Uniformes contra la uniformidad: su recuperación y reinterpretación
Un dicho, usual en inglés, asegura que la belleza está “en el ojo del espectador”, the eye of the beholder. Pero en castellano suena más grato y es más justo “la mirada de quien observa”. Y sin embargo la máxima nos queda corta, se nos hace verdad a medias. Si bien es cierto que la subjetividad rige la apreciación de lo bello –cada cual posee su propio álbum de preferencias estéticas– no es menos obvio que el marketing digital logró uniformar los gustos a la vez que expandía el consumo. Hay más para ponerse, pero es más de lo mismo.
En paralelo, la mirada personal, domesticada, responde por sobre todos los deseos a uno determinante: el de la identificación con el resto de la cuadrilla, la banda, el rebaño. Verse es mirarse en las otras, los otros. Se guía la mirada hacia lo comunal, lo genérico, lo masivo, con el doble objetivo de que se reconozca como una persona más en aquella muchedumbre uniformada y paradojalmente se reconfirme único.
La homogeneidad como improbable señal de estilo personal concierne todas las categorías del vestir, aunque aparezca más notoria a nivel de la moda masiva. Lejos de ignorar el tema, la moda de élite practica sin complejos la variante de los uniformes ¿Qué otra cosa, sino un uniforme, ha sido el tailleur Chanel, descendiente de los conjuntos tailleur ingleses, réplicas feminizadas del traje masculino, a su vez de clara procedencia militar?
Se suele recurrir al motivo del uniforme como contrapropuesta drástica tras uno de esos períodos de exuberancia costurera que no tardan en saturar los ojos. A los volados impetuosos sucede la sastrería severa, al ‘más es más’, el minimalismo. La tendencia de los uniformes suele ser reactivada en tiempos de incertidumbre como este presente que vivimos, reiterativo y áspero. En temporadas recientes fueron recuperados, reconsiderados, reinterpretados y repetidos en las pasarelas, uniformes de procedencias múltiples, desde improbables atavíos de combatientes interplanetarios propuestos como alternativa chic urbana a capas y sayos monacales en tonalidades pecadoras impregnadas de glamour, hasta el repertorio colegial, sí, sí, de buzos, camisas, camperas, corbatas, faldas de tablas, pantalones de gabardina, pulóveres y shorts pre-años 80, para un público que busca revivir la adolescencia aventurera que cree haber tenido.
Muchos de estos ejercicios visuales buscan asignar un aire canchero, un tono cool, entre entendido y autoirónico, a los diversos uniformes que rescatan. Intento innecesario y torpeza conceptual: la especificidad del uniforme, como de toda prenda funcional, es su neutralidad. La inflexión, la intención que se le quiera dar corren por cuenta de quien lo lleva. O por cuenta de quien lo mire.
Los uniformes se prestan, con ductilidad inesperada, a todo tipo de relatos, incluso contradictorios u opuestos su función emblemática original. Las fajinas militares de estampado camuflaje son un vistoso ejemplo. Actúan su rol distintivo con la mayor eficacia, al subrayar sus cualidades estéticas y alterar su sentido primero los hacemos nuestros, nos significan. Encuentro que en el combate contra la uniformidad, no hay táctica más brillante y alegre que el reciclado de uniformes. Bonus: nos evita pasar por la intermediación de la moda, cuyo negocio consiste en uniformizarnos. El cuerpo es tuyo, vestilo vos.