Reabrió tras el duelo. Qué hay para ver y qué se puede comer en La Campiña de Mónica y César, en San Pedro
El sitio que los unió aun más allá del periodismo hoy sigue adelante con el legado que crearon juntos y bajo las sonrisas amables de Mónica
- 6 minutos de lectura'
Se conocieron en los pasillos del trabajo en 1971. Ella trabajaba allí desde 1966. El había comenzado a poco de conocerse. El era un sagitariano rompecorazones. Ella una escorpiana emblema de la profesión. Mónica Cahen D’Anvers y César Mascetti decían ser el agua y el aceite. En una decisión arriesgada, ella se convirtió en la reina de un harén laboral que tuvo bajo su mando a cinco estrellas masculinas. Hizo historia. Siempre hizo historia, incluso frente a Henry Kissinger, Sofía Loren, Moshe Dayan, Golda Meir o Jacques Cousteau.
Atravesando el último año de trabajo, luego de un primer matrimonio finalizado en 1975 con Iván Mihanovich, la celebración de un día del periodista pos jornada laboral los unió para siempre. El 6 de julio de 1980 fue primera salida, primer beso y hasta que la muerte los separó.
Mónica y César se transformaron en genéricos, así, sin apellidos. En 1990 comenzaron a compartir la conducción de la segunda era de Telenoche en Canal 13, emisión que dejaron el año en que se casaron, en el 2003. Doce meses más tarde comenzaron a compartir un programa de radio Del Plata que siguió al aire hasta entrada la pandemia.
El hijo que tuvieron juntos se llama La Campiña y nació en 1979 con solo 12 hectáreas y 4000 plantas de naranja. Mascetti siempre apegado a su terruño terminó encantando a Mónica, la chica citadina deslumbrada por las luces del mundo. Cuando San Pedro quedaba mucho más lejos que los 178 kilómetros que realmente la separan de la Capital, ambos apostaron la compra de la docena de hectáreas que primero fueron su descanso de fin de semana, más tarde una enorme plantación de naranjos, creció como emprendimiento que invitaba a encontrarse con la pareja famosa en la apertura pública de cada fin de semana.
Aparecieron los dulces, el turismo, el comercio de las naranjas, el restaurante, los eventos y los duraznos, esos que les dieron el último premio que recibieron comenzado este año: “el durazno de oro” en Gobernador Castro -localidad en el partido de San Pedro-, durante la 22da. Fiesta Provincial del Durazno y La Producción el fin de semana del 15 de enero pasado.
El micrófono rural
La Campiña se convirtió en un mito. La casa de retiro soñada era una curiosidad cercana, a la vera de la ruta. Los paseantes se acercaban, tocaban el timbre. Iban a conocer a los comensales que los acompañaban cada noche en la cena familiar cuando el noticiero de la TV presidía una de las cabeceras. Ellos a veces abrían y terminaban tomando mate con los paseantes, relatándoles sus historias y recorriendo la plantación.
Hoy tiene 500 hectáreas y más de 100.000 árboles frutales, además de cultivo de soja y trigo. Cuando se les pedía un recuerdo de aquellos primeros tiempos, emergía el olor a pan que produjo la primera tolva llena de trigo. Este es el lugar en el cual depositaron todas sus energías fuera del periodismo.
La idea fue crear una chacra productivo-placentera al estilo europeo, y eligieron San Pedro por la naturaleza del lugar y porque es el pueblo donde nació César: su familia llegó a mitad del siglo pasado. Una de las plantaciones lleva el nombre de El Independiente en homenaje al diario que fundó su abuelo en 1894.
Los cajones de naranjas comenzaron a llenar de sonrisas la boca de Mónica. Empezó a tomarle un sentido diferente a la idea. Poco a poco se fueron instalando por más tiempo allá, con decisiones más firmes sobre qué hacer con el predio.
La producción de naranjas llegó primero. Rápidamente le siguió el pequeño centro de venta de cítricos y dulces supervisados por profesionales de la Universidad de Luján. Se expandieron a otros frutales, hasta el durazno ganador del premio mayor este año que los puso tan orgullosos. Con el alma de los antiguos de ramos generales se puede visitar el almacén que ofrece todos los productos que se elaboran en La Campiña: dulces, frutas, bombones, alfajores, escabeches, vinagres aromáticos, quesos y fiambres caseros.
El restaurante fue casi una consecuencia obvia, sitio en el que hoy es imprescindible reservar. Funciona de viernes, domingo y feriados, parrilla solo los sábados, domingos y feriados. Por la tarde se puede ir a tomar el té, y un poco más allá picada con cerveza.
Los frutales son más que su producto. Allí se invita a una caminata por los naranjos para conocer las distintas variedades y en primavera deslumbran los azahares que embriagan con su aroma. En temporada de cosecha y cuando el personal esté trabajando, se puede tener una idea del proceso de selección de la fruta desde que llega del campo hasta que se carga en el camión.
Una rosa para Mónica
La proyección de La Campiña llegó más allá con la construcción de un invernadero y la huerta. Hierbas aromáticas sobre las que se eligen las mejores hojas para fabricar vinagres aromatizados. Plantas de raíz y verduras de hoja, que se usan en el restaurante para los platos del menú, y también se venden allí mismo. En el sitio se comercializan plantines de todo tipo.
César dejó una herencia personal en La Campiña: su palomar de palomas mensajeras. No solo se visita, también se entiende de qué se trata la colombicultura.
Luego de pasar más cerca de cinco que de cuatro décadas juntos, Mónica sigue viendo a César en este hijo que criaron y que, según cuenta, los sobrevivirá mucho tiempo. Como los famosos rosales de Mónica. En ocasión de su 70 cumpleaños, César le regaló un vivero con más de 300 rosales.
La historia le pone sentido al gesto. Rosa Comtesse Cahen d’Anvers Louise de Morpurgo, casada con el Conde Louis Cahen D’Anvers, tenía pasión por las rosas. Visitaba muy a menudo a un rosicultor italiano de Umbria, Rossetto Fineschi. La condesa le compraba muchas rosas para llevar a su rosedal en el castillo de Champs, cerca de París, donde vivía. Fineschi creaba distintas variantes con injertos y a una de ellas la llamó Comtesse Cahen d’Anvers en honor a la bisabuela de Mónica. Para conseguir la rosa, Mónica se contactó con la cuarta generación del rosicultor Fineschi, consiguió que le enviaran las yemas desde Italia, y después de varios intentos, consiguieron que una de las yemas brotara. Ahora en La Campiña se puede oler la misma rosa creada en 1870.
Un mensaje a la inmensidad fue la acción que pergeñaron para el pasado Día de la Madre: podías acercarte y cortar una de esas rosas para llevarte con vos ese cachito volátil de La Campiña.
En uno de los tantos registros que tienen de su vida en el lugar, César reveló “nunca nos arrepentimos del cambio. Cuando estábamos pensando en irnos de la tele, un brillante psicoanalista con el que hacíamos terapia nos tiró una frase que terminó por definir nuestra decisión: ´No sé ustedes, pero yo quiero que a mí la muerte me encuentre vivo’. Y ahí se nos bajó el telón”.