Val Kilmer. Se puso en la piel de Jim Morrison y fue famoso en Top Gun: la lucha del actor al que Hollywood amaba odiar
Un documental muestra de manera descarnada la vida y la carrera del actor
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“Siempre me tomé la actuación con mucha seriedad y entiendo que eso a veces se percibe como ‘ser difícil’. Pensaba, un poco ingenuamente, que la calidad de mi trabajo iba a pesar más que esa percepción. Tenía esa esperanza, pero es la esperanza lo que te mata”.
Las palabras pertenecen a Val Kilmer, para toda una generación el Iceman de Top Gun, acaso uno de los Batman menos queridos que dio la pantalla, pero una figura decididamente presente en el cine que va de mediados de los 80 a fines de la década siguiente en Hollywood; que desde hace unos cuantos años ha desaparecido del foco y que ahora resurge en Val, un por momentos hipnótico documental sobre su vida y su carrera compuesto de un material absolutamente sorprendente.
Hubo una época, cuando promediaban los 90, en que se decía de él eso mismo: que pertenecía a la especie de los actores conflictivos. En 1996, la influyente revista Entertainment Weekly tituló en tapa: “El hombre que Hollywood ama odiar”. Joel Schumacher, que lo dirigió en Batman eternamente, se tomó el trabajo de aclarar: “No, no dije que fue difícil trabajar con él, lo que dije es que fue psicótico, una de las personas más psicológicamente perturbadas con las que he trabajado”. John Frankenheimer, curtido cineasta que lo tuvo a su cargo en La isla del Dr. Moreau –una producción famosamente desastrosa–, dijo que había dos cosas que no haría nunca en su vida: “Escalar el Everest y volver a trabajar con Kilmer”.
Y está bien: la fama puede ser tóxica y Hollywood puede ser cruel y las leyendas que difunde la prensa pueden ser a veces absolutamente falaces. Pero la percepción general que había sobre Kilmer en aquellos años, cuando estaba en el pico de su popularidad y ganaba millones –y ya se había labrado cierto prestigio haciendo de Jim Morrison en The Doors, de Oliver Stone– era que no se trataba de un personaje precisamente simpático. En parte es por eso que Val consiguió un efecto inesperado en quienes lo vieron desde que, tras su reciente estreno en Cannes, pasó a estar disponible en Amazon Prime a principios de agosto: porque salimos de esas casi dos horas con una mirada distinta; porque repone retrospectivamente el sentimiento de empatía que tal vez nunca antes había logrado generar, volviéndolo una figura intrigante y a la vez cálida y cercana.
Hace unos seis años a Kilmer le diagnosticaron un cáncer de garganta del que se recuperó rápido, pero le dejó como huella una traqueotomía y un botón en el cuello sin el cual ya no puede hablar. La enfermedad fue narrada finalmente, tras una temporada de rumores y desmentidas, en su libro autobiográfico I’m Your Huckleberry (publicado el año pasado por la editorial Simon & Schuster) y abordada con naturalidad y cierto humor en Val, que teje su historia a través de un relato en off, en primera persona, leído por uno de los dos hijos de Kilmer, Jack. “Mi nombre es Val Kilmer”, lee Jack bien al principio, y ya sabemos que nos encontramos frente a un artefacto inusual.
Pero la verdadera revelación de Val está en su material de archivo: aunque buena parte fue registrado por sus directores, Leo Scott y Ting Poo, para la película, el relato se nutre de fragmentos seleccionados entre 800 horas de grabaciones en video y algunas filmaciones en súper 8 y 16mm. ¿Qué son esas grabaciones? El registro masivo que Val Kilmer ha hecho de su vida –llevando una cámara a cuestas aparentemente en casi todas las circunstancias, personales y profesionales– sin ningún otro propósito evidente que el de dejar testimonio. Un material desconocido, único, descomunal, absolutamente espectacular y, como corresponde al relato de una vida, puntuado por momentos incómodos y dolorosos.
Kilmer, el “actor malcriado”, la estrellita difícil, ha dicho que por años abrigó la idea de hacer una película “acerca de la actuación”. Hay una historia previa a su revelación en Súper secreto (la comedia absurda del trío de directores de Y… ¿dónde está el piloto?) y Top Gun. Una historia que se remonta a antes incluso de su auspicioso paso por la exigente escuela de arte dramático de Juilliard, en Nueva York, a la cual ingresó en 1979 como uno de los alumnos más jóvenes que hayan aceptado. Son momentos de su vida personal y familiar que surgieron a medida que Poo y Scott exhumaban, digitalizaban y ordenaban el enorme archivo de video, mientras el actor se recuperaba de las sesiones de quimioterapia y rayos.
Los fragmentos más emocionantes pertenecen a la infancia y adolescencia en el rancho californiano en el que se crio junto a su familia. “Había una vez tres hermanos: Wesley, Mark y yo, Val.”, cuenta Kilmer en la película “Su padre, Eugene, era un industrialista y desarrollador de negocios inmobiliarios. Su madre, Gladys, una mujer espiritual que amaba los caballos. Mi hermano Wesley era un aspirante a director, un genio artístico cuya imaginación empequeñecía la mía por comparación. Pasaba la mayor parte del tiempo haciendo arte y (filmando) remakes de las películas que más le gustaban”.
Poco después nos enteramos de que la tragedia marcó el comienzo de la carrera artística de Val Kilmer: cuando faltaba apenas una semana para su ingreso a Juilliard, Wesley murió ahogado al sufrir un ataque de epilepsia en el jacuzzi de la casa en la que vivía con sus padres. La familia quedó partida al medio para siempre; el padre jamás superó la culpa. Si bien esta historia no era desconocida, cobra un espesor brutal cuando, sobre el retrato oral de la genialidad del hermano muerto se ve, en rápida sucesión, algunos sofisticados dibujos animados hechos por Wesley y divertidas escenas de sus parodias de films como La carrera del siglo, de Blake Edwards, y Tiburón, con la activa participación de sus hermanos. Wesley tenía 15 años cuando murió, y si es fácil idealizar a aquel que ya no está para comprobar qué-habría-sido-de-él, las imágenes parecen darle la razón a Kilmer cuando asegura que estaba destinado a convertirse en un gran cineasta, porque esos fragmentos son, como mínimo, inspiradísimos.
Se sabe que, en sus inicios, cuando aún era el actor de formación clásica e inclinación teatral que venía de interpretar Shakespeare en la escuela, Kilmer rechazó papeles en películas interesantes como Los marginados (de Coppola) y Terciopelo azul (de David Lynch), y que inicialmente no quiso hacer Top Gun. El guion le “parecía tonto” y no le gustaban los relatos de exaltación militar, pero terminó haciéndola por compromisos contractuales y reconoce que pronto lo ganó el carisma y entusiasmo del director Tony Scott. En 1986, su personaje, el piloto Tom “Iceman” Kazansky, némesis del Maverick de Tom Cruise, lo catapultó a la fama global cuando la película resultó ser un éxito multimillonario.
Tras algunos telefilms y experiencias no particularmente memorables, Kilmer decidió que, si quería trabajar en proyectos interesantes, debería ir a buscar él mismo a los, en sus palabras, no muchos cineastas y personajes que valían la pena. Entre las innumerables grabaciones de video aparecen entonces las de sus audiciones autoproducidas. Allí se ven parte de las pruebas que grabó para mandarles a Martin Scorsese (proponiéndose como protagonista de Buenos muchachos, papel que finalmente hizo Ray Liotta), a Kubrick (en la época en que preparaba Nacidos para matar) y a Oliver Stone, para el papel que sí consiguió y que se convirtió en una de sus composiciones más elogiadas, a la vez que empezó a granjearle su fama de actor complicado: antes de filmar, Kilmer se había pasado un año imitando al cantante de los Doors, grabando sus canciones y bajando de peso para embutirse en sus ajustados pantalones de cuero negro. Según la leyenda, se alienó y alienó a aquellos que trabajaron con él. Stone recuerda: “Ha madurado con los años: cuando hicimos The Doors no tuvimos la mejor de las relaciones. Siempre pensé que era un actor técnicamente brillante, pero era difícil”.
Tras la experiencia de Jim Morrison y del western Tombstone –donde hizo del mejor amigo de Wyatt Earp, Doc Holliday, una de sus representaciones más apreciadas por él y por sus fans– le ofrecieron ser Batman. “Para los estándares de Hollywood, Batman es el mejor protagónico posible, un sueño hecho realidad. Lo acepté sin leer el guion”, dice en Val. “Pero sea cual sea el entusiasmo juvenil que tenía fue aplastado por la realidad del batitraje”, una armadura de goma que le impedía moverse, escuchar, gesticular y prácticamente respirar. No había mucho que hacer debajo de la máscara, cuenta, mientras que los villanos invitados (Jim Carrey y Tommy Lee Jones) se robaban la escena. “Mi papel en la película consistía tan solo en aparecer y pararme donde me dijeran”.
A pesar de las críticas poco amables, Batman eternamente fue un éxito y enseguida pusieron en marcha la siguiente secuela, pero Kilmer ya estaba comprometido para hacer El Santo (la adaptación al cine de la serie televisiva de los 60). Según un Schumacher resentido por el desplante, el actor los había abandonado en realidad para filmar La isla del Dr. Moreau junto con “su ídolo, Marlon Brando”. Pero Moreau no pudo ser más frustrante para Kilmer: la producción estuvo condenada desde el comienzo; su director, una joven promesa del cine de bajo presupuesto llamado Richard Stanley, fue reemplazado por el veterano Frankenheimer, convocado por los productores para poner orden. La historia de esta pequeña catástrofe es conocida y hay un documental sobre ella; pero en Val, Kilmer ofrece su propio breve, notable detrás de escena. En la revista Time la periodista Stephanie Zacharek señala con pertinencia que lo que se ve ahí puede interpretarse de una manera no del todo favorable a Kilmer, que por un momento parece comportarse algo caprichosamente en medio de una situación a la que, aunque lo excedía, no ayudaba en nada con su actitud. No es lo único que omite deliberadamente Val acerca de las historias tan difundidas sobre aquel rodaje y sobre su fama en general, pero, como señala también Zacharek, “la objetividad nunca fue el objetivo de este documental” coproducido por el propio Kilmer y sus hijos.
Buena parte de la última década la pasó viajando con el unipersonal teatral de su autoría Citizen Twain, sobre el autor de Huckleberry Finn. Mucho de lo que hizo luego tuvo como único objetivo financiar dos grandes proyectos suyos: una galería y escuela de arte en el East Hollywood, y una película sobre la relación entre Twain y Mary Baker Eddy, la fundadora de la Ciencia Cristiana, fe en la que fue educado y aún profesa Kilmer. También lo vemos asistir a convenciones en las que vende fotos autografiadas, experiencia que temió que pudiera resultar humillante, pero que consiguió “reconectarlo” con su público. Y ahí está: sus fans se le acercan diciéndole con convicción que “él fue el mejor Batman de todos”. Estas instancias, como el proceso de hacer su documental, han sido “una experiencia gozosa: me hace feliz ver la riqueza de la vida que he tenido.”
“Teníamos la cámara de papá alrededor todo el tiempo”, dice Jack Kilmer. “Nunca veíamos nada de lo que grababa, pero él seguía creando, cajas y cajas”. “Nos molestábamos cuando nos filmaba”, agrega Mercedes, la otra hija que Kilmer tuvo con la actriz británica Joanne Whalley, su coprotagonista en Willow (de quien se divorció durante el rodaje de Dr. Moreau). “Pero para la época en que cumplí doce años me di cuenta de lo que estaba haciendo y pensé: oh, es un cineasta”.
“Val siempre dijo que él no ve esto como un documental”, dice el codirector de Val, Scott, “sino como una película protagonizada por Val Kilmer como el personaje principal en la historia de su vida”. Hace poco le preguntaron a Kilmer si siempre supo cómo iba a utilizar todo el material grabado. “Siempre –respondió– me pareció que las historias detrás de las historias que contamos podían ser interesantes. En ellas, entre líneas, puede leerse la crónica de la vida de un actor”. ¿Qué tipo de actor? Uno que ha “buscado la verdad en sus personajes y en las historias como una forma de ganarse la vida. Y aunque no me he concentrado en tener éxito comercial, me las ingenié para elegir muchos papeles que la gente aún encuentra valiosos; así que he tocado alguna cuerda en el público”.