Sucesiones. Cuál es la mejor forma de nombrar un heredero (si uno tiene un imperio)
Desde las descendencias más famosas de Europa hasta el clan magnético de la serie Succession (que terminó ayer) y los plebeyos influencers, rivalidades en un sistema de poder basado en la herencia
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“La palabra familia tiene un aire de intimidad y afecto pero, por supuesto, en la vida real, las familias también pueden ser redes de lucha y crueldad”, explica Simon Sebag Montefiore en su reciente libro El Mundo: una historia familiar de la humanidad (Knopf, sin edición en español). Su tesis no es nueva: luego de la historia como un cuentito lineal, o sinusoidal, o circular, o relato de antagonistas y síntesis, propone el foco en las ramas de árboles genealógicos. Ofrece un complejo y pormenorizado menú dinástico: rivalidades y hasta crueldad en un sistema de poder basado en la herencia.
De Genghis Khan, “el padre de Asia”, a las descendencias más famosas de Europa, detalla hasta la obsesión conflictos domésticos de alto impacto en la civilización. ¿Ejemplos? El otomano Solimán el Magnífico, que llegó al poder del gran imperio islámico en el siglo XV ayudado por su padre, que estranguló o mandó a matar a tres hermanos y siete sobrinos.
La regla de los primogénitos, claro, aumentaba la mortalidad por causas fraternas. Y Montefiore se encarga de detallar el decisivo rol al que quedaban relegadas las mujeres o las estrategias matrimoniales para aumentar riquezas o territorios. Avanza hasta bucear en la curiosa vigencia del poder transmisible por generaciones en etapas democráticas: de la mafia a los negocios.
Como rescata esta misma semana The New Yorker en un texto titulado “Sucesión”, las familias generan también un magnetismo dramático con sus conflictos imperecederos: traiciones, desencuentros, perversión.
Así, si el contexto narrativo de la célebre Dinastía (masiva globalmente durante los 80) era el de un magnate petrolero y su familia, y en Game of Thrones sucumbimos ante las sangrientas tragedias de inspiración medieval, en esta década aparecemos atrapados en la herencia de un mogul mediático: Logan Roy y su imperio, y los deudos de sus millones y su poder, son los protagonistas de Succession (disponible en Max, la plataforma de streaming que incluye los contenidos de HBO), que terminó ayer su última temporada.
Torpeza emocional y ambición: la familia Roy es muy particular. Dueños de un emporio –la corporación Waystar Rotco–, son el clan de ficción más magnético de la TV actual. En tiempos de reality shows y en los que el mundo del espectáculo, se ha dicho, es dominado por los llamados nepo-babies (los herederos de fama y estirpe hollywoodense), las cuatro temporadas de Succession nos han permitido alternar preferencias entre Kendall, Shiv, Roman y hasta Connor, el primogénito, y sus irresistibles debilidades.
Falta de escrúpulos, narcisismo, psicopatía y un lazo afectivo que cuesta ver son clave en la “exitosa” serie que, también, sirve al sesgo de confirmación sobre cómo puede comportarse, dentro de palacio, el 1% más rico de la población. Elite. ¿Casta? El interés global que despertó este mismo mes la coronación de Carlos III junto a la reina consorte Camilla (su ex amante) es otra prueba de la vigencia del paradigma dinástico que alcanza al derrotero del primogénito William junto a su esposa Kate y también, ya fuera del Palacio de Buckingham, de Harry y su esposa Meghan (con el suceso de su autobiografía En la sombra, editada este año, o de la serie documental). Realeza real, con poder recortado pero magnetismo intacto.
Si de influencia se trata, entonces, YouTube, TikTok o Twitch son el terreno plebeyo: los recién llegados al fulgor de la fama son realmente vistos como los nuevos ricos de la popularidad. Escandalosos, mal hablados, torpes y acusados de fama fugaz y virtudes perecederas, los influencers –ejem– ocupan un lugar generacional; son snobs: sin títulos nobiliarios, no reconocidos aún por la jerarquía, reclaman para sí la atención pública que ganan a través de algoritmos.
Muerta Elizabeth y enterrado Logan Roy, asistimos al curioso espectáculo del poder dinástico aún vigente: una transferencia de poderes y saberes que, siguiendo a Montefiore, funciona como antiguo motor de la especie.