“Mi montón de leña” es un proyecto intimista que aborda el fotógrafo Eugenio Mazzinghi con su núcleo más cercano, una familia de 11 hermanos, con imágenes que registró entre 2003 y 2015, y que puede visitarse en FOLA hasta el 1º de enero
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Un tocón prendido a la tierra como una garra. Una familia haciendo scrum cerca de un pino. Una sábana velando la luz natural en una habitación de sábanas revueltas. El crucifijo sobre la cabecera de una cama matrimonial en un dormitorio antiguo y pulcro. Un chico solo en un mar de hojas secas, a la sombra de los dedos raquíticos de un bosque en invierno. Un Blair Witch bonaerense. El patriarca de rodillas alimentando el fuego, la niña y los abuelos durmiendo al sol como en un fotograma de Alexander Payne, nuestro Nebraska, el asfalto del pueblo mojado y un chico descalzo, de espaldas, los cigarrillos de noche en la sobremesa o un poco más tarde, cuando las criaturas duermen y las voces adultas se vuelven secretas, corridas unos tonos por efecto del alcohol, las horas bajas en que el pasado envuelve la casa como una piel de fantasma. La dicha y la desgracia, lo que compartimos y lo que ya nos cuesta narrar porque es mucho y está todo ahí, en cada detalle de lo que somos.
Cualquiera que haya visto a Eugenio Mazzinghi trabajar con una cámara sabe que lo que se produce ahí es una especie de trance. La combustión de esos dos elementos –Mazzinghi y su herramienta– transforma el entorno con una energía pasmosa, y todo lo que está del otro lado de la lente –materia, luz, movimiento– queda a merced de ese raro maestro del caos y la belleza. Ese es el Mazzinghi profesional e implacable, el de los retratos icónicos, el que contratan las editoriales para sus portadas y las agencias para sus campañas. El Mazzinghi de Mi montón de leña es otra clase de animal. Una criatura que observa en silencio y congela instantes. No produce: capta. Esos gestos de felicidad, tedio, amor y melancolía componen una poética de lo doméstico que se aleja del costumbrismo para abrazar el extrañamiento del retiro, del limbo vacacional, ese período en que las relaciones se vuelven transparentes y la perspectiva del tiempo se trastoca.
Una familia es un refugio y un campo de batalla, un vergel y un atolón nuclear. Las fotos que atesoran nuestras madres en una caja, o las que flotarán en el reel gaseoso de nuestro archivo del futuro, no cuentan demasiado de eso que fuimos. Proponen un orden antojadizo que nos ayuda a recrear una versión de nuestras vidas. Mi montón de leña es un álbum familiar pero también es un ensayo sobre la naturaleza y la humanidad, sobre los vínculos y lo que habita entre las paredes de una casa vieja, sobre la intimidad y la evasión. Habla de lo que quemamos, lo que perdimos para siempre y lo que permanece.
Texto: Pablo Plotkin