El robo del siglo. Fue negociador estrella de la policía, salvó a 168 rehenes y sabe como nadie qué pasó en el Banco Río
Miguel Sileo forma parte del documental de Netflix “Los ladrones”. ¿Por qué cayeron los delicuentes? ¿Usaron armas de plástico? Lo cuenta en esta entrevista exclusiva
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“Che, mandame un rehén más potable. El que me liberaste no puede ni hablar del cagazo que tiene”, fue parte del diálogo entre Miguel Sileo y Mario Vitette Sellanes, también conocido como el “hombre de traje gris”, en lo que se popularizó como el robo del siglo. Ese cruce de palabras entre el negociador y el hampón tuvo lugar en enero de 2006, durante el asalto al Banco Río de Acasusso. No hubo heridos ni muertos, los ladrones se escaparon con un gran botín por un boquete, luego en gomones por un túnel que desemboca en el desagüe pluvial, y la mística se inició casi de entrada con un mensaje que dejaron en la pared, antes de esfumarse: En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es solo plata y no amores.
“Es tal el relato épico que hoy en día hay libros, una película y ahora un documental. Yo participo en el documental para que se sepa la otra verdad y no la que cuentan los ladrones. Después, cada uno puede creer lo que quiera, pero los hechos son sagrados y están”, dice Sileo a LA NACION revista. El exintegrante de las fuerzas especiales, experto en armas y negociador policial, hace referencia a su participación en el documental Los ladrones: la verdadera historia del robo del siglo, de reciente estreno en Netflix.
“La épica se fue construyendo a partir del robo. Los tipos robaron un banco muy hábilmente, se escaparon y después cayeron presos. Siempre cuentan la historia de la mujer que fue y los delató, pero lo que nunca cuentan es que la policía ya tenía los nombres de los posibles autores. Lo único que hizo la mujer del hombre de guardapolvo blanco fue reafirmar datos que ya tenía la policía”, dice Sileo, quien se retiró de la Policía de la Provincia de Buenos Aires en 2019, luego de una carrera de 33 años, con la jerarquía de Mayor. En la actualidad vive en Necochea, corre por la playa y hace kitesurf. También, es instructor de tiro en el polígono de la ciudad. Desde hace tres años brinda también la Diplomatura internacional de negociación policial, certificada por la Universidad Abierta Interamericana, a la que asisten de manera virtual alumnos policías de todo el país, Uruguay, Perú, México, Chile y Ecuador, entre otros países. Son más de cien personas las que quieren escuchar sus métodos y su experiencia de vida.
“Quería un lugar tranquilo para pasar mi retiro fuera de la ciudad. Siempre tuve una vida un poco convulsionada. Un verano nos vinimos de vacaciones con mi mujer, nos gustó y decidimos que era el lugar que buscábamos. Estando acá, como me gustan mucho los deportes, aprovechando que estaba el mar, me metí a hacer kitesurf y surf. Los profesores son dos capos. Soy el más veterano de la escuela. Todos me miran porque la barba blanca me sobresale por el traje de neoprene. Es muy difícil ver a veteranos como yo arriba de una tabla, tratando de barrenar las olas”, dice.
Hace poco terminó de escribir su libro, una biografía, Miguel Sileo, negociador de rehenes, que va a salir por la editorial Dunken. “Hola Miguel, te juro que terminé la lectura con los ojos húmedos. Es muy impactante todo lo que has hecho”, fue el e-mail que le escribió su editora cuando terminó el borrador final. Su popularidad empezó a crecer tras el asalto al Banco Río y su relato comenzó a tomar vuelo, sin esperarlo. “Me hice visible. Terminé mi carrera como un anónimo. Seis meses después de que me retiré, salió la película –El robo del siglo, de Ariel Winograd– y lo que nunca me imaginé fue que Winograd iba a poner mi historia”, confiesa.
Respecto del mito alrededor de aquel robo emblemático, dice: “Entiendo que al periodismo le suma más la historia de que los tipos se robaron un banco con armas de plástico, pero cuando agarrás una lupa ves que hay ciertas cosas que no pueden ser reales –explica–. Ellos pudieron haber planificado todo, lo que no pueden haber planificado nunca es la conducta de las personas que estaban dentro del banco. Entonces, ¿cómo intimidás con armas de juguete y una supuesta escopeta hecha con dos tubitos? ¿En qué cabeza cabe que un tipo con historial de violencia va a ir con una pistola de juguete a decir ‘arriba las manos’?”.
Sileo se crio en Mataderos, barrio en el que vivió hasta poco antes de retirarse de las fuerzas de seguridad. De chico, vio enfermar a su padre, dejó de estudiar y se encontró muy cómodo sin hacer nada. En uno de esos instantes, mientras el tiempo le pasaba por al lado, decidió ingresar en la Policía Federal. Estuvo poco y a los 22 años se pasó a la Bonaerense. “Llegué a vivir en un barrio que estaba al frente de Ciudad Oculta, en los monoblocks. Así que de chiquito estaba más para el ‘arriba las manos’ que para ‘alto, policía’. Pero gracias a la educación de mis viejos la balanza se inclinó para el lado del bien”, cuenta. “Muchos de los pibes que iban conmigo a la primaria, terminaron muertos por la policía o presos”, le confesó a Rodolfo Palacios.
Su vida cambió en el comedor de una seccional, cuando un comisario consultó quién sabía artes marciales y levantó la mano sin dudarlo. Cinturón negro de yudo, en ese momento se enteró de que la pretensión era armar un grupo especial “tipo S.W.A.T.” y pasó a integrar el primer grupo de tareas especiales, que según dice, fue “la génesis del grupo Halcón”. En su barrio seguía por la calle como si nada, mantenía el perfil bajo y muy pocas personas sabían que era policía. Frecuentaba a sus amigos en los bares, pero cuando sonaba –en aquel momento– el Nextel, su identidad se transformaba al instante. Una especie de Clark Kent. Dejaba todo lo que estaba haciendo y salía de inmediato a los lugares más recónditos de Gran Buenos Aires, a vivir situaciones de todo tipo.
Tras la disolución de ese grupo especial, el GOE, empezó a trabajar en el equipo táctico, hasta que unos problemas cervicales irrumpieron en su vida. Los estudios indicaron una hernia discal y se tuvo que mudar al equipo de negociadores para no tener que esforzarse tanto físicamente. Al principio la tarea no lo convencía del todo, pero con el correr de los hechos se fue acomodando. Su primera negociación fue con un preso y logró que no se quitara la vida. A partir de ahí, su destreza como negociador empezó a fluir y llamó la atención de todos. Sileo mantuvo el ejercicio de salvar vidas sin que se derramara sangre. El éxito de sus intervenciones generó que lo llamaran para la mayoría de las situaciones de tomas de rehenes y se ganó la reputación de negociador estrella.
Claro que nunca imaginó sentirse un día como una celebridad. “Vi el estreno de la película en un cine de Necochea y cuando terminó, mientras se descongestionaba la sala, alguien me identificó y la gente empezó a aplaudirme. Eso me dio la pauta de que mi función estaba realizada. Que en la Argentina doscientas personas desconocidas entre sí aplaudan a un policía es de ciencia ficción. Con eso ya está. Con eso colaboro a revertir la imagen. Siempre la imagen de la policía está asociada a que son corruptos, golpeadores”, cuenta Sileo.
Año 2003. Un hombre se metió en un locutorio con un cuchillo, con la intención de suicidarse: estaba enamorado de una travesti y no sabía cómo confesarlo en su casa. Para solucionar el conflicto y quebrar a la persona, a Sileo se le ocurrió utilizar el argumento de la película El juego de las lágrimas, en la que, según la trama, un soldado inglés es secuestrado por el IRA y el que lo tenía que vigilar se termina haciendo amigo del secuestrado, y le confiesa que estaba enamorado de un hombre. En otra de las tantas situaciones a las que se enfrentó, le tocó una mujer mayor que quería matarse con una pistola. La policía intentó convencerla durante tres horas de que no lo hiciera. Hasta que llegó Sileo, se disfrazó de médico, simuló que le iba a tomar la presión y logró desarmarla. “Hay un momento, algo que es difícil de explicar, que te dice: es ahora, hay que actuar ahora. Es mucho más que precisión. He manoteado pistolas a gente armada en el instante justo. No hay otro”, le explicó a Palacios en el libro Sin armas ni rencores. El robo al Banco Río contado por sus autores.
Desde su primera negociación en 2004 hasta la última en 2015, intervino en más de 60 situaciones de tomas rehenes, atrincherados y potenciales suicidas. Salvó a 168 personas y su mayor medalla es la que dice: cero víctimas. “Es una sola vez y se terminó. No podés volver a intentarlo. Si no tenés la decisión en el momento justo, se te cae toda la operación”, explica y, mientras hace memoria de las cosas que vivió, dice: “Todos tenemos miedo, pero cuando pasás ciertas pruebas en la vida y en los cursos, aprendés a manejarlo de otra manera”. En Necochea, él es profesor en el centro de entrenamiento policial. “Soy instructor de tiro. Y dos veces por semana dicto las clases de la diplomatura, por Zoom. Estoy tranquilo, ya está”, asegura.
El documental de casi dos horas comienza con Fernando Araujo, presentado como El artista, quien cuenta que era “el hombre más feliz de la Tierra” en 2003 y que su vocación era “investigar artes” hasta que, un día, decidió robar un banco. “No sabía cómo, pero de algo estaba seguro: tenía que tener algo de arte”. Luego sigue Luis Mario Vittete, El actor, que se define como “escruchante” y que, prófugo en Uruguay, su país, llegó a la Argentina y se vinculó con delincuentes. Tanto él, como Beto de la Torre, El hampón, se terminaron formando en la cárcel como verdaderos delincuentes. Finalmente, se presenta Sebastián García Bolster, El ingeniero, y más adelante se mencionan El doc, El paisa y El nene. La banda estaba lista, y el plan, en marcha.
A mitad de la película aparece El negociador, Sileo. Así empieza otro capítulo: su comunicación con el hombre de traje gris. Y más tarde, después de la narración detallada de la espectacular huída, opina: “Una de las cosas fundamentales que tienen siempre los ladrones y por eso caen presos es el ego y la vanidad. Después de semejante robo, ¿vos creés que estos tipos no lo van a comentar”.
Sobre las versiones del robo en sí, hoy dice a LA NACION revista: “En un banco con veintipico de personas como rehenes y con el diario de lunes, se pueden ver un montón de realidades. ¿Usaron realmente armas de plástico? No. Que después la Justicia se expidiera o que los abogados hayan sido muy habilidosos para reducir las condenas es otra cosa”, comenta y destaca “el caso puntual de una escopeta. El policía que estaba como seguridad dentro del banco declaró que uno de ellos portaba una escopeta con culata de pistola de madera y con una rajadura en la empuñadura. Al mes, cuando hacen los allanamientos y secuestran los dólares y las joyas, también secuestran una escopeta que casualmente tenía todos los rasgos detallados por el policía. O el policía había viajado al futuro y volvió, o realmente vio lo que después declaró”.
Sileo es la voz que rompe el relato de la película de ficción y lo vuelve a hacer en la flamante producción dirigida por Matías Gueilburt. “En el documental tiro con una escopeta para mostrar el poder de fuego que tiene ese tipo de arma que llevaron al banco. Hago todo ese relato para mostrar el uso de esa arma. Traté de mostrarle a la audiencia el poder de efectividad de esa escopeta que secuestró la policía después del robo”, cuenta.
Más allá de estar en la vereda de enfrente, busca ser objetivo. No niega que la planificación fue excelente ni el nivel de inteligencia de “los chorros”, como los llama, pero le quita todo romanticismo. En su cabeza tampoco hay frustración por haber asistido a tamaña puesta de teatro que gestaron los ladrones para llevar adelante el plan. No lo siente como una derrota. Aquel día, al igual que Vitette, Sileo buscó interpretar un personaje. Buscó ser otro para engañar y llevar adelante un juego de seducción que le permitiera cumplir su verdadero objetivo: rescatar a los rehenes, a las 23 personas que estaban en la sucursal bancaria. “Mi función era rescatar rehenes y lo hice”, afirma. Esa es su victoria.