Superación personal. Perdió el trabajo en la pandemia, estudió peluquería y abrió un salón de belleza en el barrio 31
Paola Suares, de 30 años, pudo dejar atrás una dura historia que incluía violencia de género y, gracias a un programa de formación en peluquería y maquillaje cumplió el sueño del salón propio
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Sola, con un hijo y un pasado difícil, Paola Suares se encontró sin trabajo en medio de la pandemia. Sacó entonces a relucir su fuerza interior y su capacitación en el rubro de sus sueños, la peluquería, y abrió un salón en el barrio 31, donde, a pesar de sus temores, en pocos meses cosechó un gran éxito.
Cuando la voluntad, el empuje y los deseos corren las barreras y mueven los obstáculos, queda demostrado que las circunstancias adversas de la vida no definen a las personas ni a sus destinos. Un ejemplo de eso es Paola Suares, una jujeña de treinta años, que hace veinte vive en el barrio 31 y pasó por situaciones que la podrían haber arrojado a la marginalidad. Su temple y una personalidad tal vez más fuerte de lo que ella percibe la ayudaron a sortear la violencia de género ejercida primero por su padrastro y más tarde por su expareja. Y a perseguir y alcanzar su sueño: formarse como peluquera para hoy tener su propio salón, surgido en plena pandemia. “En diciembre de 2019 compré un lavacabezas para atender en mi casa. Pero seguía trabajando de camarera. Nos agarró la pandemia y en noviembre de 2020 me echaron oficialmente. La empresa quebró y nos echaron a todos. Con una compañera de la secundaria que se había capacitado en uñas alquilamos un local. Yo tenía miedo de no poder pagar el alquiler. Llegamos a diciembre y llegaron las fiestas y trabajamos muy bien. Ni yo lo podía creer. Yo atendía una sola persona a la vez. Y cuando me di cuenta, ya estaba atendiendo a tres personas juntas”, cuenta Paola.
Sobre sus espaldas cargaba un pasado complicado que podría haberla hundido. Un padrastro violento motivó que a los quince años Paola Suares se fuera de su casa. A los dieciocho, un prematuro ACV puso a prueba su carácter. Había perdido la capacidad de leer y de escribir y necesitó tratamiento para recuperarlos. Lo logró, y en su paso como camarera en Aeroparque sumó conocimientos de inglés. “Por suerte no me quedaron secuelas. Veo perfecto. En el momento en que me agarró el ACV había perdido la vista”, agrega. Además, estaba en pareja con un hombre, una vez más, violento. “Cuando me fui de mi casa me junté con el que fue mi pareja hasta los 24 años y era lo mismo. Yo no me daba cuenta. Capaz que era porque me quería ir de mi casa”, reflexiona.
Por su cabeza corrían sueños alejados de su trabajo de camarera. Coqueta, se imaginaba al frente de un salón de belleza. Pero sus apremios económicos no le permitían ni siquiera terminar un curso de peluquería. “No tenía tiempo para cursos y tampoco me alcanzaba el dinero. Llegaba a pagar la cuota y los materiales. Pero después me pedían que comprara más materiales y ya no me alcanzaba”, recuerda.
Paola siempre habla con una sonrisa en los labios. En su relato no hay militancia ni palabras que denoten ideología. Sin embargo, su vida es un testimonio de todo lo que se puede lograr cuando se persigue un objetivo. No le gusta victimizarse porque no se siente una víctima: tiene en sus manos las riendas de su vida y lo sabe. Tampoco habla con odio ni con rencor cuando sale el tema de la violencia por parte de su padrastro y, más tarde, de su expareja. Lo menciona porque es parte de su vida. “No me gusta mucho contar el tema de la violencia, pero a veces siento que es necesario. Haberlo pasado no es el fin del mundo. Yo, gracias a Dios, estoy bien. Me voy de vacaciones, puedo salir a comer adonde quiero. Mi sueldo lo produzco yo. El sueldo de las chicas que trabajan en el salón lo produzco yo. Es todo mío. No me ayuda ni mi mamá ni mi papá. Yo creo que cualquiera puede sola. No me gusta dar lástima, pero a veces siento que es necesario incentivar a las chicas. Yo, cuando me separé, me fui de casa y empecé de nuevo. Mi casa de ahora es chiquita, pero tiene todo. La verdad, no me puedo quejar”, se sincera. Se la siente agradecida con la vida.
Todo por un sueño
Transcurría 2019 y nadie se imaginaba lo que vendría un año más tarde. Como si Paola lo hubiese intuido, ese año decidió ir por su sueño, preparándose para enfrentar un nuevo reto, sin saberlo. Estaba trabajando de camarera, algo que hacía desde los dieciocho años, a veces con turnos de hasta dieciocho horas. Como en piloto automático, cumplía con sus rutinas de sacrificio para mantenerse ella y su hijo. Pero toda su vida había querido dedicarse a la belleza. Y ese año se enteró del programa de formación en peluquería y maquillaje, Belleza por un futuro, que L’Oréal lleva adelante. Se trata de un programa de capacitación en oficios de belleza creado en 2017, junto con la Fundación Pescar, que impulsa la inserción laboral. Su objetivo es cambiar realidades. Ya cuenta con mil trescientas personas graduadas en maquillaje y peluquería. Del total de los egresados, el 69% ya tienen un empleo, el 98% son mujeres y el 45% tiene un hijo a cargo.
“Me lo comentó mi hermana, que bailaba tango en un programa del Gobierno de la Ciudad. Ahí le avisaron a ella que se iba a formar Belleza por un futuro. Me comentó de qué se trataba y me pareció genial”, recuerda. En ese momento ella no se pudo anotar porque su trabajo absorbía gran parte de su tiempo. En cambio, lo hizo su hermana, que hoy trabaja con ella en su salón. “Ella fue parte de la primera camada. Hizo peluquería”, cuenta. Mientras tanto, Paola siguió adelante con su trabajo de camarera.
Entonces, “se me presentó la oportunidad de una beca para estudiar peluquería en Oscar Colombo, que me gané en el gobierno de la Ciudad. Hice el esfuerzo de comprar todos los materiales. Enseguida me salió la beca de Belleza por un futuro. Pensé que ese era mi año y que lo tenía que aprovechar”, sostiene. No fue fácil cursar en dos lados mientras trabajaba y cuidaba a su hijo. “Llegaba muy tarde a mi casa todos los días, pero lo valoré un montón. No falté ni un día. Cuando llovía llegaba toda mojada con las cosas de peluquería. Y así terminé los dos cursos”, añade. Mientras, su hermana la ayudaba con la crianza de su hijo. Pero Paola no lo pasó bien. Lloraba en el colectivo, en el transcurso de ir de un lado para otro. “En invierno hacía mucho frío, llovía algunos días y me dolían los pies porque estaban mojados. Extrañaba a mi hijo. Me sentía mala madre de no verlo en todo el día. Lo dejaba en la escuela a la mañana y de ahí me iba a trabajar y no lo veía más”, detalla.
Un futuro por más
Capacitada para maquillar, cortar, peinar, hacer color, cejas y pestañas, hoy Paola se dedica a todo lo relacionada con el pelo y al maquillaje, mientras que su socia se encarga de las uñas, cejas y pestañas. Hoy “me siento feliz porque hago lo que a mí me gusta, en el horario que quiero. Mi compañera va al salón a la mañana hasta las dos de la tarde y yo voy desde esa hora hasta las ocho de la noche”, cuenta. A la mañana, hace gimnasia, compra productos de peluquería y cocina para mantener una alimentación saludable, algo que antes, con sus horarios más intensos y demandantes, no podía hacer. ¿Sus clientas? Algunas señoras y muchas chicas jóvenes que adoran teñirse de rubio o de rojo. “El otro día fui a una fiesta en el barrio. Cuando llegué, todos me saludaban. Parecía una estrella. Eran todas mis clientas”, se divierte.
Está claro que para Paola Suares la peluquería no es un pasatiempo. Todos los meses hace nuevos cursos, incluido el de barbería, que cursó tres veces porque le cuesta. Considera que necesita aprenderlo porque atiende hombres, pero hasta ahora sólo para hacerles color. Exigente, sostiene que un trabajo no está terminado si no se corta o se corrige el corte con el que el cliente llega. Por eso está decidida a aprender a hacerlo. Y también está claro que su futuro está en la peluquería. Reconoce que Belleza por un futuro tiene mucho que ver en su proyección, no solo como profesional sino también como persona. “Les debo la formación personal que me dieron. No entiendo cómo estuve tantos años en pareja con una persona como mi expareja. Y cómo me dedicaba a trabajar y no proyectaba. Trabajaba para vivir el día a día”, reconoce. En el programa contaba con una orientadora que le marcaba desde cómo sentarse hasta cómo expresarse. Además, le enseñó en qué consiste proyectar a corto y largo plazo y a invertir.
Hoy su peluquería funciona en un local alquilado en el barrio 31. Considera que es un lugar muy rentable porque es muy transitado. De hecho, en su misma cuadra hay dos peluquerías más. Pero la suya se destaca: “todos dicen que tengo buena onda, que se sienten como en su casa. Tengo clientas fijas. Si es su cumpleaños, les regalo algo, puede ser el peinado. A las que me caen bien. Todas me caen bien. A veces llevo budín y comparto y tomamos té verde en hebras. Las atiendo como a mí me gustaría que me atiendan”, confiesa.
Dentro de diez años Paola se ve con dos salones: uno en un local propio. Y otro en uno alquilado. Además, se visualiza aún más formada y le gustaría capacitar chicas.
¿Más proyectos? Paola tiene un nuevo emprendimiento. Junto con su actual pareja, que es carpintero, invirtieron en máquinas y materiales para fabricar espejos y muebles de manicuría. “El me hizo el mueble del salón, el espejo y el perchero”, enumera. A los veinte días de arrancar, ya tenían encargados quince espejos para regalar en Navidad. Además de muebles para salón los fabrican para oficinas. Junto con su pareja tiene pendiente otro proyecto de fabricación de peloteros personalizados. Y planean comprar una máquina 3D para fabricar los muñequitos de metegoles personalizados.
Paola avanza en la vida con sus sueños. Con los cumplidos y con los soñados. Y el más importante para ella, relacionado con la belleza, es el que la sostiene y le permite ir por más.