¿Se puede ser sin estar? Existir sin los riesgos de la vida
Aunque parezca obvio, no está de más reiterarlo. Existir, para el ser humano, es más que respirar, comer, beber, dormir y reproducirse. Aun así, no hay una única respuesta para definir a la existencia humana. Platón pensaba que lo existente es solo aparente, una sombra de lo verdadero, que no está en este mundo. El iluminismo trajo la idea de que existimos a partir de nuestra capacidad de razonar (Descartes y su “pienso, luego existo”). Para el existencialismo, la existencia precede a la esencia, es decir que primero se existe y luego se sabrá, o no, para qué, con qué sentido. El empirismo sostiene que solo lo experimentado determina la existencia: si no se atraviesan experiencias no hay existencia. Martin Heidegger (1889-1976) dice en Ser y tiempo, su obra capital, que solo se es en el tiempo, nada existe fuera de él. Su opuesto es la nada, como diría Jean Paul Sartre. Y así se suceden las teorías sobre ser y existir.
El auge de las redes sociales y de lo virtual y lo digital le agrega a esta cuestión una pregunta clave: ¿podemos sustraernos del mundo real y tangible, apartarnos del otro, del prójimo, prevenirnos de los acontecimientos de la vida, la mayoría de ellos imprevisibles e incontrolables, y seguir existiendo? En otras palabras: ¿se puede ser sin estar? La tecnología algorítmica dio un primer atisbo de respuesta hace más de una década con Second Life, una suerte de vida paralela en la que se podía adoptar otra identidad (lo que se conoce como avatar) y dedicarse a una existencia tan ideal como ficticia, que transcurría solo en la pantalla. Ahora la compañía de Mark Zuckerberg (acaso el mayor imperio mundial jamás dedicado a manipular conciencias e invadir intimidades) dejará de llamarse Facebook y pasará a denominarse Meta. La nueva marca alude al metaverso, su última creación. Este consiste, según lo describe en el portal de noticias científicas Sinc Jose F. Monserrat, investigador del Instituto Universitario de Telecomunicación y Aplicaciones Multimedia y catedrático de la Universidad Politécnica de Valencia, en “un nuevo espacio de interacción entre máquinas, avatares idealizados y un mundo virtual donde arte, arquitectura, belleza y ficción se encuentran para socializar, comprar o hacer negocios”.
En ese espacio hiperrealista, o de realidad aumentada, se podrá tener un simulacro de la vida sin correr los riesgos de vivirla, es decir, sin virus, otras personas, accidentes, obstáculos, frustraciones, enfermedades, incertidumbre, decepciones. Nada que no haya sido previsto hace casi un siglo por Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz. La felicidad de eludir la experiencia de vivir. La ilusión de ser sin estar. La creencia de que la finitud y la muerte pueden ser engañadas y evitadas a través de una imitación de la existencia en la que ellas estén erradicadas.
Dado que Facebook empieza a ser considerada una red “para viejos”, y en tanto otros productos del imperio Zuckerberg, como Instagram, podrían también envejecer rápido (no olvidemos que vivimos en la era de la fugacidad, la ansiedad, la obsolescencia programada y la aceleración hacia ninguna parte), el nuevo espacio está pensado, recuerda Monserrat, para “la generación Z, es decir, los nacidos más allá del 2000, que ya saben lo que es relacionarse en ese metaverso, ir a conciertos en él o pasarse horas conversando y socializando en un entorno hiperrealista pero, a su vez, tan alejado de la realidad”. Un mundo de fantasmas, donde las sombras en el fondo de la caverna se confunden con la realidad, un mundo de solitarios que se relacionan con pantallas, donde los cuerpos, los volúmenes, el aire y la textura de la vida están ausentes. Vidas que no se viven, inútil pretensión de ser sin estar. Porque la respuesta es: estoy, luego existo. Experimento, luego existo. Te toco y me tocas, luego existimos. Soy mortal y carnal, luego existo.