Desde antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando alcanzaron un éxito inesperado, tuvieron usos y significados diferentes. Creadas desde el punto de vista masculino, ayudaron a romper mitos sobre la sexualidad femenina
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Durante la Segunda Guerra Mundial, las ilustraciones de chicas pin-up –mujeres con poca ropa y actitud pícara– eran tan populares que hasta los bombarderos estadounidenses llevaban una en el frente del fuselaje. En trajes de baño o ropa militar, con camisas atadas a la cintura o polleras al viento, y hasta en ropa interior, estas imágenes sensuales y a la vez ingenuas adornaban también los talleres de autos y las tiendas de campaña.
“Era una época en que las mujeres tenían más y mostraban menos”, apunta Dian Hanson, editora de la colección Sexy Arts de Taschen, en The Art of Pin-up, un libro que ella compiló y que acaba de lanzar la editorial con un recuento histórico y capítulos dedicados a los diez autores más destacados del género, entre ellos, Gil Elvgren, George Petty y el peruano Alberto Vargas. Si bien el término pin-up –”fijar con tachuelas”– se acuñó en 1941, las primeras creaciones de este tipo aparecieron hacia 1886 en revistas francesas, de la mano de Jules Chéret –conocido como el padre del póster moderno–, y en 1895, en los Estados Unidos. Entonces, Charles Dana, un dibujante de la revista Life, creó a la Gibson Girl, una fémina desenvuelta que encarnaba el espíritu de la nueva mujer que estaba naciendo. Dana la delineó jugando al tenis o andando a caballo o en bici.
Eran los años dorados de la ilustración. La bicicleta había sido la gran conquista femenina –una mujer ya no necesitaba de un hombre para ir de un lugar a otro– y la lucha por el sufragio femenino en los EE.UU. estaba en marcha. Los vestidos y corsets fueron reemplazados por ropa más cómoda y también más reveladora, que marcaba, por ejemplo, las piernas, antes ocultas bajo capas de tela. “Al intentar ganarse un lugar en un mundo de hombres, las mujeres los liberaron para que estos las miraran y las apreciaran de una forma más apasionante”, escribe Hanson.
Paradójicamente, las pin-ups, símbolos sexuales creados desde el punto de vista masculino –sin connotación pornógrafica: su sex-appeal es natural y su lencería suele quedar expuesta por accidente– son una representación del feminismo, al haber animado a las mujeres a liberarse de las normas impuestas. Actualmente, según académicas como Maria Elena Buszek, de la Universidad de Colorado, se las considera “una reivindicación de la sexualidad femenina”.
La imagen de estas chicas –que aparecían en situaciones domésticas, aunque siempre con cierto descaro– se utilizó para reclutar soldados en la Primera Guerra Mundial, cuando el concepto de propaganda, para exaltar el patriotismo o atacar al enemigo, se había establecido. “Caramba. Ojalá fuera un hombre, me uniría a la Armada”, decía una pin-up vestida como marinera. “Sé un hombre y hazlo”, concluía. Posters por el estilo se clavaban en las paredes.
A lo largo del tiempo, las pin-ups han tenido diferentes propósitos. En la Segunda Guerra levantaban la moral de las tropas. “Les recordaban a los hombres qué les esperaba en casa, las mujeres por las que ellos estaban luchando, y eso les estimulaba a luchar con más fuerza. Pero, de forma encubierta, se proporcionaban como estímulo sexual, ya que durante la Primera Guerra se perdieron más combatientes por enfermedades venéreas que por las balas”, le dice Hanson a LA NACION revista. “Una pin-up podía inspirar la masturbación, en vez de una noche en un prostíbulo, y por tanto, servir para que el Departamento de Guerra mantuviera a los hombres saludables”, agrega.
Si bien, muchas modelos eran anónimas, estrellas como Ava Gardner, Betty Grable, Hedy Lamarr, Rita Hayworth y Jane Russell posaron para este tipo de ilustraciones, conocidas también como Glamour Art, Good Girl Art y Pretty Girl Art”. Para hacerse una idea del impacto: los estudios de Hollywood enviaron tres millones de copias a sus soldados, en el extranjero, del típico afiche de Grable en traje de baño, de espaldas y con la barbilla apoyada en un hombro, mientras miraba hacia atrás. Y compañías como Brown & Bigelow hicieron lo propio con calendarios que Rolf Armstrong, Gil Elvgren –considerado el mejor dibujante de pin-ups que ha existido–, Earl Moran y Zoë Mozert diseñaban. Las pin-ups adornaban los casilleros de los reclutas, y las paredes y los techos de los camarotes, los barcos y los submarinos militares.
A juicio de Hanson, el efecto “más duradero” de dibujos que estampaban, además de afiches y calendarios, postales y revistas, fue introducir el concepto de que “el sexo vende”. “La división de propaganda del departamento de los Estados Unidos, llamada el Consejo de Publicidad de Guerra, había aprendido que una chica linda podia vender un producto, tanto a los hombres como a las mujeres, y cuando se rebautizó como Consejo de Publicidad, después de la guerra, continuó usando chicas guapas y ligeras de ropa para ganar dinero”, subraya.
En la década del 50, Marilyn Monroe y Bettie Page –apodada La reina de las pin-ups– marcaron el tránsito de la ilustración a la fotografía. Hugh Hefner, el legendario creador de la revista Playboy, que era fan de las pin-ups y había trabajado como caricaturista en Esquire, lanzó su famosa revista, en 1953. Esta incluía la foto de Marilyn desnuda con un fondo de terciopelo rojo. El éxito fue tal, que se vendieron 52 mil ejemplares de un tirón. Dos años después, Monroe protagonizó La comezón del séptimo año, en que Billy Wilder la inmortalizó con la vaporosa escena del vestido sobre la ventilación del subte de Nueva York, muy a la usanza de Art Frahm, ilustrador cuyas “damas en apuros” sufrían el rigor del viento y hasta terminaban con las bombachas en el piso.
Con su flequillo distintivo, portaligas explosivos y tacones de 15 centímetros, Page fue la primera modelo “bondage” y la pin-up más fotografiada. “Ninguna estrella de este género existió antes que ella. Monroe tuvo predecesoras (en el cine), Bettie, no”, dijo Olivia De Berardinis, una de las reconocidas dibujantes femeninas de Playboy y retratista de Page, a la que ha dedicado diferentes series, entre ellas, un mazo de cartas.
La producción local
El primer contacto con el universo pin-up de Horacio Altuna, creador de El Loco Chávez y El Nene Montanaro, y autor de Voyeur, historietas eróticas para Playboy, fue “probablemente” a través de fotos de Bettie Page, de principios de los 50. ¿Qué desafíos plantea hacer ilustraciones pin-up? “A mí me gusta dibujar figuras humanas... Dibujar mujeres atractivas tiene algo de desafío por encontrar un tipo de belleza que agrade incluso a otras mujeres. Es indispensable que esos dibujos correspondan al canon que se tiene sobre lo que es una mujer hermosa”, responde. Y se declara admirador de Gil Elvgren. “Clásico y de muy buen gusto, sus trabajos no son provocativos, tienen un punto de picaresca ingenua, inocente”, opina.
Para Marcelo Sosa, dibujante para Marvel Comics y Sqp Inc., editorial estadounidense que publica pin-ups, “el encanto de las chicas pin-up radica no solo en la sensualidad y la seducción, sino en la fortaleza y la seguridad que emanan y, por cierto, es una imagen que deslumbra por sí sola. ‘Qué me pongo, cómo me comporto, cómo me muevo, cómo elijo lo que quiero, se resume en la libertad de elección, en la actitud que, en este caso, nos mostraban las chicas de calendario. Bettie Page, Betty Boop, Jessica Rabbit, las fotos y afiches de las películas de nuestra Coca Sarli son pin-ups”.
Tras un declive, en los 60, porque la liberación sexual introdujo desnudos más deshinibidos, el género pin-up, con sus cinturas de avispa, labios rojos y curvas voluptuosas, ha sido rescatado en los cómics, la moda, las películas y los tatuajes. En la actualidad, el culto estético a este estilo incluye a mujeres como Dita Von Teese y Kate Perry.
Mientras Altuna cree que el formato pin-up está fuera de uso y es algo para nostálgicos, sobre todo por la variedad erótica que ofrece internet, Sosa, en cambio, plantea que la vigencia de las pin-ups “siempre estuvo, tal vez un poco más acotada a ciertos sectores y grupos en sus orígenes”. Y que hoy, “cuando la mujer ocupa el lugar que le corresponde en la sociedad, la actitud y el estilo pin-up es algo más habitual: el desenfado, la libertad de elección de la estética, las posturas, que comenzaban a vislumbrarse en los comienzos del género, están incorporadas culturalmente”.
Según la editora Hanson, las ilustraciones pin-up eran vistas antes como algo “frívolo” –porque buscaban entretener a los hombres– y no como arte, “aún cuando muchos originales eran pinturas que tenían un valor en sí mismas”. Por lo visto, es algo que ha cambiado. “Por pertenecer a la categoría de arte de la ilustración, trabajo por encargo, no son la inspiración profunda del artista, pero en los últimos 25 años han perdido su estigma y su valor, en dinero y en apreciación, ha aumentado. Ahora podemos reconocer el talento que hay detrás de la ilustración de alta calidad y llamarlo arte”.
Es algo que se nota igualmente en la edición de libros como The Art of Pin-up –”cuya bella producción aumenta definitivamente el respeto por esta forma de arte y estimula a la gente a comprarlo y exhibirlo sin sentirse como filisteos”– y en las diferentes exposiciones que se han montado en el siglo XXI.
Los remates también son parte de una revaloración del género. “Heritage Auctions, de Dallas (Texas), ha vendido casi 15 mil piezas de arte pin-up y ha conseguido los precios más altos, con un óleo de Gil Elvgren que alcanzó los US$ 286.800. Sus subastas continuas son el mejor lugar para los aficionados”, detalla Hanson, que es seguidora de Enoch Bolles, uno de los primeros ilustradores pin-up. “Él precedió a lo que se denominó mayonnaise school (escuela mayonesa), donde los artistas usaban pinturas gruesas y trazos rápidos. Sus mujeres parecen moldeadas en porcelana brillante, con una piel perfectamente lisa. Tenían caras de muñecas, pero eran como burlonas, seguras de sí mismas e independientes. Iban vestidas con telas brillantes difíciles de identificar, a menudo con brillo metálico y calzados elaborados con mucho detalle. Bolles sufría de una enfermedad mental y su enfermedad avanzó a medida que sus mujeres se volvían más burlescas, reflejando sus demonios internos. Era un artista fascinante”.
A Sosa, además de los tres grandes del pin-up estadounidense –Elvgren, Petty y Vargas– y Altuna, lo han deslumbrado Milo Manara, Brian Miroglio, Ignacio Noé, (Paolo) Serpieri, Hajime Sorayama, Dave Stevens y Kevin Taylor. Y antes de que se acuñara el término, “Alfons Mucha pintaba unos pin-ups increíbles”.
Según dice, la figura femenina es “una fuente de inspiración hermosa e inagotable, ¡adoro dibujar mujeres! Todo te puede inspirar a la hora de crear y diseñar, pero la mujer, y particularmente las pin-ups, tienen un plus: te permiten contar desde el diseño, la gestualidad y la expresión”.
En tanto, al público, inmerso en la era de las pantallas y la hipersexualización, las pin-ups –provocativas, pero no gráficas–, les recuerdan que sugerir también es un arte.