Adrien Brody. El hijo de un pintor y de una corresponsal de guerra en el que Wes Anderson confía sus películas
Entrevista con el actor, que vuelve a ser uno de los protagonistas en el nuevo film del realizador texano, que rinde tributo a la revista The New Yorker
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Adrien Brody hace su entrada al universo de Wes Anderson corriendo a un tren en marcha. En la primera secuencia de Viaje a Darjeeling (2007), la figura espigada del actor se mueve en cámara lenta hacia el tren que está partiendo, ganándole la carrera a otro pasajero atrasado, interpretado por Bill Murray, mientras suena “This Time Tomorrow”, de The Kinks.
Dentro de un vagón, su personaje se reencuentra con sus hermanos, encarnados por Owen Wilson y Jason Schwartzman, dos de los colaboradores más antiguos y cercanos de Anderson. Más allá de la función narrativa de la escena, fuera de la ficción parece como si le estuvieran dando una bienvenida simbólica a Brody a ese universo cinematográfico simétrico, colorido y en el que la excentricidad es sinónimo de encanto.
No cualquier actor encaja en los cuadros diseñados al milímetro por Anderson. Dejando de lado el talento que requiere el trabajo, los intérpretes ideales para las películas del director deben ser capaces de canalizar la estética única de su estilo en sus movimientos y pronunciar con soltura esos diálogos punteados por el humor y cierto vuelo literario.
Desde esa primera escena en Viaje a Darjeeling, el público pudo atestiguar que Brody era la adición ideal al elenco estable de Anderson. La figura y las facciones del actor son atractivas para la cámara de una manera que se aparta del modelo muñeco Ken de Hollywood. Hay algo de excéntrico y misterioso en el look de Brody; justo lo que requería un personaje como Dmitri, aquel villano vestido de negro y con un bigotito de malhechor de dibujos animados, que interpretó en El gran hotel Budapest (2014).
En La crónica francesa, la última obra de Anderson, que se estrenará en la Argentina el próximo jueves, Brody vuelve a habitar el artificioso mundo del director por cuarta vez, incluyendo su participación como una de las voces en el film animado El fantástico Sr. Fox (2009). La nueva película es un homenaje a la revista The New Yorker y está centrado en una publicación ficticia de expatriados norteamericanos en Francia. Al tratarse de varias historias, cada una presentada como una sección de la revista, Anderson pudo poblar la película con varios miembros de su familia cinematográfica, entre ellos Bill Murray, Tilda Swinton, Frances McDormand, Owen Wilson, Bob Balaban y Mathieu Amalric. Además, hay nuevas incorporaciones como el actor de moda Timothée Chalamet, Benicio del Toro, Elizabeth Moss y Jeffrey Wright.
Brody, quien aún conserva el título de ganador más joven del Oscar a Mejor Actor, que consiguió a los 29 años por su trabajo en El pianista (2002), tiene a su cargo esta vez a un personaje grandilocuente y ambicioso, un marchand de arte dispuesto a hacer dinero con la obra de un criminal encerrado en la cárcel, interpretado por Benicio del Toro, cuya musa es su carcelera, personaje encarnado por la actriz francesa Léa Seydoux, quien tuvo un papel secundario en El gran hotel Budapest.
“Creo que tenés que pensar en grande y soñar en grande, ¿no? –dice Brody sobre los personajes de Anderson, en un encuentro virtual con LA NACION revista–. Si tenés el privilegio de crear un personaje o varios, ¿por qué no hacerlos más grandes que la vida o que tengan una visión para lograr algo grande? Lo interesante es que Julian Cadazio, a quien interpreto en La crónica francesa, está libremente basado en Joseph Devine y él ejecutó claramente ese tipo de mentalidad. Básicamente, creó gran parte del mercado del arte él solo. Quiero decir que construyó a coleccionistas, se las arregló para colaborar con los individuos más adinerados y poderosos para que tuvieran las mejores colecciones de arte, amasó una gran fortuna y construyó la carrera de muchos artistas, que ni siquiera sabían el valor de su trabajo. Eso es algo extraordinario y eso sucedió en la vida real. Amo el abordaje narrativo de Wes, es tan mágico, tan puro y verdadero para él, indeleblemente único y distintivamente Wes Anderson”.
Durante la charla, Brody repetirá su admiración por el director en varias oportunidades. El grado de reincidencia de actores de renombre a los que no les faltan ofertas de trabajo para elegir, como Murray o Swinton, sugiere que los intérpretes valoran las posibilidades creativas que les da el cine de Anderson, así como la experiencia en sus rodajes. Lo mismo se puede suponer de figuras clave del equipo técnico de La crónica francesa que vienen trabajando con el director desde hace varias películas, como el director de fotografía Robert D. Yeoman, el compositor Alexandre Desplat y el diseñador de producción Adam Stockhausen, todos ellos figuras claves en la construcción de la inconfundible estética de Anderson.
En una entrevista en la radio norteamericana, Jeffrey Wright, una de las nuevas adiciones al elenco estable del director, describió a la actitud de Anderson en el set como la de un “general amable”; una descripción que apunta a la precisión con la que se trabaja en las películas del director, pero en un clima de confianza profesional. En esa misma charla, el director y el editor actual de The New Yorker, David Remnick, equipararon la confianza que Anderson tiene en sus actores con la que el editor de la revista tiene con los escritores. El director cuenta que planifica todo hasta el más mínimo detalle, pero luego tiene que dejar que los actores hagan su trabajo y confiar en su voz.
“No anhelo la libertad tanto como tener una experiencia colaborativa que coseche un resultado que nos enorgullezca tanto al cineasta como a mí –dice Brody, sobre la poca improvisación que tiene lugar en el set de Anderson–. Trabajé con muchos directores distintos en mi vida e hice trabajos que estaban casi completamente improvisados y lo que terminó en la pantalla era muy diferente al guion. Y todo eso es muy interesante, puede ser muy liberador y supongo que más fácil para conectarse a un nivel visceral. Pienso que hay tanta belleza en la especificidad del mundo que crea Wes y estoy muy familiarizado con él, porque trabajamos juntos muchas veces y ya tenemos un entendimiento. Lo quiero y confío en él, sé lo que funciona para Wes y eso funciona también para mí. No soy el tipo de actor que necesita hacerlo a su manera. Solo necesito poder encontrar un camino hacia la forma en la que estemos de acuerdo de hacerlo, así puedo sentirme auténtico y empoderado para entregar lo que nos propusimos hacer juntos, porque es una colaboración. Creo que lo logré. Otros actores son distintos, algunos necesitan hacerlo de cierta manera o no pueden adaptarse tan fluidamente, pero yo amo explorar todos los distintos procesos. Es un regalo poder bailar con Wes y con los otros actores; porque eso es lo que es: una danza altamente coordinada y fluida. Es realmente divertido y muy desafiante. Y eso es parte del placer de hacer esto, poder estar a la altura del desafío”.
Más tarde en la entrevista, frente a un puñado de medios internacionales, Brody aclara que se trata de un desafío que le resulta excitante, algo que parece evidente debido no solo porque ya trabajó con Anderson en cuatro películas, sino porque también actúa en el próximo film del director, cuyo estreno está planeado para el año que viene y en el que comparte elenco con Margot Robbie, Tom Hanks, Scarlett Johansson, Bryan Cranston y varios de los colaboradores habituales del cineasta.
“Todo trabajo es desafiante, no quiero que se malinterprete lo que quise decir –retoma el actor–. La particularidad es que Wes filma un plano grande con movimiento, en vez de una forma de cobertura más tradicional, con un plano grande seguido por planos cortos, que te dan mayor libertad en el montaje. Además, sus películas tienen mucho diálogo muy específico. El ritmo coincide con los movimientos de cámara y con los otros actores y no querés ser el eslabón más débil. Ese es el desafío al que me refería y es muy motivador, porque tenés que estar muy bien preparado. Realmente preparado. Todo tiene que funcionar como un reloj y después tenés que hacer que se sienta verdadero para vos. Tiene un nivel de especificidad tan consistente que hay momentos en los que tenés que hacer algo extremadamente específico. Cuando ves las películas de Wes, se nota que no hay mucho abandonado a la suerte. Hay mucho pensamiento puesto en cada cuadro, y en cómo actúa e interactúa la gente dentro de esos cuadros y ser parte de eso es algo extraordinario”.
Tanto los admiradores como los detractores del estilo particular de Anderson suelen comparar sus planos híper diseñados con pinturas. Pero para Brody la comparación se queda un poco corta: “Es mucho más que eso. Es como ser parte de una pintura de El Bosco, con suerte una de las partes buenas. No querés ser uno de los tipos malos de una pintura de El Bosco –dice riéndose–. Es muy intrincado”.
El actor conoce bien el arte plástico, ya que también es pintor. Según contó en una entrevista con The Guardian, la pintura fue su refugio durante la pandemia, trabajando sobre enormes lienzos extendidos en el piso de su casa, cuando tenía un momento libre durante el rodaje del film See How They Run (2022), en el que actúa con Sam Rockwell, Saorise Ronan y David Oyelowo.
También fue la pintura en donde canalizó su necesidad de expresión artística durante un tiempo en el que se alejó un poco de la actuación; justo antes de este período de regreso a un perfil más alto, en el que además de trabajar en películas como las de Anderson, incursionó en series como Peaky Blinders y Chapelwaite. Actualmente, se lo puede ver en Succession, la exitosa serie de HBO, en la que interpreta a un inversionista que tiene que lidiar con Logan y Kendall Roy. Entre sus próximos proyectos también se cuenta una miniserie sobre cómo el equipo de la NBA Los Angeles Lakers se convirtió en uno de los más exitosos en la década del 80.
Las inclinaciones artísticas vienen de familia: su padre, Elliott Brody, también es pintor y su madre, Sylvia Plachy, es una fotógrafa reconocida por su trabajo para publicaciones como The Village Voice. Las visitas del pequeño Adrien con su madre a las oficinas del semanario neoyorquino le permitieron conocer por dentro el funcionamiento de una redacción y ver cómo trabajan los periodistas, tema central en La crónica francesa.
“Creo que en la película hay un amor y aprecio por cierto tipo de estilo periodístico, de escritura y de abordaje, y los recorridos de los periodistas que Wes retrata. Mi madre es fotógrafa y, de hecho, trabajó para The New Yorker. También hizo trabajos para muchas otras publicaciones y fue parte del staff de The Village Voice por décadas. Crecí entre muchos periodistas y gente creativa del mundo de los diarios y las revistas de Nueva York. El trabajo de ella es más bien el de una artista, aunque cubrió de todo, desde clubes sexuales hasta la guerra en Kuwait. Pero su trabajo es muy artístico. Mi padre es un artista plástico consumado y yo también pinto, así que además tengo una conexión con ese aspecto de la narración también”.
Claro que la realidad que Brody pudo haber experimentado de cerca no se parece a la versión andersoniana de una revista, tal como está plasmada en La crónica francesa. La película está construida sobre una nostalgia de un pasado idealizado de la prensa escrita. Es la visión romántica de un cineasta que creció leyendo The New Yorker en la biblioteca de su colegio secundario en Texas e imaginando a los hombres y mujeres detrás de aquellas firmas legendarias, como Mavis Gallant y Lillian Ross, ambas escritoras que inspiraron al personaje de Frances McDormand, o el fundador de la revista, Harold Ross, en quien está basado libremente el editor interpretado por Bill Murray.
La reivindicación de un universo intelectual es clave en el cine de Anderson, en el que la dramaturgia, la literatura, las artes plásticas y la música ocupan un lugar central. El director construye su propia narrativa a partir de distintas formas de narrar. En La crónica francesa el periodismo literario, que es la marca distintiva de The New Yorker, es otra de esas formas a rescatar, lo cual resuena especialmente en un momento en el que la prensa está atravesando una transformación que nadie sabe a ciencia cierta cómo terminará.
“La época que estamos viviendo es muy desafiante –dice Brody al ser consultado sobre el periodismo y la libertad de expresión en la actualidad–. Creo que con el advenimiento de las redes sociales y formas digitales de expresión la información es más fluida y accesible, pero no sé si eso necesariamente hace que sea más objetiva, ¿no? No sé si eso es algo dado. No sé si es empoderador para los periodistas porque siento que los puede haber menoscabado. Me parece un tema complicado”.
Anderson, quien también escribió el guion y concibió la historia junto con sus habituales colaboradores Roman Coppola, Hugo Guinness y Jason Schwartzman, evita adentrarse en las complicaciones de la situación del periodismo actual, enfocándose en un pasado glorioso anclado en la realidad, pero elevado a la fantasía. Ese romanticismo se ve acentuado por la construcción de un ficticio pueblo francés llamado Ennui-sur-Blassé (un guiño cómico que se podría traducir como Hastío en Apático), en el que el heredero de Kansas interpretado por Murray funda una revista, en torno a la cual se arma una familia de escritores expatriados.
“La nuestra es una revista de expatriados, con algo de The Paris Review también –explicó Anderson en una entrevista por radio con el editor actual de The New Yorker–. Los escritores son todos norteamericanos que se fueron a vivir a Francia y hay mucha inspiración en eso sacada de The New Yorker. Esos escritores de The New Yorker que hacían sus envíos desde Francia, en distintas épocas de la revista, terminaron siendo algunos de los modelos de nuestros personajes principales”.
La figura del escritor, músico o artista norteamericano expatriado en Francia está rodeada de un halo de romanticismo del que es responsable en gran medida Ernest Hemingway, quien escribió París era una fiesta, una crónica sobre su vida y la de otros compatriotas artistas que vivieron en la capital francesa, en los años 20 (el libro fue publicado en 1964, luego de la muerte del autor). La idealización de esa época y sus personajes son la base de Medianoche en París, la película de Woody Allen en la que Brody interpreta a un Salvador Dalí desbordado de histrionismo, uno de sus trabajos más recordados.
Francia supo albergar e inspirar a grandes creadores norteamericanos, incluido el escritor James Baldwin, sobre quien se moldeó muy libremente el personaje que interpreta Jeffrey Wright en La crónica francesa. Anderson vive actualmente en París y su propia vida como expatriado, así como su admiración por el cine francés, fueron el germen del film.
La exposición de un artista a la vida en otros lugares del mundo alejados de su hogar son una fuente de alimentación que le permiten expandir su visión y la forma de encarar su trabajo artístico. Brody, que nació y creció en la ciudad de Nueva York y vive actualmente en Los Ángeles, opina que sus experiencias filmando en diversos países le dieron mucho más que inspiración para sus actuaciones.
“Ha enriquecido mi vida y me hace sentirme parte del mundo como una comunidad, como una comunidad internacional –explica el actor–. Siempre digo que es un enorme privilegio de mi trabajo ir a filmar en locaciones porque, de alguna manera, es más fácil conectarte con el personaje que estás interpretando al sacarte de tu vida cotidiana. O sea, no estás a pocas cuadras de las casas de tus amigos y no volvés al final del día a tu hogar, así que podés aislarte dentro del personaje y tener nuevas experiencias. En general, el tiempo que pasás en diferentes locaciones es realmente único y aun cuando no está directamente relacionado con la película que estás haciendo, influye sobre ella. Crean un espacio que es único a ese momento y estás en ese mundo. Mientras estábamos filmando King Kong, de Peter Jackson, viví nueve meses en Nueva Zelanda y fue una forma de vida tan diferente. Estuve muy inmerso en ese trabajo y mi tiempo allí fue muy especial. Viajé extensamente por mi trabajo y estoy muy agradecido por eso. Puedo ver qué tan similares son nuestras vidas en lugares distintos y en qué nos diferenciamos, pero me siento mucho más conectado como un ciudadano del mundo. Creo que esa es una de las ventajas de mi trabajo, no solo ponerme en los zapatos de los personajes que me piden que interprete, sino poder estar presente con otras personas en todos esos lugares distintos. Es algo por lo que estoy muy agradecido”.
Para filmar la película de Anderson que se estrenará en 2022, Asteroid City, Brody se trasladó a España, donde ya había filmado Manolete, una biopic en la que el actor interpretó al famoso torero. “Esta vez se siente como un campamento de verano para actores –dijo Brody a The New York Times, directo desde el set–. Me caen bien todos mis compañeros y mi mamá vino a visitarme. Ella viene a todos lados desde Viaje a Darjeeling. Wes la pone a hacer de extra. Mi mamá lo está pasando genial”.
En cierta forma, Brody le debe su carrera a su madre, ya que fue ella quien lo inscribió en clases de teatro, luego de trabajar en un proyecto fotográfico en la American Academy of Dramatic Arts. Actuó en obras de teatro desde chico y en su adolescencia asistió a la secundaria Fiorello LaGuardia, una escuela con orientación artística que fue retratada en la película Fama (1980).
“Estoy muy agradecido por muchas cosas, pero creo que lo que aprendí de habitar en todas esas vidas y realmente intentar conectar con las personas a las que me encomendaron representar, sus defectos y sus desafíos, es que está en mi naturaleza –dice el actor sobre la particular intensidad y sensibilidad que exhibe en sus actuaciones–. Mis padres tienen muchísima empatía y se preocupan mucho, no solo por el resto de la raza humana, sino también mi madre se preocupa por todos los animales que encuentra e intenta cuidarlos. Pienso que eso me hizo ser una persona muy conectada y presente. Podría haber sido de una manera completamente distinta. Y eso solo haciendo referencia a tener una carrera exitosa como actor. Todo podría haber salido de una manera completamente distinta, pero tengo tanto de lo que estar agradecido. Tengo un lugar en el que canalizar mi propia sensibilidad y mis propias observaciones sobre el mundo que me rodea, poder volcarlo en un emprendimiento artístico y así compartirlo con otros”.
La vocación no siempre fue suficiente para enfrentar los obstáculos con los que Brody se enfrentó en su carrera. Era muy joven todavía cuando consiguió un pequeño papel en el segmento dirigido por Francis Ford Coppola de la película colectiva Historias de Nueva York. A los 19 años, en 1993, trabajó con Steven Soderbergh, quien en aquella época era un cineasta independiente en ascenso, en El rey de la colina, la película en la que Anderson lo vio por primera vez.
“Fue una de esas entradas con las que inmediatamente sentís: ¡Oh, esta es una estrella de cine! –dijo el director a GQ, recordando cuando vio en el cine, junto con su amigo Owen Wilson, El rey de la colina–. Él sonreía un poco durante toda la película y se lo veía muy relajado. Instantáneamente, él te llama la atención”.
En ese momento, Anderson no había filmado aún su ópera prima, Bottle Rocket (1996), y pasarían muchos años hasta que pudiera trabajar con el actor que tanto lo había impresionado. Mientras tanto, Brody parecía estar siempre cerca de convertirse en esa estrella de cine que había vaticinado Anderson, pero no sucedía. En esos años trabajó con Terence Malick, quien tuvo que cortar parte de su participación en La delgada línea roja (1998) por cuestiones de tiempo, y Spike Lee, quien lo dirigió en S.O.S. verano infernal (1999). Su gran oportunidad llegó poco después, cuando Roman Polanski lo eligió para protagonizar El pianista (2002), donde interpretaría a Władysław Szpilman, un músico sobreviviente del Holocausto. El actor se entregó de lleno a la preparación del papel, abandonando gran parte de sus pertenencias, viviendo en hoteles en Alemania y Polonia. Se dedicó a practicar el piano y bajó de peso al extremo. El sacrificio antes y durante el rodaje, además de la depresión que sufrió luego, tuvo su reconocimiento en forma del Oscar a Mejor Actor. Según ha contado en varias entrevistas, fue difícil encontrar el rumbo de su carrera luego de alcanzar este hito antes de cumplir 30 años.
Sin embargo, Brody siguió trabajando y en ese camino se encontró con Anderson, tal vez el director que mejor sabe aprovechar su estilo de actuación. “Lo extraordinario de poder trabajar con Wes Anderson es que él ha conseguido mantener su propia voz y encontró financistas que lo defienden y distribuidores que están dispuestos a apoyarlo y vender sus películas. Eso es algo maravilloso y cada vez más excepcional”.
En un panorama incierto para el futuro del cine, el actor puede contar con su lugar en ese universo andersoniano al que entró, hace 14 años, corriendo a un tren en marcha.