Riss y el recuerdo del atentado a Charlie Hebdo: “Nuestras armas son solo lápices y borradores”
Sobreviviente de la masacre de 2015 en la revista de la que hoy es director, acaba de publicar un libro. Aquí, debate sobre la vigencia de la sátira y denuncia el colaboracionismo de las élites intelectuales
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Las teorías del tiempo aseguran que siempre dura lo mismo. Un gran acuerdo universal fracciona el día en partículas minimísimas que permiten contar los rastros del sol y la luna por la superficie terrestre. Hay un meandro personal en donde las medidas se ablandan. Ese tiempo líquido vive en la conciencia que tenemos de su paso. Algunas veces como catarata. Otras como gotera.
Melun es una aldea gala que se conoce con ese nombre desde el siglo VI. Situada en los alrededores de París, formó parte del imperio Romano y fue clave en la Guerra de las Galias. Enclavada en un cruce estratégico de rutas terrestres y fluviales, se convirtió en un eje sustancial para el transporte hacia París en sirgas, un tipo de barcazas arrastradas por bestias, en un recorrido que demandaba, al menos, 12 horas. Esa misma paciente calma de horas extendidas y queso brie (uno de los productos estrella de la ciudad), debe de haber acunado a Laurent Sourisseau. Hijo de un empleado de funeraria (dueño de un particular humor negro que dejaría herencia) y una ama de casa, con una infancia sencilla y apacible, encaró la escalada social obteniendo una licenciatura en leyes.
El cambio de rumbo se dio de modo vertiginoso. Apenas egresado, incursionó en el periodismo gráfico como una alternativa posible de subsistencia. Con algo de audacia se acercó a París y presentó su porfolio en La Grosse Bertha, un diario satírico de relativa reciente aparición, pero que había escalado en prestigio y consideración entre la intelectualidad local. Para los caricaturistas, los nombres de Philippe Val, Charb, Luz, Cabu, y Georges Wolinski, que trabajaban en Bertha, resultaban celebridades. Allí se gestó lo que se convertiría con el tiempo en Charly Hebdo, el semanario víctima de un atentado perpetrado por tres sujetos en nombre de Al-Qaeda, el 7 de enero de 2015. Por entonces, Laurent Sourisseau ya era Riss.
Los segundos quietos
Un minuto cuarenta y nueve segundos fue el tiempo que duró el ataque al periódico que mató a 12 personas e hirió a otras 11. También es el título del libro que Riss, que a modo de catarsis, reflexión e interpelación ha escrito para exorcizar algunos de los sucesos. Este tiempo, lo enfrentó a debates complejos. Debió decidir, junto a los pocos sobrevivientes, si continuar o no con el proyecto, reformular íntegramente el equipo de trabajo, defenderse de la postura de provocadores con que cierta parte de la justicia ha intentado comprometerlos en el atentado, determinar qué tipo de medio iban a seguir construyendo y, en lo personal, vivir clandestinamente, con custodia, en un sitio no conocido. Un intercambio de e-mails permitió obtener estas respuestas.
-Es esencial en su obra y en gran parte de su comunicación hoy el concepto de colaboracionismo, y tiene en torno a este término una definición que, para cierta gente, puede resultar controversial. ¿Podría desarrollar esta idea?
-El término colaborador es de hecho muy fuerte, se refiere a sucesos muy graves. Este es el término utilizado para mencionar, precisamente, a aquellos que, durante la Segunda Guerra Mundial, llegaron a un acuerdo en Francia con la ocupación nazi. Hay varios niveles de colaboración. Una colaboración activa, donde los individuos se comprometen personalmente a través de acciones inequívocas al servicio del gobierno de Vichy y los nazis. Y luego hay una colaboración más pasiva, donde los individuos asienten en silencio y aceptan los eventos tratando de encontrar excusas y justificaciones para su inercia, su cobardía. Es este segundo tipo de colaboración de la que estoy hablando, y más particularmente la de los intelectuales que durante demasiado tiempo han cerrado los ojos a la ideología islamista y su dimensión totalitaria. Para ellos era más fácil acusar a un periódico de haber publicado dibujos de Mahoma y de unos dibujantes que, a sus ojos, no representaban nada, que formular análisis críticos sobre el fenómeno del islamismo, que por lo demás es más peligroso que un puñado de dibujantes. Con este espíritu hablé de colaborar.
-Cuestiones como la concepción real de la democracia, el valor del laicismo o la verdadera libertad de expresión fueron principios establecidos en el pasado que contaban con una suerte de acuerdo tácito de todas las partes. En estos tiempos, todos ellos se están poniendo en duda, o desdibujando, definiéndose de modo acomodaticio, etcétera. ¿Cree usted que son tiempos en los que es preciso volver a redefinirlos explícitamente?
-Estos valores han recuperado toda su fuerza y todo su significado. Ahora, más que nunca, tienen un papel fundamental que desempeñar en el destino de nuestras democracias. Es cierto que hace treinta o cuarenta años se hablaba menos de ellos, porque estos valores eran obvios para todos, y nadie imaginaba tener que defenderlos algún día. Nadie imaginó que tendríamos que volver a invocarlos porque nada en la sociedad francesa, antes de los años 80/90, presagiaba tal retorno de la religión y más particularmente de la intolerancia religiosa.
-¿Cree que Francia ha perdido su laicismo?
-Es la historia la que ha configurado en Francia un valor como el secularismo: las guerras religiosas entre católicos y protestantes, la masacre de San Bartolomé, la revocación del Edicto de Nantes por Luis XIV son etapas que han hecho que la necesidad de establecer reglas de conducta para los asuntos religiosos en la sociedad surja gradualmente en la mente de los franceses, y de la cual la ley de 1905 es el resultado [El artículo 1° de la ley de 9 de diciembre de 1905 estipula que «la República garantizará la libertad de conciencia. Garantizará el libre ejercicio de los cultos con las únicas restricciones dictadas a continuación en interés del orden público»]. Un valor como el laicismo se ha forjado precisamente para afrontar situaciones como las que vivimos hoy. Por tanto, es irresponsable querer “redefinirlo”, porque eso sería destruirlo. Esto es lo que quieren los extremistas religiosos: redefinir el laicismo para vaciarlo de su fuerza, porque este valor es el único obstáculo para su hegemonía.
La caricatura de la caricatura
Quien había precedido a Riss como director de Charlie Hebdo, Charb, Stéphane Charbonnier, uno de los caricaturistas fallecidos durante el atentado, en reiteradas ocasiones había defendido las caricaturas sobre el profeta Mahoma. A sus 47 años, por entonces, sostenía que no debían temer a las represalias.
“No tengo hijos ni esposa –declaró a la revista Tel Quel en ocasión de una entrevista con relación al fastidio que emergía en la comunidad musulmana a causa de los dibujos que se venían publicando–. No tengo auto ni tengo crédito. Puede sonar un poco pomposo, pero prefiero morir de pie que vivir de rodillas”. Frente a esta postura, Henri Roussel, uno de los fundadores de la revista, pasada una semana del ataque, acusó a Charb de haber llevado a su equipo a la muerte en una carta que publicó en Nouvel Obs. “Esto ha sido una provocación y un día la provocación se ha vuelto contra nosotros”, escribió en su descargo.
Sin embargo, bajo aquella consigna de Charb, Riss retomó las banderas a los pocos días de salir del hospital. Puso en la calle a una semana del atentado una nueva edición cuya tapa mostraba otra caricatura de Mahoma, esta vez llorando mientras sostenía un cartel del mítico mensaje Je suis Charly. Se editaron tres millones de ejemplares con ediciones en seis idiomas, entre ellos turco y árabe. Por entonces, Riss declaró en una entrevista a Paris Match: “La arbitrariedad religiosa no es racional, no es una historia de dibujos. Era necesario mostrar el objeto del crimen: por qué los periodistas habían sido masacrados”. Hoy Charly Hebdo publica alrededor de 30.000 copias semanales y cuenta con 45.000 suscriptores. Su equipo se ha renovado con caricaturistas, diseñadores y periodistas jóvenes que no pasan los treinta años, como Pierrick Juin y Alice, que se ha convertido en una estrella de 22 años y que ya supera las 100 caricaturas en la revista.
-Frente a los sucesos que relata en su obra, y no me refiero solo al atentado, sino también a todo lo que sobrevino luego, hay un punto en el que se planteó por qué Charly Hebdo debía continuar. ¿Por qué era necesario seguir escribiendo y caricaturizando?
-Por entonces, era obvio para mí que teníamos que seguir haciendo Charlie Hebdo. Esta fue la respuesta más contundente dirigida a quienes querían destruirnos y, sobre todo, a quienes querían obligar a un país como Francia a abandonar sus valores como la libertad de expresión y el laicismo. La desaparición de Charlie Hebdo habría sido una formidable victoria para todos los extremistas religiosos. Así que teníamos que hacerles entender que, a la larga, son ellos los que perderán y nosotros los que ganaremos. La reedición de Charlie Hebdo a finales de febrero de 2015 es ante todo un acto de combate. Porque hemos sido atacados por individuos que se comportaron como guerreros, como soldados de Dios. Así que teníamos que ser aún más decididos que ellos.
Cuando tomó las riendas de la revista como nuevo accionista mayoritario (contaba con los dos tercios de las acciones), Riss debió enfrentar, además de su propio shock físico y emocional, sospechas sobre su intención de hacerse de los millones de euros obtenidos por donaciones y por las increíbles ventas de la nueva edición. Debió definir, tal como relata en su libro, quiénes fueron las víctimas reales. En la obra revela que algunos colaboradores esporádicos, ausentes el día del atentado, presentaron reclamos sobre parte del dinero recaudado. El nuevo director, a quienes todos conocían como un poco hosco y escasamente simpático, aunque brillante en el detalle de sus dibujos, decidió que las donaciones (unos 15 millones de euros) se repartieran entre las víctimas y los familiares de los muertos.
-Hoy, cuando ya ha pasado tiempo y el mundo sigue avanzando en diferentes direcciones, aquella decisión que lo llevó a levantar el guante de Charly Hebdo, ¿es la misma que lo mantiene hoy a la cabeza del periódico?
-Hoy, más que nunca, estamos decididos a mantener vivo a Charlie Hebdo, para demostrarles que definitivamente están equivocados.
-¿Por qué cree que el periodismo puede ser valioso en estos tiempos? ¿Cuál cree que es o debería ser su función hoy?
-Dmitri Muratov, que acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz, declaró: “El periodismo es una profesión difícilmente compatible con la vida”. Esta frase resume un poco mi sentimiento. Si tienes que informar, si tienes que afirmar tus opiniones, por escrito o por dibujo, corres el riesgo de desagradar y contradecir fuerzas que no dudarán en aplastarte a la primera oportunidad. El caricaturismo de prensa o el periodismo no son trabajos cómodos e incluso pueden ser muy peligrosos. Ya lo pensaba antes del 7 de enero de 2015.
El juicio tuvo lugar, finalmente, hace algo más de un año, cuando se condenaron a 14 personas acusadas de colaborar en una sucesión de atentados que tuvieron lugar en París en 2015, cuyo detonante fue la redacción de Charly Hebdo, pero donde se sucedieron otros ataques que hizo escalar a 17 la cantidad total de muertos. Quienes perpetraron los asaltos del 7 al 9 de enero de ese año fueron finalmente abatidos por la policía, mientras que los cómplices estaban acusados de obtener armas o proporcionar apoyo logístico.
En ocasión del juicio tomó la decisión de volver a publicar las caricaturas que fueron desencadenantes del ataque. En su declaración en el tribunal, indicó: “En el fondo, lo que deseamos es poder dibujar lo que queramos, sin sufrir ningún ataque. No quiero vivir sometido a la arbitrariedad demencial de los fanáticos. No hay que arrepentirse de haberlas publicado”.
-Si asumimos que el periodismo es parte del ADN de muchos que lo ejercen, quienes no pueden hacer otra cosa más que periodismo –y que es un atributo que atraviesa la vida, la persona, y con ello a todo lo que lo rodea–, retomo una idea que expresa en su libro, cuando conceptualiza cuán fuerte era el trabajo en la vida personal de todos los que integraron Charly Hebdo, y donde se pregunta a sí mismo si las muertes concretas producto del atentado, y las siguientes “muertes” (miedos, partidas, depresiones, tristezas, etc.) pueden limitarse al mundo del trabajo. ¿Cómo se vive hoy la redacción del periódico? ¿Cuán familiar pudo volver a convertirse?
-Creo que hoy el diario es tan bonito como lo era antes de enero de 2015. Las personas que trabajan allí se aprecian, respetan y se enriquecen mutuamente. Así era antes de 2015. Esto es lo que fue y nuevamente es grandioso en esta revista. Trabajar allí brinda una comodidad personal que va más allá de la mera satisfacción laboral. Por eso todos los colaboradores del diario desde 1992 siempre han luchado por mantener vivo este diario, que en realidad es mucho más que eso. Éramos conscientes de haber contribuido a construir un sitio único. Personalmente, me siento genial allí de nuevo, y ver que el periódico vuelve a cobrar vida me ha ayudado a vivirlo también. Sin embargo, cabe agregar que todo esto se hace de acuerdo con estrictas reglas de seguridad. Hay que seguir haciendo el diario estando muy atentos porque nunca más nos debe volver a pasar nada.
Durante el atentado, Riss fue herido gravemente en un hombro y por varios meses perdió la movilidad de la mano con la que dibujaba. En ese instante, también perdió la libertad. La revista se encuentra instalada en un búnker inexpugnable con una seguidilla de siete puertas blindadas en un sitio desconocido. Previo al atentando, casado, evaluaba con su esposa la adopción de un niño. Otro sueño truncado: “Quien le cedería la custodia de un pequeño a alguien que ya la requiere para sí”, declaró en una entrevista radial en ocasión del lanzamiento de su libro.
-En el ataque perdió a gran parte de sus compañeros y amigos, pasó varios meses en el hospital con una herida grave. ¿Cómo se vuelve a dibujar y a escribir después de eso?
-Nunca dejé de dibujar y en los días que siguieron al 7 de enero hice dos o tres dibujos con mi otro brazo válido porque era necesario demostrar que éramos más decididos que nuestros asesinos. Nuestras armas son solo lápices y borradores. Es más modesto, pero es suficiente para nosotros. También pensaba en qué hubiese pasado si yo hubiera sido uno de los asesinados, y si las víctimas hubieran sobrevivido, ellos habrían hecho lo mismo que yo. Conociéndolos como los conocía desde hacía 24 años, habiéndolos visto a menudo poner en práctica su determinación y convicciones, estoy casi seguro de que habrían pensado como yo y habrían hecho cualquier cosa para continuar. Hacer el diario después del 7 de enero, pensando en lo que hubieran hecho en nuestro lugar, fue una forma, quizás, de hacerlos participar junto con nosotros en esta reconstrucción.
-El humor ha ayudado a poner en el tapete las situaciones más violentas que parecían no tener agenda de otro modo. La sátira nos cuenta lo que muchas veces no ponemos en palabras. Siempre pensando en tu trayectoria, en todo por lo que debiste pasar, me interesa cuál es tu mirada sobre hechos actuales sobre los que hacer sátira o humor parece que no es posible. Considero en este planteo a situaciones de inclusión, de abuso, de género. ¿Cree que hay ciertos temas no satirizables?
-El humor y la libertad de expresión siempre se enfrentan con un límite en un momento u otro. La pregunta es ¿dónde está? Nuestra posición siempre ha sido la de hacerlo retroceder todo lo posible. Pero sabemos que el humor puede estar equivocado, desviado al servicio de ideologías que de ninguna manera son democráticas. Se encontraron dibujos animados en la Unión Soviética y también se encuentran hoy en China. Obviamente, estos son dibujos que sirven al régimen vigente y denigran a los sistemas políticos opuestos.
-¿Y cuál es el límite?
-En una democracia, el límite del humor aparece cuando se utiliza para insultar, difamar o incitar al odio. La ley francesa ha establecido estos límites. Pero dentro del perímetro definido por la ley y la jurisprudencia francesa, hay un margen de maniobra muy amplio, del que, en realidad, pocas personas hacen uso. Respetando los límites que acabo de mencionar, podemos llegar muy lejos y los tribunales de Francia también saben que es importante dejar margen de maniobra para la libertad de expresión en una democracia. Así que la sátira y el humor están protegidos por la ley y pocas personas se atreverían a demandar a Charlie Hebdo porque eventualmente, después del 7 de enero, muchos entendieron mejor el valor de la sátira y el humor en una democracia. Desafortunadamente, es cuando algo está amenazado con desaparecer que uno se da cuenta de su valor.
-¿Considera que las generaciones más jóvenes son reacias a la sátira?
-Curiosamente, hay mojigatería entre ciertos adolescentes que rápidamente se escandalizan con los dibujos satíricos. Este es un fenómeno bastante curioso que se encuentra mucho menos entre personas de la generación anterior que crecieron en los años 70/80, en un ambiente mucho más relajado sobre estos temas. Tenemos la sensación de que la sociedad actual está mucho más centrada en sí misma que hace 20 o 30 años.
-Sostiene que cancelar la cultura es bastante sintomático de esto. ¿Por qué?
-Da la impresión de que las generaciones más jóvenes están sufriendo por no haber vivido pruebas que les den la oportunidad de poner en práctica sus creencias. Crecí con adultos que habían experimentado la Primera y la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Argelia. Algunos habían resultado heridos, otros habían sido deportados a campos de concentración, y estar cerca de ellos, vivir con ellos y escucharlos transmitía una responsabilidad a nuestra generación. La de proteger los valores por los que lucharon estas personas. Tengo la impresión, pero puede que me equivoque, que las generaciones más jóvenes no han recibido nada como legado, y que buscan a toda costa causas que defender, en todos los rincones de la sociedad. La historia se convierte en un campo de batalla y los vemos desacreditar estatuas de figuras a veces cuestionables, pero que han jugado un papel histórico, nos guste o no. Cancelar la cultura es una confesión de impotencia, de una generación que busca las causas a toda costa, en lugares cómodos donde el bien y el mal son aparentemente fácilmente identificables y donde las posturas morales halagadoras son fáciles de adoptar. Ya sea que se trate de corrección política o de cancelar la cultura, uno no debe dejarse engañar por estas tendencias. Estos son síntomas de una época confusa. El humor y la sátira siempre han existido en todos los tiempos y en todas las culturas. Tienen una dimensión atemporal y universal que perdurará más que estas modas.