Redes sociales. Cuál es el plan de Twitter para resistir
La red social se enfrenta a una crisis de identidad en un mundo cada vez más agresivo y polarizado
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Sin demasiado tiempo para meditar sobre las consecuencias de lo que hacía, y mientras la sociedad estadounidense aún estaba conmocionada por las imágenes que se repetían en todas sus pantallas, el 8 de enero de este año Twitter tomó una decisión que cambiaría para siempre la relación entre las redes sociales y sus usuarios. En medio de un clásico ataque de verborragia del entonces presidente Donald Trump, la compañía decidió suspender su cuenta de manera permanente y evitar que pueda seguir hablando acerca de los eventos que llevaron a la toma del Capitolio. Así, de un momento a otro y sin previo aviso, el hombre más poderoso del mundo se quedaba sin su plataforma de comunicación favorita y la startup fundada en 2006 por Jack Dorsey, Noah Glass, Biz Stone y Evan Williams decidía dejar de ser simplemente un escenario de discusión política para involucrarse de manera contundente y decisiva. Tras años de incertidumbre, desconciertos y dudas, Twitter está encontrando su nueva razón de ser, en un mundo cada vez más polarizado y agresivo, pero ¿podrá convertirse en una herramienta para crear una sociedad con mayor diálogo o inevitablemente su destino es ser un espacio para las peleas y la desinformación? ¿Podrán 280 caracteres ganarle a las imágenes y videos de Instagram y Tik Tok?
Twitter suspendió “permanentemente” la cuenta @realDonaldTrump debido al “riesgo de una mayor incitación a la violencia”, tras una serie de mensajes en los que Trump parecía justificar las acciones delictivas contra el Capitolio, que habían dejado cinco muertos, y el anuncio de que no asistiría a la toma de mando de su sucesor legítimo, Joe Biden, ya que no creía en los resultados electorales. De acuerdo con lo que informó la compañía, estos mensajes violaban las reglas de uso de la red social y, como ya había recibido advertencias en el pasado, se decidió cerrar de forma permanente su cuenta. Fiel a su estilo, Trump no se quedó tranquilo e intentó usar otras cuentas, que también fueron suspendidas hasta que la misma Casa Blanca difundió un escrito en el que condenó la decisión y anunció que el presidente crearía “su propia plataforma para difundir sin filtro sus mensajes”.
Pasaron varios meses desde entonces, pero el plan de una red social trumpista nunca se concretó aunque hubo intentos de recrear Twitter con otras apps, como Parler, pero que no prosperaron. Y es que no resulta nada fácil repetir la alquimia de este espacio tan diferente en el que no parecen funcionar las mismas reglas que en otras plataformas y que, a pesar de que muchas veces se pronosticó su inevitable final, parece haber encontrado su rumbo en un mundo caótico y agresivo gracias a un CEO que medita dos veces al día, pasa hasta una semana sin comer y empieza su día laboral con un baño de inmersión en agua helada.
De acuerdo con el informe de noticias digitales que cada año publica el Reuters Institute, durante los inestables días de 2020 más y más personas de todo el mundo se volcaron a Twitter y Facebook para informarse. Esto también se repitió en la Argentina, en donde según Comscore el 89,4% de los ciudadanos se conectan a redes sociales y muchos prefieren informarse por redes sociales antes que por la televisión de aire, por ejemplo, porque encuentran una mayor amplitud de opiniones y más dinamismo. Y en eso Twitter es imbatible: su gran fuerte es la cobertura en tiempo real de la información. Así, cuando sucede un evento excepcional (del debut de Lionel Messi en el PSG a la noticia de una supuesta invasión de carpinchos en Nordelta) miles de personas van a Twitter a encontrar cobertura al instante, imágenes de los propios protagonistas… y memes. De hecho, los primeros detalles por el festejo del cumpleaños de la primera dama Fabiola Yáñez violando las estrictas medidas de aislamiento decretadas por su marido surgieron de usuarios de Twitter.
Los argentinos tenemos un romance particular con esta red social: quizá por nuestra verborragia y nuestro sentido de pertenencia es usual que una observación inocente se convierta en motivo de debate –ya sea por las vacunas contra el Covid-19 o por temas más banales, como si las empanadas deben llevar o no pasas de uva– o que sea tendencia un olvido o un desliz. Ya nadie imagina ver un reality show sin el teléfono en la mano y todos queremos opinar si Damián Betular se enoja en serio con Germán Martitegui o dejar en claro qué nos pareció cada performance de La Voz… ¡si hasta Ricardo Montaner discutió con Mercedes Morán por un tweet! Grandilocuentes como somos, creemos incluso que podemos cambiar el resultado de un ciclo de formato internacional con tweets, como pasó con Samantha, la ganadora de Bake Off que tuvo que devolver el preciado delantal luego de que un par de usuarios denunciaran que no era una pastelera amateur.
Twitter nuclea afinidades y permite que las personas que comparten una visión del mundo puedan llevar adelante acciones que exceden la virtualidad, desde movilizaciones multitudinarias hasta recaudaciones récords. Sin embargo, este espacio de diálogo e intercambio también es escenario de discursos de odio y agresiones. La compañía se toma muy en serio esta problemática, aunque por ahora la posibilidad de una respuesta satisfactoria parece lejana: muchos creen que la prohibición total a Trump, una medida que también tomó Facebook, llegó muy tarde y cuando era ya un presidente en retirada… ¿cuántos tweets con “incitación a la violencia” había emitido antes de que fuera expulsado? ¿Por qué no se decidió antes? ¿Tienen que ser las mismas plataformas las que regulen qué se puede decir y qué no, o deberían ser los Estados? Hoy, existen muchas herramientas para denunciar el hostigamiento por parte de algún usuario o la posible difusión de información falsa. Sin embargo, son mecanismos que están lejos de ser efectivos. La violencia verbal, el acoso a poblaciones minorizadas y la suplantación de identidad siguen siendo problemas a los que hay que encontrar una respuesta. Lo mismo sucede con la desinformación: la vorágine que impone la cobertura en tiempo real de un suceso provoca que hasta las personas más atentas pueden dar por ciertos datos falsos o creer que son legítimos fotos y videos manipulados.
“Creo que Twitter ha jugado un papel importante en la difusión de desinformación que motivó el intento de toma del Capitolio”, reconoció con sinceridad Jack Dorsey, CEO de la empresa, frente al Congreso de los Estados Unidos en marzo pasado. Fue un momento tenso pero genuino en una audiencia pública con las autoridades en la que también participaron Mark Zuckerberg, de Facebook, y Sundar Pichai, de Google. A diferencia de sus colegas, Dorsey no evitó ninguna pregunta y asumió sus responsabilidad, vestido con un traje y una remera negra en lo que parecía la cocina de su casa, con el pelo cortado al ras y una larga barba llena de canas.
Cuando se conoce en detalle los hábitos de Dorsey, su look es lo menos llamativo. El empresario de 43 años es un estudioso de las prácticas estoicas y, a pesar de que su fortuna supera los mil millones de dólares, vive de manera muy modesta, solo ingiere una comida diaria y organiza su vida alrededor de sus dos horas diarias de meditación, al comenzar y al terminar su jornada. No usa limusina ni auto para ir a trabajar. Tampoco bicicleta: antes de la pandemia caminaba a diario los ocho kilómetros que lo separan de su casa a las oficinas de Twitter, un hábito que aún mantiene a pesar de que su empresa es una de las que ya anunció que buscará formas híbridas de trabajo que favorezcan el home office. No va al gimnasio ni practica deportes, pero todos los días hace ejercicio aeróbico por siete minutos y al despertarse toma un baño de agua helada. “Nada me da más confianza que poder pasar de un ambiente cálido a uno frío sin temor, sobre todo al despertarme. Pasar de la cama a un ambiente helado me despeja mentalmente y me da la seguridad de que si puedo hacer algo tan pequeño pero doloroso, podré hacer cualquier otra cosa”, aseguró.
Dorsey fue uno de los fundadores de Twitter hace 15 años y en más de una oportunidad confesó haber pensado en dejar la compañía. Pero ahora parece más comprometido que nunca y exhibe un liderazgo muy especial con su equipo, ya que a diferencia de otros CEO se involucra personalmente en decisiones difíciles, como expulsar al presidente de los Estados Unidos de manera permanente de su red social favorita. Pero también está liderando una transformación arriesgada y profunda con la que quiere que Twitter pueda ser un verdadero Ave Fénix.
En una conferencia reciente con sus accionistas, Twitter aseguró que piensa duplicar su cantidad de usuarios y sus ganancias para 2023 gracias a una serie de nuevas funciones que tiene en carpeta. Pero en algún sentido los cambios empezaron hace rato: en 2017, la compañía sorprendió a propios y ajenos al extender la cantidad de caracteres que puede tener un tweet al doble de sus clásicos 140. Muchos creyeron que era una traición al principio fundamental de la plataforma, su brevedad, pero en pocos días ya todos compartían sus opiniones y pareceres en esa extensión. La introducción de hilos –es decir, tweets sucesivos que están concatenados– permitió compartir con mayor facilidad textos más largos y se volvieron un formato por derecho propio para expresar puntos de vista, anécdotas, desarrollar una noticia o incluso hacer ficción. El apetito por mayor contenido en texto llevó a la empresa a comprar hace algunos meses la startup Revue, una herramienta para escribir y monetizar newsletters, lo que ya permite a cualquier persona escribir sus propios contenidos y cobrar por su acceso.
Pero el interés de las mayorías no parece estar en los textos, sino en las imágenes: Twitter está muy lejos de tener la cantidad de usuarios de sus competidores, a pesar de tener cerca de 200 millones de personas que se conectan a diario, y no cuenta ni con la fortaleza de Facebook, que sigue siendo a nivel mundial la red social más popular; ni con el glamour de Instagram, en donde la imagen y lo efímero mandan; ni con la innovación joven y espontánea de Tik Tok. ¿Con qué competir? Dorsey y su equipo pensaron en una alternativa inesperada: el audio.
Desde hace algún tiempo, Twitter permite crear salas de audio comunitarias llamadas Spaces, en las que los usuarios pueden organizar conversaciones y diálogos en vivo que solo pueden ser escuchados en tiempo real y que, en tiempos de multitasking, permiten seguir leyendo el timeline o ir a otras aplicaciones sin problema. Es un formato que probó con mucho éxito la startup ClubHouse y que ahora es una de las apuestas para seguir creciendo al atraer a aquellas personas que se sienten más cómodas conversando, pero sin mostrar su cara, como sucede en las transmisiones en vivo de Instagram. Al igual que con Revue, estos espacios de audio se pueden monetizar cobrando un valor para poder acceder. Esta posibilidad –que se enmarca en lo que se conoce como Economía de creadores, es decir, brindarle a los usuarios herramientas para que puedan generar ingresos con sus contenidos– está en sintonía con otros de los anuncios más recientes, los Super Follows. Se trata de una nueva función que permite compartir contenido exclusivo para aquellos que se suscriban a determinados usuarios, con precios que van de 3 a 10 dólares mensuales. Además, pronto estará disponible en todo el mundo Twitter Blue, un servicio pago que brindará acceso a más funciones y estadísticas.
Queda claro, entonces, que entre baño helado y baño helado, Dorsey recibe y aprueba muchas ideas de su equipo. Así, a pesar de que no siempre fue vista como una empresa innovadora, Twitter está en plena etapa de exploración y cambios para lograr un objetivo ambicioso: seguir siendo el gran ágora digital para discutir y compartir ideas e impresiones, pero dejando afuera las agresiones y mentiras, a la vez que busca recuperar relevancia y atraer a más personas sin perder su esencia.