Stefan Zweig. A 80 años de su muerte reeditan los libros del humanista
El revival del escritor austríaco que vivió tiempos funestos a la sombra de los fascismos y que siempre se puede leer y releer
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“Jamás le atribuí tanta importancia a mi propia persona como para sentirme tentado de contarles la historia de mi vida a los demás. Mucho hubo de acontecer, infinitamente mucho más de lo que normalmente le toca a una generación puntual en materia de sucesos, catástrofes y pruebas, para que me armara de valor y comenzara un libro que me tiene por protagonista o, mejor dicho, como centro. Nada más lejos de mí que ponerme en primer plano con él, salvo al modo de quien presenta una conferencia ilustrada con diapositivas; la época pone las imágenes, yo me limito a acompañar con palabras, y en realidad no será tanto mi destino el que narro, sino el de toda una generación: nuestra generación única, que ha cargado con el peso del destino como ninguna otra en el curso de la historia (…) y en medio de las innúmeras personas no puedo atribuirme otra prioridad por sobre nadie que la de haberme encontrado como un austríaco, judío, escritor, humanista y pacifista, justamente allí donde los temblores fueron más intensos”, escribió Stefan Zweig en el prólogo de El mundo de ayer, título que Libros del Zorzal acaba de reeditar en una versión traducida y presentada por el docente e investigador de literatura y estética en la Universidad de Buenos Aires Marcelo G. Burello.
“La catástrofe del mundo moderno en general. Guerras Mundiales, Auschwitz, Hiroshima, la lista es larga y del discurso histórico en particular ha llevado a un doble problema: por un lado, es casi imposible representar ciertos hechos recientes porque resultan inefables, y por otro, casi cualquier representación resulta inverosímil, o al menos desautorizada –analiza Burello–. De modo que Zweig, con su vanidad para sentirse en el centro de todo y su oportunidad para a menudo estarlo, acaba siendo un cronista creíble, o en todo caso, querible. Justamente por su subjetividad y por su approach literario y estético, hoy aparece como un humanista delicado en medio de la barbarie y como alguien noble atrapado y condenado que, sin embargo, por vicio profesional, no ceja en su voluntad de narrar y mostrar cuanto ve o cuanto recuerda”.
El pesimismo, la angustia de ver cómo su patria espiritual se destruía a sí misma ante el avance de Hitler, lo llevó a ingerir junto con Lotte Altmann, su segunda esposa, una fuerte dosis de veronal y terminar, el 22 de febrero de 1942, con la honda depresión. En el dormitorio del número 34 de la calle Gonçalves Dias, de Petrópolis, Brasil, encontraron los cuerpos inertes. Ella recostada sobre él, las manos entrelazadas. Allí estaban, a un poco más de sesenta kilómetros de Río de Janeiro, en esa tierra a la que agradeció por la hospitalidad en los días más oscuros.
“Su muerte empobreció a la humanidad”, escribió su amiga en aquel refugio latinoamericano, la poeta chilena Gabriela Mistral, por entonces cónsul de Chile en Río de Janeiro. El novelista y ensayista francés André Maurois, reconocido por su lucha antifascista, lamentó e hizo un llamado a la reflexión: “Muchos hombres de bien en toda la Tierra deberían meditar sobre la triste noticia de este doble suicidio, además de preguntarse por la responsabilidad y la vergüenza individual y colectiva de una sociedad capaz de alumbrar una civilización donde alguien como Stefan Zweig no ha podido vivir”. Pero no todos fueron homenajes al ensayista, biógrafo, poeta, novelista, dramaturgo, traductor, conferenciante, libretista de ópera e intelectual de primer orden. Su muerte generó debates en las voces de quienes vieron su suicidio como una claudicación. Thomas Mann, el referente más importante de la cultura germana, se preguntaba: “¿No conocía sus responsabilidades ante miles de seres, sobre los que su abdicación tendría un efecto arrasador? ¿Será que consideraba su vida como un asunto privado, diciendo ‘arréglense, yo me voy?’”.
El exilio, su paso por América, incluida Argentina, y su último refugio en Brasil, se refleja en Adiós Europa (2016), film de Maria Schrader con Josef Hader en la piel del hombre que nunca habló contra Alemania: “El artista que cree en la justicia nunca puede fascinar a las masas ni darles eslóganes. El intelectual debe permanecer cerca de sus libros. Ningún intelectual ha estado preparado para lo que requiere el liderazgo popular”.
Ayer y hoy
“En las últimas décadas ha habido varios revivals muy sugestivos, como el de Zweig y el de su amigo, el genial Joseph Roth –detalla Marcelo G. Burello–. Se trata de autores con un estilo clásico, sobrio, poco experimentalistas, por así decirlo, que en sus ficciones abrevan del judeocristianismo y del humanismo europeo sin mayores pretensiones, enfocados en un público no demasiado sofisticado, pero tampoco simple; autores, en suma, que siempre pueden volver porque nunca se han ido, simplemente se repliegan, autores que siempre se pueden leer y releer, con una prosa compacta e imágenes poderosas. A la vez, son escritores que vivieron tiempos funestos, a la sombra de los fascismos, y esa condición de proscriptos confiere un aura especial a su escritura y a su existencia toda. Los leemos buscando claves del presente, con una serena nostalgia. Eran extraordinarios para articular lo universal, con lo que comulgaban en la Viena finisecular, capital del gigantesco Imperio austrohúngaro, y lo singular, que conocían por su ascendencia judía y por sus hábitos y gustos. Y está dicho que un autor importante se queda para siempre en su lengua, pero necesita ser retraducido a las otras lenguas para cada nueva generación”.
La aparición de los diarios de Zweig, por primera vez en castellano, coronan esta recuperación de su obra y pensamiento: “Los Diarios de Zweig son para nosotros más interesantes en este momento del siglo XXI que cuando el autor los escribió desde 1902 a 1940 –advierte el escritor y experto en el autor vienés Mauricio Wiesenthal en el texto que sirve de prefacio a la edición publicada por Acantilado, sello español con sede en Barcelona–. Tienen precisamente el valor de que no son un simple relato descriptivo, sino también un retrato de su época: un cuadro pintado con la subjetividad y la pasión de un artista, pero también con la autoridad de un intérprete que vivió en primera línea los acontecimientos. Sus libros no podían estar escritos de otra manera, porque siendo un humanista no fue un sadhu pacifista y contemplativo, sino un hombre de combate –declarado enemigo de la violencia– y un sublime escritor dotado de fulgurante curiosidad y cultura”.
Con Una partida de ajedrez, Carta de una desconocida y Los ojos del hermano eterno, Ediciones Godot dio inicio a la colección dedicada a Zweig con la intención de publicar la obra completa con una nueva traducción. “Creo que Zweig tiene una serie de encantados poco frecuentes: supo combinar una prosa bien escrita con una trama atrapante, diferentes niveles de lectura en obras que a un primer golpe de vista parecen simples, pero encierran profundas reflexiones y como si fuera poco, fue un biógrafo sorprendente. En sus libros se puede leer la historia de la humanidad, desde sus momentos más oscuros hasta los quiebres de genialidad –señala Victor Malumian, al frente de la editorial argentina–. Nos debíamos una traducción local. Pronto lanzaremos, esperamos antes que termine el año, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Mendel el de los libros y Momentos estelares de la humanidad.”
La tarea de traducir la obra completa del autor para ediciones Godot quedó en manos de Nicole Narbebury: “Lo que cabe destacar de estas retraducciones es mi elección política, por así llamarla, de traducir al castellano rioplatense y visibilizar así las voces que han sido, y siguen siendo, obnubiladas por el español de España. Me parece que los traductores argentinos y latinoamericanos tienen un papel crucial en la circulación internacional de textos e ideas y siempre se enfrentan a este fantasma de no solo traducir de lengua fuente a lengua meta, sino traducirse a su vez en su idioma materno. En Una partida de ajedrez me encontré con el desafío de traducir un relato con una escritura muy rebuscada, que a través de ella se quería representar el estado psicológico de una persona que había sido torturada psíquicamente por el nazismo y había buscado refugio en el ajedrez. Y un detalle no menor es que este personaje está a bordo de un barco que viaja de Nueva York a Buenos Aires. En el caso de Carta de una desconocida aborda temáticas muy actuales como el ser madre soltera, la prostitución, la marginalidad, el aborto y la obsesión por un amor imposible. Y, por último, Los ojos del hermano eterno, escritura espiritual y moralista, que nunca deja de estar en auge esta idea de lo que está bien y lo que está mal en el mundo. ¿Quién lo decide? ´El dejar de actuar también es actuar´, y yo creo que esta frase vale más que mil palabras. El mayor desafío fue intentar revalorizar sus mensajes a través de un lenguaje más cercano y amigable”.
Nostalgias
“El mundo de ayer, para Stefan Zweig es el período que va de fines del siglo XIX hasta que estalla la primera guerra. Un mundo al que Zweig idealiza, el de la efervescencia creativa, musical, artística, filosófica del que surgieron decenas de referentes universales como Freud, Mahler, Kraus, Einstein, Rilke y tantos otros –analiza Leopoldo Kulesz, director de Libros del Zorzal–. En este libro escrito en el exilio (1940-1941), Zweig se ve como testigo de una época y transmite el dolor y el sufrimiento por un mundo perdido tras la crisis y ruptura de Europa. El mundo de ayer es un mundo determinado por lo cosmopolita y lo supranacional que sucumbe frente al bestial fortalecimiento de las identidades nacionales que, efectivamente, va a encaminarse hacia la catástrofe y determinar a todo el siglo XX. Los clásicos, siguiendo a Italo Calvino, son esos libros que hablan hoy de nosotros, es lo que me ocurre con la obra de Zweig. Siempre recuerdo la respuesta de Borges al pedido del periodista Joaquín Soler Serrano de comentar autores contemporáneos: ´Hay un joven Virgilio que promete´”.
La actual edición de El mundo de ayer es la segunda argentina desde que Alfredo Cahn, amigo de Zweig, publicara estas memorias en nuestro país en 1942 bajo el sello Claridad, omitiendo algunos pasajes. “El texto fue problemático desde su concepción misma porque Zweig estaba a la vez en su auge como best-seller y era un autor prohibido en casi toda Europa, bajo el yugo nazi, además de ser un exiliado sospechoso en Gran Bretaña, lo que lo forzaba a buscar destinos más amigables –explica Marcelo G. Burello–. La idea de componer una autobiografía le surgió ante todo por necesidad, seguramente avalada por sus editores, y nunca imaginó que sería su testamento. Cuando envió el manuscrito a su amigo, Alfredo Cahn, para su traducción al español, Zweig consideró que el capítulo sobre la sexualidad podía resultar chocante a ciertas sensibilidades, y aconsejó suprimirlo. Esa traducción argentina luego fue reelaborada, es decir, recensurada, en la España franquista. Hasta que en la década del 90 la editorial Acantilado sacó una versión íntegra, muy bien traducida, aunque sin notas ni ilustraciones. Asimismo, descubrí pequeñas diferencias en los textos en alemán: el original, que salió en Suecia durante la Guerra, difiere un poco de la versión que luego siguió saliendo en Alemania. He consultado al Centro Zweig de Austria y al principal biógrafo de Zweig, y nadie sabe bien a qué se deben esos cambios; posiblemente un tipógrafo o alguien revisó y corrigió lo que consideraba evidentes errores (algunos lo son). El original mecanografiado por la segunda mujer del autor está en la Biblioteca de Washington y puede consultarse con acreditación. En síntesis: hubo varias versiones en español, como es predecible, pero también habría dos en alemán, aunque no muy distintas. Inserté unas pocas notas para llamar la atención sobre el detalle, pero sin abrumar. Al lector de hoy lo enriquece mucho conocer la fortuna del texto, que no es mera filología exquisita: le da más vividez a la figura de Zweig y a su imagen del atribulado siglo XX”.