Un oportuno y necesario rescate de la herejía
Los herejes incomodan. Lo hicieron siempre. En principio se contaban dentro de las religiones. Eran los que cuestionaban los dogmas. Luego se extendieron a todos los ámbitos de la vida humana. Discuten el pensamiento oficial, las creencias establecidas, las ideas naturalizadas que no pueden cuestionarse. Ocurre en la política, en el fútbol, en la literatura, en la música, en el cine, en la gastronomía, en la moda, en la tecnología, en la economía, en todas partes. Cuanto más se cacarea sobre la diversidad, menos espacio hay para la herejía. La cultura de la cancelación, esa novedosa forma de censura e intolerancia nacida al calor de una pandemia de pensamiento correcto y expandida a partir de las redes sociales, es una flamante demostración de que las herejías siguen siendo caminos hacia hogueras simbólicas, lapidaciones reales, silenciamientos, exclusiones y prohibiciones efectivas.
Este fenómeno impulsó al ensayista y jurista español Antonio Pau (Premio de Ensayo y Humanidades Ortega y Gasset en 1998) a escribir su reciente libro Herejes, apasionante y apasionado relato de la vida de veintidós personajes históricos que se atrevieron a cuestionar en diferentes épocas las verdades reveladas y los pensamientos únicos. Allí están, entre otros, el Maestro Eckhart, la mística María Jesús de Agreda (autora de La mística ciudad de Dios, libro prohibido), Janet Horn, acusada de bruja que, desafiante, se calentaba las manos en la misma hoguera en que era quemada, Toledo Isabel de la Cruz, condenada a reclusión perpetua por hablar y adoctrinar “siendo mujer e iletrada” o el predicador Pedro Valdo, excomulgado por cumplir al pie de la letra su voto de pobreza. “En una época como la nuestra, en que hay temor de expresar lo que se salga del pensamiento único y en que la conducta se procura mantener en el cauce de lo políticamente correcto, los herejes son un auténtico modelo de comportamiento social”, afirma Pau, que se define católico y reafirma su compromiso por conocer y respetar el pensamiento de aquellos con quienes no concuerda.
En tiempos de acentuado relativismo moral, de pensamiento banal y oportunista, en que la pereza mental lleva a unirse a manadas y a dejar de pensar por cuenta propia, Pau se interesó en los herejes porque, según afirma, “tuvieron el valor de decir lo que pensaban y de morir por sus ideas y no se traicionaron a sí mismos. Son un modelo de conducta para nuestro tiempo. Hoy más que nunca necesitamos disidentes, gente con criterio propio y con la valentía de defenderlo en un contexto complicado”. El pensamiento se desarrolla, enriquece y avanza cuando hay voces discordantes que exigen argumentar en lugar de repetir en piloto automático las consignas de otros. Y una voz discordante no tiene que ser, como se suele confundir, una voz agresiva, insultante. Tampoco hay que tomar herejía como sinónimo de transgresión. Hoy la transgresión es una suerte de moda que convertida en un modo de pensamiento único. Cuando la anomia, como ocurre en nuestra sociedad, es tendencia dominante, los verdaderos herejes son los que respetan normas de convivencia, escuchan pensamientos ajenos y opuestos, debaten sin insultar, exponen sus ideas con fundamentos sostenidos en la reflexión, la duda, la investigación. Responden, en fin, a las características que siempre distinguieron a los herejes. Es decir, atreverse a salir de la correntada de dogmas y slogans, vivir una vida elegida a partir de un sentido, no dormirse apañados en la falsa seguridad de la masa, de la multitud, de la pertenencia a cualquier precio (incluido el de la propia identidad). Ya en la primera mitad del siglo veinte el escritor y editor estadounidense Bruce Calvert (1867-1940), que en 1908 había fundado Open Road, un mensuario dedicado a ideas que cuestionaban el pensamiento rígido, decía: “Creer es más fácil que pensar, de ahí que haya tantos más creyentes que pensadores”. Amén.