Tirar manteca al techo. El playboy porteño millonario que todos querían en sus fiestas y que, sin saberlo, creó una frase legendaria
La historia de Macoco de Álzaga Unzué, un deportista y aventurero que inspiró el “Gran Gatsby”, llega a Netflix
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París, Nueva York, Londres, Venecia, Biarritz, Montecarlo y, por supuesto, Buenos Aires fueron los escenarios de sus aventuras. En las principales ciudades del mundo Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué, conocido como Macoco, se movía como pez en el agua. Nobles, estrellas de cine y los personajes más importantes de principios de siglo XX lo recibían en palacios y mansiones, y lo invitaban a los más lujosos eventos de la época.
Simpático, carismático, intrépido, aventurero y ocurrente, era el arquetipo de playboy, palabra hoy en desuso que tal vez se reemplazaría por socialité. Deportista consumado -fue campeón de automovilismo- y millonario, era además un seductor nato, al que todos querían en sus fiestas. Y las mujeres caían rendidas a sus pies.
Cuenta Roberto Alifano en su libro Tirando manteca al techo, que Scott Fitzgerald se inspiró en el millonario argentino para el personaje de El Gran Gatsby. Álzaga Unzué había nacido en Mar del Plata, el 25 de enero de 1901, y fue uno de los ocho hijos del matrimonio formado por Félix de Álzaga y Ángela Unzué. Su hermano, Félix Saturnino Piruco de Álzaga Unzué fue quien mandó construir, en Cerrito entre Posadas y Avenida Alvear, una mansión como regalo de casamiento para Elena Peña Unzué, donde vivirían sin descendencia hasta el final de sus días. Hoy es La Mansión de Four Seasons Hotel Buenos Aires. La infancia de Macoco, con institutrices inglesas y francesas y, más tarde, su paso por un prestigioso colegio en Inglaterra, le permitió dominar esos idiomas a la perfección.
En los primeros años del siglo XX nada faltaba, el progreso parecía no detenerse y todo estaba por venir. En la Argentina y en el mundo se vivía un clima de opulencia y de disfrute. Los autos eran una creación nueva que no había adquirido aún masividad, faltaba poco para que los primeros aviones volaran en el país y nacían las primeras generaciones de argentinos que disfrutaban de la luz eléctrica.
“A Macoco le tocó, sobre todo en su infancia, vivir en una época de esplendor, los años dorados de la Belle Époque, que se terminaron en 1914 con la llegada de la Primera Guerra Mundial. Fue una situación en las principales capitales del mundo en la que la prosperidad generó grandes cambios. Cuando nació Macoco ya teníamos un ferrocarril muy evolucionado. También evolucionaron las comunicaciones telefónicas, el telégrafo, la bicicleta. Fue la época de los paseos por los parques -principalmente el Parque Tres de Febrero, en Palermo-, de las construcciones llevadas adelante por arquitectos franceses, italianos, alemanes y belgas. Los arquitectos estaban generando un nuevo cambio muy importante en la ciudad, con los palacios y las grandes casonas. Las principales familias contrataban chefs y traían jardineros de Europa y chauffeurs -pronunciado intencionalmente en francés-. Cuando nació Macoco comenzó el auge del automóvil y fue un gran cambio. Cuando uno compraba un auto venía con chauffeur incluido para manejarlo. No solo lo manejaban, sino que eran mecánicos, sabían cómo arreglarlos”, describe el historiador Daniel Balmaceda, que en noviembre presentará su nuevo libro Historias de la Belle Époque argentina.
En ese período de la historia “llegó la electricidad, se estiró la noche y se alargaron los tiempos. Se instauró el ocio, se multiplicó la oferta del entretenimiento, nació el cine, aparecieron los parques para los paseos y las diversiones, se generalizaron los deportes (la autonomía que ofrecía el ciclismo fue determinante), los viajes y el turismo. El mundo se achicó por la revolución del transporte y las comunicaciones”, detalla Balmaceda en un tramo de la introducción de su libro de próximo lanzamiento.
El historiador cuenta que los paseos a Palermo se hacían en bicicleta. También a caballo y cacerías de zorro. “Eran típicos paseos de amazonas, de chicas que iban a andar por Palermo”, afirma. Todavía el avión no había llegado. “Los aviones son de la época de la infancia de Macoco. Seguramente como niño pudo ver en 1910 los primeros aviones que volaron en cielo argentino y se debe haber identificado con Jorge Newbery, un multideportista que murió en 1914. Era aviador, boxeador, manejaba automóviles. El ingeniero Newbery era muy completo”, asegura Balmaceda.
De hecho, Alifano cuenta en su libro que, en 1907, un Macoco niño presenció los preparativos para la partida del Pampero, un globo que Aarón de Anchorena Castellanos había traído al país para realizar el primer vuelo tripulado sobre el Río de la Plata. Ante la negativa del técnico francés encargado de participar del vuelo, por cuestiones justamente técnicas, Macoco se ofreció a acompañar a Anchorena, para sorpresa y negativa de los presentes. En esa ocasión conoció a Jorge Newbery quien, finalmente fue parte de la expedición, junto a Aarón de Anchorena Castellanos. “La multiplicación de la electricidad es también de esa época. Los padres de Macoco vivieron su infancia con iluminación a gas. Macoco ya conoció la electricidad. Todo apuntaba a ganar tiempo, distancia y todo lo que se fabricaba tenía ese fin, que el hombre venciera obstáculos a través de la mecánica y de la ingeniería”, reflexiona Balmaceda.
Los años en los que Macoco se crió y creció el mundo era otro. Producto de su época, sin embargo, desde chico rompió el molde. En su infancia dio trabajo, dada su naturaleza inquieta y pícara, que lo llevó de un colegio a otro hasta que sus padres, empeñados en que recibiera la mejor formación, decidieron mandarlo a estudiar a Europa. Fue así que Macoco estudió en el prestigioso y exclusivo colegio Eton, en Inglaterra. No debió parecer extraño entonces, ya que las familias pasaban largas temporadas en el viejo continente. Generalmente huían del invierno, pero, a veces, las estadías se extendían dos o tres años. “La posibilidad que ofrecía el campo, sobre todo la exportación de carne a partir de los barcos frigoríficos, hizo que los terratenientes argentinos se manejaran con una economía que hacía que en Europa se utilizara la frase ‘vale más que un argentino’, es decir que vale mucho”, señala Balmaceda.
Ya de grande, la pasión de Macoco de Álzaga Unzué fueron los autos. Participó varias veces de las competencias de Monza, en 1923 compitió en las 500 Millas de Indianápolis y, en 1924, ganó el Grand Prix de Marsella, convirtiéndose en el primer argentino en obtener un título mundial. “¿Qué descubrió primero, las mujeres o los autos?”, indagó Alfredo Serra en su visita a un Macoco ya maduro. “Corrieron parejos. Pero los autos fueron mi locura. Sin un volante en las manos me sentía muerto. Era parte de mi cuerpo”, respondió sin vacilar.
La personalidad expansiva y curiosa de Macoco lo diferenció de entre los hombres de su generación. La Belle Époque y los años locos de la década del 20 eran tiempos de bonanza en los que el mundo no reparaba en gastos. Cuando la Argentina era el granero del mundo y el mundo bailaba al ritmo del viento a favor, todo era abundancia y fiesta. En un momento de altos niveles de consumo, el derroche, producto de la sensación de que los bienes no tendrían fin, era habitual. Y tirar manteca al techo, como expresión de gastar sin límite, no era la excepción sino lo común. Pero fue Macoco de Álzaga Unzué, justamente, quien acuñó el término, tirando manteca al techo en el famoso restaurant parisino Maxim’s. La famosa broma consistía en “tirar, usando una cuchara como catapulta, manteca al techo en los restaurants y cabarets donde se comía. Esa manteca, al terminar de derretirse, terminaba cayendo encima de alguna persona. Esa forma de derroche era vista como de mal gusto por la sociedad parisina. Pero era también un ejemplo de que el argentino no tenía problemas en derrochar porque todo le sobraba”, explica Balmaceda. Por supuesto, al terminar la comida, llegaba la cuenta que incluía el arreglo del techo.
Fiestas y cenas elegantes eran algo habitual y por eso las mansiones que se edificaron por esos años cuentan con grandes salones de recepción. El famoso suceso con la manteca se dio en el célebre restaurant parisino ya que más allá de las reuniones privadas, “la época de Macoco es la época de los restaurants y del menú en francés, que era una forma de universalizarlo en el mundo. Era un menú de platos muy elaborados. Una comida muy importante de esa época tenía doce pasos, entre los que se podía destacar, alrededor del séptimo paso, el famoso helado con champagne, que era una manera de cortar todo lo que se venía comiendo y de limpiar el estómago para después seguir comiendo. Los vinos alemanes, del Rhin, y los franceses, sobre todo los espumantes, eran de consumo habitual en ese tiempo”, reseña el historiador.
De un lado o del otro del océano, las andanzas de Macoco eran famosas. Cuenta Alifano que, con sus amigos, cerraban los cabarets para ellos. Una de esas noches, se acercó el mozo con el champagne de siempre. “No, no voy a tomar ninguna clase de champagne. Hoy quiero una bebida con gas; tráeme una Bolita, pibe”, lanzó Macoco. “Esa bebida no la trabajamos, niño”, respondió el mozo. “Bueno, entonces traéme una caja de champagne Cordon Rouge. Ah, y el tacho que usan para enfriarlo”, retrucó y ordenó vaciar el champagne adentro del balde con hielo, donde metió los pies sin medias. “La gaseosa me la conseguís donde sea. A partir de ahora esa bebida la empiezan a tener aquí. Yo, hoy quiero tomar una Bolita y con el champagne me voy a lavar las patas”, revive el diálogo Alifano. Después, por supuesto, el millonario corría con los gastos de todo. En algunas de esas largas noches, se iba con su grupo a tomar leche fresca extraída directamente de una vaca en Palermo.
Para las noches de juerga, Macoco y sus amigos tenían un bufón que era conocido por todos. “El Negro Raúl era un personaje, un hijo de esclavos o de libertos, de fines del siglo XIX. Se llamaba Raúl Grijera. Se enganchó con la gente de clase alta que lo tenía como un bufón. Se hizo famoso en todo Buenos Aires. Empezó a trabajar en los studs de los hipódromos. Un día lo metieron en un baúl y lo mandaron a Mar del Plata. Macoco de Álzaga era uno de sus amigos. Eran los tiempos de juventud. Cuando esta gente entró en años se terminó esa vida de locura y Raúl terminó como un mendigo. Muchas veces lo daban por muerto y aparecían las necrologías en el diario. También se decía que vivía en la esquina de Córdoba y Esmeralda. Finalmente murió. Durante su existencia le ponían un frac y andaba así por Florida”, cuenta el historiador Leonel Contreras.
En su libro Buenos Aires: leyendas porteñas, Contreras cuenta que en los studs de los hipódromos el Negro Raúl conoció a “Bernardo Duggan, María Celina Aguirre, Ernesto Victorica, Macoco Álzaga Unzué y otros; de quienes se volvió bufón. Con el color de su piel, sus payasadas, su risa perpetua, sus preparados gestos de chimpancé y sus muecas, tarda poco en popularizarse entre los jóvenes, casi todos estudiantes que acompañan a sus padres turfmen del momento. El negro, en su ya aceptado carácter de bufón, se torna indispensable en esas tardes. Incluso hay quien pregunta si va a estar Raúl para decidir su concurrencia”, narra. Alifano en su libro pone en labios de Macoco que, en la noche de bodas de un amigo, “los novios abrieron el baúl del automóvil para retirar el equipaje y se encontraron con el Negro Raúl completamente desnudo, oliendo a vino y a otras cosas”.
Macoco se asumía como el último playboy nacional e internacional a fines de los 60, cuando el periodista Alfredo Serra buscó y encontró por la calle Peña el departamento donde le dijeron que vivía Álzaga Unzué en ese momento. La entrevista salió publicada en Infobae, el 16 de mayo de 2019, años después de que falleciera Macoco. “¿Qué se necesita para ser un playboy?”, disparó Serra. A lo que Macoco respondió “tener mucha plata, cultura, amistades, simpatía, decencia y mundo. Y viajar: algo imprescindible”. Y, ¿cómo marcaba él la diferencia? “Un playboy no es tal hasta que participe de un safari africano y pegué una vuelta al mundo en el yate de un príncipe hindú”.
Si algo le sobraba a Macoco era educación, cultura y mundo. Serra describió su estampa, 15 años antes de su muerte: “No era el galán engominado, con raya al medio, de los años locos, los 20, pero sobrevivían en él sus ojos celestes, fino remate de ese metro ochenta que -con tres fortunas de por medio que pulverizó en tres toques de magia- lo erigieron en Rey de París. Lo envolvía una bata de seda azul con pintas blancas: un clásico de ayer”.
Las aventuras de Macoco parecían no tener fin y su vida parece incluir varias vidas para ser contadas en una serie o en una película. De hecho, Netflix ya reservó los derechos cinematográficos del libro de Roberto Alifano, que se editó en España por la editorial Renacimiento. Entre los acontecimientos dignos de narrar, se sabe que el millonario tuvo un cabaret de lujo en Nueva York, The Bath Club. “Superlujo puro. Bar giratorio: de un lado, despacho de bebidas y del otro, con solo apretar un botón, espejos y bailarinas. Lo hicimos así para eludir la Ley Seca y funcionó hasta 1928. Tuvimos que cerrar por problemas con los pistoleros locales. Una noche nos destrozaron el local porque nos negamos a comprarles su asquerosa bebida”, recordó Macoco en su entrevista con el periodista Serra.
Según narra Roberto Alifano, hasta llegó a asociarse a Al Capone para abrir la boite Morocco, decorada con la colaboración de la pintora art déco Tamara de Lempicka, con tapizados realizados con pieles de cebras, traídas por el mismo Macoco de sus expediciones por eÁfrica. Howard Hughes lo invitó a entrar en el negocio del cine, “en el financiamiento de aspirantes a actrices”, agrega Alifano.
Además, conoció a Aristóteles Onassis cuando el griego vendía cigarros en la esquina porteña de Reconquista y Rivadavia. El destino volvió a encontrarlos cuando Onassis ya había amasado su fortuna. Sucedió en Italia, en el Hotel Excelsior, de Roma, donde Onassis llegó a proponerle un negocio que duró un tiempo. “Terminada la Segunda Gran Guerra, Aristóteles Onassis te propuso seguir a su lado con otros negocios, pero en tus planes nunca estuvieron los negocios, menos los negocios espurios”, añade Alifano en tono coloquial, como si se tratara de una conversación con el propio Álzaga Unzué.
Durante la Segunda Guerra Mundial, estando allí durante la ocupación de París, Macoco conoció a Charles de Gaulle y fue invitado a colaborar como espía, al servicio de la resistencia. Más tarde, ya en la década del 60, en una visita de de Gaulle a Buenos Aires, Macoco de Álzaga fue recibido en la embajada de Francia para ser condecorado con la Médaille Militaire, el honor más alto que Francia otorga a un extranjero por haber servido al país.
Las mujeres fueron una debilidad para Macoco y hubo romances y también rumores, sin saber exactamente dónde empezaron y terminaron unos y otros. Rita Hayworth, Claudette Colbert, Dolores del Río, Carmen Miranda, Greta Garbo y Ginger Rogers fueron algunas de sus célebres conquistas. Sin embargo, el gran conquistador llegó a formalizar dos veces: dio el sí por primera vez con la norteamericana Gwendolyn Robinson, con quien tuvo una única hija, Sally. Después de ocho años el matrimonio fracasó y Macoco volvió a reincidir, a los 40, con la modelo norteamericana Kay Williams, quien, una vez terminada la relación con el argentino, se casaría con Clark Gable. En realidad, los planes de la familia de Macoco habían sido otros. Ya estaba todo conversado para que la elegida fuera su prima Bebita Anchorena. Entonces, se arregló un viaje a Europa, junto a una tía chaperona, para que la pareja se conociera más. Pero el escándalo se armó cuando, lejos de prestarle atención a su futura prometida, el galán criollo conquistó a la cantante del barco, lo que derivó en la ruptura de la pareja, antes de formalizar.
Si bien sus últimos años los pasó en Buenos Aires, donde murió en 1982, Macoco tuvo casas en distintas partes del mundo. Hasta tuvo una mansión en Beverly Hills, donde invitaba a todas las estrellas del Hollywood de oro y a las celebridades de la época: Olivia de Havilland, Tyrone Power, Bing Crosby, Frank Sinatra, Alfred Hitchcock, Groucho Marx, Saint Exupéry, Luis Angel Firpo, Carlos Gardel, Gina Lollobrigida, Errol Flynn… Cuenta Roberto Alifano que Macoco tenía en Los Ángeles un velero adonde invitó a navegar a Errol Flynn, quien quedó cautivado por la embarcación y quiso comprarla. “No está a la venta, pero te lo regalo”, soltó el argentino que, como otros personajes de su generación, era muy desprendido.
¿Más anécdotas? Su fama de conquistador y los contactos que tenía en el mundo provocaron un encuentro que Macoco nunca hubiera pensado tener: con Juan Domingo Perón. Era presidente cuando mandó a llamar a Álzaga Unzué para una charla en la residencia presidencial: allí el líder popular le encomendó al deportista y bon vivant que desplegara sus contactos para traer a Ginger Rogers, a quien el general quería conocer. Así, la actriz norteamericana llegó al país como invitada de honor del Presidente de la República, gracias a los oficios de Macoco. En los años 50, Perón volvió a recurrir a Macoco para pedirle, esta vez, sus gestiones para traer a Brigitte Bardot, a quien el argentino no conocía y, aunque se embarcó en la misión, no logró conseguir el viaje de la actriz francesa. Ya de vuelta, se encontró en Buenos Aires con el golpe que había derrocado a Perón.
Las crisis económicas mundiales y nacionales, la estafa, por varios millones, de un administrador de las miles de hectáreas heredadas y, por supuesto, el nivel de gastos que no disminuía mermaron los ingresos del último playboy internacional. Sus últimos años en Buenos Aires los pasó rodeado de sus gatos y las idas y vueltas a Europa eran cosa del pasado, quizás de otra vida. Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué murió el 15 de noviembre de 1982, a los 81 años.