Simone de Beauvoir y Juan José Sebreli. El día que lo recibió en su casa de París para hablar de peronismo
En los años 60, Sebreli visitó a la autora de El segundo sexo en el estudio que tenía frente al Cementerio de Montparnasse. “Simone era una maestrita típica. Brava. Me pareció una profesora de secundaria”, asegura
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Como admirador de Jean-Paul Sartre, de Simone de Beauvoir y del existencialismo, en los años 60 Juan José Sebreli tuvo el privilegio de conocer a Simone de Beauvoir “en su salsa”, en su casa de París y de verlo a Sartre en persona.
-No creo que hayan sido muchos los argentinos que hayan tenido la fortuna de conocer a esos dos “monstruos sagrados” de la intelectualidad de aquellos tiempos.
-No era nada fácil que Simone de Beauvoir te invitara a su departamento. Yo había traducido varios de sus libros y además, antes de mi viaje, fui a ver, aquí, a María Rosa Oliver, amiga de Simone. Para recomendarme, ella escribió en un papelito: “Fulano de Tal es la persona indicada para explicarle lo que es el Peronismo”.
-Era un buen gancho…
-Sí. Yo la llamo entonces a Beauvoir por teléfono y le digo que soy un traductor suyo y que tengo para ella una nota de María Rosa Oliver. Inmediatamente, me dijo: “Véngase a mi casa”. Ella vivía en un studio frente al Cementerio de Montparnasse. Allí, en ese cementerio, fue enterrada después, al lado de Sartre. Los studios son un ambiente solo, grande, con un ventanal a la calle. El de ella tenía una escalera caracol,de hierro forjado, que iba a una buhardilla, donde seguramente dormía. Muy bien decorado, con unos sillones tapizados en raso, un sofá con almohadones, un escritorio, libros por doquier. Y discos, también. Y tenía un espejo veneciano, que le había regalado Sartre cuando estuvo en Venecia. A raíz de eso, yo me compré en la Feria de San Telmo éste que está aquí [Sebreli tiene un espejo veneciano arriba de su mesa]. Por la gran ventana del estudio veías los paredones del cementerio. Yo le pregunté en un momento: “¿No le impresiona?” Y ella me contestó: “No, los muertos no molestan. Me impresionaría más si hubiera gente ahí que estuviese mirando”. Es cierto. El cementerio estaba adelante, pero a los muertos no los ves.
-Pero no sabés si ellos no te ven a vos …
-Ese día, yo llegué un poco antes, me atiende una empleada y me dice: “Madame no está, pero viene enseguida”. Yo entré, y era lo que más quería, porque así podía espiar un poco toda la casa. Como te conté, era todo muy lindo, una decoración moderna, pero sin estridencias. Al ratito, entra ella, de la calle, con su hija adoptiva [Sylvie Le Bon].Y detrás, una admiradora que se quiere meter, a toda costa. “¡Oh, Madame de Beauvoir!”, exclamaba. “No puedo atenderla, me están esperando”, le contesta ella, tajante. La otra, insiste. Y Simone,¿qué hace? Le da un empujón a la mujer y le cierra la puerta en las narices. Fue toda una escena. Porque empujar así a una admiradora...Y, sí, Simone era una maestrita típica. Brava. Y ahí, empezamos a hablar.
-¿Qué edad tendría Simone ?
-Ya era una mujer grande que había escrito todos sus libros importantes. Y yo tendría unos 30 años.
Me imagino la secuencia. Calculo que sería en 1965, 66, con una Simone sesentona. En su autobiografía El tiempo de una vida, Sebreli la describe así: “Con el pelo gris, recogido en un rodete, vestida con un dos piezas oscuro y un pañuelo verde al cuello, mantenía cierto aire de profesora, algo autoritaria, sin poses, pero muy segura de sí misma”.
“Yo le entrego el libro traducido por mí, que había titulado en castellano ¿Para qué la acción? Traduje tres libros de ella, editados por Siglo XX y le doy la carta de María Rosa Oliver. Hablamos un rato, una charla un tanto escueta, porque yo no daba para conversaciones profundas en francés”.
-¿Y te preguntó algo sobre el peronismo?
-Sí, me preguntó. “Aquí Madame Oliver me dice que usted puede hablarme del peronismo”. Y yo le dije: “Mire, en Buenos Aires, vida cotidiana y alienación –le acababa de regalar un ejemplar– va a encontrar lo que yo pienso del peronismo”. Porque no podía poner a explicarle lo que era el peronismo en francés. Y le llevé también un artículo mío de sociología sobre Buenos Aires para que lo publicara en Les Temps Modernes. “Muy bien, después le voy a contestar”, me dijo.
-Y ¿te contestó?
-Después de un tiempo, la llamé por teléfono, me atendió muy amablemente, pero me dijo que había que esperar: “Attendre, attendre“. Seguramente, se lo había pasado a alguien para leerlo. Nunca más me contestó, ni me lo publicaron.
-Y de política, ¿dijeron algo más?
-Sí, porque yo había estado antes en China. Era la época de Mao, el maoísmo estaba de última moda. La Revolución Cultural. Me preguntó por mis ideas y le aclaré: “Yo soy de izquierda, pero me parece que hoy el único país realmente de izquierda, el más revolucionario es China, porque la Unión Soviética está muy aburguesada”. Y ella me replicó: " Sí, pero a la vez, la Unión Soviética está democratizándose, cosa que China, no”. Me recalcó eso, me corrigió. Y tenía razón, porque en ese momento en la Unión Soviética estaba Kruschev, que era lo más democrático que había existido allí después del estalinismo.
-¿Le habías comentado de tu interés por el existencialismo?
-Sí, le comenté sobre la revista que sacamos con unos amigos de la Facultad de Filosofía y Letras, que se llamaba Existencia y que, en la tapa, tenía fotos de Sartre. Es más: le dejé un ejemplar.
-¿Cuál fue tu impresión cuando saliste de su casa?
-Yo sentí que me gustaría que todo eso se desarrollara de algún modo. Le llevé un montón de material. Me cayó bien la reunión, me gustó el lugar. En cuanto a ella, te repito, me pareció una profesora de secundaria . Que lo era, igual que Sartre. En esa época, el único trabajo que tuvo en su vida fue el de profesora de escuela secundaria.
- ¿Te resultó simpática?
-No fue antipática, porque me recibió a mí que era un desconocido, que hablaba un francés chapurreado y me acogió amablemente.
-A Sartre, ¿lo viste?
-A Sartre lo conocí de pasada, saliendo del café La Coupole con su hija adoptiva. Era la época en que él estaba todo el tiempo con esa “hija” [Arlette Elkaïm, una examante]. No lo quise interrumpir, lo saludé y nada más.
-¿Qué te pareció?
-Físicamente, horrible. ¡Un sapo! Un color de piel…amarillo completamente. Enfermo. ¡Alcohol y anfetaminas juntos! Una mezcla explosiva que lo llevó a una gran decadencia en sus últimos años . Tomaba mucho whisky. Y Simone de Beauvoir, también.
-Qué increíble, todos habían sido amantes de todos. El poliamor de hoy, pero hace 80 años. Y ¿cómo era el asunto de esa actriz, examante de ella, que era el personaje de la gran novela de Beauvoir, La invitada? Me hablaste una vez de ella.
-¡La actriz fue amante de los dos! Se acostaba con los dos: con Sartre y con Simone, por separado, pero en la misma época. Era una exalumna de Simone. Mirá lo que son las cosas. Hoy, los llevarían presos. En la Argentina –en cualquier época–, pasaría eso. Pero allí, no. Esa chica se hizo actriz, una actriz del montón. Trabajó en obras de Sartre (Las moscas) y después, terminó casándose con un exdiscípulo de él , Jacques-LaurentBost. Luego, él fue el director de la revista Les Temps Modernes. Era una especie de escritor de segunda línea, una suerte de Sartre chico, muy chico. Sí, todos se acostaban entre ellos, imagínate en esa época…
Al buscar datos, descubrí que la muchacha en cuestión se llamaba Olga Kosakiewicz y que era ucraniana de origen . Fue actriz y terminó casándose con Jacques-Laurent Bost, el periodista que había sido también un amante de Simone. Otra amante de los dos, fue Sylvie Le Bon. Esta última, se transformó en la hija adoptiva y la heredera de Simone de Beauvoir. Con lo cual todos esos affairs pasaban a ser “asuntos de familia”.
-En Sartre, como filósofo, ¿qué admirabas?
-Los libros filosóficos propiamente dichos no me interesaban mucho. Sí los ensayos que eran una mezcla de filosofía y literatura, que es lo que a mí me gustaba. Y su novela La náusea, un libro fascinante. En cuanto a la teoría del existencialismo, sobre todo me apasionó su trabajo El existencialismo es un humanismo. Me costaba leer sus obras filosóficas. Me interesó una parte que escribió sobre la mirada, también ciertos capítulos sobre las relaciones sexuales. Pero todo lo otro me resultaba un poco abstruso.
-¿Y el teatro sartreano?
-Lo que me fascinaba era A puerta cerrada, Las manos sucias y Las moscas. Aquí, en Buenos Aires, vi todas las obras de Sartre que se dieron. Y las leí también, en la edición de Losada.
- Y de Simone, ¿qué libros te gustaron más?
- El segundo sexo, me pareció extraordinario y La invitada, una gran novela. No tanto las otras novelas. Los mandarines, me resultó algo pesada.
- Con respecto a sus amores y a su famoso amante norteamericano, el escritor Nelson Algren, ¿viste que aparecieron, hace poco, en Le Nouvel Observateur fotos de ella desnuda, en el baño?
- Sí, son unas fotos que le sacó Algren: era Simone desnuda, mirándose en el espejo. Ella dijo que había conocido el placer sexual con Nelson Algren.
-Pero, ¿cómo?
-Y sí, con Sartre se habrá acostado dos o tres veces en toda su vida. [Ante mi asombro, aclara]. Fue una relación “pour la galérie”, un vínculo sobre todo intelectual. Viajaban juntos todo el tiempo como una pareja, pero en realidad fue una pareja fuera de la cama.
-Sí, cada uno vivía en sitios distintos, Simone en el 11 Bis de la Rue Victor Schoelcher, adonde vos fuiste. Y Sartre en el 42, de la Rue Bonaparte, en Saint Germain-des-Prés.
-Primero Sartre vivió con su madre, muchos años, en Saint-Germain des Prés, frente a la Plaza, en una linda casa francesa del siglo XIX. Pero ahí le pusieron una bomba y después de eso, empezó a parar en hoteles.
-La bomba, ¿por qué?
-Por su apoyo a la revolución argelina. Tras el atentado, va a hoteles. Y Simone de Beauvoir también, pero no juntos. Cada uno por su lado. Eran esos hoteles de antes, sin ascensor, con escasa calefacción en invierno; por lo cual ellos se iban a escribir al Café de Flore. Ella vivió un tiempo en el hotel La Louisiane. Yo fui a ese hotel porque leí que ella había residido allí. Un hotel decadente al máximo, para estudiantes estadounidenses. Sin ascensor, y en la habitación tenías la pileta para que te laves allí mismo, muy precario todo. Y Sartre, después, se fue a vivir también a Montparnasse, pero en un departamento en esa feísima torre moderna que hay, La Tour Montparnasse . Y ella se compró ese estudio, del que te hablé.
-Vos decís que ellos dos no tenían relaciones sexuales. Aclaraste que él era muy desagradable de aspecto. Sin embargo, se sabe que Sartre también tuvo sus amantes…
-Sí, tuvo muchas amantes. Porque era Sartre.
Por todo lo que leí acerca de ellos y por la correspondencia de ambos, no hay dudas de que fue una relación muy atípica, anticonvencional y antiburguesa la suya. Una carta de Sartre a Simone, termina diciéndole –curiosamente–, “su maridito que la quiere”. En otra, le escribe: “Nunca he sentido de manera tan intensa que usted es yo”. Simone también le confiesa: “Tengo ganas de pasar unas interminables semanas a solas con usted. Le besa tiernamente, su Castor”.
Jean-Paul Sartre (1905-1980) y Simone de Beauvoir (1908-1986) se conocieron en 1929, como estudiantes de Filosofía, cuando ella tenía 21 años y él, 24. Simone era más alta que él. Toda su vida se trataron de usted. De entrada, hubo un acuerdo entre ellos: no mentirse. Sartre le escribió: “Entre nosotros se trata de un amor necesario, pero conviene que también conozcamos amores contingentes”. Y eso fue lo que ambos pusieron en práctica.
No obstante, el sentimiento que los unía era muy profundo porque siempre volvían el uno al otro. Y formaron ese “dúo”, esa pareja intelectual y unida durante más de 50 años, que se rompió en la última etapa de la vida de él. La primera lectora de los textos de Sartre era siempre Simone y su opinión valía mucho para él. En 1975, el filósofo que veía con un solo ojo [había perdido el derecho a los 4 años y por eso era estrábico] perdió el otro ojo y quedó ciego. Vivió así, muy limitado, una década más.
Cuando estaba por morirse, Simone fue a verlo, le tomó la mano y él le murmuró: “La quiero muchísimo, mi pequeño Castor” [que era cómo la llamaba siempre]. Relatan que cuando finalmente Sartre murió a los 74 años en el hospital, luego de largas dolencias, Simone quiso acostarse en la misma cama, al lado del cadáver. Ella lo contó así en su libro La ceremonia del adiós: “En un momento dado, rogué que me dejaran sola con Sartre y quise tenderme a su lado, bajo las sábanas. Una enfermera me detuvo: ‘No, cuidado... la gangrena’. Entonces comprendí la verdadera naturaleza de sus escaras. Me acosté sobre la sábana y dormí un poco. A las cinco entraron unos enfermeros. Cubrieron el cuerpo de Sartre con una sábana y se lo llevaron”.
En los funerales de Sartre, hubo más de 60.000 personas acompañando el féretro, desde el hospital Broussais hasta el cementerio. Simone se desmayó durante el entierro y lo lloró desconsoladamente. Cuando ella murió, seis años más tarde, fue enterrada junto a Sartre, pero en su dedo había un anillo de plata, que le había regalado su gran amor: Nelson Algren.
-Juan José, estábamos hablando recién de ‘los amores contingentes’ de ambos…
-Sí. Y a una de las amantes de Simone, su hija adoptiva, Sylvie Le Bon-de Beauvoir, me la encontré un día en el Bulevar Saint-Michel y hablamos. A Olga, la actriz, no la conocí, pero la vi en un documental que se hizo sobre todos ellos. Es un film donde aparecen Merleau-Ponty, Jacques-Laurent Bost, y todos los integrantes de Les Temps Modernes.
- Para vos Les Temps Modernes era como una Biblia. Me contaste un día que lo leíste a Borges por primera vez en esta revista, en francés.
-Así es. Yo iba todos los meses a la librería Galatea de la calle Viamonte y compraba Les Temps Modernes. Tengo aquí una colección bastante grande de la revista.
-Cuando Sartre muere, ¿qué pasa con Simone de Beauvoir?
-Como era mayor, ya no vivía sola, sino acompañada por su hija adoptiva y por Claude Lanzmann.
-Claude Lanzmann fue escritor, cineasta, filósofo y había sido otro amor de Simone de Beauvoir después de Algren. Según los escritos de él, se trató de una pasión loca, una relación prácticamente marital de siete años que Sartre aprobaba. Él tenía 17 años menos que Simone y, después de la muerte ella, dirigió Les Temps Modernes.
-Además, Claude Lanzmann filmó un documental sobre los sobrevivientes de los campos de concentración, muy bueno. Shoah se titula, dura más de 9 horas y fue filmado en los años 80. Son testimonios muy interesantes.
En sus memorias, Sebreli escribió: “Una versión psicoanalítica diría que Sartre fue ‘mi padre mítico’ y Simone de Beauvoir mi ‘madre mítica’. Considero, más bien, que han sido tutelares hermanos mayores. (…) Pertenecían a un tipo humano de intelectuales alejados de las costumbres convencionales: (…) Escribían en cafés, no se casaron ni tuvieron hijos, no ocuparon cargos públicos y se mantuvieron al margen del poder”.
En cuanto a Simone, Sebreli afirma: “Resulta significativo que, a pesar de sus menores recursos, o quizás a causa de ello, Simone de Beauvoir, quien permaneció a la sombra de Sartre, haya sido, sin embargo, más capaz que él de realizar análisis concretos sobre temas inéditos, como en El segundo sexo, obra insoslayable en las Ciencias Sociales de su época y aun hoy. Acaso esa era la ventaja de un talento bien administrado sobre una genialidad desbordada”.
En mi juventud, Simone de Beauvoir fue un modelo de escritora y de pensadora. Una feminista que me iluminó con sus reflexiones, su rebeldía, su independencia, su libertad. “No se nace mujer: se llega a serlo”, fue una de sus famosas frases. Descubrirla fue una revelación y una revolución. Me pareció que el mejor tributo que se le podía hacer en estos días, a 115 años de su nacimiento, era charlar con un intelectual como Sebreli, que tuvo el privilegio de conocerla personalmente.