eilat. Los motivos son económicos, políticos, tecnológicos y turísticos. Los paisajes incluyen playa y desierto, las temperaturas en verano suelen ser elevadas y en algunas regiones el clima es tan seco que uno puede deshidratarse sin notarlo, por lo que se indica tomar suficiente agua, que es potable en todo el país, ya que se recicla en un 90%.
La sablanut (paciencia, en hebreo) no es una característica que defina a los israelíes, pero sí la solidaridad y el apoyo mutuo, incluso ante marcadas diferencias ideológicas y religiosas. Un claro ejemplo de esto ocurrió el 29 de abril, con la tragedia del Monte Merón, donde murieron 45 personas ultraortodoxas, y hubo interminables filas para donar sangre en Tel Aviv y ayuda de pueblos vecinos árabes.
Si bien el idioma oficial es el hebreo, los carteles están también muchas veces en árabe y en inglés, incluso a veces también en ruso y francés. La moneda oficial es el shekel, cuyo tipo de cambio con el dólar ronda hace años cerca de 3,2.
Se trabaja de domingo a jueves, algunos también el viernes hasta la tarde, cuando empieza shabat, el día más sagrado para la comunidad judía. En la mayoría de las ciudades, los lugares cierran y hay poca circulación. Tel Aviv es una excepción, ya que hay colectivos gratuitos por las noches, y abren bares, discotecas y restaurantes.
La vida aquí pasa por Facebook: trabajo y departamento se consigue, en general, por esta vía. Hay grupos donde la gente regala cosas en buen estado (desde electrodomésticos hasta muebles, juguetes, ropa, etc.) y uno puede pasar a buscarlas sin problema. La mayoría de los edificios en Tel Aviv, por ejemplo, tienen un código de ingreso, que se lo pasan entre unos y otros. En esta ciudad, la inseguridad en las calles se limita a algunos hechos de hurto, sobre todo de bicicletas y monopatines eléctricos, pero se puede circular con tranquilidad a cualquier hora.
Los pasos para irse a vivir a Israel
Según estadísticas oficiales, cada año alrededor de 350 argentinos hacen aliá (en hebreo, ascenso). En 2020, en plena pandemia, esta cifra aumentó a 530. “Israel tiene una política migratoria muy eficaz, es un país muy acostumbrado a la inmigración. El Estado ayuda mucho y de diversas maneras a las personas que deciden emigrar, para que tengan una mejor adaptación”, explica Ale Haber, emisario en Argentina de la Agencia Judía para Israel, la entidad que lleva adelante y ayuda en el proceso de migración, y agrega: “Particularmente la aceptación del latino es muy buena”.
De hecho, gracias a las novelas de Cris Morena, muchísimos israelíes hablan español, y hasta reconocen el acento. Es una escena normal que en la playa o en la calle, ante el encuentro de un argentino, el israelí diga, con una gran sonrisa: “¡Argentina! ¡Chiquititas! ¡Messi! ¡Maradona!”.
¿Quién puede recibir la ciudadanía israelí? “La política migratoria está basada en la Ley del Retorno, que define quién puede recibir ciudadanía israelí, y se basa en los mismos criterios que las leyes de Núremberg, aplicadas por los nazis para definir quién es judío. Todo el que tenga por lo menos un abuelo o un padre judío, tiene derecho a la ciudadanía israelí”, explica Haber, que además agrega que como primer paso hay dos opciones: “Llegar a Israel como turista y solicitar la ciudadanía en el Ministerio del Interior, o tramitarla desde el exterior, en La Agencia Judía. El trámite incluye un primer contacto telefónico, juntar papeles (pasaportes, partidas de nacimiento, etc.) y entrevistas. Además, por ser el estado-nación del pueblo judío, se pide un certificado de una comunidad judía donde se reconozca la relación de la persona con el judaísmo. El trámite puede llegar a durar hasta un año”, asegura.
En líneas generales, los beneficios que brinda el Estado son los siguientes: pasaje aéreo, seguro médico y asistencia financiera los primeros seis meses, 500 horas de hebreo, asistencia económica para el pago del alquiler, ayuda especial para jubilados y pensionados, reducción de impuestos, pago de estudios universitarios o maestrías y bajas tasas de interés para la compra de propiedades, entre otros.
Cruzar el charco
Soltero, sin hijos, Diego Goldstein tiene 43 años, vive en Tel Aviv y trabaja como responsable de Desarrollo de Negocio en una de las empresas de ciberseguridad más importantes del mundo: CheckPoint. Llegó al país en 2013, tras un año muy difícil a nivel personal y profesional, pero vivir acá fue, según él, la mejor decisión de su vida. Vino con un grupo de 26 personas, de las cuales solamente se quedaron ocho. ¿El motivo? “La cultura puede llegar a ser muy fuerte e invasiva”, reflexiona.
De profesión instrumentador quirúrgico, vino sabiendo que la reválida de su carrera incluía estudiar enfermería. Al inicio, trabajó alquilando departamentos, limpiando casas y en jardines de infantes: “Se trabaja de lo que sea para salir adelante”, explica.
Entró a trabajar en Checkpoint, y si bien el proceso de selección fue arduo, hoy está feliz: “Cuando entré en el edificio, me quedé con la boca abierta, no podía creer que yo formara parte de la compañía. Es alucinante, nos miman mucho con eventos, regalos y cursos, porque hacen sentir especial al empleado”, destaca.
¿Qué le recomendaría a alguien que quiere emigrar? “Que prueben, que no se queden con la duda. Este país abre los brazos y los contiene”, finaliza.
Sharon Isaack, de 34 años, emigró desde Rosario junto con su marido Martín y sus tres hijos: Ishai (6), Efrat (4) y Aielet (2). Llegaron el 1° de marzo, en plena pandemia, para iniciar una nueva vida en la ciudad de Modi’In, a 40 kilómetros de Tel Aviv.
El eje de la decisión estuvo centrado en la educación de sus chicos: “Teníamos dilemas en cuanto a las escuelas en Argentina; acá elegimos la escuela pública religiosa mixta, y ellos vuelven felices”, explica Sharon, quien continúa trabajando como abogada a distancia, mientras estudia para hacer la reválida.
Su miedo principal, cuenta, era que “los chicos no se sintieran en su casa”, pero fue entonces cuando la solidaridad de los israelíes los sorprendió: “La gente nos amobló la casa, que estaba vacía, nos regalaron literalmente todo”, recuerda. La cadena de favores fue iniciada por un amigo suyo, que contactó a una señora, y ella a su vez habló con Ivana, una uruguaya, ahora amiga de la familia: “Ella nos eligió la casa y mi amigo publicó en Facebook que necesitábamos cosas. Recibí miles de llamados de gente con regalos”, cuenta, aún sorprendida por la situación.
¿Cómo reaccionaron sus hijos? “Ellos captan todo, venían escuchándonos y sacando sus conclusiones. Cuando vaciamos la casa teníamos que decirles lo que pasaba, y cuando tuvimos una fecha certera, se lo comunicamos”, recuerda, en alusión a los cambios de fecha que sufrieron sus vuelos por la pandemia.
Encima de ella está Efrat, rubia y sonriente, sosteniendo un juguete en su mano. “El primer día que fui al jardín, lloré”, cuenta la pequeña, sobre sus inicios en la escolaridad israelí. Sharon le dijo que ella tiene “un superpoder que se va a activar y va a entender todo en hebreo”, y la niña, a veces, le responde: “Mami, todavía no se me activó del todo, pero algunas palabras ya las entiendo”.
Su mayor consejo para otras familias que estén pensando en vivir en Israel es investigar: “Nosotros hablamos con 40 familias antes de viajar”, concluye Sharon, quien brinda consejos a través de su cuenta de Instagram @mamacontratiempo.
La búsqueda de trabajo es una de las mayores preocupaciones de las personas que deciden emigrar, y es muchas veces el freno para hacerlo. Enrique Rosenburt es argentino y, de manera voluntaria, en el inicio de la pandemia empezó a ayudar a inmigrantes a conseguir empleo. Creó grupos de WhatsApp y Telegram, en los que participan más de 2500 personas, donde publica búsquedas laborales a diario. Todas ellas, por ley, deben estar orientadas a ambos sexos. “Encuentro los avisos en las redes sociales y algunos me llegan por grupos de WhatsApp. Algunas empresas me mandan las búsquedas directamente”, explica Enrique, trabajador social y secretario del movimiento juvenil Hejalutz Lamerjav, y agrega que él siente que este proyecto es una mitzvá (precepto, en hebreo), “una forma de hacer justicia y dar oportunidades”.
Define al mercado laboral israelí como “muy competitivo”, pero también afirma que tiene muchos incentivos para minorías.
En relación con los trabajos más demandados, su respuesta es contundente: “hi-tech”. Según Rosenburt, el Estado quiere pasar de ser startup nation a hi-tech nation, y es por eso que, por ejemplo, está pagando cursos de full stack developer. También hay muchas búsquedas relacionadas con oficios en la construcción, logística, depósitos, cuidados y ventas.
Enrique concluye con un consejo para el inmigrante: “Inviertan en idiomas: inglés y hebreo. Sepan que quizás tengan que hacer carrera de nuevo, o incluso una reconversión laboral. Acá el ritmo de trabajo es bastante rápido. Y sean emprendedores, tengan iniciativa”.
Vacunación e inmunidad de rebaño
Bibiana Chazan dirige el servicio de infectología del Hospital Haemek de Afula, en el norte del país. Vivió la pandemia desde la línea de fuego, y se muestra ante todo cauta ante esta nueva normalidad: “Van a entrar nuevas cepas y va a haber picos de nuevo −no como los que hubo−, porque hay gente que no está vacunada”, afirma.
“Tenemos una inmunidad de rebaño del 80%, el 20% restante son niños o personas que no se vacunaron”, explica la doctora. ¿Qué sucede con los que no quieren vacunarse? “Es un cinco o diez por ciento que no lo hace por desinformación. Creo que [la vacunación] tendría que ser obligatoria desde el punto de vista moral, porque esto es un evento social, pero desde lo legal es muy difícil”, sostiene.
Para Chazan, las claves del éxito israelí fueron “primero, el compromiso enorme de todo el plantel médico y una buena cantidad de insumos. Segundo, la gran cantidad de vacunas, y tercero, el sistema médico centralizado, con cuatro aseguradoras de salud que tienen todos los datos”. Consultada sobre si el sistema médico estuvo cerca de colapsar, es contundente: “No, nunca”.
Con respecto a esta nueva etapa de relativa normalidad, Chazan sostiene que “solo puede haber turismo vacunado”, y que aún hay que estar con máscaras en lugares cerrados, “pero mucha gente no lo cumple y vamos a recibirlo como un boomerang”.
De la hiperinflación al superávit
En 1984, la hiperinflación del país rondaba el 445%. Y si bien al año siguiente esta cifra disminuía al 185% (y en 1986, al 19%), llama la atención cómo el Estado superó una situación tan grave y mantiene, hoy en día, un número cercano al 0,3%.
Manuel Trajtenberg, economista argentino y director del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Israel, describe a la inflación como “una enfermedad muy seria, porque afecta a los parámetros más importantes de la vida económica”, y cuenta cómo el país logró afrontar esta situación: “Bajó de un golpe de 500% a 20% de la noche a la mañana, no hay forma de bajar en forma progresiva una inflación tan alta. Tardó varios años en disminuir a dos dígitos, por la inercia inflacionaria, pero se logró. Se estableció un plan muy duro, cayó el ingreso real de la población, se recortó el presupuesto y aumentaron mucho los intereses bancarios y los impuestos. La gente sufre unos meses (y más las personas que menos tienen), pero los beneficios vienen después”.
De acuerdo con la visión de Trajtenberg, que ocupó cargos públicos como asesor del primer ministro y que es, además, profesor emérito de la Universidad de Tel Aviv, la clave del caso israelí fue que “se creó en la división presupuestal un ethos de funcionarios públicos profesionales intachables, que no puedan ser tocados ni sobornados y que son los defensores de la disciplina fiscal. Ellos inician reformas estructurales para mejorar el funcionamiento de la economía y controlan el presupuesto de forma mucho más rígida que los ministros. Esto se desarrolló en Israel y es lo que trajo al país el auge económico”.
Este comité trabaja continuamente en Israel “porque los problemas económicos cambian de naturaleza” y son necesarias las reformas. ¿Por qué los políticos no pueden resolver el problema de la inflación? “Tienen una tendencia natural a gastar más y a recaudar menos impuestos, porque eso es lo que les trae más votos”, asegura Trajtenberg, y ensaya una analogía con la medicina: “La cura inicial para ir de una inflación baja a una razonable, es una tarea de políticos, pero eso es el antibiótico. La capa profesional de funcionarios públicos, dedicados e insobornables es la vacuna”.
Para Trajtenberg, Israel atraviesa “un gran éxito a nivel macroeconómico: no hay inflación ni desocupación, hay reservas de 130 billones de dólares, la balanza de pagos tiene superávit hace años y el sistema de jubilación está bien arreglado”. Sin embargo, también tiene un gran problema: “Se han creado disparidades económicas muy grandes y por eso yo me ocupo de tratar de que los beneficios del éxito macroeconómico lleguen a todo el mundo y no solo a unos pocos”, explica en referencia a su trabajo como director del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Israel.
Respecto del impacto de la pandemia en la economía local, el especialista afirma que “en Israel el problema no es económico sino político (hace más de dos años que no hay gobierno), y a pesar de que no se pasó presupuesto, la economía sorprendió para bien y se perdió muy poco producto nacional, pero hay un daño oculto a causa de la ausencia de presupuesto y el próximo gobierno tendrá que ocuparse de eso”.
La startup nation del mundo
En 2018, Elon Musk describió a Israel como una “superpotencia tecnológica”. Bill Gates, 13 años antes, comparó al país con Silicon Valley y lo calificó como “un actor importante en el mundo de la alta tecnología”.
El país concentra la mayor cantidad de startups per cápita: 1 por cada 1400 personas. Hay, además, 70 unicornios, es decir, aquellas empresas que generan un valor de 1000 millones de dólares en su primer año sin haber ingresado en la bolsa de valores.
Eduardo Shoval conoce muy bien el mundo de las startups: tiene más de 25 años de experiencia como emprendedor en serie, inversor y mentor. Asociado a OurCrowd, la plataforma de inversión de riesgo global más importante de Israel, fue fundador de Optibase, una de las primeras startups de este país, y Cognitiv, el primer fondo israelí en invertir en inteligencia artificial en 2015. “Soy entrepreneur, que no es un trabajo sino una personalidad”: así se define este argentino que lleva 50 años viviendo en el país.
¿Cómo llegó Israel a convertirse en startup nation? “En la década de los 90 el gobierno trajo fondos de inversión al país y los subvencionó. Había gente muy preparada, con educación tecnológica. A eso se le sumó la idiosincrasia israelí de fallar no es una opción. No tienen miedo de cometer errores, por lo que son muy innovadores y creativos. Tenemos otra cualidad: la jutzpah, la caradurez. El ejército tiene mucha influencia también aquí, porque los soldados que trabajan en inteligencia tienen una experiencia impresionante”, explica Shoval.
Dentro del mundo de las startups, Shoval ubica al hi-tech en un lugar fundamental y prioritario: “Es el motor de la sociedad y de la economía, y es lo que permite el movimiento social”, asegura, mientras revela que el país es líder en fintech, ciberseguridad y tech food, entre otros ámbitos de la Inteligencia Artificial.
En términos de inversión, marzo de 2021 fue el mejor mes a nivel histórico: “Entre enero y marzo se invirtieron más de 5 billones de dólares en hi-tech, cuando en todo el año pasado fueron poco más de 10”, indica.
“En Israel, en este momento, hay 6000 startups, y cada año hay mil nuevas. Lo que pasa es que de cada 1000, 900 suelen desaparecer”, explica. ¿Qué hace falta entonces para tener cierto éxito con una startup? “Por empezar, capital humano. También es importante tener un mentor o un coach y, además, escuchar al mercado y hablar con futuros clientes”, destaca. ¿Hay una cuota más de suerte? “Eso llega con la práctica”, afirma.
La ciencia
Lucio Frydman y Débora Bublik son reconocidos científicos argentinos que emigraron a Israel y que hoy se desarrollan profesionalmente en la ciudad de Rehovot, ubicada a 30 kilómetros de Tel Aviv. Cuando ambos, cada uno por su cuenta, tomaron la decisión de irse, estaban radicados en el exterior: Lucio, con su mujer y sus dos hijos, en Estados Unidos, y Débora, en Italia. Los dos, él en 2001 y ella en 2010, vinieron a trabajar directamente al Instituto Weizmann, una de las instituciones multidisciplinarias de investigación más renombradas del mundo.
“La decisión fue complicada, pero decidimos tirarnos a la pileta”, resume Lucio, químico especializado en resonancia magnética y resonancia magnética nuclear. El Instituto, además de haberlo contratado como profesor titular, también compró la mayor parte de su equipamiento en los Estados Unidos. Sin embargo, el aterrizaje no fue fácil: “Apenas llegamos había bombardeos en cualquier lugar y momento, fue un shock”, cuenta. Pero, a pesar de las dificultades, siente que fue la mejor elección que pudieron haber tomado: “Nos pudimos realizar al máximo de nuestras capacidades, los chicos crecieron sin miedo y con la casa abierta, y, a pesar de que lleva tiempo acostumbrarse al idioma y a la idiosincrasia, el israelí te abraza y te abre las puertas de su casa”, resume.
Débora es licenciada en Biología Molecular y Biotecnología, y dedicó gran parte de sus estudios y sus trabajos a aplicar estos conocimientos a encontrar la cura del cáncer. Llegó a Israel con el sueño de echar raíces y de hacer una experiencia en el Instituto Weizmann. Y lo cumplió: hizo su beca postdoctoral allí y fue asistente de varios cursos. Desde que llegó, sintió “la solidaridad que hay entre el pueblo judío y el amor a la tierra”, pero también se encontró con las diferencias culturales: “Noté la falta de paciencia del israelí promedio, las discusiones fáciles que se generan, el modo tan directo y, a veces, rudo. Y que es un país muy ruidoso”.
Sobre el campo científico en Israel, Lucio es determinante: “Me saco el sombrero por lo vital que es la ciencia aquí, tanto desde el soporte estatal como desde el privado”. Destaca los subsidios y los nuevos proyectos relacionados con mecánica cuántica e inteligencia artificial. Bublik, en tanto, lo describe como “uno de los más avanzados del mundo, con mayor número de publicaciones científicas, patentes y compañías de alta tecnología emergentes, per cápita”.
Con respecto a su trabajo en el Instituto Weizmann, Frydman asegura que es “un verdadero privilegio” y lo define como “uno de los mejores lugares para la autorrealización intelectual”. Destaca la “libertad que tiene para investigar, el entusiasmo de colegas y estudiantes y el marco intelectual y material que promueve para lanzarse a lo desconocido”, y agrega: “Todo eso vale oro”.
Cuando empezó la pandemia, sus prioridades de trabajo cambiaron: “Se canceló todo lo que no fuera investigación sobre el coronavirus, así que decidimos reenfocar parte de nuestra investigación, y obtuvimos subsidios para estudiar temas relacionados con el ácido nucleico y animales que tienen que ver con el Covid-19, y desde entonces estamos colaborando con químicos y biólogos, para ayudar en el desarrollo de drogas que se unan a los ácidos nucleicos que codifican la estructura del virus”.
Bublik, por su parte, es directora de investigación biológica de Wild Biotech, una empresa concebida con la idea de estudiar los microorganismos simbióticos que les confieren a los animales salvajes la capacidad de sobrevivir a ambientes hostiles sin enfermarse, y desarrollar así terapias contra todo tipo de enfermedades. “La compañía creó una enorme base de datos que le propició una publicación en la revista Science, una de las más prestigiosas en el ámbito científico”, cuenta orgullosa.
Conflictos en Medio Oriente
Jueves 7 de mayo, 10.30 am. Reina la calma en Sderot, una ciudad ubicada a un kilómetro de la Franja de Gaza. Ni Itzik Horn, el entrevistado, ni esta cronista lo saben, pero en tres días las calles por las que transitamos estarán vacías, los refugios abiertos y las sirenas y los bombardeos serán los sonidos más comunes de la ciudad. Él no sabe que no dormirá −tal como luego cuenta−, que perderá la cuenta de la cantidad de explosiones, ni que tendrá que vivir refugiado por tiempo indefinido.
“Ante todo, las medidas de seguridad: si cae un misil, escuchás una voz femenina que dice tres veces ‘tzeva adom’ (color rojo, en hebreo). Tenés 15 segundos para refugiarte, no 15 minutos argentinos, 15 segundos: si podés, entrás en un refugio, y si no, te tirás al piso y te protegés la cabeza con los brazos”, alerta, a modo de bienvenida, Itzik, vecino de la zona y director del Sderot Media Center. Esos 15 segundos −siete, en el caso del lanzamiento de un mortero− es el tiempo que puede definir la vida o la muerte en la ciudad de Sderot.
Itzik es argentino, vive en Israel hace 21 años, en Sderot hace 12. De pie frente a una vista panorámica de Gaza, señala un muro que está levantando Israel para impedir que Hamas −la organización terrorista que desde 2007 controla la Franja− construya túneles que les permitan infiltrarse en territorio enemigo. ¿Qué piensa cuando mira hacia ahí? “Pobre gente, son dos millones de personas que viven como rehenes de organizaciones terroristas”, dice, con sus brazos apoyados en su espalda.
El paisaje de la ciudad, donde viven 25 mil habitantes, tiene un rasgo muy distintivo: en todos lados hay refugios: paradas de colectivos, edificios, estaciones de trenes, parques −incluso los hay con motivos infantiles, como una oruga gigante pintada de verde, naranja y amarillo−, entre otros sitios. Hay escuelas que ya no tienen un lugar específico para protegerse: toda la institución es un refugio para que los chicos puedan estudiar sin interrupciones.
“Aprendimos a bañarnos rápido. Si te estás duchando y suena la alarma, te secás la planta de los pies, porque cuando vas corriendo al cuarto de seguridad, te patinás, y si no te mata el golpe en la cabeza, te mata tu mamá por mojar el piso”, explica Itzik, con el tono de quien cuenta un chiste, y continúa, redoblando la apuesta con ironía: “Si te lo tomás en serio tenés que cortarte las venas con un pedazo de matzá, y la matzá no corta”. Cuando retoma la seriedad, cuenta un dato escalofriante, que llega como una patada en el estómago: “El 70% de la población de Sderot está con tratamiento psiquiátrico, y más del 50% son chicos. Lo vivimos con dolor, trauma y postrauma”, indica, pero rápidamente se corrige: “Acá no hay nunca postrauma porque nunca dejan de tirarnos misiles”.
“Lamentablemente uno se acostumbra. Aprendimos a diferenciar con qué nos tiran y el sonido de las explosiones, si la Cúpula de Hierro pudo hacer su trabajo, el silbido...”, enumera Itzik, mientras recuerda la operación Tzuk Eitan, la escalada de tensión ocurrida en 2014, que lo obligó a estar 32 días viviendo encerrado en un refugio.
La palabra que describe su sensación ante la sirena es “bronca”. La sintió la primera vez que la escuchó, hace más de doce años, en un ómnibus del cual no pudo salir a refugiarse, y la sigue sintiendo ahora. “Me da bronca que haya que seguir así, yo quiero vivir en paz”.
“Tenía una vecina que tenía tres chicos, y solían tirar misiles a la hora de llevarlos al colegio, pero si tenés 15 segundos ¿a quién sacás del coche?”, pregunta, planteando un dilema que solo es plausible de pensar en esas situaciones extremas. “Entonces, los llevan en dos tandas”, revela.
Las historias y las anécdotas, junto con los mecanismos que encuentran para enfrentar esta situación, se suceden sin fin. “Hubo días que tiraron 75 misiles, y para comprar algo era una ruleta rusa, había que preparar el recorrido sabiendo dónde están los refugios”, cuenta Itzik, mientras explica que todos abren sus casas cuando suena la sirena, para que nadie quede expuesto al misil.
¿Por qué vive en Sderot, la ciudad más expuesta al peligro? “Primero, por sionismo. Segundo, porque esta es mi casa, y a la casa no se la abandona”, argumenta, y continúa: “Yo no eché a nadie, acá no hubo nunca un poblado palestino. Además, cuando ellos nos tiran a nosotros, no es violación de los derechos humanos, ¿pero cuando nosotros les tiramos, sí?”.
Al conflicto entre Gaza e Israel, cree Itzik, se lo soluciona a través de la negociación y el diálogo: “El problema es con quién, porque para Hamas todo es de ellos. No les importa ninguna vida y usan a su población como escudo, por eso esconden armamento en hospitales o en escuelas. Todas las organizaciones terroristas que sabés que existen, y que no sabés que existen, están en Gaza. Creo que la solución va a ser tres estados para dos pueblos, porque no hay posibilidades técnicas de que Gaza esté comunicada con Judea y Samaria”, resume.
Entre la convivencia y el conflicto
La relación entre ambas comunidades era, hasta días antes del cierre de esta nota (14 de mayo), de relativa calma y convivencia, con conflictos menores. A partir del 10 del mismo mes, sucedieron gravísimos enfrentamientos en ciudades mixtas (con población de ambas religiones) que terminaron con decenas de heridos, detenidos, destrozos e incendios y ciudades como Lod, a 15 kilómetros de Tel Aviv, con toque de queda y en estado de emergencia.
“Estamos viviendo una guerra civil entre personas que viven en el mismo país. Los enfrentamientos han roto la ilusión de convivencia, las diferencias son tan hondas que va a ser muy difícil resolverlo, porque la huella que dejará será algo horrible que recordaremos siempre. No sé si es algo que se pueda recomponer”, cuenta, a modo de reflexión y con voz entrecortada Zizo Abul Hawa, productor ejecutivo de la señal árabe del canal internacional i24news, ubicada en Tel Aviv, ciudad en la que también reside.
Zizo nació en España, donde vivió hasta los diez años junto con su familia, que luego volvió a Jerusalén del Este, donde residen sus padres: “Soy árabe, palestino, gay y activista por los derechos de los homosexuales y de los palestinos”. En este contexto de tanta violencia interna, revela −entre la risa y la angustia− la forma que encontró para no exponerse a la agresión: “No recuerdo la última vez que tuve este miedo de salir a la calle, estoy moviéndome en taxi, no quiero caminar. Hablé con mi mamá y me dijo: ‘Si te quiere atacar un judío, habla hebreo que vos sabés hablar bien y no tenés acento. Y si te quiere pegar un árabe, habla en árabe rápido, que tampoco tenés acento”.
“Lo que está pasando ahora es un antes y un después en la relación entre árabes y judíos. Antes de esto, la convivencia ya era mínima y solo en pocas partes de Israel, porque todo está muy segregado. La única ciudad donde existe la convivencia mixta es en Haifa, y en Yaffo −barrio de Tel Aviv− hay algún tipo de convivencia. Jerusalén, por ejemplo, está dividida entre Jerusalén y Jerusalén Este, donde vivimos los árabes, en asentamientos lamentablemente”, explica.
Con respecto a su infancia en Jerusalén del Este, revela que no fue fácil crecer como homosexual en una sociedad conservadora, pero que sus padres nunca lo rechazaron: “La familia de mi padre sí es muy homofóbica y conservadora y no lo aceptan, así que no me llevo bien con ellos”, revela. En relación con su pueblo, el productor opina: “Los palestinos viven ya hace muchos años bajo ocupación y opresión, yo mismo he recibido humillación cuando era pequeño. Con el tiempo entendí que los soldados también son víctimas, son niños que no tienen identidad política”.
¿Cómo se siente viviendo en Tel Aviv? “Me vine a vivir acá hace tres años, cuando me casé en ese momento con un israelí judío. Construí un mundo genial alrededor mío, pero hay mucha gente que le gusta recordarme que soy un invitado, que no es mi ciudad ni mi país, que no pertenezco. La única vez que me pegaron por ser homosexual fue en Tel Aviv, y eso no me pasó en Jerusalén del Este, y también sentí discriminación por ser árabe”, dice Zizo, mientras detalla que él tiene residencia pero no ciudadanía, y su pasaporte, por ejemplo, es jordano, y agrega: “Pueden llamarlo Palestina o Israel, pero digan lo que digan, este es mi país”.
Mientras los enfrentamientos entre árabes y judíos continúan en distintos sitios de Israel, Zizo espera que la situación pueda calmarse “para que la gente vuelva a la ilusión de convivencia y coexistencia. Van a tener que pasar varias generaciones para poder curar las diferencias que hay entre árabes y judíos en este país”, concluye, con una voz apagada, que denota tristeza y cansancio.