¿Quién es el rey? Más de 50 actores hicieron de Elvis en la pantalla, y hay 300 mil imitadores en el mundo: el trono tiene dueño
Ahora es el turno de Austin Butler, que estrenó su versión Elvis, aunque El Rey indiscutido sigue siendo Kurt Russell
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“¿Qué tenés en la cabeza? ¿De verdad creés que podés hacer de Elvis?”. En esas palabras, con descreimiento, con cierto estupor, lo increpó a Kurt Russell su propio representante. No había pasado casi nada de tiempo desde la muerte de Presley, el 16 de agosto de 1977, y la cadena televisiva ABC ya empezaba a preparar un telefilm biográfico. Russell había conocido a Elvis a principios de los 60, cuando compartieron una escena en la película Rubias, morenas y pelirrojas. Luego se entregó a su hechizo como espectador. Y ahora aceptaba casi sin pensarlo, como en un arrebato, la posibilidad de ponerse en sus zapatos. Era una oportunidad, pero también un salto al vacío. “Yo entendía una cosa: si lo hago voy a prenderme fuego, no hay punto medio. Va a ser genial o va a ser un verdadero desastre”. Entre cavilaciones, tuvo una epifanía: “Me dije, Kurt, ¿dónde estuviste toda tu vida? ¡Despertate! ¡Esto es lo que tenés que hacer!” Y allá fue.
¿Y quién no querría ser Elvis Presley? Pero, a la vez, ¿quién se anima? Hay registro de no menos de 300 mil imitadores de Elvis en el mundo, una auténtica legión de ETA (Elvis Tribute Artist), un número abrumador que solo parece confirmar que Elvis es esencialmente inimitable. El primero de estos impersonators fue un tal Jim Smith, pionero de 16 años que se sintió poseído en 1956, el año en que El Rey se hizo famoso. También se sabe que en los 70 el propio Presley tenía un favorito entre sus imitadores: Andy Kaufman, el enigmático comediante que lo interpretó en Saturday Night Live. Y se ha dicho que Elvis vive y fue visto en la Argentina (incluso después de que Sandro pasara a la inmortalidad): un poco de eso, de un personaje obsesionado con The King, trataba diez años atrás la película de Armando Bó El último Elvis, protagonizada por el arquitecto platense John McInerny, líder de la banda llamada, justamente, Elvis Vive.
La lista de actores que lo intentaron interpretarlo en películas y telefilms asciende a medio centenar. Muchos de ellos con trampa: no hacen de Presley, sino de tipos absorbidos por su idolatría, convencidos de ser el one-and-only; otros fantasean con la idea de que, aplastado por el peso de su fama, EP fraguó su muerte, y entonces lo imaginan en la actualidad, llevando una vida lejos del ojo del público. En el vasto elvisverso cinematográfico conviven, a su vez, con todas estas experiencias, las 31 películas de ficción que Elvis filmó como actor, una sucesión de éxitos que se extendió a lo largo de más de una década y en los que Paramount y Metro capitalizaron su electricidad y magnetismo, su expansiva sexualidad, y lo obligaron a dejar de lado sus ambiciones iniciales de convertirse en James Dean.
Ahora que Baz Luhrmann, autor de esos torbellinos de excesos y artificio que fueron Moulin Rouge y El gran Gatsby, estrenó su versión de la vida de Elvis, da la vuelta al mundo la imagen del Austin Butler, el actor que se atrevió a exponerse al fuego con una intensidad solo comparable con la de Kurt Russell: a encenderse o incinerarse. Su estreno en Cannes en mayo pasado fue recibido con “una ovación de 12 minutos”, pero cabe preguntarse qué habrá pasado por la cabeza de Butler en el largo recorrido hasta acá. Un trayecto en el que habrá comprobado que se puede estudiar al ídolo, aprender las patadas de karate y el embrujo de la pelvis y entrenar el acento sureño; pero en el fondo hay algo que no se puede copiar ni comprar; la fórmula secreta, ese atributo insondable que está o no está, esa rara, alienígena, indefinible forma de energía a la que llamamos onda. De verdad, habrá pensado Butler en algún momento, ¿creés que podés hacer de Elvis? ¿Qué tenés en la cabeza?
Lo inasible
Sam Phillips, el legendario dueño de Sun Records, había estado buscando por años en los Estados Unidos del rock and roll previo a la integración a un artista blanco que pudiera transmitir el sonido, la vibración, la magia de los músicos negros. Apareció Elvis, y el público enloqueció enseguida.
En un artículo sobre Los mitos americanos publicado en la revista Art Forum a fines de los 80, el periodista neoyorquino J. Hoberman escribió que, si tras dos décadas y media de pausa inducida por la Depresión y la guerra, 1955 fue el año en que el adolescente hizo su regreso a la cultura popular estadounidense (“con films como Semilla de maldad y Rebelde sin causa”) y con él una excitación “ambivalente, entre el rechazo y la fascinación”; 1956 trajo al personaje sobre el que todos estos chicos enloquecidos podrían focalizar esta excitación. “Es difícil imaginar que antes de Elvis no hubiera un Elvis. Se inventó a sí mismo, combinando la música country blanca y el blues negro, la imagen dura del delincuente urbano y el alma dulce de un pueblerino. (…) El suyo fue el ascenso más meteórico en la historia del espectáculo estadounidense”.
Ese año, Elvis hizo 12 apariciones en programas televisivos. “Si se las ve en orden cronológico, su imagen se va revelando como una fotografía en una bandeja: se depila las cejas, se oscurece el cabello, se suavizan los movimientos. Elvis trajo el rock ‘n’ roll pero fue producido por la televisión; no era simplemente una voz, sino una imagen, un ícono, el ícono”. El verano marcó “su apogeo como rockstar: fue atacado por periódicos, predicadores, maestros, policías y políticos, todo el aparato ideológico estatal. Reclamaban su prohibición, su censura, su expulsión de la ciudad, su castración”.
Para tipos como Lennon fue una revelación; Bob Dylan comparó su aparición con “salir de la cárcel”; Roy Orbison tenía 19 cuando lo vio en vivo sobre un escenario en su paso por Texas y quedó paralizado: “Su energía era increíble. No supe cómo interpretarlo. No había ningún punto de referencia en la cultura con el cual compararlo”.
Un huracán de sexualidad, chico blanco y músico negro, eléctrico, liberador, explosivo. Todo en uno. ¿Cómo se filma algo así?
“Vos sos yo”
“Podés perder contacto con quien sos en realidad. Eso es lo que me pasó cuando terminé de filmar Elvis: no sabía quién era yo”. En una entrevista con GQ, Butler habló del riesgo de perderse en el hechizo. Curtido en productos juveniles de los canales de Disney y Nickelodeon, es probable que la mayor parte del público no reconociera su rostro hasta hace poco, hasta que la película de zombies de Jim Jarmusch Los muertos no mueren llegó a Netflix o hasta que Brad Pitt le aplastó la cabeza de una patada en Había una vez en Hollywood, de Quentin Tarantino. Eso hizo aun más sorprendente encontrárselo de pronto en la pantalla grande, en los tráilers del Elvis de Luhrmann. ¿Y este quién es? Pero la trayectoria es un poco la misma que había hecho Russell cuando se mandó de cabeza 43 años atrás.
Butler no sabía gran cosa sobre Elvis, él lo admite. Recién empezó a entenderlo cuando leyó la historia de su infancia de pobreza en un barrio de Memphis y acerca de su estrecha relación con su madre. Por el proceso de casting pasaron al menos dos intérpretes con más credenciales: Harry Styles y Miles Teller (el salvaje percusionista de Whiplash, que ya había exhibido sus movimientos demenciales en la remake de Footloose). Al parecer, lo que convenció a Luhrmann fue un video casero que le envió Butler en el que canta “Melodía desencadenada”, en bata, mientras llora.
Cuando la producción de la película (uno de cuyos ejes es la relación de Elvis con su muy cuestionado mánager, el coronel Tom Parker, interpretado por Tom Hanks) quedó en suspenso por la pandemia, Butler tuvo tiempo para pensar dos veces en qué se estaba metiendo, y sin embargo lo usó para sumergirse aún más en el proyecto. La transformación durante el rodaje tenía que ser física y mental, porque, lo dicho: hay que estar loco. “Están esos momentos en los que el miedo es tan intenso que puede hacer que la creación se vuelva imposible –dijo–. Lo que aprendí es que siento miedo todos los días. Pero el miedo es esencialmente energía y me proveyó de esta fuerza durante todo el proceso”. Al día siguiente de terminar el rodaje, en marzo de 2021, Butler se despertó a las cuatro de la mañana con un dolor corporal que lo mandó al hospital por una semana. Elvis había abandonado su cuerpo y este reaccionaba como si hubiera atravesado un exorcismo. “Mi familia me decía que ya no sonaba más como yo mismo”.
Habrá valido la pena: tras ver la película, Priscilla Presley, quien inicialmente había expresado su desconfianza, le envió un mensaje: “Si mi marido estuviera aquí, te miraría a los ojos y diría: «Maldición, vos sos yo»”.
Muerto el Rey
Entre el desquicio pionero de Kurt Russell y la posesión casi satánica de Butler se sucedieron 40 años de Elvises, muy pocos de ellos memorables. Michael Shannon no es el primer actor que viene a la mente, pero salió muy bien parado de la experiencia de Elvis & Nixon (2016) la historia del encuentro entre El Rey y el presidente Richard Nixon en 1970, en el que se habría evaluado la posibilidad de que el músico se convirtiera en un agente federal en la lucha contra las drogas. Verdad o conspiranoia, la foto dándose la mano en el Salón Oval es una de las más solicitadas de los Archivos Nacionales de los Estados Unidos. Actor serio, intenso, Shannon se propuso “sencillamente encontrar a Elvis. No traté de darle mi toque ni hacer una declaración, solo profundizar lo más posible en su psique”. Como parte de la investigación, recorrió la mansión Graceland junto al famoso representante de Elvis, Jerry Schilling.
En 1988, Tarantino se vistió de The King para una brevísima aparición (entre muchos otros imitadores) en la serie Golden Girls. Aparece casi de fondo, entre muchos otros chiflados, pero la escena, que puede verse en YouTube, devino material de culto. Porque ahí está el futuro director de Perros de la calle y porque no cuesta imaginar la devoción por Elvis de este tipo tan obsesionado con la iconografía cultural del siglo XX. Suyo era el guion de Romance salvaje, una gran película de Tony Scott en la que Christian Slater era empujado al crimen por el espíritu del mismísimo Elvis, interpretado por Val Kilmer.
Los nombres que no quedaron en la historia se apilan. Entre los más reconocidos, Jonathan Rhys Meyer (que hizo una biopic en 2005), Harvey Keitel, Don Johnson y un inspirado Jack White en un breve, fulgurante cameo en la comedia Walk Hard.
Más interesante es la injustamente olvidada 3000 millas al infierno (3000 Miles to Graceland, 2001), en la que Kevin Costner y ¡Kurt Russell! lideran una banda criminal que da un fallido golpe a un casino de Las Vegas durante una convención de Elvises, todos vestidos para la ocasión. Sobre los créditos finales, Russell interpreta “Such a Night”, reclamando para sí el título en el que había empezado a trabajar en 1979.
Y es que, hasta la aparición de Butler, el trono era (en verdad, lo sigue siendo) de Russell, quien lo conoció en persona cuando tenía 10 años. En la citada Rubias, morenas y pelirrojas, Elvis le pagaba a este nene para que lo pateara en la tibia, con el único objetivo de acercarse a una enfermera que le gustaba. Pero más que aquel encuentro personal lo que marcó a Kurt fue ir a verlo en vivo dos veces. “La primera vez, él estaba en muy buena forma, pero en el segundo espectáculo, El Rey tenía más de 25 kilos de sobrepeso y el público se quedó sin aliento al verlo. Sin embargo, lo juro por Dios, 30 segundos después era Elvis de vuelta. De lo que me di cuenta, y en eso me basé más tarde, fue que se dijo a sí mismo: «oh, al carajo», y fue fantástico. Él sabía que no importaba si pesaba mil kilos. Lo hizo aún mejor. Se trasladó a un lugar diferente y fue Pavarotti, o algo así”.
Nicholas Ray, director de Rebelde sin causa, contó alguna vez que, tras la muerte de James Dean, Elvis se acercó a él en una cafetería, se puso de rodillas y le empezó a recitar de memoria diálogos de la película, que evidentemente había visto decenas de veces. Elvis quería ser actor. No un músico popular que hacía películas, sino un actor. Como Dean, como Marlon Brando.
Todo Hollywood lo había visto por televisión y se preguntaba si algo de aquel destello inesperado podría transferirse a la pantalla grande. El productor Hal Wallis, veterano de éxitos como Casablanca y El halcón maltés, necesitaba un producto apto para el público juvenil que tomara el lugar que estaba dejando vacante la dupla recién disuelta de Dean Martin y Jerry Lewis. Para esto convocó al guionista Allan Weiss y al director Frank Tashlin, y les pidió que le hicieran una prueba de cámara a Elvis. Weiss dijo que, apenas apoyó la aguja sobre el disco, “la transformación fue increíble: enseguida supimos que estábamos en presencia de un fenómeno; la electricidad rebotó en las paredes del escenario. Era asombroso, un terremoto en proceso. Ver a este chico de campo inseguro, tímido, convertirse en dinamita cuando se puso bajo las luces brillantes y comenzó a sincronizar los labios con la letra de su hit…”.
De lo que no estaba convencido era de sus dotes interpretativas: “Elvis interpretó al hermano menor rebelde con la convicción de un aficionado, como si fuera el protagonista de una obra escolar. Creíble, pero sin la sutileza de un profesional. (…) Al ver la prueba, una cosa estaba clara. Sería un error tratar de forzar a esta fuerte personalidad a asumir un papel preconcebido. Sus partes deben estar hechas a la medida para él, diseñadas para explotar lo que mejor hizo: cantar”. Todos en la industria apreciaban la corrección, su caballerosidad, modestia y dedicación al trabajo del muchacho, pero Wallis estuvo de acuerdo con Weiss y produjo nueve musicales de Elvis a lo largo de una década.
Pero al parecer no fue Wallis el único que selló el destino actoral del cantante. El villano más evidente de la película de Luhrmann es el coronel Parker, al que se adjudica, entre otros males, haber limitado la carrera cinematográfica de Presley.
Queda el testimonio de un par de grandes directores, quienes valoraron el potencial que en otras manos Elvis podría haber desarrollado. Don Siegel dijo de él, tras filmar Estrella de fuego (Flaming Star): “Me sorprendió su sensibilidad. El coronel Parker se equivocó en dos aspectos: Elvis podría haberse convertido en una estrella de la actuación, no solo de la canción, y habría sido más feliz”. También lo elogió Michael Curtiz, realizador de Casablanca, quien lo dirigió en Melodía siniestra (King Creole), una de las películas más prestigiosas de Elvis: “Él está muy consciente de que su público está dividido: los chicos lo aman; los mayores se burlan de él. En esta película lo dejamos cantar varios tipos de números musicales, pero lo más importante es que tiene la oportunidad de actuar. Este es el tipo de papel para el que podríamos haber elegido a un joven Brando o a un James Dean. Es un desafío para Elvis demostrarle al público que no es solamente un cantante de rock con estilo y sacudida de caderas”.
Una de las muchas leyendas que rodean la relación entre Elvis y Parker dicen que, decepcionado al enterarse de que tendría que cantar cuatro canciones en su primera película, La mujer robada (Love Me Tender), el coronel le dijo que tenía que tomar una decisión: “Si lo hacemos de esta manera, ganamos dinero. Lo hacemos a tu manera, no ganamos dinero”. Tal vez obsesionado con que aún debía sacar a sus padres de la pobreza, Elvis contestó: “Está bien, ganemos dinero”. Esta decisión marcaría el rumbo de su carrera en la pantalla: con excepciones, una serie de musicales pop para jóvenes blancas.
De este modo, Presley se quedó sin su anhelado legado actoral, sin la oportunidad de ser otros. En algún punto, es la enorme maldición en la relación de Elvis con el cine. El quería ser actor y dejar por un rato de ser Elvis, mientras que, ahí están, todos esos otros que quisieran ser Elvis y, por supuesto, no terminan nunca de serlo.