Villanos protagonistas. Por qué los malos ganaron la batalla
Especialmente desde que el Joker ganó el Oscar (algo que no logró ni Batman), los villanos coparon los roles protagónicos, tras el éxito de series como Los Soprano y Breaking Bad
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“Cuanto más exitoso es el villano, más exitosa es la película”. La cita, parafraseada infinidad de veces, se le atribuye a Alfred Hitchcock, quien se esmeró en iluminar la Maldad en su obra; pero esta misma fórmula se ha resignificado en los últimos años, en los que todo el cine mainstream parece adaptarse al redituable cuadrante de las películas de superhéroes, y en el que, cada vez más, son los villanos las grandes estrellas. Para exponer este concepto en una secuencia obvia, cercana: si por décadas el protagonista fue Batman, luego el Caballero Oscuro fue exhibiendo una moral progresivamente más ambigua; eventualmente, se convirtió en una suerte de espejo de su archinémesis el Guasón –el uno condición y origen del otro–; y finalmente este último, el Joker, tomó el centro de la escena con películas propias que explican por qué es tan freak y tan retorcido (qué le hicieron), y premios Oscar indiscutidos. Una distinción a la que el hombre murciélago jamás llegó por las suyas.
El nuevo superhéroe fue de pronto mirado con desconfianza por la comunidad a la que presuntamente vino a salvar, como en Watchmen, la obra maestra de la historieta de Alan Moore y Dave Gibbons que en los 80 y acaso por primera vez cuestionó desde adentro de sus argumentos el rol que ocupan estos semidioses y cómo son vistos por la sociedad, y se preguntó en serio qué tan buenos (y qué tan peligrosos y mesiánicos y despreciativos de la vulgar humanidad) serían si fueran reales, si de verdad anduvieran entre nosotros, pobres mortales (“¿Quién vigila a los Vigilantes?”). Una idea que se multiplicó en otras historietas y películas y series (como la también extraordinaria The Boys), mientras, de nuevo en espejo, el Joker se consagraba como el villano exitoso y además prestigioso para un público presuntamente más maduro y autoconciente.
Y entonces, si hay gremios de superhéroes, equipos de Vengadores y Ligas de la Justicia, también hay agrupaciones de malos-de-las-películas, la más ostentosa de las cuales, estos últimos años, ha sido El escuadrón suicida (Suicide Squad, 2016), adaptación de una historieta creada para DC Comics a fines de los 80 por John Ostrander, acerca de una banda de criminales reclutados clandestinamente por una agencia gubernamental con el objetivo de llevar adelante misiones sucias e imposibles. El escuadrón reúne a algunos de los personajes más oscuros de las historietas de DC; entre ellos, por supuesto, el inevitable Joker, y su psicótica novia Harley Quinn; porque los villanos ya no solo son seres psicológicamente complicados: dado que a Harley la interpreta Margot Robbie, también pueden ser los más bellos y sexy del universo.
La aventura en cines de 2016 fue un éxito comercial, pero decepcionó a muchos de los fans. Cinco años después, esta banda de selectos forajidos vuelve (la secuela se estrena este jueves) para reapropiarse de esta suerte de escenario del bien-contra-el-mal dado vuelta, bajo la prometedora dirección de James Gunn, un realizador que viene de filmar buenas películas de bajo costo y luego de curtirse en el mainstream aportándole mucho sentido del humor y bizarría a sus millonarias versiones de Guardianes de la Galaxia. Tras dos películas para el universo cinematográfico Marvel, Gunn fue tentado por la competidora DC y por Warner para –puede presumirse– inyectarle algo de su irreverencia característica a la casa, por lo general más solemne, de Batman y Superman. “Me prometieron libertad absoluta. Podía hacer lo que quisiera. Podía matar a los personajes que me diera la gana”, cuenta Gunn.
“Creo que no vivimos en una época de héroes en blanco y negro, sino que estamos atravesando una era de ambigüedad moral, en la que encontramos cierto heroísmo en pequeños momentos”, le dice el director a LA NACION revista en una charla de promoción antes del estreno mundial de la secuela. “Los villanos son atractivos porque damos por sentado que Batman, Superman, el Hombre Araña y Thor son tipos buenos y que lo que ellos dicen es lo que vale. Y van por ahí golpeando gente y se supone que creamos que eso está bien, y puede que en algunos casos lo esté, pero tal vez en otros no. Y están los Suicide Squad, que es un escuadrón que tiene personajes que son de todos los tipos de gris. Creo que hay algo muy atractivo en eso: vivimos tiempos difíciles, lamentablemente, y estamos lidiando y luchando con nuestras propias acciones hacia otros seres humanos y hacia este planeta y con lo que hacemos y lo que sacrificamos en nombre de esa lucha, así que ver esa lucha en personajes que son imperfectos como los villanos de Suicide Squad tiene su valor, me parece. Creo que de algún modo nos reflejan mucho mejor que la mayoría de los grandes héroes”.
El mundo me hizo así
Para algunos estudiosos de los medios, el fenómeno de las series que han puesto a los criminales en su centro, como Los Soprano, Breaking Bad o las historias de origen de villanos ya clásicos como Bates Motel (la adolescencia del asesino de Psicosis) o Hannibal (sobre el caníbal más famoso del cine y la literatura, el de El silencio de los inocentes) tiene una razón esencialmente material: fue habilitado por la necesidad de los tiempos largos televisivos de contar personajes psicológicamente más complejos, pero también concebido bajo la noción de que, como todos somos moralmente defectuosos, nos sentimos reafirmados al ver representados a personajes que son moralmente más defectuosos que nosotros.
Por un tiempo la corona seguirá llevándola el Joker del director y guionista Todd Phillips, quien se pliega al relato actual acerca del villano como producto de su época y circunstancias. “Hoy todos sentimos una pérdida de empatía en el mundo”, le dijo Phillips a la publicación especializada Deadline. “Todo lo demás fue construido en torno a eso. ¿Qué pasa si te criás en un mundo sin empatía? ¿Qué pasaría si nuestra Ciudad Gótica fuera un lugar oscuro y frío, lleno de gente a la que le importan un carajo los demás? De ahí es de donde surge este villano”. Al leer el guion por primera vez, su actor protagónico Joaquin Phoenix pensaba: “¿Por qué íbamos a querer hacer una película así, donde simpatizáramos con este villano? Y la respuesta es: porque es lo que tenemos que hacer. Siempre buscamos respuestas sencillas, queremos vilipendiar a las personas. Identificar a alguien como El Mal nos permite sentirnos bien con nosotros mismos. Por esto era necesario explorar a esta persona malévola. Somos capaces como público de ver ambas cosas al mismo tiempo y de experimentarlas y valorarlas”.
Por supuesto que el Joker que le dio un Oscar a Phoenix no fue el primero de estos villanos en apoderarse de Hollywood. Tampoco lo había sido antes el que le dio otro Oscar, póstumo, a Heath Ledger, que tuvo la sofisticación de burlarse del lugar común del “trauma originario”, ofreciendo todo el tiempo un relato de origen de su psicosis diferente. Antes o de manera contemporánea tuvieron sus propias películas Gatúbela, Venom (enemigo del Hombre Araña, que en breve tendrá una segunda parte), y Marvel mantiene un demorado proyecto de hacer su propio escuadrón suicida, llamado Sinister Six. Y antes que todas estas, hubo una segunda trilogía de Star Wars que básicamente se dedicó a narrar las penurias que llevaron al joven Annakin Skywalker –más conocido como Darth Vader, el epítome de la villanía intergaláctica– a entregarse al Lado Oscuro. Una suerte de revisionismo de la representación del bien y el mal condujo a una humanización del malo que antes aceptábamos odiar sin pedir demasiadas explicaciones; de pronto nos encontramos sufriendo por la pobre Maléfica, que a pesar de su sugestivo nombre y sus cuernos de ángel caído ya no era la bruja-monstruo, consagrada a atormentar a la Bella Durmiente como en el clásico de los 50, sino una suerte de heroína con los ojos gatunos de Angelina Jolie, incomprendida y caída en desgracia. “No puedo tolerar al [viejo] villano de dos dimensiones”, dijo en la época de su estreno Linda Woolverton, la veterana guionista que ayudó a darle forma a la nueva Maléfica. “No podemos glorificar el mal sistemáticamente. Yo intento mostrar por qué los villanos son como son”.
El caso más reciente de este fenómeno que nos lleva a sentir simpatía y pena por quienes antes estuvieron destinados a producir desprecio y rechazo y en el mejor de los casos fascinación, es la Cruella De Vil compuesta por Emma Stone, para Disney también, que ya no es la salvaje ricachona que se fabrica tapados con las pieles de dálmatas y que tanto veneno destiló en La noche de las narices frías y en su versión live-action de los 90 con Glenn Close, sino una talentosa diseñadora de moda, huérfana, víctima de la ambición y la codicia de otros, poseída por el resentimiento.
Presentes en la entrevista por el estreno de El escuadrón suicida, el productor Charles Roven y la actriz Daniela Melchior también reflexionaron sobre la cuestión central de la ambigüedad moral que desdibuja la frontera entre los paladines de la justicia y sus némesis en el cine y las historietas. “Lo que tienen las películas con grandes villanos es que hay algo en ellos que te recuerda cosas de vos mismo. Hay algo con lo que te podés identificar aunque puedan ser de diversas maneras despreciables”, dice Roven, que lleva más de una década como productor de varios de los films se superhéroes que más avanzaron en ese camino, entre ellas los Batman de Christopher Nolan, Batman v. Superman y La Liga de la Justicia. “Esa es la fascinación que provocan y por supuesto que si tienen brillantez en su villanía eso los hace mas fascinantes aún. Está esa frase según la cual la única diferencia entre el sheriff y el forajido es que uno de los dos lleva puesta una estrella”. “En lo profundo siempre tendremos algo con qué identificarnos en estos personajes malvados que nos encanta ver –plantea por su parte la portuguesa Melchior, que interpreta a Ratcatcher II–. Aunque no nos comportemos como ellos, aunque no dañemos a otros, siempre abrigaremos nuestros motivos y emociones, lo que nos emparenta con ellos”.
Y entonces ese es uno de los temas: “¿Quién es el verdadero villano? –se pregunta Gunn–. Me encontré con que una de las cosas verdaderamente atractivas de escribir estas películas era eso, escribir sobre la maldad. Cuando escribí Guardianes de la galaxia, sabía que todos los personajes son buenos. Incluso Rocket, un pequeño bastardo, es en el fondo un buen tipo y cuando dos personajes amenazan con matarse el uno al otro, sabés que no lo van a hacer. Pero en El escuadrón suicida los personajes no solo se amenazan con matarse el uno al otro, sino que efectivamente lo hacen, aunque estén en el mismo bando. Así que tiene que ver con poner en acción todos estos ángulos: quién es el bueno, quiénes son los malos. Son preguntas que nos hacemos muchas personas, (en nuestras vidas reales muchas veces) no sabemos realmente quién es el villano y quién el héroe. Creo que hay muchas idas y vueltas acerca de la bondad de estos personajes y sus sombras”.
Bastardos sin gloria
Todos estos villanos y freaks que se vieron resignificados y humanizados en los últimos años tienen un antecedente explícito en parte de los films de guerra de los años 60, a los que Gunn reconoce como inspiración y rinde tributo en El escuadrón suicida. La guerra como el espacio en el que personas esencialmente morales pueden verse inclinadas, por necesidad o puro instinto de supervivencia, a hacer cosas terribles a otros. “Cuando Warner Brothers me convocó con un montón de ideas diferentes acerca de películas que yo podría hacer para ellos, una era Suicide Squad y decidí que me gustaba la idea de un grupo de soldados patéticos a los que el gobierno estadounidense utiliza, convirtiéndolos en un batallón de guerreros descartables”, recuerda el director. “Pensé: ¿cuál es el supervillano más patético que puedo usar? Y uno de los primeros que vinieron a mi mente fue Polka Dot Man. Cuando el público lo vea en la película y vea cuáles son sus poderes y cómo se originó y quién era cuando era un ser humano, se encontrará con que es un tipo profundamente triste con una historia de origen muy oscura. Pero esta oscura tristeza está como oculta bajo una capa, debajo de algo a lo que uno llamaría un chiste. Me pareció que eso era la esencia: así somos muchas personas, en muchos de nosotros se piensa como un chiste, se nos ve como un chiste, pero hay mucha más sustancia debajo de esa impresión”.
Entre las películas de mercenarios de guerra a las que recuerda Escuadrón... hay clásicos como El botín de los valientes (originalmente Kelly’s Heroes, con Clint Eastwood y Telly Savalas) y Doce del patíbulo (con Lee Marvin y Ernest Bornigne). “Las más importantes para mí de esos años fueron Doce del patíbulo y Donde las águilas se atreven: eran películas de guerra muy divertidas que también tenían algo de policial negro; de algún modo eran films policiales de operaciones bélicas encubiertas”, dice Gunn. “Todos esos elementos juntos dieron forma a una especie de estructura para un subgénero particular a fines de los años 60 que fue increíblemente popular en su época: Doce del patíbulo fue, creo, la segunda o tercera película más taquillera de todos los tiempos al momento de su estreno. Es un gran género que luego fue olvidado, que se dejó de hacer sin ninguna razón en particular. Si yo hoy fuera a un estudio de Hollywood y dijera: quiero hacer el policial de guerra más grande de todos los tiempos, me dirían: ‘estás loco, no va a ocurrir’. Pero sí pude decir: “voy a hacer la película policial de guerra con efectos prácticos hechos en el set [N de la R: en contraposición a los efectos dibujados digitalmente] más grande de todos los tiempos, pero va a incluir superhéroes. Y entonces me dijeron: “ok, te daremos algo de dinero”. Usar superhéroes y supervillanos fue una manera de salirme con las mías para contar este tipo de historia”.